Gustavo Petro, un hombre desconfiado, según el moderador de su último debate presidencial
Hace algo más de cuatro años, cuando me desempeñaba como director del diario El Heraldo en la ciudad colombiana de Barranquilla, me correspondió moderar junto a una profesora universitaria el primer debate para las elecciones presidenciales al que acudían todos los candidatos, incluido el esquivo Gustavo Petro, que se encontraba visiblemente constipado. Antes del inicio, me acerqué al salón donde aguardaban los invitados para explicarles, por separado, las reglas del juego. El único que me pidió aclaraciones fue Petro. “¿Cómo sé que usted va a ser justo al conceder los turnos de réplica?”, me preguntó con esa expresión tan característica suya –rostro levantado de medio lado, mirada perdida en la distancia– que muchos identifican con la soberbia. “No tengo garantías que ofrecerle, tendrá que fiarse de mi criterio”, le respondí. Él sonrió levemente y me dijo: “Me fío, ojalá no me equivoque”. Por lo visto no encontró objeciones a mi labor de moderador, porque al final del debate se despidió con un cordial apretón de manos.
En ese breve encuentro conocí una de las facetas de la personalidad de quien el domingo pasado se convirtió en el primer izquierdista que gana unas elecciones presidenciales en la historia colombiana: la desconfianza. Quienes conocen a Petro sostienen que ese estado permanente de suspicacia lo desarrolló durante sus años en el grupo guerrillero M-19, en los cuales, pese a no haber estado en la estructura militar de la organización, conoció la prisión y la tortura.
Gustavo Francisco Petro Urrego nació en Ciénaga de Oro, un municipio del costeño departamento de Córdoba, al noroeste del país, el 19 de abril de 1960. Curiosamente, un 19 de abril, pero diez años más tarde, nació el movimiento guerrillero urbano donde encontraría el lugar para canalizar sus precoces inquietudes políticas. Antes de que cumpliera un año de edad, su padre, maestro de escuela, fue trasladado a Bogotá, donde el pequeño Gustavo vivió los primeros diez años de su vida. A continuación, la familia se mudó a Zipaquirá, un pueblo próximo a la capital, famoso por su fascinante catedral de sal y porque allí pasó algunos años de su formación colegial el futuro Nobel García Márquez.
Petro fue matriculado en el Colegio de La Salle, regido por unos sacerdotes españoles franquistas con los que no congeniaba, de modo que buscó aproximaciones con los curas más jóvenes que abrazaban en secreto la Teología de la Liberación. A los 16 años se graduó del colegio con una de las notas más altas de todo el país en el examen de ingreso a la educación superior. Hay quienes sostienen que su conciencia de ser una persona inteligente ha contribuido a cimentar en él cierta actitud arrogante, mientras que sus más próximos consideran que esa supuesta arrogancia lo que encierra es una extraordinaria timidez.
El lugar de nacimiento de Petro fue objeto de debate en la reciente campaña electoral, porque un senador progresista y abierto enemigo del presidente electo se empeñó en demostrar que este no nació en la costa caribe, sino en Zipaquirá. El objeto de la denuncia no era solo airear una pretendida falsedad en la biografía oficial del candidato, sino poner en entredicho sus lazos con una zona del país donde tiene uno de sus principales semilleros de votantes. Al final la polémica se diluyó cuando el padre de Petro contó la historia del traslado a Bogotá.
Un año después de graduarse de bachiller, Petro se enroló en el M-19 con el alias de Aureliano, tomado de uno de los personajes de ‘Cien años de soledad’. La guerrilla, de inspiración nacionalista bolivariana, gozaba entonces de gran popularidad en buena parte de la población colombiana, porque estaba integrada por personas jóvenes y burguesas que hasta entonces daban golpes espectaculares sin cometer asesinatos, como el del robo de la espada del Libertador o el saqueo de un importante arsenal del ejército mediante la excavación de un largo y complejo túnel.
El punto de inflexión en la historia del grupo fue la traumática toma del Palacio de Justicia, en noviembre de 1985, que provocó la reacción de las fuerzas armadas y la muerte de más de un centenar de personas, entre ellas 11 magistrados del Tribunal Constitucional que gozaban de enorme reputación entre los ciudadanos. Aunque muchos criticaron la brutalidad de las fuerzas armadas, el M-19 comenzó a perder su atractivo y a entrar en una espiral de violencia cada vez mayor. Petro fue acusado cuatro años más tarde de haber participado en los hechos del Palacio de Justicia, pero resultó exonerado al corroborarse que en ese tiempo estaba cumpliendo en una cárcel bogotana una condena de 18 meses por porte de armas y conspiración.
Durante su etapa semiclandestina en el M-19 estudió la carrera de Economía en la Universidad Externado de Colombia y desarrolló un intenso activismo en Zipaquirá, donde incluso fue concejal. Abanderó la ocupación de un terreno extenso que pertenecía a religiosos y en el lugar se fundó el barrio popular Bolívar 83, en donde la familia de Egan Bernal, quien años más tarde sería estrella del ciclismo mundial, tuvo su primera vivienda propia.
En la reciente campaña electoral, Bernal, que hasta ahora era conocido por sus simpatías progresistas, se destapó como un crítico acérrimo de Petro, a quien no cesó de atacar con virulencia en su cuenta de Twitter. Los mensajes no se correspondían gramaticalmente con los que el ciclista subía con anterioridad, según señalan algunos, lo que llevó a muchos, incluido al propio Petro, a pensar que no era el ciclista el que estaba escribiendo.
Petro fue uno de los más entusiastas partidarios de la desmovilización, en 1990, del M-19. El acuerdo con la guerrilla incluía la convocatoria de una asamblea constituyente, de la que surgió la Constitución del 91, texto elogiado por los expertos por su modernidad y sensibilidad social. Petro fue uno de los ‘padres’ de la Carta Magna, y a partir de ese momento desarrolló una actividad política que lo llevó a ser agregado diplomático en Bruselas bajo el Gobierno de Samper y representante en la Cámara.
En 2006 pasó a la primera línea de la política al obtener un escaño en el Senado. A partir de ese momento se convirtió en el más feroz contrincante del presidente Álvaro Uribe y entre los dos creció una enemistad que está en el fondo de la polarización extrema que vive el país. Petro denunció el mayor escándalo de corrupción del país (el 'carrusel de la contratación' en Bogotá), los vínculos de políticos con paramilitares (parapolítica) y los asesinatos por el Ejército de jóvenes inocentes para hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate (falsos positivos).
Pese a haber abandonado tres décadas atrás la guerrilla, sus enemigos políticos lo siguen señalando como “guerrillero”. Lo irónico es que otros compañeros suyos del M-19, como Everth Bustamante o Rosemberg Pabón, que sí participaron en la estructura militar del grupo guerrillero, militan hoy en el uribismo sin que nadie les reproche su pasado.
En 2010 se presentó por primera vez a unas elecciones presidenciales sin éxito. Dos años después ganó la alcaldía de Bogotá, pero su mandato, que nunca estuvo exento de polémica y presiones externas, se vio interrumpido durante un mes cuando el entonces procurador general, un ultraderechista, lo destituyó por una supuesta irregularidad administrativa. Petro se atrincheró en la sede de la alcaldía y convocó a la guardia indígena para que protegiera el edificio. Decía que estaba dispuesto a morir antes que acatar la decisión del procurador.
Finalmente, tanto la Corte Interamericana de Derechos Humanos como el Consejo de Estado colombiano le dieron la razón y pudo continuar en el cargo. Recordando seguramente su propia experiencia, en su discurso tras la victoria del domingo instó a la actual procuradora general a que restituya en el cargo a varios alcaldes que ha destituido, incluido su amigo el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, que fue sancionado por intervenir en política en favor del candidato del Pacto Histórico. Tras un segundo intento fallido, en 2018, por llegar a la Presidencia, en el que sufrió un atentado cuando se dirigía a uno de los mítines en la ciudad de Cúcuta, Petro regresó al Senado, gracias al escaño que se reserva para el perdedor de la segunda vuelta, y prosiguió su labor de oposición. Hasta que decidió probar suerte por tercera vez como aspirante presidencial. Y, como dice la expresión: a la tercera fue la vencida.
La ‘vice’ Francia Márquez, afrodescendiente que ya atrae la atención de los grandes medios internacionales por su simbolismo en un país históricamente dominado por élites racistas y clasistas, será una de las mujeres que acompañarán a Petro en su mandato. Otras figuras importantes son su esposa, Verónica Alcocer, y su hija Sofía, estudiante universitaria de 20 años con una fuerte conciencia política, que en la campaña electoral fue objeto de una avalancha de ataques por decir que, si ganaba el candidato Rodolfo Hernández, había riesgo de que se reprodujera, incluso con más virulencia, el estallido social del año pasado. La derecha la acusó entonces de estar amenazando con represalias callejeras si no ganaba su padre.
El presidente electo, que ha estado casado en tres ocasiones y tiene seis hijos de los distintos matrimonios, se ha comprometido a promover la igualdad real de la mujer en Colombia, pero ha incurrido en diversas ocasiones en comentarios machistas. En una entrevista reciente con El País, Sofía Petro dijo con condescendencia que su padre es “un hombre en deconstrucción”, que fue forjado en otras circunstancias políticas y apenas está entendiendo ahora el significado de fenómenos sociales como el feminismo.
A ese hombre en deconstrucción le espera la tarea hercúlea de reconstruir un país fragmentado por el odio y la violencia. Un país sumido en una polarización política extrema de la que él ha sido uno de los grandes protagonistas.
AGB
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