Amable orfandad
Hoy comienzo un proceso de ensayos.
Hasta recién, no sabía acerca de qué escribir la columna de hoy. Me siento vacía, vaciada, sin capacidad de observación. Y si bien la mañana se me despejó mágicamente, no sabía acerca de qué escribir. Consideré en un momento abordar el tópico: “Por momentos, una orfandad tan grande que el hueco en el vientre podría auto tragarme.” Eso siempre.
Pero hoy, recién, releo lo que tengo escrito para los actores y actrices. Ellxs no lo han leído aún, yo no les conté. Planeo el encuentro de hoy. En principio sé que necesito estar lo más despejada y abierta posible, receptiva: puedo, incluso, ir con orfandad. Con angustia de esa que nubla los ojos ya no tanto. Pero sí orfandad.
La última vez que ensayamos algo ellxs cuatro y yo juntxs fue hace… ¿trece años? La última obra que estrenamos con tres de ellxs fue hace diez años, así que es probable que sí. O doce. Y después volvimos a viajar juntxs a reponer una obra anterior pero Pilar, a punto de tener su primer hijo, no pudo viajar.
Así que así, ellxs cuatro y yo, en un espacio físico una tarde de febrero de calor, esto es el auténtico milagro del encuentro, un regalo del tiempo.
Esta semana arranca poderosa ya: un encuentro con el club Paraíso, otra juntada de gente con mucho de lo que queremos que el mundo sea, por lo menos el del teatro y la danza, que algo es, o de cómo pensar ese mundo, o seguir ejerciéndolo. Luego, renovado malestar en la panza de mi madre que nos conduce a la guardia del Italiano con el peor pánico a la terapia intensiva y recuerdos nefastos de pandemia, por suerte, con resolución de diagnóstico alentador. Seguido por el primer encuentro con el nuevo grupo de alumnes de clínica de obra de Proa, el encuentro con gente y sus obras, en las que tanto ponen, acompañar ese proceso, también es siempre algo movilizante.
Para llegar hoy al reencuentro de unos cuerpos en un espacio en el que ya se encontraron antes, otros, hace mucho, nosotrxs en otros, con menos tiempo encima, el tiempo del desgaste de haber estado en el mundo y de esa fascinación.
Con esos cuatro cuerpos, Esteban, Esteban, Susana y Pilar, uf, toda una eternidad.
Empezamos en el garage prestado de una casa en Villa Crespo, Esteban, Esteban y Pilar, se juntan a ensayar algo, me llaman a mí, los miro, improvisamos, les escribo, estrenamos una primera obra, la hacemos mucho en el Callejón, la gente viene, ya vino la familia, ya vinieron los amigos, le gente sigue viniendo, no conozco a la mayoría de esta gente que viene, me da ganas de pararme en la entrada a preguntarles por qué nos vienen a ver. Hacemos una extraña gira de verano por el País Vasco. El señor S nos da un premio en plata por esa obra y con eso hacemos la segunda y se suma Susana, que vino a ver la anterior, se animó a decirme que le gustó, y eso hizo que me animara a convocarla para la nueva.
Esta vez escribo, ensayamos, estrenamos en el mismo Callejón y la gente viene viene viene. Hacemos una temporada en un diciembre en París, más giras por Francia, algunos festivales de España y Brasil. La hacemos la hacemos la hacemos, la hacemos mucho.
Escribo una tercera obra para ellxs cuatro. La leemos todxs en un departamento de alquiler en París, mientras estamos haciendo la obra anterior allá. Y no que París sea algo a lo que haya que aspirar ni mucho menos. Es sólo que estamos ahí porque fuimos contratados por una obra que hicimos con todo el amor y la fe del mundo y a alguien le gustó y le pareció que podíamos hacerla también ahí y la alegría de todos nosotros que somos hijxs de familias en las que nadie se había dedicado al arte antes y esa felicidad, la de haberse animado a ese salto o no haberlo podido evitar y que después encima se transforme en una profesión, esa felicidad.
Cuando volvemos empezamos a ensayar esa tercera obra juntos, en el Espacio Callejón. Tenemos sala para estrenarla, tenemos coproducción, pero uno de nosotrxs no va a poder hacerla, va a tener un hijo, lo contratan de la televisión, no va a poder, por un tiempo, seguir con el ritmo del independiente.
Quedamos devastados, pensamos que no se puede seguir, pero otro actor hace su personaje y seguimos adelante y ensayamos y estrenamos y la gente la viene a ver, por suerte, una vez más. Con esa también viajamos mucho pero no nos va tan bien en la gira por España y Francia. Por suerte, cuando volvemos a Buenos Aires podemos hacerla otro tanto en el vientre Callejón y nos sacamos el mal sabor de la incomprensión, de cuando la obra no sucede.
Después de eso, hago dos obras más, ninguna con la compañía, y todos ellos trabajan sin cesar en obras, películas y televisión: es una profesión que ha llegado para quedarse, en la vida de todxs. Eso es algo que no estaba tan claro en ese primer proyecto, ¿o acaso sí?
Yo no sé acerca de qué escribir esta semana, voy embargada de esta emoción: la de una serie de cuerpos viviéndose cerca, lejos, pero siempre cerca; la de ese amor por gente con la que se piensa el mundo; donde la profesión tiene todo el peso de ser una profesión y con eso sería suficiente pero en este caso por momentos o todo el tiempo, además, toma el peso de causa y hace que la orfandad sea un modo posible de estar en el mundo, cuando se la comparte.
RP
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