Informe anual de la CEPAL: la pandemia puso en evidencia que la verdadera enfermedad es la desigualdad
Aunque muchas veces son discutidos o relativizados por quienes prevén de antemano un encuadre teórico desarrollista que sus detractores encuentran limitativo, anticuado o dogmático, una peculiaridad de los informes anuales de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas es más única que rara: la de reunir datos e informaciones en escala continental, presentados según criterios compartidos que los vuelven conmensurables. Este trabajo de traducción de los datos nacionales a un lenguaje común ha sido especialmente importante en el Panorama Social de América Latina 2020 difundido la primera semana de marzo, porque la pandemia del Covid-19 ha unificado más que nunca antes a la región. Menos académico, más útil y urgente, parece hoy el contraste diferencial de alternativas diferentes probadas en diferentes países por diferentes administraciones y con diferentes resultados en la busca de la fórmula que asegure el menos letal de los desequilibrios entre proteger a las poblaciones del contagio y salvar a las economías de la recesión.
Subyace a las 263 páginas del Panorama Social de América Latina 2020 una constante que es también una paradoja. A primera vista, podría parecer negacionista de una pandemia para la cual la misma CEPAL ha organizado un observatorio que permite seguir de cerca y específicamente su impacto sobre los 33 países de la región latinoamericana y caribeña. Esa constante que recorre el Panorama 2020 es el hallazgo de que la pandemia, desde el punto de vista económico, no existe. O no tiene entidad propia. No hay para CEPAL un solo efecto económico que pueda atribuirse sin más a una idiosincracia singular de la pandemia: todo el impacto negativo es el resultado de deficiencias previas, que la enfermedad sólo puso de relieve o visibilizó en efectos ahora sentidos y ya no presentidos. También desde la perspectiva social, y no sólo económica, la pandemia iluminó contrastes y desigualdades latinoamericanos con un grafismo que antes escapaba a otras formas de medición, al ponerse ahora de manifiesto sin velos y revelarse abiertamente en el fondo y la forma de planes y discursos de las diferentes administraciones públicas regionales, nacionales y subnacionales.
Del buen uso de las enfermedades
Para las labores de la CEPAL esta pandemia ha resultado en suma un accidental instrumento científico de precisión, apto para abastecernos de un reservorio de experiencias y evidencias que de otro modo habrían quedado para siempre en un mundo de especulación. El Panorama de la CEPAL no compara las cuarentenas y demás medidas de confinamiento discrecionalmente adoptadas, retiradas, reinstauradas, modificadas, recalibradas por cada país en sus diversos niveles de gobierno. Este análisis político no es ni su punto de vista ni su punto de fuga, aunque nada sugiere que el mismo método que obedecen en el área económico-social resulte inútil como vía de examen de la vida política continental. Las consecuencias limitadas o profundamente dañosas de las opciones extremas elegidas entre normas restrictivas o permisivas para la circulación de las personas y para las concentraciones de masas humanas en espacios públicos, se explican por la continuidad con estilos preexistentes, aceptados e incontestados del ejercicio del poder antes que por rasgos definitorios de la situación epidemiológica propiamente dicha, no obstante su gravedad.
A partir de fines del verano de 2020, señala el informe, la pandemia de Covid-19 instaló su sostenida presencia en la entera región, y para su avance y letalidad ascendentes se apoyó sobre cada signo y en cada andarivel de la ineludible desigualdad: diversidad territorial, heterogeneidad étnica, inequidad económico-social, diferencias de ciclos vitales, condiciones de discapacidad, status migratorio, entre otros. La profunda crisis desatada por el Covid-19 hizo visibles y urgentes escenarios de exclusión y discriminación múltiple y simultánea cuya realidad y componentes precedían a la pandemia. La eficacia infecciosa del coronavirus y sus consecuencias sanitarias se mostraban en una relación más directa y proporcional con la vulnerabilidad de amplios sectores de varones, mujeres, niños y niñas que con las características biológicas del nuevo virus.
Las cabezas de Goliat: una maldición metropolitana
Punto de partida para el análisis de la CEPAL es el reconocimiento de que América Latina y el Caribe se caracterizan por la “metropolización”. El 35% de su población habita en ciudades de un millón de habitantes o más. Existen cinco megalópolis con 10 millones de habitantes o más: Buenos Aires, Ciudad de México, Lima, Río de Janeiro y São Paulo. La elevada densidad demográfica, como la de los centros urbanos, periurbanos y metropolitanos contribuyó más que la perniciosidad del virus a una transmisión del Covid-19 más rápida y numerosa. Aunque haya excepciones como las ciudades de Panamá y de Uruguay, en zonas metropolitanas como las de Argentina, Chile, Costa Rica, Guatemala, el Paraguay y el Perú, se registra un patrón de sobre-concentración de contagios y muertes.
Por el contrario, en las áreas rurales la incidencia de la pandemia parece menor por la ausencia de hacinamiento y, en consecuencia, la producción agropecuaria ha sido menos afectada en su productividad y consiguió mantener y sostener el necesario abastecimiento alimentario. De todas formas, las áreas rurales de América Latina se caracterizan a su vez por condiciones de trabajo persistentemente más precarias que las de las áreas urbanas y por mayores tasas de informalidad y predominio de mano de obra no asalariada.
Simultáneamente, en las zonas urbanas se constatan problemas de segmentación que determinan la existencia de varios subsistemas dentro de una misma ciudad y aun de un mismo país y entre ciudad y ciudad, que tornan más dramático el común patrón de inequidad. En consecuencia, una acumulación de déficits – hacinamiento, falta de acceso a los servicios esenciales del agua, electricidad e internet, precariedad del transporte público y la segregación entre barrios ricos y pobres constituyen factores de riesgo diferenciados para la población. La de ingreso bajo y medio-bajo es la más gravemente afectada. .
Indígenas y afrodescendientes, los vulnerables más vulnerados
Situación de particular desventaja padecen las 58 millones de personas identificadas como de pueblos indígenas y los 134 millones de afrodescendientes en la región. En rigor, las desigualdades de todo orden que afectan a los pueblos indígenas configuran un escenario de mayor vulnerabilidad y riesgo frente al Covid-19 y dificultan la mitigación del impacto socioeconómico. Esto ocurre, señala el Panorama 2020 de la CEPAL, tanto entre las comunidades rurales o serranas tradicionales como en los grandes grupos de población indígena asentados en las zonas urbanas,.
En cinco países que concentran al 80% de la población indígena de la región y sobre los que se dispone de información censal reciente (Chile, México, Perú, Colombia, Guatemala, los dos últimos con situaciones más extremas), más de 8 millones de indígenas experimentan graves carencias de acceso a agua potable en la vivienda. Esto les hace imposible la práctica del lavado frecuente de manos, medida esencial de prevención de infecciones: a las enfermedades que rutinaria, periódicamente, los afectaban, se sumó la del nuevo virus.
La población afrodescendiente padece situaciones semejantes a la indígena, que también debe hacer frente a la pandemia en un escenario de profundas desigualdades sociales determinadas por el racismo estructural e institucional. En muchas ocasiones, sin embargo, las desigualdades son invisibilizadas por problemas relacionados con una mediocre disponibilidad de datos. Solo Brasil y Colombia informan sobre casos confirmados y defunciones por Covid-19 entre las personas afrodescendientes.
Una teleeducación y un teletrabajo demasiado distantes
A pesar de que no son los más afectados por la enfermedad en términos de su salud personal, en el mediano y largo plazo los niños, niñas, adolescentes y jóvenes sobrevivientes estarán quizás entre quienes más sufran y más paguen, debido a las consecuencias que tendrá en este grupo el cierre temporario pero prolongado de los establecimientos educacionales y la crisis económica y social que afectó a sus hogares , con magnitudes además desiguales, según la pertenencia a cada diferente estamento social. La conectividad es más baja entre la población más vulnerable: en 2018, la mitad de los hogares sin conexión a Internet se encontraba en los dos quintiles más bajos de la distribución de los ingresos. Además, existen marcados contrastes en la conectividad a Internet entre los hogares de las áreas rurales (donde el 23% de la población tiene acceso) y los de las áreas urbanas (el 67% cuenta con acceso). El acceso a internet -el medio privilegiado para dar una forma sustituta a la continuidad de la enseñanza formal- resultó ser el indicador de la precariedad. La ausencia de conectividad de un lugar o una región frustró la posibilidad material de contar con acceso a las plataformas y brindar capacitación a quienes ejercen la docencia a distancia.
Otro tanto ocurrió con el teletrabajo. Los afrodescendientes y los migrantes se encuentran en una posición de desventaja y por ello sufren los efectos de la pandemia de manera particularmente más acentuada. En el caso del Brasil, de acuerdo con información adicional relativa a junio de 2020, existe una brecha de 8,5 puntos porcentuales con respecto a la posibilidad de teletrabajar entre las personas ocupadas afrodescendientes (8,5%) y las personas ocupadas ni indígenas ni afrodescendientes (17,0%).
Las protestas que anticiparon las causas de nuevas protestas
El inforne anual de CEPAL recuerda que desde fines de 2019 y antes de la pandemia -como ejemplos Ecuador y Chile-, y después también durante los primeros meses de su transcurso -como ejemplos Perú y Argentina-, la ciudadanía de varios países había expresado su malestar, descontento e insatisfacción con el sistema político y sus actores. Manifestaciones de protesta reclamaron por sus derechos o expresaron un decidido repudio público a las acciones gubernamentales y a las discriminaciones étnica, por discapacidad o por género (“Ni una menos”, “Nada por Nosotros, sin Nosotros”) .
En todos los casos marcaron un clímax del descontento social, exasperado ante el detrimento notable de la economía de los países de la región, de gran heterogeneidad en los niveles de pobreza y pobreza extrema. El agravamiento de la situación por la pérdida de fuentes de trabajo profundizó más de lo que modificó el cuadro general.
Prestidigitaciones del Estado que apuesta al gasto social: operaciones de sumar, restar, multiplicar y dividir pobres
Las retribuciones -transferencias de dinero o especies - implementadas por la mayoría de los gobiernos como medida anti crisis frente a la pandemia, no resultaron suficientes, deplora la CEPAL. Principalmente, en aquellos países donde por el endeudamiento público y/o los desastres climáticos la capacidad fiscal había menguado. O por diferentes políticas de gobierno en lo tocante a las partidas destinadas al gasto público social. Así, en los países del Caribe de habla inglesa (Bahamas, Barbados, Guyana, Jamaica y Trinidad y Tobago) el gasto social se mantuvo en niveles similares a los de la década anterior, pero los gastos no sociales bajaron.
En general, los criterios y las posibilidades varían según las regiones. En particular, el gasto estimado en este tipo de medidas, expresado como porcentaje del gasto social en protección social del gobierno central, es mayor en la subregión de Centroamérica, México, Haití y la República Dominicana que en la subregión de América del Sur. Esto obedece a los menores niveles de gasto en protección social a los que pueden acceder los gobiernos centrales de Centroamérica, México, Haití y la República Dominicana, en comparación con los de América del Sur.
En consecuencia, los registros de pobreza aumentaron en todos los países de la región y los de pobreza extrema en Brasil, Ecuador, Argentina, Colombia y Honduras. A la vez, se redujo la pobreza moderada en Perú, Paraguay, México, el Estado Plurinacional de Bolivia por el efecto redistributivo del Estado. En cambio, en Panamá, Argentina y Ecuador el empeoramiento de la distribución coincidió con una reducción del ingreso promedio.
Los índices de pobreza son mayores entre las mujeres en edad activa (se habla de “feminización de la pobreza”), en las áreas rurales, entre las personas indígenas y la población afrodescendiente, las niñas, los niños y adolescentes, las personas con menos años de estudio y los hogares monoparentales y extensos.
La crisis ha profundizado la vulnerabilidad de sectores muy vulnerables, como trabajadores informales “cuentapropistas”, cooperativas de trabajo y mujeres, que no están cadastrados por el Estado y por lo tanto quedan fuera de los sistemas de protección social, pensiones y/o jubilaciones. Pero la contracción de la actividad económica generada por la pandemia, y las consiguientes pérdidas de puestos de trabajo y reducción de los ingresos laborales, impulsaron también un proceso de movilidad descendente en los estratos de ingreso medio. A esto se sumó el verse arrojados a una súbita, pero no inesperada, encrucijada de desprotección. Porque los sectores medios habitualmente asalariados no suelen ser destinatarios de las políticas y los programas de protección social. En pareja intemperie se descubrieron los jóvenes afectados por la imposibilidad de conseguir un empleo o de continuar sus estudios: la pandemia -la tesis de la CEPAL se testea en cada caso- desnudó la precariedad de capas a las que se atribuía en la “vieja normalidad” una estabilidad y capacidad de reacción mayores.
Cuando la migración es un viaje de ida
Con mayor fuerza, los efectos del Covid-19 impactaron en la población migrante en Centroamérica y México a la que afecta una mengua de ingresos debido a la pérdida del empleo y al alto costo de la vida en el país de destino. Y más en las mujeres que pierden su fuente de trabajo (e incluso el alojamiento) y encuentran serias dificultades para retornar a su país de origen.
Paralelamente, esto impacta sobre el ingreso de los hogares que dependen en gran medida de las remesas. En particular en países como los de Centroamérica, donde los cuidados familiares suelen costearse con el dinero que envían las mujeres. Estas trabajadoras se ven obligadas a delegar en otras mujeres un cuidado que normalmente habrían realizado ellas mismas si sin migrar hubieran permanecido en sus países de origen.
Los eslabones perdidos en las cadenas latinoamericanas de cuidado
Las denominadas “cadenas globales de cuidado” son un fenómeno global y regional que refleja movimientos desde zonas más pobres a ciudades o países de mayores niveles de ingresos. Este fenómeno incluye rutas migratorias dentro de los propios países de la región (desde las zonas rurales hacia las ciudades), entre países de la región (por ejemplo, mujeres peruanas que migran a la Argentina o Chile, paraguayas a la Argentina, nicaragüenses a Costa Rica) y hacia países fuera de la región (por ejemplo, a EEUU, Italia y España).
Otro impacto de la pandemia resuena en la crisis de los cuidados en los países receptores de migrantes. Muchas veces, el cuidado estaba a cargo de mujeres migrantes que estaban empleadas en el trabajo doméstico remunerado (generalmente sin cobertura social) y que se han visto desafectadas de sus tareas.
De este modo, la cotidianidad del hogar se visto trastornada por las medidas de confinamiento y distanciamiento físico, que han conmocionado de una manera particular las dinámicas de género -o, siempre el argumento subyacente de la CEPAL, han reiterado qué alto es el precio que hay que pagar por las desigualdades de género estructurales y tradicionales- al aumentar drásticamente la carga de cuidados. Doble efecto: se han acentuado las desigualdades entre hombres y mujeres, y esta acentuación de lo preexistente es de una magnitud tal como para crear nuevas desigualdades.
La innoble desigualdad
Según parece desprenderse del Panorama Social de América Latina 2020, el primer fenómeno social, económico y político que jamás puede postergarse, que nunca puede ser considerado después de otro más englobador o urgente, es el de la desigualdad. Cualquier desfallecimiento en la atención primordial que deben prestarle Estados, gobiernos, empresas, movimientos sociales, organismos internacionales, tiene un precio que cada vez es más alto y más difícil de pagar, una deuda cuyos plazos, por definición, no pueden extenderse en el tiempo.
La desigualdad es el fenómeno mayor, es la explicación de los restantes fenómenos, y es el primer motor y vehículo de los nuevos fenómenos. A los ojos de esta agencia de la ONU, cuya secretaria ejecutiva es desde 2008 la bióloga y diplomática mexicana Alicia Bárcena, la pandemia del Covid-19 se inscribe en la historia social de la desigualdad del continente más desigual antes que en la historia de la biología virósica o en la crónica de las batallas de la epidemiología médica.
AGB
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