De cerca nadie es normal
Podría ser un slogan del gobierno de Larreta: Fervor de Buenos Aires. Pero es el título del primer libro publicado por Jorge Luis Borges. Se publicó en 1923 y este mes se cumplen 100 años esa aparición. Un libro cuya primera edición tardó muchísimo en agotarse -o en cansarse, podría adjetivar el joven Borges que lo escribió- y que Borges dice que tuvo que poner de sorpresa en los bolsillos de los abrigos de los redactores de una revista literaria para que se lo llevaran de prepo y lo leyeran. Si Borges hubiese escrito sólo este libro -o es más, sí sólo hubiese escrito éste más Luna de enfrente y Cuaderno San Martín, su primera trilogía poética- no hubiera pasado de ser un buen poeta menor. Lo curioso es que -como el mismo Borges dice, ya que posee una autoconciencia literaria feroz, como el insomnio de Funes- en Fervor de Buenos Aires está en germen el “logaritmo Borges” todo lo que después va a desarrollar a lo largo de una obra descomunal en ensayos y relatos.
Fervor de Buenos Aires es un libro que paga el padre de Borges. Está bueno tener en cuenta esto, porque mucha gente supone que para convertirse en un verdadero escritor o escritora tiene que se fichado por una editorial grande o pequeña. Muchos aún hoy ven el hecho de pagarse su primer libro como una ignominia. Una estupidez que habría que dejar de lado rápidamente. La mamá de Arthur Rimbaud pagó Una temporada en el infierno de su vástago y que éste dejó en parte olvidada en la imprenta. Juan Luis Martínez, el poeta chileno que post Nicanor Parra produjo un cambio radical en la poesía chilena, se autoeditó La Nueva Novela. Y Juan L. Ortiz hizo lo mismo para “poder controlar la extensión de sus versos”.
Otra cosa para tener en cuenta es que la primera edición de Fervor de Buenos Aires fue de 300 ejemplares. Hoy , por lo general, un libro indie de poesía tiene la misma cantidad de ejemplares. Es decir que la edición independiente de poesía no ha fluctuado –en cuanto a sus ejemplares editados- en nada, a diferencia del dólar que sigue siendo un dolor de cabeza para nuestros políticos que aspiran a la reelección.
El Borges que escribe Fervor de Buenos Aires es alguien que vuelve a su ciudad en plena juventud y se siente extranjero en ella. Hay algo ahí para tener en cuenta: ser extranjero es algo que puede potenciar nuestra vida. Hacer el esfuerzo de volverse extranjero en nuestro día cotidiano, en nuestras costumbres repetitivas, ponerle aventura o diferentes ojos a lo que hacemos todos los días es una forma de darle potencia a nuestros sentidos, escribamos o no. El joven Borges se maravilla con la ciudad que redescubre y no logra hacerla encajar con la que había dejado quince años antes.
Aunque viene de formar parte del grupo ultraísta, con todas esas prescripciones casi médicas que suelen tener los manifiestos de los movimientos literarios: no hagas estos, no hagas lo otro, hace esto, como si leyeras el prospecto de un antibiótico, Borges, como todo escritor creativo, apenas empieza a escribir abandona el ultraísmo porque lo siente estrecho, de la misma manera que Antonin Artaud es expulsado de surrealismo por no ser “lo suficientemente ortodoxo”. Increíble. Los grandes escritores escapan a los manifiestos que escriben.
El Borges de Fervor describe al Buenos Aires orillero. Otra cosa importante: este Borges sale a caminar, como un flaneur, algo muy productivo para escribir es salir a caminar, sobre todo si uno se siente trabado con lo que está escribiendo. Borges camina por la orillas, elige esa parte en que la ciudad se cruza con el campo. Y ese es el lugar que va a elegir después para ensayar como es escribir en Argentina, un lugar que queda en el culo del mundo. Borges escribe desde las orillas y es desde ahí donde puede erosionar el centro, como lo hace Jacques Derrida en la deconstrucción (la teoría de la deconstrucción parece una ficción borgeana). De esa manera, escribir en un país sin tradición literaria , sin ser central, convierte nuestra supuesta debilidad en potencia: le podemos robar a todo y todo es nuestra tradición.
Fervor de Buenos Aires fue un libro que Borges corrigió a los largos de los años cada vez que lo reeditó. Cambió versos, aligeró sentimientos, eliminó poemas y agregó otros. Es decir que, a diferencia de su personaje Pierre Menard, Borges no paró de modificar el texto de acuerdo a la época en la que salía reimpreso el libro, no permitió que la época incidiera sobre los textos inmodificados, como conjetura Pierre Menard. No tengo noticias de que haya modificado un relato o un ensayo cuando los reeditaba. La corrección es una forma de no perdonar.
Y siempre es mejor perdonar que ser perdonado. En Normal People, una serie de la BBC que arrasó en pandemia cuando se estrenó (los personajes se besan, se tocan y hasta hacen Skype sin saber que era premonitorio todo) Connel -encarnado por Paul Mescal y una cadenita que lleva en el cuello- le pide disculpas a Marianne -Daisy Edgar Jones- porque le rompió el corazón cuando no la invitó al baile de la escuela. Ella le dice, recostada, tomando un café: te perdono.
La serie está compuesta por doce capítulos muy breves, de unos 25 0 30 minutos cada uno, pero tiene la condición fenomenológica de darle más entidad ontológica al tiempo de la escenas, son cinco minutos, a veces, pero parecen una eternidad, como cuando estás enamorado o estás al borde de pegarte un corchazo.
Connel es el chico lindo y la estrella del equipo de fútbol de la escuela. Su madre trabaja limpiando la casa de Marianne, quien vive en una mansión. Esta diferencia social, que podría ser el arco narrativo de toda una serie de Adrián Suar, incide poco en la historia. En realidad, la serie tiene un languidez tal que por momentos parece una película romántica que ha sido partida en episodios. Los capítulos terminan sin el golpe de efecto que esperamos, no hay eficacia conclusiva para que sigas el otro capítulo que viene. La ves porque Normal People te hace recordar, si ya sos madurito, todas las vidas que tuviste en una sola, en esa época que va de la adolescencia a la juventud.
Ahora que se ha metido al amor en las dietéticas, es bueno ver que el amor es todo lo contrario -como decía Lacan- al mar planchado. El amor es peligroso, tóxico, pharmacon, y puede estar construido con la presión de un dolor de cabeza. En la serie, Marianne y Connel pasan por múltiples experiencias, se aman, se dejan de ver por estupideces, y se reencuentran porque parece que es su destino: amarse. Viven diferentes relaciones y a diferencia de las mujeres que les eligen a los príncipes de Windsor, Marianne es una chica que se emancipa a través del sexo y es con esta experiencia con la que Connel va a tener que lidiar ya que después de que ella le cuenta que está practicando el sado masoquismo con un novio ocasional, Connel camina desesperado porque , como dice un personaje de Léos Carax, “lo han condenado a las imágenes”.
El único personaje flojo es el del hermano de Marianne, parece puesto ahí sólo para incordiarla, no es un personaje, es una función. Ojalá el actor que lo interpreta, tenga otra oportunidad en otra serie.
Normal People es del género romántica, es Cuando Sally conoció a Harry pero de manera lacónica. Creo que la directora de Aftersun sacó varias escenas de esta serie cuando también se llevó a Paul Mescal. Los actores -la pareja central- son notables, tienen una capacidad química de transmitir lo que sienten sus personajes, eso que las personas llaman “tener piel con alguien”, sabiendo que la piel es lo más interior que tenemos.
Marianne es la chica rica y solitaria, misteriosa, que puede soportar el bulliying que le hacen en la casa y en el colegio. Connel es el chico hermoso de la manada. Pero él percibe algo que no todos ven: que nadie puede saber cómo va a ser percibido. Y que si podés controlar tu imagen y lograr que la gente te perciba exactamente como querés, es más probable que seas una publicidad que un ser humano.
FC
0