OPINIÓN
Así se preparan los seguidores de Trump para el próximo asalto al Capitolio
Las imágenes son terribles; el discurso, aterrador. Si la primera audiencia, el jueves pasado, del comité que investiga el asalto al Capitolio de Estados Unidos en enero de 2021 es representativa de las que vendrán, las sesiones transmitidas por televisión en horario de máxima audiencia serán reveladoras y perturbadoras. Y aunque intentan dilucidar qué pasó un día de invierno de hace 18 meses, no tratan del pasado de Estados Unidos. Son una advertencia sobre el futuro.
No se equivoquen. Las declaraciones sobre lo que ocurrió exactamente cuando una turba violenta irrumpió en los pasillos del Congreso de Estados Unidos con el objetivo de anular unas elecciones presidenciales democráticas e impedir que se pudiera certificar la victoria del candidato demócrata Joe Biden, son una valiosa e impactante aportación a la historia.
La comisión de la Cámara de Representantes que lleva un año investigando el intento de insurrección -y que recabó más de 140.000 documentos y hablado con más de 1.000 testigos- descubrió que cuando Donald Trump supo que los asaltantes gritaban “que cuelguen a Mike Pence”, su vicepresidente, reaccionó con un “se lo merece”.
“Era una carnicería”
De hecho, imágenes inéditas y nuevos testimonios sirven para terminar con opiniones como las de un congresista republicano, que había afirmado que el comportamiento de los asaltantes del Capitolio, fue como el de cualquier “visita turística normal” o que, como seguía insistiendo el jueves el presentador más visto de Fox News, Tucker Carlson, no fue más que un “poco memorable e insignificante brote de violencia”. Por el contrario, Caroline Edwards, una agente de policía que sufrió una lesión cerebral traumática ese día, explicó cómo los insurgentes la estamparon contra una pared dejándola inconsciente y cómo la rociaron con gas pimienta y gases lacrimógenos. Había tanta sangre en el suelo que resbaló. “Era una carnicería”, afirmó. “El caos”.
Además, el entorno de Trump sabía que los actos violentos fueron provocados por una mentira. Ellos sabían perfectamente que Biden había ganado las elecciones presidenciales y que el candidato republicano las había perdido. El fiscal general de Trump, William Barr, declaró que en su opinión la afirmación de que las elecciones de 2020 habían sido robadas era “una sandez”. La hija de Trump, Ivanka, estuvo de acuerdo.
Muchos de los republicanos del Congreso que ese día apoyaron la mentira sabían que era una estupidez, y sabían que estaban rompiendo su juramento al consentirla. Los investigadores han descubierto que “muchos” congresistas republicanos se apresuraron a pedir el perdón presidencial a Trump por lo que hicieron, es decir, por intentar anular unas elecciones legítimas.
Algunos republicanos se consuelan pensando que ahora mismo los votantes tienen otras preocupaciones en la cabeza, que a medida que se acercan las elecciones legislativas los estadounidenses estarán más preocupados por una inflación que Biden no consigue frenar que por la incitación de Trump a una insurrección. Esperan que el precio de la gasolina, a 10 dólares el galón, importe más que la gasolina que el presidente republicano echó al fuego de la ira de sus partidarios hace año y medio.
Por desgracia, en lo que respecta a la política esa previsión podría ser correcta. Es poco probable que los demócratas cambien los resultados de su partido con un argumento, aunque sea convincente, sobre el pasado. Pero eso no convierte los hechos del 6 de enero de 2021 en una causa perdida, y mucho menos irrelevante. Porque lo que se está investigando no es el pasado. Es el presente.
La prueba más evidente de que no se están investigando hechos pasados es el propio Trump. Ha tenido algunos contratiempos en esta temporada de primarias, en la que no siempre se han impuesto sus candidatos favoritos en las luchas internas del partido, pero su control sobre el partido republicano perdura. La mayoría asume que si Trump quiere ser el candidato presidencial republicano en 2024, lo será. Por supuesto, sigue sin mostrar ningún tipo de arrepentimiento por el asalto al Capitolio. En vísperas de la primera sesión sobre el asalto, publicó en sus redes sociales que ese día “representó el mayor movimiento de la historia de Estados Unidos para volver a ser un gran país”.
Pero incluso si Trump no vuelve, o no intenta volver, a la Casa Blanca, lo cierto es que el expresidente estará presente en el futuro de Estados Unidos. Sean cuales sean sus próximos movimientos personales, el trumpismo es ahora el credo que define a la tribu republicana. Las encuestas revelan que una gran mayoría de los votantes republicanos creen la mentira que él ha consolidado -que las últimas elecciones presidenciales estaban amañadas- y están convencidos de que Trump ganó los comicios de noviembre de 2020.
Cambio de leyes electorales
Con independencia de que en las próximas elecciones el candidato presidencial republicano sea finalmente Trump o un político más disciplinado -como el gobernador de Florida Ron DeSantis-, el trumpismo, permanentemente en pie de guerra y con su desprecio por las normas democráticas, está ahora muy presente en el paisaje estadounidense.
Esta es la razón por la que las sesiones que se están celebrando deberían considerarse más como una advertencia sobre el futuro que como un juicio de hechos del pasado. El 6 de enero de 2021, los partidarios de Trump estaban decididos a trastocar unas elecciones democráticas. Fracasaron solo porque el país contaba con garantías y salvaguardas para impedirlo, ya sea funcionarios electorales estatales decididos a contar los votos y a contarlos de forma justa, o un sistema judicial que desestimó la veracidad de las alegaciones de fraude electoral. Pero en 2024 la situación habrá cambiado porque los republicanos se han ocupado de que así sea.
Los republicanos han estado trabajando, de forma metódica y en estados de todo el país, para desmantelar las garantías que sostienen la democracia estadounidense. Solo en 2021, al menos 19 estados gobernados por los republicanos aprobaron medidas cuyo propósito oficial era atajar el (inexistente) fraude electoral, pero cuyo efecto práctico será la supresión de votantes, dificultando el voto de los estadounidenses de bajos ingresos y de las minorías en particular. Los esfuerzos por socavar la democracia no han terminado.
Lo más alarmante es que varias cámaras locales de mayoría republicana, los órganos depositarios del poder legislativo en los 50 estados, han tratado de ponerse a sí mismas o a sus aliados a cargo de lo que solía ser una maquinaria electoral no partidista, instalando a los republicanos -incluyendo a los leales a Trump- en las oficinas donde se cuentan y certifican los votos. Peor aún, hay movimientos para hacer que las legislaturas estatales sean la única autoridad que pueda gestionar los comicios, terminando con el papel que desempeñan los tribunales. Por ejemplo, los republicanos que controlan la legislatura de Wisconsin podrían decidir que ellos y sólo ellos asignarán los votos electorales del estado, independientemente de a quién hayan votado los ciudadanos de este estado. Si se pudiera volver a los comicios de 2020 en este nuevo entorno alterado, los estados que se mantuvieron firmes en esa ocasión y dieron a Biden la victoria que había ganado legítimamente, podrían entregar el poder en 2024 al perdedor.
El aniversario del Watergate
El cambio clave aquí está en el propio partido republicano. El jueves por la noche, Liz Cheney, vicepresidenta de la comisión de la Cámara de Representantes que investiga el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, hizo una labor admirable al decir a sus compañeros republicanos que cuando Trump se vaya su “deshonra permanecerá”. Se trata de una política atípica, aislada y condenada al ostracismo en su partido.
Este viernes se cumple el 50º aniversario de las escuchas del Watergate. Pero si ese hecho ocurriera ahora, se desarrollaría de manera muy diferente. Los medios de comunicación de la derecha ni siquiera lo cubrirían, al igual que la Fox no cubrió la primera sesión del jueves pasado. En estos momentos, no se concibe que los republicanos del Senado se vuelvan contra un presidente republicano de la forma en que sus predecesores se volvieron contra Richard Nixon cuando se demostró que estaba detrás de las escuchas ilegales del edificio Watergate, expulsándolo de la Casa Blanca. Podemos hacer esta afirmación porque sabemos que no se han puesto en contra de Trump a pesar de lo sucedido.
Hace casi una década, el académico David Runciman escribió un libro titulado La trampa de la confianza. Argumentaba que el problema de la democracia es que cada vez que sobrevive a una crisis, la gente asume erróneamente que es indestructible.
Confiamos en que la democracia puede sobrevivir a cualquier ataque si ha sobrevivido al último. En los Estados Unidos de hoy, esa confianza parece no tener sentido. Estados Unidos sobrevivió por poco a Trump el 6 de enero de 2021 y las salvaguardas que lograron frenar el ataque se debilitan cada día que pasa.
Traducción de Emma Reverter.
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