Caperucita Roja
Al final cumplí años el domingo.
Hace dos semanas no sabía acerca de qué escribir mi columna y escribí acerca de mi preocupación por la falta de dinero y recibí más comentarios que de costumbre.
Nota mental: no necesariamente a mayor esfuerzo, mayor rédito. Y esto no en desmedro del esfuerzo. Creo que está bien esforzarse, casi siempre, sobre todo en materia de trabajo, y a veces también en la del amor, pero que el rédito no necesariamente se obtiene en el sitio en el que uno depositó ese esfuerzo. Muchas veces una planta acá, la semilla germina allá y el fruto aparece en una planta que una apenas regó. No sé cuál es la lógica o cómo funciona eso, pero me da la sensación de que se compensa de un modo aleatorio, cuando se compensa.
Este año mi mamá no está para mi cumpleaños, se fue a Suiza a visitar a mi hermano que vive allá. Así que este año no tuve torta hecha por ella ni almuerzo cumpleañero cocinado por ella pero eso curiosamente me liberó de saber qué iba a hacer el día de mi cumpleaños y en consecuencia de tener que organizar algo. Dos días antes mi amiga Sonia que vive en Merlo, San Luis, me avisó que venía el fin de semana a Buenos Aires con su hijo menor a celebrar el cumpleaños de su propio padre, que si tenía planes para el domingo. Pues no, que no tenía, y que ahora ella era mi plan. Así que con ese nivel de anticipación convoqué a mis otras tres amigas del secundario, con las que compartimos un chat y, comprobando esto de que el fruto se da donde una menos lo espera, todas podían, querían y vinieron.
También me había propuesto no preparar nada en esta ocasión, algo que a mi madre le parecería una aberración, pero algo le tenés que dar a la gente. De hecho perfeccioné el método que había querido aplicar a la celebración del cumpleaños de mi hijo Ramón en abril, el de citar en la plaza y decir que es una cita de juegos, que sólo habrá una torta de cumpleaños y que cada unx procure lo demás, como en cada tarde o cita de plaza. Pero la voz de mi madre que no, que cómo no íbamos a ofrecer nada, que los chicxs van a tener hambre, que agua tengo que llevar, que vasitos, que servilletas, trajo un mantel, globos y cuando me quise dar cuenta, el cumpleaños estaba producido. Después la gente que vino trajo comida porque sí habían entendido la propuesta colaborativa y entonces -claro- sobraron harinas a granel. Esas harinas las puse en mi freezer y para este domingo, el de mi cumpleaños, saqué lo que quedaba de la torta de chocolate de Ramón del freezer, la corté en porciones y la ofrecí. La verdad que estaba riquísima, y fue también el modo de la pastelería de mi madre de haber estado presente, con su tiempo detenido por el hielo.
Ahora bien, al que no le pareció tan buena idea que reciclara su torta fue a Ramón mismo. Si bien no es devoto de las tortas y casi nunca las prueba, vivió como una traición que ofreciera su torta para mi cumpleaños. Soplé las velitas en una pequeña torta mousse comprada, algo que en casa de mi madre es poco más que una herejía, Ramón acompañó el momento sentado sobre mi regazo, pero en todas las fotos salió con cara de furioso y un doble fuck you, por el malentendido de la torta. Estuvo un poco desbordado ese día, un poco por no ser el centro de atención, asumo, otro poco porque su mamá no le pertenecía y era celebrada por otros. Cuando se zambullía en el universo niñxs lo pasaba bien, cuando me recordaba y al evento, la trasheaba de algún modo.
Estos últimos meses nos vienen llamando de la escuela bastante seguido porque Ramón vomita y lo tenemos que retirar. Ninguna de esas veces finalmente está mal de la panza ni se siente mal después. Una de esas veces había tenido una pelea con un amigo y se lo adjudicamos a eso. Todas las otras, vaya uno a saber. Casi siempre es los lunes, alguna que otra vez otro día, siempre es por la mañana. O sea, casi siempre es los lunes a la mañana. Dice que no sabe por qué es, no se lo ve mal por lo demás, nunca vomita en otro horario o lugar, nunca. No sabemos qué hacer con su papá, cómo proceder.
Hasta ahora siempre me había quedado tranquila porque como es un niño muy expresivo que cuenta mucho, pensaba que si tenía algún problema o malestar me lo contaría. Pero después recordé miedos que tuve por períodos en mi infancia, la mayoría bastante absurdos, y que se habrían esfumado con sólo pronunciarlos y que sin embargo no pronuncié, y solo pude hacerlo con algo de tiempo de distancia. Entonces pienso que si le estuviera sucediendo algo de ese orden, por más que le pregunte, no me lo podría decir, porque de eso se tratan esa clase de miedos, que no se dejan pronunciar. Y no hablo de cosas terribles que sí pasaron sino de miedos que son más mentales, más del orden de la fantasía.
No sé, estoy buscando en lo que conozco, o en lo que viví, acaso solo se trate de algo de stress escolar, por el día y el horario en el que le sucede, nunca un jueves a la tarde, nunca un viernes. Siempre cuando empieza la semana esa en la que no se puede correr, no se puede hablar, no se puede estar parado, hay que ocupar una silla a una mesa estarse callado y copiar. Bueno no sé si esa perspectiva no me haría, también, vomitar.
Pensamos en estrategias para ayudarle, para estar cerca. Me pregunto si debería prestarle más atención. O menos. Cuál es la medida de cuidado de la llama para que se mantenga encendida sin sofocarla.
A Ramón, por ejemplo, le gustan mucho las otras familias, le gusta mucho hacer la escena de ser querido por otros, de vivir esa otra vida un rato. El sábado se fue con la familia de un compañero de clase a pasar un día del deporte de su escuela, y me cuenta la madre que les decía los apodos con los que los llama su hijo.
En un trabajo práctico sobre un final alternativo para Caperucita Roja, a la pregunta de qué habría pasado si la abuelita adoptaba al lobo como mascota, Ramón eludió la parte de la mascota y escribió que el lobo estaría contento porque estaba buscando una familia y Caperucita también estaría contenta porque tendría un hermano. Eso que le pasa con las familias es desde siempre. Recuerdo una ocasión, cuando ni siquiera caminaba, que estábamos en un hotel de paso en un viaje de ruta largo y cuando bajamos a cenar, en el salón comedor sólo estábamos nosotrxs tres y una familia con algunos hijos adolescentes. Ramón se bajó de nuestros brazos y cruzó el salón gateando hacia la familia, hasta que la madre de esa mesa lo levantó del piso. Nos hizo señas desde lejos, la saludamos con la mano, y Ramón pasó un rato a upa de esa señora que le compartió su familia. Y desde entonces siempre así.
No sé si le resultaremos insuficientes o escasos o es sólo que le gusta la gente, que eso seguro que sí. Porque, por una lado, le encanta el bullicio y la montonera pero también le gusta -y mucho- que le presten atención. Así que vaya uno a saber, si por mucho o por muy poco es que se apaga el fogón, o por ambas, y que todo todo todo es casi siempre, cuestión de calibrar. Y seguir depositando la semilla de las buenas intenciones que aunque no germine acá, en algún otro lado hará al fruto brillar.
RP
0