Anatomía de un derrumbe
Pablo Gerchunoff (PG): ¿De dónde partirías para tratar este tema: 20 años del 2001? Causas y consecuencias.
Roy Hora (RH): Crisis es una palabra polisémica, y por definición un fenómeno complejo, que hay que abordar desde distintos ángulos. Algunos títulos: crisis de la convertibilidad, crisis social, saqueos y protestas en las calles, impugnación a la dirigencia política, crisis institucional. Para abordar la crisis de 2001 yo empezaría poniendo el foco en el plano político. Y me tomo de la idea de expectativas frustradas con el gobierno de la Alianza. Tras casi una década de victorias del peronismo pro-mercado (91, 93, 95), el gobierno comenzó a perder fuerza. Y llegó el turno de la oposición, de la Alianza Unión Cívica Radical-Frepaso, que fue a las elecciones de 1997 y sobre todo de octubre del 99 con mucho éxito. En 1999, Fernando de la Rúa-Carlos Chacho Álvarez recibieron el 48% de los sufragios, Eduardo Duhalde-Ramón Palito Ortega, el 38%. Una victoria significativa, pero seguida muy pronto por una brutal devaluación del capital político del gobierno, que dejó a esa Alianza muy debilitada para enfrentar los sucesos de noviembre y diciembre del 2001. El hito que nos da una idea de la magnitud de ese derrumbe son las elecciones del 14 de octubre de 2001. A dos años de haber obtenido 48% de los sufragios, cayó a 22%. Perdió 26 puntos. Además de eso hubo muchos votos en blanco, mucha abstención. Y mucho voto impugnado, sobre todo entre los jóvenes. Fue el derrumbe político más importante de la era democrática y quizás de toda la historia argentina, en términos de devaluación del capital político de un gobierno en ejercicio. Difícil enfrentar grandes desafíos como el fin de la convertibilidad en esas circunstancias.
PG: Para los jóvenes que no vivieron ese momento, ¿vos decís que entonces se podía percibir que estaba en riesgo la democracia recuperada en 1983?
RH: No. Y a propósito me gustaría establecer una comparación con otro momento de derrumbe, asociado también a una enorme frustración de expectativas. Me refiero al gobierno de Perón-Perón del 73-76. ¿Cómo terminó? Con un golpe militar. En 2001 el camino fue otro, por suerte, y ahí vemos una diferencia crucial respecto a ese otro momento de fractura y colapso de un gobierno.
PG: La salida democrática de 2001.
RH: Pese al amplísimo descontento ciudadano, a que sus propios votantes le dieron la espalda a De la Rúa, en 2001 no había otro horizonte político que el democrático. La consigna fue “que se vayan todos”, que era un reclamo de renovación de la dirigencia política, no de reemplazo del sistema político. Entonces, moviendo el foco, podemos pasar a esta otra pregunta, ¿por qué tanto malestar ciudadano? A veces se olvida que ese malestar, el núcleo de la disconformidad, tiene que ver con que a la convertibilidad le estaba yendo muy mal.
La crisis de la convertibilidad también nos pudo haber llevado a un lugar inhóspito, pero el sistema político nos salvó de ese destino
PG: A la convertibilidad le estaba yendo muy mal, pero el 60% o más de los argentinos no querían salir de la convertibilidad y por lo tanto culpaban al gobierno de no saber administrar la convertibilidad.
RH: Exactamente. La Alianza fue la oferta pro-convertibilidad en la elección del 99.
PG: Tal cual, mientras Duhalde, de manera un poco ambigua, estaba hablando de una salida de la convertibilidad. Por eso le gustaba a Alfonsín y por eso terminaron juntos (después del 2001).
RH: Recordar cuánto eco tuvo la apuesta de la Alianza a reverdecer la convertibilidad nos ayuda a entender esa expectativa frustrada, por qué cayó tanto y tan rápido el apoyo al gobierno elegido en 1999. Porque De la Rúa no logró revitalizar la convertibilidad. En 1999 o 2000 no había una impugnación masiva, como sí hubo más tarde, a los “años 90”, a la década neoliberal en su conjunto. Y ese consenso popular pro-convertibilidad metió a la Alianza en un sendero del que era difícil salirse. Esto no quiere decir que el catastrófico fin de la convertibilidad estuviera escrito de antemano. Siempre hay historia, incertidumbre. Pero el margen de maniobra no era tanto.
PG: A mí me gustaría incorporar a esta charla una visión comparativa de la crisis de la convertibilidad con otras crisis, partiendo del siguiente punto: la convertibilidad es muy parecida al patrón oro, pero con una diferencia que la hacía más débil. Era un fenómeno exótico, inventado en la Argentina y en unos pocos países más, los países bálticos, por ejemplo, que salían del colapso de la Unión Soviética, mientras que el patrón oro había sido un sistema monetario mundial. Pero una cosa que nos enseñan las crisis de cuasi patrón oro o patrón oro es que los efectos de una deflación son a veces tanto o más dolorosos que los efectos de un régimen de alta inflación. Esto pasó acá. Por eso la deflación y el desempleo vinieron juntos, por eso la ruptura de los contratos. Pero en otros países, si nos vamos para atrás a la década de 1930 y vemos la ruptura del patrón oro, pasaron cosas parecidas. Voy a tomar tres ejemplos para escaparnos un poco de la circunstancia local y formularnos una pregunta sobre el efecto político y económico de las grandes crisis. El año 1931 fue sombrío, el final del patrón oro. De ese colapso nacieron dos cambios políticos muy profundos, prácticamente al mismo tiempo, a comienzos de 1933, entre enero y abril. Uno en Estados Unidos: Franklin Delano Roosevelt fue un cambio muy profundo en la política y en la economía norteamericana. Y del otro lado del océano, en Alemania, Adolf Hitler, que casi coincide en el momento de la asunción.
RH: Proyectos que van en direcciones contrapuestas: a la derecha y a la izquierda.
PG: La crisis del patrón oro se puede disparar en cualquier dirección. Y la crisis de la convertibilidad -en ese sentido, apoyo tu punto acerca de la incertidumbre sobre el futuro- también nos pudo haber llevado a un lugar inhóspito, pero el sistema político nos salvó de ese destino. Entonces, esos dos ejemplos me parecen interesantes porque evocan la crisis del patrón oro, porque la convertibilidad lo evocaba. También quiero señalar un tercer ejemplo, que no tiene que ver con el patrón oro, sino que tiene que ver con un país que nos llama siempre la atención, Venezuela. Y no puedo dejar de pensar, cada vez que pienso en el Caracazo de febrero-marzo del 89, que, con un efecto retardado, Chávez fue un producto de esa crisis. No fue un efecto inmediato, la historia en detalle no importa, pero Chávez es un hijo del Caracazo. Lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿cuáles son los hijos de la crisis de la convertibilidad del 2001?
RH: El curso de la historia no estaba determinado, pero en esos últimos años de la convertibilidad, y pese a que ese régimen contaba con una base de apoyos sustantiva, también estaba siendo erosionado por una demanda de mayor inclusión social. Esa demanda no terminó de alcanzar volumen hasta que se produjo la crisis definitiva, con todas sus secuelas de dolor y sufrimiento, y aún así no era la única opción en danza. Uno debería recordar que en la elección del 2003 el hecho de que Menem saliera primero, el hecho de que Ricardo López Murphy tuviera más de un 15% de los sufragios, nos está mostrando que había un bloque ortodoxo, que apuntaba en otra dirección...
PG: Ortodoxo, liberal, o patrón oro, sobre todo porque el programa de López Murphy dentro del gobierno de De la Rúa era un intento de salvar a la convertibilidad.
RH: Creo que aún teniendo en cuenta la presencia de esa casi media Argentina que creía que había que persistir por el camino abierto por la convertibilidad y la reforma pro-mercado, desde 2002 la balanza se estaba inclinando en la otra dirección. Sobre todo porque el costo social de la ruptura de los contratos, del estallido de la convertibilidad, del aumento de la pobreza y el desempleo, puso a la agenda social en el centro de las preocupaciones. Y esa agenda pronto se transformó en un proyecto de reparación de las injusticias sociales ya no solo de la crisis de 2001 sino del propio régimen de cambio fijo inaugurado en 1991.
PG: Alto desempleo a la intemperie.
RH: No quiero sugerir que el kirchnerismo ya estaba contenido en esa crisis, pero me parece que la salida en dirección a un Estado con más peso en la vida económica, hacia un programa de expansión de derechos sociales, de protección de los desempleados y los más desfavorecidos, era la apuesta ganadora.
PG: Podía ser con otros estilos, con otras herramientas, más moderado o más intenso, pero efectivamente iba a ir en esa línea.
RH: Ahí quedó bosquejada la avenida por la cual iba a transcurrir la vida política argentina en la década y media posterior al 2001. De todos modos, y contra las visiones deterministas, quisiera señalar que, así como la orientación de la política pública podría haber sido otra, también la crisis política podría haberse profundizado. Aún si la legitimidad de la opción democrática estaba muy extendida, eso no aseguraba orden, ni estabilidad política. Por eso tengo una valoración muy positiva, en este plano, tanto del momento Alfonsín-Duhalde como del momento Kirchner. En medio de la tormenta, lograron restaurar la autoridad de la Casa Rosada y devolverle prestigio a la clase política, algo que en los meses que siguieron a diciembre de 2001 estaba en duda. El “que se vayan todos” podría haber terminado mal.
Fue el derrumbe político más importante de la era democrática y quizás de toda la historia argentina, en términos de devaluación del capital político de un gobierno en ejercicio
PG: Quiero destacar ciertos efectos persistentes que, a mi juicio, son consecuencias del 2001. El primero de ellos es el sesgo anti reformista que tuvieron todos los gobiernos posteriores, desde 2003 hasta 2015. Fue creciendo en ellos un sesgo de política contra las reformas económicas, contra las reformas de mercado, contra la apertura económica. Eso fue distinto a lo que ocurrió en el resto de la región, donde, o las cosas siguieron como antes o pasaron cosas como la transición acordada entre Fernando Henrique Cardoso y Lula.
RH: En ese cambio de guardia el Banco Central siguió como si nada hubiera sucedido.
PG: Tal cual. El sesgo anti reformista en Argentina me parece muy importante.
RH: Hace sistema con la difusión de la construcción de la idea de que el problema fueron los 90 en conjunto, y que esa experiencia debe ser condenada en bloque. Tras 2001 no va a haber legitimidad para ninguna reforma, sólo para un Estado más grande. Nada de cirugía, con o sin anestesia.
PG: Exactamente. También para Mauricio Macri, que en todo caso pone mucha anestesia, yo creo que con razón. El segundo aspecto ya lo mencionaste: como queda tanta gente a la intemperie en 2001, el gasto público aumenta, como también aumenta en el resto de América Latina, pero con una diferencia. Mientras Rafael Correa o Evo Morales ponen mucho énfasis en la inversión en infraestructura, los gobiernos kirchneristas y el gobierno de Macri aumentan el gasto público como política de ampliación de derechos, como política protectora. Esto quiere decir que el 2001 estaba en la cabeza de todos. Y el tercer punto es que el miedo a una política deflacionaria hizo que los gobiernos kirchneristas hicieran renacer la inflación en la Argentina. Esta es la crítica más dura, más nítida, que yo tengo a la experiencia kirchnerista. A la salida de la convertibilidad el tipo de cambio se multiplicó por 4 y la inflación apenas aumentó 40%. Néstor y Cristina nos llevaron de ese régimen desindexado a la indexación. Y buena parte de los problemas que hoy tenemos con la inflación tienen que ver con la re-indexación de la economía, que sólo puede explicarse como una especie de miedo a la experiencia noventista. Creo que esos tres puntos están muy presentes en el post 2001.
RH: El legado de esos años fue una reformulación del patrón de desarrollo, fin de las reformas, alto gasto social, inflación. En todos estos temas algo está cambiando hoy. Al menos, es lo que se observa en la discusión pública, donde se advierte desafección hacia con ese legado. ¿Fin de un ciclo?
PG: Se ve también en la revalorización de Menem, que se escucha de una manera todavía pudorosa.
RH: Por otro lado, creo que hay cosas que valorar del legado del momento 2001, como la fortaleza de nuestra democracia, pese a todos sus limitaciones. La crisis de 2001 no produjo aventureros antisistema. Esto todavía se mantiene. Tenemos alguna figura marginal, no más que eso, merodeando una polis democrática que está bien amurallada. Por otro lado, el 2001 produjo una reconfiguración del sistema político. Quizás la gran novedad fue el ocaso, de la Unión Cívica Radical. Cargó ella sola con una responsabilidad que en verdad fue compartida. Por más de una década y media le fue muy mal. En todos esos años de ocaso radical hubo una suerte de vacancia en la representación de las clases medias, y distintas experiencias y partidos trataron de capturar ese universo. El más exitoso terminó siendo el PRO, pero antes también hubo otros: López Murphy en 2003, y también opciones más de izquierda, como el Frente Amplio Progresista de Hermes Binner en 2011. Y llegados a este punto, viendo lo que pasa hoy, podemos establecer un paralelismo entre la suerte de aquel radicalismo y la de este peronismo. Esta última década fue mala para el peronismo, y este último bienio fue aún peor. La pregunta que me hago es si, como consecuencia de sus fracasos de esta década, de las dificultades que trajo la pandemia y en particular de la muy pobre gestión de estos últimos dos años, al peronismo le ha llegado su 2001. Estoy exagerando.
PG: No estás exagerando, lo estás diciendo muy nítidamente y no es lo mismo que exagerar.
RH: No estoy diciendo que el peronismo va a sufrir un derrumbe como el que vivió el radicalismo tras De la Rúa, o que pierda su condición de expresión política de las clases populares. Pero sí que en los próximos años el peronismo difícilmente sea ese actor poderosísimo que dominó la vida política luego del 2001. Esto va acompañado, además, y como resultado de cierto malestar con lo que dejó la etapa kirchnerista, con un movimiento del péndulo social, que ahora demanda menos Estado y pide más mercado. Otra vez expectativas frustradas. Creo que es lo que hoy estamos viendo.
PG: Por mi parte, terminaría diciendo que eso, si es así, lo obligaría a un proceso de reconversión respecto a la experiencia kirchnerista. No sé si va a ser así, pero si lo es, habrá una reflexión sobre el lugar del peronismo en el sistema político.
RH: Es el escenario que hoy vislumbramos. Argentina tiene por delante un camino muy escarpado, pero de forma distinta al que recorrimos desde el 2001. Ojalá podamos aprender tanto de las luces como de las sobras que tuvo esa experiencia.
Pablo Gerchunoff es historiador económico y profesor emérito y Roy Hora es historiador, doctorado en la Universidad de Oxford
PG/RH/WC
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