El autoritarismo capilar de la pandemia
Alguna vez escribí, con más poesía que evidencia, que “nos hicieron neoliberales y no saben cómo gobernarnos”. Una pandemia después, quizás es tiempo de explicar aquello. Y de corregirlo.
Capitalismo versus mercado
El capitalismo es el gran subversivo. Recordemos los versos satánicos: “Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo sólido se desvanece en el aire: todo lo sagrado es profanado”. El capitalismo corroe la estabilidad que requiere cualquier sistema para existir. Incluso él mismo. El historiador francés Fernand Braudel llegó a afirmar que el capitalismo abomina del mercado. Otros dos franceses, que no eran historiadores, llamaron “re-territorialización” y “desterritorialización” a ese proceso por el cual el capitalismo acomoda a cada cuerpo en un orden social para que luego el mercado venga a patear ese castillo de arena y licue toda disciplina con su fluir continuo y anárquico.
Se podría escribir una historia del capitalismo sobre esa dinámica. ¿En qué se parecen León XIII, Ford, Mussolini, Perón y Roosevelt? Los cinco participaron por vías diferentes del mismo intento por reordenar de una manera más estable a una sociedad de mercado cuya volatilidad estaba poniendo en juego al mismo orden que la hacía posible. Un poco de capitalismo está bien; demasiado, puede ser fatal. Por supuesto que no todos estaban de acuerdo: siempre estarán los Ludwig Von Mises, los Severino Di Giovanni, los Antonio Conselheiro, los que confían en que la gente se ordene sola (o tan solo quieren ver al mundo arder).
Sin embargo aquel cepo mundial al mercado cumplió su ciclo y se volvió muy caro, su rendimiento marginal comenzó a caer: inflación, déficit, presión impositiva, indisciplina fabril y social. Los años ‘70 que prometían parir al socialismo terminaron siendo otra crisis de madurez del capitalismo. Desde entonces, un nuevo capitalismo de mediana edad, global, neoliberal, líquido, digital, musculoso, con botox y peluquín volvió a las diabluras de soltero: libre circulación de capitales, impuestos regresivos, vertiginosa acumulación de capital, desregulación de todo lo que se pueda desregular y mercantilización de cada rincón de la vida humana, desterritorialización. Hasta que empezaron los problemas de próstata.
¿En qué momento se jodió el capitalismo global?
Pudo haber sido en 2000 con la crisis de las puntocom, con la segunda guerra de Irak, con la crisis de las subprime en 2008, o con la ola de populismos posterior. Cualquier causa de la crisis del capitalismo global conoce una causa anterior: las condiciones que creó el propio capitalismo global. Repasemos la lista de más arriba. La libre circulación de capitales estimuló complejos instrumentos financieros que hicieron más volátil al sistema. Volatilidad que los bancos centrales de todo el mundo compensaron con tasas cada vez más bajas (promoción no válida en Argentina) que inyectaron cada vez más liquidez en sistemas financieros cada vez más inestables, a costa de mayor austeridad en gastos sociales. Hasta que todo explotó. Ocuppy Wall Street fue la menos perniciosa de todas las reacciones que produjo la crisis. Ese mismo año Satoshi Nakamoto subió a internet el paper titulado “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico de usuario a usuario”. Desde entonces, cualquier nerd logueado en Reddit se le atreve a Wall Street desde su dormitorio adolescente.
Cualquier causa de la crisis del capitalismo global conoce una causa anterior: las condiciones que creó el propio capitalismo global.
Mientras la desregulación precarizó las condiciones de vida y trabajo de la mayoría, disolviendo toda identidad social relativamente institucionalizada, los impuestos regresivos consolidaron una desigualdad social sin parangón desde la Primera Guerra Mundial. Los populismos de izquierda y derecha, al igual que los integrismos y nacionalismos, solo vinieron a canalizar el inevitable resentimiento. La acelerada acumulación de capital alimentó las inversiones que terminaron de consolidar a internet como nuestro ecosistema. La web 2.0 nos introdujo en la red con sus plataformas, mientras la internet de las cosas introdujo a internet en el resto de nuestras vidas. Ya desde antes de la pandemia, la digitalidad fue el espacio en donde se produce, se consume, se socializa, se come, se cura, se educa. Y se siente. La mercantilización de la vida le puso un precio y un código a cada emoción que podamos transmitir en internet. La web fue dejando de ser una esfera pública de intercambio para tornarse un escenario de autoafirmación emocional de identidades cada vez más tribales. Especulación, resentimiento, tribalización, irracionalidad, cada ángulo de nuestra subjetividad de mercado plantea un problema para el orden social. Efectivamente, nos hicieron neoliberales y no supieron cómo gobernarnos. Hasta ahora.
El Estado te salva
Es imposible decir cualquier cosa sobre la pandemia, aún la más incoherente, sin sospechar que ya fue dicha mil veces (especialmente las más incoherentes). Por eso voy empezar por lo más obvio y elemental. Hace un año y medio que vivimos en pandemia. Hace un año y medio que vivimos mal. Hace un año y medio que aceptamos condiciones de trabajo antes impensadas, dentro y fuera de nuestra casa. Hace un año y medio que la mayoría de las personas esperamos con ansiedad vacunas con un grado de desarrollo que en otras circunstancias no les hubiéramos inyectado ni a nuestras mascotas. Hace un año y medio que muchas personas toleran, si no justifican, restricciones de todo tipo. Sugestivamente, personas que antes de la pandemia hubieran sido las primeras en denunciar ese tipo de restricciones. Hace un año y medio que muchas personas aceptan los argumentos cientificistas más ramplones para fundamentar esas restricciones. Sugestivamente, personas que durante décadas denunciaron al positivismo y al “discurso científico” desde las aulas de alguna facultad de Ciencias Sociales. Hace un año y medio el filósofo Byung-Chul Han viralizó un texto en el que describía la eficaz y autoritaria gestión china de la pandemia mediante la tecnología, y vaticinaba que el decadente Occidente terminaría adoptando ese tecnoautoritarismo aún después de la peste. Occidente tiene una debilidad por comprar teorías sobre su decadencia pero en cuestiones de autoritarismo se basta solo, aún en decadencia.
No importa si el covid fue un invento, si se escapó de un laboratorio, si fueron las peleterías o una venganza de la Pachamama. Este año y medio nos educó en la disciplina: aislarnos, testearnos, denunciar al vecino, repudiar al que se queja, aplaudir al policía, venerar al científico. Es un autoritarismo capilar, cotidiano, casi dulce, que no depende de las payasadas del bolsonarismo ni se agota en el llanto provinciano por la “infectadura”. Y que puede convivir perfectamente con cupo trans, aborto legal, sexting, marihuana legal, etc. Va más allá de las intenciones de este o aquel gobernante. Es el capitalismo el que lo pide: hay una sociedad de mercado, intensa, resentida y conectada que necesita ser gobernada.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial no volvieron los años locos del foxtrot y el dadaísmo sino un obediente y controlado bienestar a los dos lados de la cortina de hierro, que no renunció a usar casi ninguno de los medios que vencedores y vencidos habían empleado durante la guerra. Había sonado en todo el mundo la hora de la reterritorialización. ¿Estará sonando ahora también? Quien sabe. Ya vimos a adolescentes reclamar que los encierren en las aulas y a estudiosos de Foucault y Lefort pedirle al gobierno que declare el estado de sitio. Pero la sociedad es imprevisible y quizás la reacción a esta experiencia sea un repudio a cualquier forma de orden y autoridad. Y probablemente eso sea aún peor porque en el otoño del capitalismo desterritorializado el autoritarismo está tan consensuado que aún sus proclamados enemigos están dispuestos a ejercerlo.
AG
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