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Al final, no era tan así

El atacante de Trump y el rugido del León

Un agente de policía camina cerca de la casa de Thomas Matthew Crooks, identificado como el autor del atentado a Donald Trump, en Bethel Park, Pensilvania, el pasado 14 de julio.

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Una semana atrás, un chico de 20 años con un rifle semiautomático, el AR-15, bautizado históricamente como “el rifle americano”, disparó a una distancia de unos 150 metros a la cabeza del candidato republicano y expresidente Donald Trump. 

El magnate sobrevivió por apenas unos milímetros, y la política y la sociedad norteamericana en general se horrorizaron durante ¿unos minutos, algunas horas? Luego volvieron a la locura habitual en la que vive el país: teorías conspirativas, ultra polarización política y estrategias de marketing asociadas al hecho para conseguir dinero o rédito electoral, que en Estados Unidos son la misma cosa (una remera con la ya mítica imagen de Trump con el puño arriba circulaba a la venta en Instagram menos de un día después del ataque. Dos días después, los seguidores del candidato republicano aparecieron en su mitín con un vendaje en la oreja similar al que llevaba el candidato republicano).

La vida sigue en Estados Unidos y nada cambiará realmente por más que en las páginas del New York Times y el Washington Post se escriban editoriales dramáticos sobre la unidad nacional y los riesgos de los discursos políticos violentos. La disfuncionalidad que alimenta los actos violentos de la sociedad norteamericana permanecerá invariable porque está asociada al neoliberalismo radiante que impera allí como en ningún otro país del mundo. 

El diagnóstico no es mío ni está tan bien explicado como lo hace, entre muchos otros, el filósofo y activista Bifo Berardi en su libro Héroes, Asesinato masivo y suicidio (Akal, 2016), y en el que analiza los casos de asesinatos y matanzas perpetrados en el mundo, sobre todo en Estados Unidos, en circunstancias muy parecidas al caso de Thomas Matthew Crooks, que en el intento de asesinato a Trump, mató a una persona e hirió a otras dos de gravedad. 

El primer caso que analiza es el de James Holmes, de veinticuatro años, que entró a una sala de cine de Aurora, Illinois, durante la proyección de El Caballero oscuro: la leyenda renace (Batman), y abrió fuego contra los espectadores asesinando a una docena de personas, incluida una niña de doce años.  

Berardi reconstruye el caso desde distintas perspectivas para intentar comprender lo que había detrás del crimen: el lugar místico que ocupa la religión en el país (apologistas cristianos como Rick Warren creen que Holmes mató porque se ha dejado de leer la Biblia en la escuelas públicas); el ostracismo afectivo al que están sometidas las personas; el acceso libre y compulsivo a las armas de fuego; el ecosistema de competencia extrema en el que viven los individuos para lograr sobrevivir al régimen del capitalismo financiero, y la incapacidad de distinguir entre la realidad y el cine en un país en el que la política crea su propia realidad a través de sus propios actos (después del ataque, Holmes declaró que era el Joker, y que quería saber cómo terminaba la película…). 

Pero una de ellas, el uso de los videojuegos como “vía de escape”, resume el caso del atacante bastante bien. Videojuegos, por cierto, que el autor del disparo a Trump jugaba, y en donde unos días antes del ataque dejó un mensaje de corte hollywoodiense: “El 13 de julio será mi estreno, miren cómo se desarrolla…”.

Berardi escribe: “Algunos días después de la masacre de Aurora leí algunos comentarios en el blog Half Stigma: Hay mucha gente como Holmes. Cuando estaba en la universidad jugaba a World of Warcraft (WoW) y conocía a un montón de gente de mi guild (hermandad) en la vida real. Muchos de ellos eran como Holmes, y usaban WoW como vía de escape. 

Hay un montón de tipos como Holmes, aunque la mayoría de ellos simplemente se vuelven herbívoros: tienen un trabajo de mierda, viven en un apartamento de mierda, y se alimentan de comida basura. Pero, con conexión a internet, el mundo es suyo. Su medicina son los videojuegos, el porno, los carbohidratos. ¿No tienes estatus en la vida real? Consigue estatus en los videojuegos. ¿Tu vida es una broma? Conviértete en un «Guild Leader» y ejerce tu poder sobre la gente…“ .

Berardi es irónico y duro, por eso los párrafos que siguen a esa reflexión, y que dan fin al caso de Holmes prescinden de mayores explicaciones: 

“Aunque parezca perverso, Holmes, con su decisión de hacer algo (equivocado, absurdo y trágico) al respecto, al menos demostró tener más cojones que la mayoría de los que conozco, que solo esperan morir en WoW, escribe el autor del blog. Un usuario, «Conquistador», escribe en un comentario: «Conozco un tipo que quiere suicidarse, pero la única razón por la que no lo hace es porque está esperando a que salga al mercado el próximo gran videojuego, filme o cómic. No estoy bromeando»”.

El rugido neoliberal 

Otro de los casos que reseña Berardi es el de Pekka-Erik-Auvinen, de 18 años, que mató a nueve estudiantes de una escuela en la ciudad de Tusula, en Finlandia. Aunque no ocurre en suelo estadounidense abreva completamente en la cultura de ese país. 

El autor de la matanza publicó un “manifiesto” llamado “selector natural” en el que explicaba las razones de su ataque. 

“Hoy el proceso natural de selección es totalmente erróneo. Se ha revertido. La raza humana ha venido deteriorándose desde hace mucho tiempo. Los tarados, estúpidos y débiles de mente se reproducen más y más rápido que los inteligentes y capaces. Las leyes protegen a la estúpida mayoría, que es la que elige a los líderes de la sociedad. La raza humana moderna no sólo ha traicionado a sus antecesores, sino también a las generaciones futuras… Las religiones, ideologías, leyes y otros sistemas de engaño han arrinconado la naturaleza. Los humanos son solo una especie entre otros animales y el mundo no existe solo para los humanos. La muerte y el asesinato no son tragedias, sino el estado normal de las especies en la naturaleza”.

Berardi sostiene que “el meollo de este tipo de argumentación es su énfasis neoliberal en una noción mal entendida y denominada, erróneamente, selección natural, que ha de ser reestablecida eliminando la protección social de los débiles frente a los fuertes”. Antes de buscarle una correlación política, incluye otro párrafo del manifiesto en el que Auvinen lista a los “culpables”.

Odio la igualdad, la tolerancia, los derechos humanos, la corrección política, la hipocresía, la ignorancia, las religiones y las ideologías que esclavizan, los antidepresivos, los culebrones de televisión y los reality shows, la música rap, los medios de comunicación de masas, la censura, el populismo político, los fanáticos religiosos, la moral de la mayoría, el totalitarismo, el consumismo, la democracia, el pacifismo, el Estado mafioso, los alcohólicos, los anuncios de televisión, la raza humana“. 

Para el filósofo italiano, el autor de la masacre de Finlandia es un fiel seguidor del thatcherismo de los últimos 30 años, y “el primer blanco de su inquina es la igualdad”. “Menos hipócrita que el político neoliberal medio, airea a pleno pulmón su antipatía contra la tolerancia, los derechos humanos y la corrección política. Es evidente que no tiene tiempo para la censura, el totalitarismo, la democracia y el pacifismo. En fin, el manifiesto contiene todos los componentes básicos del programa de un miembro del Tea Party”.

Por último, Berardi aborda el manifiesto a través de una relación entre un creciente “darwinismo social” y las ideas de Friedrich Hayek, el “intelectual” favorito del presidente Milei.  “Basándose en la idea de que solo sobreviven los más fuertes, mientras que los débiles están condenados a fracasar, la ideología neoliberal contemporánea borra la distinción humanista entre el ámbito de la ley natural y el de la razón moral. Las relaciones humanas —en concreto las relaciones económicas— siguen leyes naturales de autorregulación, por lo que no hay necesidad de intervenir para regular nada, ni por parte del Estado-nación ni de cualquier otra organización política. Los únicos reguladores eficaces de la vida económica y, por tanto, de la vida social en su conjunto son las energías del mercado en su estado puro”.

El razonamiento sobre las motivaciones del ataque y el “sufrimiento” del asesino finlandés son profundas, y merecen ser abordadas en su totalidad en el libro de Berardi. A modo de cierre, incluiré una argumentación que el activista italiano incluye en contraposición a las “energías del mercado en su estado puro”.

“El legado político socialista del siglo XIX representó la afirmación de la posibilidad de que la justicia y la igualdad no estuvieran fundadas en la naturaleza sino en la razón y en la compasión, esto es, en la capacidad para compartir los mismos sentimientos, el mismo sufrimiento y unos objetivos idénticos”.

Retomando el manifiesto de Auvinen es inevitable encontrar puntos en común con el discurso de Milei. Desde los preceptos neoliberales, la destrucción del Estado y el odio a la igualdad y la justicia social, al ensalzamiento de los más “fuertes”, que no encuentra mejor representación que el león anabolizado y radiante que los seguidores del Presidente, su aparato de comunicación y el propio Milei difunden como símbolo.

Habría sido interesante preguntarle al atacante finlandés qué opinión le merecía el surgimiento de este dirigente argentino tan singular, pero luego de asesinar a sus compañeros y profesores de la escuela, se disparó a la cabeza y falleció unas horas después.

AF/DTC

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