Un cráneo que suena a Elvis Presley: la música prohibida por la URSS que cruzó la cortina de hierro camuflada en radiografías
El telón de acero tras la Segunda Guerra Mundial no solo dividió el mundo en dos bloques bien diferenciados. También supuso una barrera para la cultura desarrollada en ambos lados porque, entre otras cosas, se quería evitar que el ideario comunista “contaminara” al capitalista y viceversa. El material “peligroso”, como el Partido Comunista de Iósif Stalin definía a los libros, películas o música que no se adecuaba al régimen soviético, era destruido en masa. Pero eso no significa que, a pesar de la censura, la cultura no encontrara otras vías para cruzar la cortina de hierro.
La lista de grupos de música prohibidos en la Unión Soviética era extensa. Por ejemplo, Donna Summer estaba censurada por su “erotismo”, Madonna por promover “el sexo”, Michael Jackson por incitar “al horror” o Pink Floyd por “pervertir la política exterior soviética”. Hasta Julio Iglesias fue catalogado como “neofascista”, tal y como se puede ver en el recopilatorio realizado por Alexei Yurchack, profesor especialista en historia soviética, para su libro Everything Was Forever, Until It Was No More: The Last Soviet Generation. “Recomendamos utilizar esto para controlar de forma más severa lo que sucede en discotecas”, se puede leer en el documento ruso original. Quien bailaba temas de Iglesias, como To All the Girls I've Loved Before, era considerado un antisistema.
Aun así, los acordes de singles como Come Together, de los Beatles, sí que llegaron a resonar en el interior de algunas casas soviéticas. Y no porque estos estuvieran permitidos, sino porque estaban camuflados en un soporte un tanto peculiar: una radiografía.
La llamada música de huesos (bone music, en inglés) surgió para eludir la censura soviética. Sobre radiografías de manos, cráneos o costillas en realidad se escondían discos de vinilo improvisados con artistas occidentales prohibidos, como Elvis o los Rolling Stones. Tuvieron su auge durante las décadas de 1950 y 1960, fechas que precisamente coinciden con la época dorada de un rock and roll que los soviéticos no pudieron encontrar en su tienda más cercana, sino en el mercado negro.
“Durante la Unión Soviética no estaban disponibles los discos vírgenes que se utilizaban comercialmente y los contrabandistas tuvieron que recurrir a varios materiales alternativos. Las radiografías son un tipo de película fotográfica ideal, porque es lo bastante suave como para registrar los surcos del sonido pero lo suficientemente duro para que se pueda reproducir sin problemas. Además, podían encontrarse fácilmente y eran muy baratas”, explica el músico británico Stephen Coates a elDiario.es. Es también fundador de The X-Ray Audio Project, una iniciativa para dar a conocer la historia tras este tipo grabaciones que, entre otras cosas, le ha llevado a dar una charla TED, programar una exposición itinerante y a sacar un libro sobre el tema entrevistando a varios contrabandistas de la época.
Todo surgió de forma improvisada. Coates estaba de gira con su grupo The Real Tuesday Weld y, al llegar a San Petersburgo, fue de visita a un mercadillo. Allí, entre cajas y objetos de segunda mano, encontró un disco en una radiografía que le dejó perplejo. Eso fue lo que le inspiró para lanzar The X-Ray Audio Project y convertirse en una especie de “embajador” de este soporte que, en realidad, forma parte de la historia de la música.
Música para “mover el esqueleto”
Pero ¿cómo se graba la música en una radiografía? Gracias a unas máquinas llamadas “tornos grabadores” [recording lathes, en inglés], que se inventaron antes de la Segunda Guerra Mundial para hacer grabaciones individuales para estaciones de radio y periodistas. Los contrabandistas no tuvieron muchos problemas para hacerse con ellas: muchas se habían traído de Alemania como trofeos tras la Segunda Guerra Mundial. “Estos tornos funcionan como tocadiscos al revés. En lugar de una aguja que lee el surco de un disco giratorio, hay un cabezal que corta y hace muescas en un disco giratorio mientras se alimenta de una señal de audio. Posteriormente, este disco puede reproducirse en un tocadiscos convencional”, apunta Coates.
Con esas vibraciones impresas en el disco, en forma de surcos con diferente profundidad, se registraba el sonido al igual que ocurre con los discos de vinilo tradicionales. La calidad no es la mejor, como se puede apreciar en algunos de los audios recogidos en la web The X-Ray Audio Project, pero al menos se podían poner en el tocadiscos canciones que de otra manera habría sido imposible escuchar, como Heartbreak Hotel de Elvis Presley
Pero como destaca Coates, no solo de artistas occidentales se nutrieron estas radiografías: “La música que más se pudo ver fue la rusa. Es decir, canciones prohibidas hechas por emigrados o cantantes underground”. Fueron autores como Shostakóvich, uno de los compositores más célebres de la Unión Soviética pero también uno de los más acosados por el Estado.
Como es de suponer, traficar con música tampoco era bien visto por las autoridades. “Si atrapaban a un joven corriente con estos discos, se los quitaban, anotaban su nombre y lo comunicaban a sus padres y en la escuela. Estaba bajo sospecha. Pero si te pillaban traficando con discos o incluso haciéndolos, podrías meterte en un grave problema”, observa Coates, que añade que durante la investigación para su libro conoció a “varios contrabandistas que fueron enviados a prisión por sus actividades”. Pero no fue suficiente para detener la difusión los LPs.
De hecho, condenar la cultura a veces tiene el efecto inverso: que se termina generando atención sobre una obra simplemente porque está prohibida. “Por eso los contrabandistas musicales de radiografías tenían tantos clientes: estaban ansiosos por comprar sus discos. La gente siempre se las arreglaba para esquivar la censura”, culmina Coates.
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