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La Argentina post mortem

Los padres de Fernando Báez Sosa siguen pidiendo justicia por su asesinato

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10 contra 1. “Los débiles están ahí para justificar a los fuertes”, dijeron los 10 y dijeron mal.

Todos piden un nuevo video para verte morir otra vez. Te hacen círculos alrededor del cuerpo. Te suman testigos y solo dan iniciales que no coinciden con tu nombre. Agarran a 11, liberan a 1. Después largan a 2 pero sospechan de otro. Te convierten en escenografía, en la prueba final. Sos la reconstrucción, el cronómetro y el abismo entre lo que se dice y lo que se hace.

Sos el grupo de WhathsApp que tiene la voluntad de no sufrir y el abogado que llora mirando a cámara, la faja de clausura de un boliche que pegó un cartel y el intendente que se muerde los labios y no habla. La señora paqueta que le echa la culpa al alcohol, el club que saca un comunicado sin firma y el pueblo que le toma la fiebre al cadáver. Todos los días hay un nuevo festejo de los asesinos después de matarte y a la misma velocidad, tu pasado se convierte en anécdota: todos tienen algo para decir que te cuenta. En todos sos cada vez más chico. Menos adulto. Más inocente. Perdiste un año en cada patada. Y como las panteras, todos se llevaron una parte. Los asesinos envejecen más rápido y mueren más lento. Te atacaron a la sien y sin mirarte a los ojos. 

Un pelotón de fusilamiento de barrio cerrado te celebra en el suelo.

Preparan. Apuntan. 

Fernando.

Fusilar es decidir que algo no tiene más cabida. Fusilar es decidir la cantidad de personas que no tienen más lugar. Hay quienes se mean y se cagan antes. El que fusila no solo se lleva el tiempo a la muerte, sino también la vergüenza del cuerpo.

Sos fiscal y estás tirado en el baño con un tiro en la cabeza. Caiste como Nisman y llegaste al suelo como Yabrán, La Argentina post mortem, la experta en indicios, te va a alejar de los hechos y te va a acercar a las pistas: La teoría de los sicarios, la hipótesis de la ketamina, el rastro de tu último aliento, la distancia del tiro, el arma gemela, los 40 llamados que no atendiste, los 400 vecinos que no te conocían y hasta el conductor arrodillado apuntándose en la sien con las manos mientras un columnista lo desviste en vivo.

El país enloquece de replicas. Una junta médica de 13 peritos jura suicidio. Gendarmería dice homicidio. 50.000 paraguas negros piden justicia y renuncia con el mismo tono de voz. Los zócalos de la televisión van más rápido que la fiscal. Y piensan parecido a la viuda. El panelismo discute flexión de dedos y moretones. Media docena de periodistas preparan libros que no se parecen: muchas ganas de estar exagerando, muchas ganas de estar equivocados. Un cronómetro en TN cuenta los minutos en que Cristina no habla. La oposición tiene un oído en Puerto Madero y el otro en Marvel. Lagomarsino no puede vender un auto usado nunca más. Berni se deja crecer el silencio. Netflix arma un documental mientras un publicista no tan anónimo empapela la ciudad con el fiscal en un VIP a las 3 de la mañana. 

A la larga, el hubiera pesa más que todos juntos.

El país de Nisman y la Argentina de Fernando/ La mecha corta de los hartos y la inocencia que espera la patada/ Se van a recordar entre sí. 

Y van a llorar el mismo día.

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