Viggo Mortensen: “El pueblo argentino es de los más resilientes. Tiene más aguante que casi cualquiera”
Uno espera que Viggo Mortensen proyecte la energía de muchos de sus personajes. Por supuesto la del Aragorn de El señor de los anillos que lo convirtió en una estrella; o incluso la de aquellos personajes torrenciales que le regaló David Cronenberg, sin duda el cineasta que más lejos lo llevó (con una nominación al Oscar incluida por su mafioso de Promesas del Este). Sin embargo, lo que Mortensen desprende es una sensación de paz que se contagia. Medita lo que dice. Piensa y paladea sus respuestas. Cuando uno lo ve en las distancias cortas se da cuenta de su capacidad para transformarse como actor, para casi hasta mutar de físico.
Vuelve a lograrlo en Hasta el fin del mundo, donde no solo se pone delante de la cámara, sino también detrás. Es la segunda vez que lo hace, y ahora recurre al wéstern para reconfigurarlo y colocar en el centro de su historia a una mujer, siempre olvidada en un género hipermasculino que las relegaba a meras comparsas. Ella está interpretada por una magnética Vicky Krieps, y él es un inmigrante danés que acude a la Guerra Civil de EEUU por principios, dejando sola a su pareja en un ambiente putrefacto. Mortensen muestra un ritmo pausado y elegante para hablar de temas como la corrupción, la violencia o la venganza. Asuntos que sobreviven en el tiempo y que atacan a países como Argentina, donde se crió y donde planea rodar para apoyar al cine local, en jaque por las políticas del presidente Javier Milei.
-¿Te gustaría dirigir en Argentina?
-Sí, hice un par de películas ahí como actor, pero ahora por como está la cosa, aparte de ir a ver cine argentino, quizá la mejor manera de apoyar al cine argentino es hacerlo. Yo acabo de escribir una historia para rodar en Argentina. No sé si voy a encontrar el dinero o no, pero me gustaría hacerlo.
-¿Cómo estás viviendo todo lo que está pasando en Argentina con la llegada de Milei y cómo está afectando al cine directamente?
-Es triste, pero no es sorprendente. Es triste y es duro. Hay unos pocos privilegiados que sacan ventajas, pero son poquísimos. El resto de la ciudadanía, aunque votaron esto, están sufriendo y van a sufrir más, me temo. Pero el pueblo argentino es de los más resilientes. Tiene más aguante que casi cualquiera y están acostumbrados a una montaña rusa en lo sociopolítico. Van a remontar y van a salir adelante, pero va a costar. Va a ser difícil. Me da mucha pena.
-¿Cuando uno ve que además en España la derecha apoya a Milei da el doble de tristeza?
-Es como un virus que ya viene de hace unos años. Este virus de desinformación, de mentiras, de propaganda, digamos. Y da miedo. Los Milei, los Bolsonaro, lo que pasó en Hungría, la extrema derecha de España que ya se está tragando el centro derecha poco a poco como pasó en EEUU, que el Partido Republicano es rehén de Trump. Mucha gente a la que le interesa lo que hace Trump es porque saca beneficio económico, y hay muchas fuerzas exteriores que sacan beneficio, como Rusia o China, y estas fuerzas exteriores desde hace tiempo se han metido en la política española, francesa, europea, latinoamericana… en todos lados, porque ven que funciona crear crispación, división y malestar en la sociedad. Sumergir a todo el mundo en crisis. Hay gente aquí que repite las mismas mentiras.
Es como la segunda división de lo que está pasando con Trump y sus seguidores. Trump es muy listo, tiene instintos de propaganda, pero es vago y no sabe nada de historia y tampoco le interesa aprender nada. Sabe que ciertos eslóganes, ciertas actitudes, le ayudan y hay gente que se alimenta con esto. Hay mucha gente boba en la política estadounidense que usa esta información que les es dada y no saben de qué hablan, pero les funciona. Consiguen el poder, lo mantienen y no piensan ni en su legado personal ni en el histórico. No piensan a largo plazo. Desde luego que no piensan en la ciudadanía ni en el país. Entonces mienten sin parar. Y esto lo vemos en este país también. Y no es solo cosa de derechas, por supuesto que es mucho más exagerado en la derecha, en mi opinión, pero está en todos lados. En esta película hay gente así también, que manipula, que condena a gente inocente, que roba, que mata y que se sale con la suya, y como se sale con la suya, pues sigue.
-Hasta el fin del mundo es un wéstern que coloca a la mujer en el centro del relato, ¿fue ese el inicio de esta historia?
-Es verdad que empecé con la idea de esta niña de la que me pregunté qué tipo de mujer iba a ser. Me di cuenta de que era una mujer de libre pensamiento, con una fuerza interior muy independiente, hasta terca, diría. Pensé que sería interesante ponerla en el siglo XIX, en un lugar y en un momento histórico donde la sociedad estaba completamente dominada por los hombres, y específicamente, tanto en ese pueblo como en EEUU, dominada por hombres corruptos, violentos y muy poderosos contra los que nadie se oponía. Eso creaba una tensión interesante.
-El wéstern es un género que suele estar contado desde el lado de los vencedores, ¿qué creías que podías ofrecer a este género?
-El wéstern acapara todo. También hay perdedores en los wésterns. Lo que es inusual, incluso en los mejores, es que sea una mujer la protagonista, pero sobre todo que nos quedemos con ella cuando su pareja masculina se va a la guerra. Quería explorar eso. Ver qué pasa con las niñas y las mujeres cuando sus padres o sus hermanos, sus novios, sus parejas o sus hijos se van a la guerra.
-La película es elegante, tiene un tempo sosegado… casi parece a contracorriente del cine actual y que mira más al cine clásico.
-No lo pensé, pero puede ser. Ese es mi instinto. Es lo que me gusta a mí. En esta película también hay algunos planos secuencia, y hay un plano cenital de Vivien después de un evento muy fuerte, pero que no está fuera de lugar porque no estás pensando ‘mira la cámara lo que está haciendo’, sino que la estamos mirando a ella porque estamos interesados en cómo se siente, imaginando lo terrible que es lo que ha pasado, que eso no lo mostramos. En el cine muchas veces es más importante lo que no se muestra, lo que no se dice. Si haces un movimiento frenético todo el rato, uno se cansa. Si un actor está gritando todo el rato, te cansas de eso. Si un actor está llorando todo el rato, te cansas. Las cosas tienen que estar en su medida y tienen que ser fruto de lo que está pasando.
-Pero la gente parece que quiere otras cosas.
-Sí, la gente ahora es más impaciente y tiene el tiempo de atención más breve, como si precisaran de estímulos constantes. Creo que tiene que ver con tenerlo todo subrayado como espectador. A mí me gusta cuando no me lo dan todo con cuchara, cuando me dan suficientes herramientas para ir interesándome y participando en la construcción, cuando acaba la película y la gente se pregunta, qué será de estos personajes. Lo he vivido en los coloquios, que la gente se queda.
Lo que está pasando en Argentina es triste, pero no es sorprendente. El pueblo argentino es de de los más resilientes. Van a remontar y van a salir adelante, pero va a costar
-Eso es difícil.
-Sí. Yo siempre les digo, ‘vayan a hacer pis o lo que quieran que yo estaré aquí’. Y se quedan.
-¿Disfrutas de ese intercambio con la gente?
-Me encanta. Siempre aprendo algo. Y el hecho de que tengan preguntas u observaciones, porque eso demuestra que algo ha interesado, y siempre hay muchas manos en el aire y queriendo hacer preguntas en todos lados.
-Hay otra cosa que es novedosa en tu película, y es que el personaje va a la guerra de forma voluntaria, para acabar con la esclavitud. Es una forma de decir que hay momentos en los que hay que posicionarse, que hay que mojarse, porque la política siempre acaba salpicando a uno aunque no quiera.
-Las guerras nunca son buenas, siempre son errores, siempre traen sufrimiento, caos, pérdidas de vidas, pérdidas económicas y muchísima tristeza y consecuencias que duran generaciones. Pero de vez en cuando hay decisiones morales que uno toma. Mira a la gente que vino voluntaria a este país a partir de 1936 para ayudar, para pelear por algo que pensaban que moralmente no era justo, una sublevación, yo diría ilegal, apoyada por gobiernos fascistas de Italia y Alemania y sus fuerzas militares. Gente del exterior vino y peleó por esa razón. En el caso de Olsen, él tiene experiencia previa como soldado en Europa, sabe que tiene esas herramientas y le parece que la causa es justa, que es noble. Equivocadamente, como pasa mucho, piensa que esto no va a durar mucho, pero las guerras siempre duran. Y eso tiene consecuencias para él y su familia. Es complicado, pero sí creo que hay momentos en los que uno tiene que arremangarse y ensuciarse. Pero no todas las decisiones son tan nítidas.
-¿Como actor, como creador, sientes ese deber moral de posicionarse?
-Yo no escribo ningún guion desde un punto de partida ideológico ni político ni activista. Ni tampoco conceptual, porque los conceptos no te ayudan a dirigir actores ni a contar una historia. Y mucho menos ayuda a un actor que un director le hable conceptualmente.
-Pero luego, como persona, como Viggo Mortensen, sí te posicionas claramente en asuntos políticos.
-Yo soy alguien al que lo que menos le gusta es la avaricia, la crueldad y la mentira. A veces me equivoco al comentar, supongo, y si me doy cuenta de ello corrijo y pido perdón. Creo que eso es importante en nuestra película también, el perdón entre estos dos personajes es muy importante. Mucho más importante que los deseos de venganza que hay.
-Incluso en la ejecución de la venganza hay algo diferente en la película.
-Hay otra cosa, sí. Volviendo a la relación de estos dos personajes, su relación funciona porque están dispuestos a escuchar al otro, a tomar en consideración qué siente el otro o la otra, qué piensan. Quizás no estén de acuerdo, pero escuchan y quizás puede que cambien de opinión. Eso ya es algo. Si alguien no está dispuesto a adaptarse a los cambios del otro y a los cambios de la vida en general, probablemente no va a funcionar esa relación mucho tiempo. O la relación se va a marchitar o se va a agotar.
Yo no escribo ningún guion desde un punto de partida ideológico ni político ni activista ni tampoco conceptual, no ayuda a un actor que un director le hable conceptualmente
-¿Falta eso en la sociedad actual, esa capacidad de escuchar al otro? Hace poco alguien decía que parece que vivimos en unos tiempos en donde solo queremos que nos den la razón.
-No sé si que nos den la razón o se busca estar con gente que solo piensa como tú. Me parece muy aburrido eso, además de peligroso para cualquier democracia. A mí siempre me parece mucho más interesante abrirse a lo desconocido. Por ejemplo, los españoles, no importa cuál sea su ideología o su posicionamiento político, si viajan al extranjero les interesa todo. No van a Roma para comer tortilla española en un bar español. Quieren aprender otras cosas. ¿Por qué no quieren hacerlo en su propio país? Esta cosa de encerrarse y estar con miedo u odio o sospecha hacia el otro, hacia lo diferente, me parece siempre un poco triste y una desventaja personal para cualquiera. Hacer cine para mí es eso también, aprender.
-Trabajaste con muchos directores, ¿hay alguno que te haya influido más? Uno piensa en nombres como Peter Jackson o David Cronenberg.
-Hay muchos. Hombres y mujeres con estilos y personalidades muy diferentes, pero lo que tienen en común gente como Cronenberg, Jane Campion, Ron Howard o Lisandro Alonso es que preparan a fondo con su equipo muy bien lo que van a rodar. Son muy eficaces. Luego siempre va a haber problemas, porque hacer cine es eso, enfrentarte a obstáculos y desafíos continuos. Aunque lo hayas preparado bien, algo va a ir mal algún día o todos los días, y como equipo vas a tener que enfrentarte a eso. Todos ellos escuchan a su equipo y a los actores. Las ideas y las sugerencias de su equipo técnico y de los actores son bienvenidas. No se sienten amenazados o amenazadas por las contribuciones de su equipo. Y lo que he visto que pasa ahí es que no solamente hacen una mejor película, sino que el ambiente desde el primer día es más de familia, más de equipo, porque la gente se siente valorada.
Lo que tienen en común gente como David Cronenberg, Jane Campion, Ron Howard o Lisandro Alonso es que escuchan a su equipo y a los actores. Las ideas y las sugerencias de su equipo técnico y de los actores son bienvenidas. No se sienten amenazados por las contribuciones de su equipo
-Esa imagen del director-dictador la desechas por completo.
-Hay que saber lo que uno quiere hacer y hay que ser firme. Si no tienes las ideas claras, eso creo que le da miedo al equipo, crea confusión, y a los actores también. Es mejor decir, ‘lo tengo preparado, tengo exactamente en mente lo que quiero hacer, pero si tienes una idea para mejorar esto que estamos haciendo, dímelo'. Eso da confianza.
-El otro día le dedicabas una proyección de Hasta el fin del mundo a Bernard Hill, recientemente fallecido y con quien coincidiste en El señor de los anillos. Una saga que es un icono, pero no sé si también de alguna forma es un peso demasiado grande.
-Yo soy, en general, una persona optimista, positiva y terca en eso, la verdad. Hay dos maneras de vivirlo y yo lo vi como muy positivo siempre. El éxito global de la trilogía fue inesperado. Inesperado antes de que saliera la primera, desde luego, pero después ya fue una cosa enorme. Todavía hay gente que la que ve una y otra vez. Estas películas me han dado mucho. Me han dado la oportunidad de trabajar con Cronenberg en la primera película que hicimos. Me ha dado la oportunidad de hacer muchas cosas que no hubiera podido hacer. Quizás de alguna manera me ha llevado a poder dirigir de la manera en la que lo he hecho. También aprendí mucho durante ese rodaje. Esa fue en sí una escuela de cine. Fue maravilloso, irrepetible.
Video de la entrevista completa
Video: Javier Cáceres y Nando Ochando
JZ/CRM
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