El asalto ultra de Brasil evidencia los riesgos de cuestionar los resultados electorales
Jair Bolsonaro no felicitó a Lula por su victoria electoral. Como tampoco lo hizo Donald Trump con Joe Biden hace dos años. Es más, Bolsonaro se fue de Brasil y se instaló en Tampa dos días antes de la toma de posesión de Lula, en el muy republicano Estado de Florida, en uno de cuyos hospitales se recupera de un dolor abdominal sobrevenido. Cerca de Disneyland, disfrutando de las buenas temperaturas y del privilegio concedido a un gobernante por parte de uno de los países más estrictos con la política migratoria. Mientras, sus seguidores, que intentaron colapsar las carreteras ante el triunfo de Lula, decidieron este domingo asaltar las sedes de los poderes constitucionales en Brasilia.
Bolsonaro nunca reconoció su derrota ni concedió legitimidad a la victoria de Lula, entre otras cosas porque nunca dejó de sembrar dudas sobre el recuento electoral, como recopila un reportaje de The New York Times, en el que se desgrana cómo fue creando la falacia de las elecciones amañadas basada en imprecisiones, datos fuera de contexto, pruebas circunstanciales, teorías de conspiración y mentiras descaradas, muy al estilo del expresidente de EEUU.
El manual de Bolsonaro recuerda mucho al de Donald Trump. Es verdad que no es lo mismo ocupar el Capitolio –el 6 de enero de 2021– con congresistas dentro que asaltar instituciones un domingo en Brasilia –8 de enero de 2023–, cuando no había nadie porque las instituciones están vacías los festivos. Pero sí es cierto en que la línea de puntos deja pocas dudas: cuestionamiento del recuento electoral, campañas de desinformación amplificadas por poderosos medios de comunicación y no reconocimiento de la legítima victoria del rival político en el momento del traspaso de poderes.
De esta manera, el nuevo conservadurismo recurre al gatillo movilizador, una suerte de 18 brumario de una derecha subida a la ola del populismo nacionalista, el negacionismo pandémico, el neotrumpismo, el neoliberalismo extremo y la xenofobia. Eso sí, con la compañía de algunos medios de comunicación poderosos para amplificar sin filtros ni comprobación toda suerte de mensajes apocalípticos.
Como en aquel 18 brumario de Luis Bonaparte –bautizado así por Karl Marx como espejo del 18 brumario de Napoleón Bonaparte del 9 de noviembre de 1799–, cuando los dos grandes partidos tradicionales franceses –orleanistas y legitimistas, todos monárquicos–, se unieron en diciembre de 1851 –tres años después del proceso revolucionario francés de 1848– en lo que se llamó el Gran Partido de Orden, el 18 brumario de las derechas en el siglo XXI supone también una confluencia de diferentes sectores conservadores frente a una supuesta amenaza al sistema, e intentan presentarse como los agentes del orden aunque sea subvirtiendo el mismo orden constitucional e institucional que dicen defender.
En aquel caso histórico de hace siglo y medio, orleanistas y legitimistas se unieron a pesar de representar a sectores sociales distintos –unos, a la burguesía financiera; y otros a los terratenientes–, incluso cada uno defendía una dinastía distinta, pero les unía el supuesto orden frente a los socialistas y sus revoluciones. Y más de 150 años después, el 18 brumario de las derechas recurre ahora a los mismos fantasmas –socialcomunistas; globalistas; dictadura progre, filoterroristas; rompepatrias– para defender un orden por la vía del desorden.
A partir de ahí, los seguidores más leales escriben su propio final de la línea de puntos con actos que se parecen más a golpes de Estado que a caceroladas, con la connivencia de mandos policiales y militares.
Mientras, el líder observa desde la distancia con su Twitter en stand by hasta ver el desenlace de los acontecimientos. Una vez derrotados los asaltantes del Capitolio o de Brasilia, el líder publica una tibia censura de unos actos cuya autoría intelectual rechaza al tiempo que rebaja su gravedad comparando unos hechos inéditos con otros sucesos del pasado. Y, eso sí, sin expresar apoyo ninguno al Gobierno legítimo, ya sea de Lula o Biden.
Una tibieza que recuerda el tono de los tuits publicados este domingo por el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, y su portavoz parlamentaria, Cuca Gamarra. Ninguno condena nítidamente el asalto y ambos evitan mostrar su apoyo al gobierno de Lula da Silva, elegido democráticamente. Es más, en el caso de Gamarra, llega incluso a aprovechar los sucesos para golpear a Pedro Sánchez por la reforma del Código Penal.
No en vano, la legitimidad del Gobierno de Pedro Sánchez la niegan tanto que Feijóo ha llegado a defender su bloqueo a la renovación del CGPJ como mecanismo de para “para proteger” el Poder Judicial del Ejecutivo.
Más lejos aún fueron las Nuevas Generaciones de Madrid, comparando el asalto de Brasilia con las medidas del Gobierno para renovar los órganos judiciales que llevan años bloqueados por el partido de Feijóo. “Muy grave lo de Brasil. Igual de grave que querer controlar a los jueces e instituciones públicas como quieres hacer en España”, tuiteaban las juventudes de Isabel Díaz Ayuso.
No es lo mismo un tuit de Cuca Gamarra que asaltar el Capitolio, del mismo modo que no es lo mismo negarse a cumplir la Constitución bloqueando la renovación del CGPJ que tomar Brasilia, aunque sea en domingo.
Ahora bien, los parecidos comienzan a aparecer cuando se niega la legitimidad del Gobierno elegido, cuando la derecha judicial impide incluso debatir proyectos de leyes en el Senado; o cuando se usan todos los resortes en Bruselas para sembrar todo tipo de dudas sobre el Ejecutivo; o cuando se vincula al Consejo de Ministros con ETA, Venezuela o la antiEspaña. ¿Hasta dónde guiará a los más exaltados la línea de puntos que escriben cada día los líderes del PP, Vox y Ciudadanos?
Conexión familiar Trump-Bolsonaro
Trump y Bolsonaro tienen mucho en común. Entre otras cosas, el proyecto de Internacional de extrema derecha mundial que intentó lanzar el ex asesor del ex presidente de EEUU Steve Bannon, fundamentado en la soberanía patriótica de las naciones; las fronteras contra los migrantes y la resistencia contra el feminismo conectó a ambos líderes.
Eduardo Bolsonaro, hijo de Jair Bolsonaro, confirmó en su día –febrero de 2019– que sería el hombre de Bannon para América Latina. “Estoy muy orgulloso de unirme a Steve Bannon como líder del Movimiento en Brasil. Trabajaremos con él para expandir el nacionalismo de sentido común para todos los ciudadanos de América Latina”, anunció Bolsonaro, antes de que colapsara ese proyecto político que acabó con Bannon detenido por presunto fraude en la construcción del muro con México.
“Restauraremos la dignidad, la libertad y las oportunidades económicas para nuestra gran nación y sus vecinos. Caminaremos a través de nuestro programa de unir las fuerzas del nacionalismo. El trabajo de Bannon en Europa es vital y apoyamos su esfuerzo contra el peligroso Pacto Mundial sobre Migración. Podremos ser más fuertes si unimos nuestras fuerzas para promover la prosperidad y nuestra cultura occidental compartida”, añadió Eduardo Bolsonaro.
“Es un honor dar la bienvenida a Eduardo Bolsonaro como un socio distinguido, y a Brasil, un aliado clave en América Latina”, dijo Bannon: “Nos mantenemos unidos en nuestra búsqueda de una agenda nacionalista populista para la prosperidad y la soberanía de los ciudadanos de todo el mundo”.
Cuatro años después, en enero de 2023, Lula no sólo ya no está en la cárcel como entonces, sino que se anuló la sentencia por atropellos en la instrucción, ganó las elecciones y acaba de tomar posesión como presidente del país. Y lo es en un contexto de recientes victorias progresistas en todo el continente, como en Chile y Colombia, a la que también se suma la de hace algo más de dos años en Bolivia, después de que el MAS venciera en las urnas a quienes habían ejecutado un golpe contra Evo Morales, que se exilió en México.
Pero antes, aunque no mucho antes, América Latina ha vivido un golpe contra Manuel Zelaya en Honduras en 2009; un intento de golpe en 2010 contra Rafael Correa en Ecuador; el golpe contra Fernando Lugo en Paraguay en 2012; la destitución de Dilma Rousseff en 2017, dos años antes del encarcelamiento de Lula; y, en 2022, el intento de asesinato a Cristina Kirchner.
El asalto ultra de Brasil es una nueva evidencia de lo que pasa cuando las derechas cuestionan los resultados electorales. A partir de ahí, los seguidores más leales escriben su propio final de la línea de puntos con actos que se parecen más a asonadas que a simples manifestaciones. Ya sea en Washington, en Brasilia o en cualquier otro lugar del mundo.
0