Opinión
Cámpora, el gran olvidado por Cristina, el PJ y La Cámpora
En ninguna de las celebraciones peronistas por los 50 años del primer regreso de Perón al país, incluyendo la que presidió Cristina Kirchner, se recordó el papel protagónico que jugó en ese acontecimiento histórico Héctor J. Cámpora. Ni siquiera los miembros de La Cámpora, presentes en la celebración de La Plata, se preocuparon por recuperar al dirigente de carne y hueso cuyo nombre les sirve como distintivo. ¿Ignorancia? ¿Cálculo? ¿Concesión a la omnipresente derecha del peronismo?
Cualquiera que haya sido la causa, es un olvido que empobrece la historia, que la deja anclada en un tachín-tachín carente del elemento real de enfrentamiento al régimen militar y por lo tanto subversivo que condujo en público y entre bambalinas el último Delegado de Perón. A quien los grandes medios han condenado en estas cinco décadas como “aliado de los terroristas” o caricaturizado como un cortesano chupamedias, “el gil de Giles”.
No pretendo. obviamente, que la Vicepresidenta lo incluyera en un discurso destinado a propósitos proselitistas, pero su ausencia total en la jornada de evocación del primer retorno, subraya la notoria ahistoricidad que aqueja al peronismo del Tercer Milenio y desvaloriza hasta la noción misma de militancia, en perjuicio -sobre todo- de los jóvenes que se asoman a la política.
¿Quién era Cámpora y qué papel jugó en ese regreso que se celebra sin conocerlo? Paradójicamente era un dirigente político típico del PJ, de talante pacífico y negociador, y no un militante revolucionario. Pero tomó tres decisiones que sacudieron al sistema y le significaron un enorme riesgo personal a ese político al que personajes oscuros como Jorge Antonio llamaban cobarde.
La primera fue en una circunstancia tan dramática como los fusilamientos de Trelew, cuando autorizó que tres de las víctimas de la masacre, Ana María Villareal de Santucho, Eduardo Capello y María Angélica Sabelli, fueran veladas en la sede del PJ en avenida La Plata. Funeral que fue interrumpido con tanques, perros y garrotes por un famoso represor, el comisario Alberto Villar, quien tras reprimir a los presentes se llevó de prepo los ataúdes a La Chacarita.
La segunda determinación fue en esos mismos días negros que sucedieron a la masacre. A pesar del clima represivo, Cámpora inició la campaña del “Luche y vuelve” apoyado centralmente en la capacidad de movilización de aquella JP de las Regionales, estrechamente ligada a las organizaciones armadas peronistas. Una decisión pragmática en el fondo, porque ni muchos dirigentes del PJ, ni de los sindicatos peronistas, que dialogaban con el dictador Lanusse, estaban dispuestos a proporcionarle, a nivel nacional, las multitudes que eran imprescindibles para el éxito de la propuesta.
La tercera tiene que ver directamente con el Regreso, cuyo cincuentenario se acaba de celebrar y con una confesión estratégica que Cámpora me hizo en México, en marzo de 1975. En aquel primer retorno hubo una conspiración, conducida por José López Rega y ejecutada por el teniente coronel retirado Jorge Manuel Osinde, para evitar que el charter de Alitalia, que traía a Perón, escoltado por su esposa Isabel, López Rega y unas ciento cincuenta personalidades argentinas de la política, la cultura, el espectáculo y los deportes, aterrizara en Asunción o en el aeropuerto de Carrasco y no en Ezeiza. Una maniobra que favorecía a la dictadura y frustraba el plan de Cámpora que había aprobado Perón, que consistía en regresar al país, sin pedirle permiso a Lanusse, para demostrar que al General “le daba el cuero” y apretar con la conmoción popular que provocaría el regreso, para evitar que el Partido Justicialista fuera proscrito, como lo estaba Perón, a nivel personal, por no haber cumplido con la famosa cláusula, que le impedía candidatearse a quien no estuviera en la Argentina antes del 25 de agosto de 1972.
Debe ser difícil para quienes no vivieron aquel lluvioso 17 de noviembre y sus vísperas aquilatar la tremenda tensión que provocó en el país aquel acontecimiento. Partidarios y contrarios se preguntaban qué terremoto se produciría si alguien atentaba contra Perón. Y, efectivamente, hubo planes de algunos marinos para derribar el avión si su nariz apuntaba a Ezeiza. Marco conspirativo que valoriza la decisión que tomó Cámpora a bordo del Giuseppe Verdi, cuando cruzaron el Océano Atlántico.
Don Héctor, que había sido mi jefe político en la histórica campaña electoral que condujo al 11 de marzo de 1973, me reveló dos años más tarde, en un Vips de la ciudad de México, como había desbaratado la conspiración para que Perón no bajara en Ezeiza. “Voy a contarle Miguel, algo que nunca dije”, prologó y agregó con sincera modestia: “Usted sabe que yo no estuve en la Resistencia, pero con esto que le voy a contar me jugué mi vida, la de Perón y la de todos los que nos acompañaron en aquel regreso. Por eso será para mi lo más importante de mi vida, mucho más importante que ganar las elecciones el 11 de marzo, o ser presidente el 25 de mayo: nosotros teníamos, ante una gran emergencia, la alternativa B, que era aterrizar en Carrasco y Osinde propuso, por razones de seguridad, que el avión bajara en Montevideo. Yo me opuse categóricamente y le advertí al comandante: ‘vamos a bajar en Ezeiza y no hay que consultarle nada a nadie. Ni siquiera al Señor General. Aquí decido yo, porque yo fui el que contrató el charter’. Me la jugaba, porque se imagina qué hubiera pasado si salía mal…Pero yo la tenía muy clara: si no íbamos a Ezeiza no había proceso electoral”.
El temor de Cámpora estaba justificado: el desafío del “dentista” a los poderes fácticos de las armas y el dinero, que rodearon el aeropuerto de Ezeiza con 35 mil efectivos armados hasta los dientes, no se lo perdonaron nunca. Por eso, durante la última dictadura militar, no le permitieron abandonar su refugio en la embajada mexicana en Buenos Aires, hasta noviembre de 1979, cuando se comprobó que padecía un cáncer terminal que lo mató el 19 de diciembre de 1980, en su segundo y último exilio en México. Sus restos recién pudieron regresar a la Argentina el 9 de diciembre de 1991 y fueron velados en el Congreso, donde faltó calor popular y sobró retórica falsa. “El legado de Cámpora es inequívocamente el de la lealtad inclaudicable a las ideas que abrazó”, dijo el entonces presidente de la Cámara de Diputados, Alberto Pierri, que le vendía papel para su diario al almirante Emilio Massera, uno de los carceleros que había impedido a Cámpora salir de la embajada a tiempo para atajar el cáncer.
Ahora, en esta época del whatsapp y el “yo te llamo”, ni siquiera hubo menciones retóricas para incluirlo en los festejos. Bastaba con el icono inevitable de Perón como pedestal para sellar “la unidad”, cotidianamente amenazada por todos los candidatos a ser candidateados, empezando naturalmente por Cristina y siguiendo por Alberto Fernández, que no solo superó totalmente los 49 días de Cámpora en su presidencia vicaria, sino que pretende acceder a otros cuatro años de mandato presidencial y en este caso, autónomo. Mientras una derecha feroz, capaz de intentar pegarle un tiro en la cabeza a la Vicepresidenta, utiliza -según convenga- el uso criminal de lúmpenes descerebrados o el disciplinamiento social a través del manejo unidireccional de la información y la ausencia de una verdadera educación popular. Un vacío que propicia toda suerte de groseras contradicciones, como expulsar del ministerio de Economía a Martín Guzmán por su cercanía con el FMI, para entronizar a Sergio Massa -de robustos contactos con el establishment y Estados Unidos- como el nuevo salvador de la Patria.
MB
0