La ambición de Córdoba y el desafío a Buenos Aires
Durante el 2021, Córdoba concitó la atención de los diarios y los portales de noticias en más de una ocasión. De los muchos episodios que involucraron a la provincia mediterránea dos merecen destacarse. El primero tuvo por protagonista al presidente de la república. A principios de noviembre, Alberto Fernández reclamó que Córdoba, “de una vez por todas se integre al país, para que de una vez y para siempre sea parte de la Argentina”. Su invitación a deponer esa “necesidad de siempre parecer algo distinto” estaba motivada por el hecho de que, desde el punto de vista del primer mandatario, el electorado cordobés vota mal. En efecto, al momento de ir a las urnas, Córdoba suele manifestar preferencias que no son las más apreciadas en el seno del grupo político del que el presidente de la república forma parte.
El segundo evento, más que un supuesto desvío respecto del patrón de normalidad política, revela, por sobre todas las cosas, la ambición de la elite empresaria cordobesa. En diciembre, la Fundación Mediterránea informó que había resuelto convocar a un economista de alto perfil público para liderar sus equipos de investigación. Lo interesante del anuncio no es que este poderoso think tank –uno de los más influyentes del país y una voz siempre escuchada en los círculos de poder–, haya sumado a su equipo al pintoresco Carlos Melconian, sino que lo hiciera con el objetivo de diseñar un plan económico que, según perciben los círculos empresarios de esa provincia, a nuestro país le está faltando.
Ambos episodios nos ayudan a trazar el perfil público de esta provincia singular. Córdoba no sólo es distinta y en gran medida opositora, sino que también posee una vocación de liderazgo en el plano nacional muy superior a la de cualquier otra provincia de nuestra república que no se circunscribe a su elite empresarial. Fuera de Buenos Aires, no hay otro distrito tan ambicioso como Córdoba, tan dispuesto a marcar sus diferencias con el poder nacional. Y es importante recordar que este fenómeno, que muchas veces es concebido como una reacción ante las iniciativas políticas de los gobiernos de Néstor y sobre todo de Cristina Kirchner, tiene raíces que van mucho más allá del escenario que cobró forma en la primera década del siglo XXI. No nació con el conflicto del campo de 2008, que convirtió a Córdoba en la capital nacional del anti-kirchnerismo y, desde 2015, en el gran baluarte electoral de la coalición electoral forjada por Mauricio Macri y su programa de centro-derecha, sino que está íntimamente asociada a la experiencia histórica de una provincia que, desde muy temprano, siempre aspiró a ocupar el lugar de contendiente y contrapeso de la todopoderosa Buenos Aires.
Córdoba no sólo es distinta y en gran medida opositora, sino que también posee una vocación de liderazgo en el plano nacional muy superior a la de cualquier otra provincia de nuestra república que no se circunscribe a su elite empresarial
Para formarse una idea de cuán potente es la vocación de protagonismo de Córdoba conviene analizar el fenómeno atendiendo a dos planos de análisis. El primero refiere a la política nacional. Como en muchos otros aspectos, la Argentina es, desde el punto de vista político, un país muy centralizado. Con más de 3.600 kilómetros de extensión de norte a sur, y cerca de 3 millones de kilómetros cuadrados de extensión, es el octavo estado más grande del mundo. Sin embargo, casi toda su vida política transcurre a menos de 30 kilómetros de la Plaza de Mayo (la ciudad de La Plata no forma ni nunca formó parte de este círculo mágico). En esa pequeña geografía también está localizado el sistema de medios que estructura el debate público nacional. Las pocas cuadras que separan al Congreso de la Casa Rosada constituyen el eje en torno al cual gira la política argentina. Nuestras principales organizaciones partidarias, bien implantadas en el vasto territorio de la federación, posee su centro de comando en ese espacio. De hecho, desde que se organizó como un único estado en la década de 1860, muy pocos eventos políticos verdaderamente significativos tuvieron lugar fuera de Buenos Aires.
Nuestra sociedad, siempre díscola y movilizada, también se mueve al ritmo que le impone un juego político muy centralizado. La Argentina no tuvo Vendées o Cristiadas, y tampoco Columnas Prestes, o Emilianos Zapatas, esto es, movimientos políticos capaces de movilizar el potencial contestatario de las periferias contra los arreglos forjados en la capital. Los actores que dominaron la calle y la plaza en la era democrática inaugurada por la reforma electoral de Roque Sáenz Peña y que incidieron sobre el destino de la república –el pueblo radical en las décadas de 1910 y 1920, los descamisados en las décadas de 1940 y 1950, las juventudes rebeldes de las décadas de 1960 y 1970, los movimientos de desocupados y las jóvenes de pañuelo verde en nuestros tiempos, así como los que, que de un modo u otro, se les opusieron– son, todos ellos, criaturas nacidas en el centro o en los bordes de la gran ciudad. “Dios atiende en Buenos Aires”, se decía en el siglo XIX y esa expresión no ha perdido vigencia en nuestros días. Fuera de Buenos Aires hay política –mucha y muy intensa–, pero ésta suele ser política local, de escaso impacto fuera de la provincia que la produce (quizás la movilización ambientalista hoy en ascenso esté alterando este patrón). No hay duda de que, en las últimas décadas, la política se ha vuelto más territorial, y el comportamiento de los partidos políticos y sus votantes se ha tornado más distintivamente local. Pero la disputa de poder capaz de torcer el curso de los acontecimientos nacionales es, casi sin excepción, la que orbita en torno a la Plaza de Mayo.
Esta máxima se aplica a todo el territorio nacional pero no a Córdoba. Enfoquemos entonces la atención en la escena pública de este distrito, toda vez que este ejercicio nos permite observar cuán arraigada se encuentra esta vocación de protagonismo en la cultura política cordobesa. Una somera referencia a algunos de los momentos en que Córdoba concitó la atención del país nos recuerda que el deseo de proyectarse más allá del escenario provincial ha acompañado a los grupos dirigentes y los actores que animan la vida cívica de la provincia mediterránea desde antes de que la Argentina encontrara su forma.
El deseo de proyectarse más allá del escenario provincial ha acompañado a los grupos dirigentes y los actores que animan la vida cívica de la provincia mediterránea desde antes de que la Argentina encontrara su forma
En efecto, es bueno recordar que, en un conocido pasaje del Facundo (1845), Sarmiento había sugerido que esa Argentina todavía invertebrada estaba dominada por la disputa entre ciudad y campo pero también dividida entre dos ciudades, Córdoba y Buenos Aires, que para entonces ya se erigían en opciones antagónicas en la vida pública. Sarmiento, que nunca había pisado Buenos Aires, sabía que la orgullosa urbe que mira al Río de la Plata no era la única ciudad que contaba. Entrada la era constitucional, la llegada de Miguel Juárez Celman a la presidencia (1886) tuvo algo de conquista de la capital federal por la elite dirigente cordobesa, que fue muy resentida por los porteños (cuando Juárez fue obligado a renunciar en 1890, su caída fue festejada con esta estrofa: “ya se fue/ya se fue/el burrito cordobés”). En 1918, con la Reforma Universitaria, los estudiantes de Córdoba dieron vida a un movimiento de protesta cuyos ecos resonaron en Buenos Aires pero también más allá de las fronteras del país. Y un tercio de siglo más tarde, en 1955, el general Eduardo Lonardi eligió a Córdoba como plataforma para alzarse contra el gobierno de Perón; por unos días, incluso, la Revolución Libertadora convirtió a Córdoba en capital provisional de esa fracción del país decidida a abolir la experiencia peronista. A fines de la década siguiente, la ciudad mediterránea volvió a ser noticia nacional, cuando la conquista de la calle por trabajadores y estudiantes –el Cordobazo de 1969– desafió a la dictadura del general Juan Carlos Onganía, resquebrajando los pilares de un régimen que apenas tres años antes había proclamado su deseo de permanecer en el poder todo el tiempo que lo creyera necesario.
A la luz de esta rica historia de protagonismo mediterráneo en la vida pública nacional no parece casual que sus elites gobernantes de la última década hayan recurrido al tópico del “cordobesismo” para subrayar sus diferencias con el peronismo de Buenos Aires y, a la vez, para dar cuenta de su vocación de exportar su proyecto de poder. No puede dejar de llamar la atención que, mientras los grupos dirigentes de San Luis o Mendoza cada tanto fantasean irresponsablemente con la idea de secesión (el oficialismo mendocino lo hizo varias veces en estos últimos dos años), Córdoba apunta en la dirección contraria. Para decirlo con Albert Hirschman: Córdoba no es salida sino voz, y una voz convencida de que tiene los recursos y la legitimidad como para hacer sentir su influjo más allá de los límites de la provincia. De hecho, no es casual que su diario más leído se llame La Voz del Interior.
¿De dónde nace esta vocación de protagonismo? Algunos sugieren que el fenómeno está asociado a la pujanza del empresariado cordobés, al dinamismo de su tejido productivo. Sin embargo, esta dimensión no parece tan decisiva por cuanto la economía de la provincia experimentó grandes transformaciones a lo largo del tiempo, renovando una y otra vez el perfil y la composición de su elite propietaria. Sin embargo, pese a todas estas mudanzas, Córdoba nunca cedió en su deseo de contender con Buenos Aires. Ya lo hacía a fines del siglo XIX y la primeras décadas del XX, cuando era una economía agraria y comercial, y lo volvió a hacer en la era desarrollista cuando, empujada por la radicación de grandes plantas automotrices, se convirtió en el hogar de la industria más pujante y moderna del país. Sigue haciéndolo en nuestro tiempo cuando la manufactura ya no constituye la estrella más brillante de su firmamento productivo y cuando, de la mano de la soja y la siembra directa, el campo vuelve a desempeñar un papel de relieve en la economía provincial. Con el paso de las décadas Córdoba sufrió transformaciones económicas que alteraron drásticamente el peso relativo de los distintos grupos que componen su empresariado, incorporando nuevos nombres a sus círculos de poder y marginando otros, pero siempre mantuvo su vocación de protagonismo. Por supuesto, el desafío que supone Córdoba tampoco está asociado a una idea particular de nación: Córdoba fue cosas muy distintas a lo largo de su historia –la Córdoba católica y la Córdoba laica, la contestataria y la conservadora, la radical y la peronista– pero, en ningún caso, dejó de hacer importantes apuestas.
En este punto, una rápida comparación con Santa Fe nos ayuda a precisar mejor los contornos del problema. Ambas poseen una gravitación demográfica y económica similar, que las ubica por detrás de Buenos Aires pero a buena distancia del resto de las provincias del país. Córdoba y Santa Fe cuentan con unos 3,3 millones de habitantes, una estructura productiva que combina agro, servicios e industria, y un producto per cápita del mismo rango. En la vida pública, sin embargo, no son equivalentes. En ningún momento de la era constitucional Santa Fe desafió a Buenos Aires, ni construyó su identidad política en abierta oposición a la Reina del Plata.
En parte, ello se debe a que Santa Fe vivió por muchas décadas dividida contra sí misma, en un conflicto entre la ciudad de Santa Fe, su capital histórica, y Rosario, su polo más dinámico y la ciudad de mayor crecimiento de nuestro país en el último siglo y medio. La historia de esta provincia litoral está atravesada por la tensión entre una capital que representaba el poder y el pasado y una región mucho más pujante y de prosperidad más reciente, pero subordinada. Este desajuste produjo hondas divisiones políticas e introdujo un hiato entre el mundo del poder y las instituciones y el de la sociedad y la economía. Inmersa en esa disputa que acotó la influencia de los grupos más dinámicos de la provincia y orientó sus energías hacia temas de importancia sólo local –fue la provincia donde la lucha por el gobierno autónomo municipal más pasión suscitó–, Santa Fe tuvo dificultades para erguirse sobre sus propios pies y proyectar su voz sobre el plano nacional. Todo lo contrario de Córdoba, cuyo crecimiento económico nunca dejó de fortalecer a los actores que dominaban la vida de su capital.
La comparación con Santa Fe invita a poner de relieve otro rasgo singular de Córdoba: su localización. La provincia está enclavada en el centro geográfico del país. No hay ninguna que limite con tantas provincias (son siete), que la rodean por sus cuatro costados. No es casual que, durante mucho tiempo, Córdoba fuese el punto de encuentro y el nexo obligado entre la Argentina interior y la pampeana y litoral. Y ello, sumado a su gravitación económica –desde el comienzo superior a la de cualquier otra provincia del interior– contribuyó a hacer de Córdoba un articulador natural de ese heterogéneo conglomerado. El hecho de que los empresarios de la provincia eligieran el nombre de Fundación Mediterránea para bautizar al influyente think-tank que crearon en 1977 nos dice mucho sobre cuánto valoran los cordobeses la posición que ocupan en el mapa de nuestro país.
Pero Córdoba tiene un relieve particular por cuanto amplifica estas fortalezas –su peso económico, su localización– con algo menos tangible pero igualmente decisivo como es su enorme gravitación en el plano cultural. Hay que insistir nuevamente en que, en este aspecto, la clave del ascendiente de la provincia mediterránea no está ni estuvo asociado al poder seductor de un cierto tipo de ideas o una corriente de opinión particular. Sin duda, la opinión dominante en la provincia se identifica con el clima conservador que impera en el interior del nuestro país. Sin embargo, a lo largo del tiempo Córdoba significó muchas cosas, todas las cuales tuvieron eco más allá de sus fronteras. Esto es así porque las ideas y las tradiciones sólo adquieren verdadera importancia en la medida en que se apoyan sobre soportes institucionales y materiales que les permiten trascender los espacios que les dieron origen. Sin esas plataformas, las ideas tienen poco impacto y poco alcance. Y aunque está muy lejos de igualar el influjo de la poderosa Buenos Aires, Córdoba es el distrito con las instituciones culturales más potentes de nuestro interior.
Y aunque está muy lejos de igualar el influjo de la poderosa Buenos Aires, Córdoba es el distrito con las instituciones culturales más potentes de nuestro interior
Esta condición se observa tanto en la cultura de elite como en la de masas. En Córdoba nació la primera universidad del país, surgida dos siglos antes de la Universidad de Buenos Aires. El entramado de instituciones crecidas en torno a la Casa de Trejo ejerció desde muy temprano un fuerte influjo sobre las clases educadas del interior, en particular del noroeste. Fue, además, y durante mucho tiempo, la única ciudad del interior dotada de una industria editorial capaz de producir libros. En Córdoba, ese pasado evoca nostalgias de un tiempo mejor pero también ha estimulado, una y otra vez, ambiciones presentes.
La construcción de una voz cordobesa en la vida pública nacional germinó en ese entorno, y se benefició de los procesos de socialización que tuvieron lugar en sus instituciones universitarias (o en relación con esas aulas). A ello hay que agregar que esta provincia posee el único sistema de medios capaz de moderar el predominio de las industrias culturales radicadas en Buenos Aires. El influjo de La Voz del Interior, hoy su periódico más relevante, no se limita a Córdoba. Otro tanto puede decirse de Cadena 3, la poderosa radio cordobesa, muy escuchada más allá de los límites de la provincia. Otros ejemplos podrían agregarse a esta lista. ¿Es casual que la única revista del interior que logró ganarse un lugar en el mercado porteño fuese Hortensia, un producto cordobés? ¿O que el principal festival de música popular del país, Cosquín, tenga lugar en esa provincia? ¿O que el cuarteto y sus intérpretes hayan trascendido sus fronteras?
La existencia de un foco de irradiación de cultura de gran envergadura también ayuda a entender la potencia de los proyectos que impugnaron las ideas o las políticas de los actores que dominaban sus instituciones, comenzando con los liberales laicos del siglo XIX y los estudiantes de la Reforma Universitaria. Y explica, asimismo, por qué en un lugar como Córdoba pudo florecer una iniciativa como la que encaró José Aricó que, surgida en la vereda de enfrente de la Casa de Trejo (con la que estableció una relación a la vez polémica y dependiente), tuvo una enorme capacidad para renovar y sofisticar la cultura letrada de la izquierda socialista. Es sabido que el más erudito de nuestros marxistas –una figura de proyección no sólo argentina sino también latinoamericana– no se destacó tanto por la originalidad de sus contribuciones escritas o el vuelo de sus ideas como por su labor como inspirador de un nuevo canon de lecturas. ¿Es posible imaginar el sueño letrado que ese joven bibliotecario de Villa María comenzó a perfilar en los años peronistas (es decir, antes de que Córdoba pudiera ser imaginada como una “Turín latinoamericana”) sin hacer referencia a su relación con las elites intelectuales y las instituciones culturales de su provincia? El proyecto político-intelectual de Pasado y Presente y los gramscianos cordobeses surgió en este contexto a la vez atractivo y exigente, hostil y estimulante. Al igual que sucede con la Fundación Mediterránea, su deriva no puede entenderse sin referirla al peculiar escenario provincial que le dio origen y que fue decisivo para su formulación.
¿Qué hace distinta a Córdoba? ¿Qué factores permiten que los actores que animan su vida pública conciban proyectos de mayor alcance que los que suelen predominar en otras provincias argentinas? Esquematizando el argumento sugerido en estos párrafos, su originalidad podría sintetizarse como una singular combinación de escala, localización y potencia cultural, todo ello apoyado sobre la memoria de una historia de protagonismo varias veces secular. No sabemos cómo terminará la osada apuesta de la Fundación Mediterránea a la que hicimos referencia al comienzo de esta nota. De lo que sí podemos estar seguros es de que no será la última vez que escucharemos hablar de Córdoba y de sus esfuerzos por dejar su marca en la historia nacional.
RH
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