Dimensión desconocida
Podés llamarlo Juan, John, o Maynard, si lo encontrás en tus propias derivas o vigilias nocturnas. Asegura que lo prefiere antes que el grito de “fuera, bicho” o “engendro”. Él, dice, lo había bautizado Keynes por considerarlo una mala copia. Aquella tarde trató de explicarme el estigma de llevar ese apellido. La que sigue es algo más que su historia:
Ya lo ves, me falta una de mis cuatro patas y soy mucho, muchísimo más pequeño de lo que se había previsto. Un cusco que no recibió los beneficios del modelo original. En un punto, la ciencia se mordió la cola conmigo. Mis otros cinco yos salieron del laboratorio vivos y coleando, a imagen y semejanza de Conan. Ciento diez kilos cada uno. Conan-clonan, ja. Esos déficits (perdón la jerga, remanencias de aprendizajes tempranos e inútiles) me valieron un doble castigo. Primero, quedar asociado al economista que más abomina. Una forma de aludir a lo aberrante de un corpus y una teoría. Luego, enviarme a la calle. “Quien lo sostendrá”, quiso saber la hermana. “Las fuerzas del suelo”, dijo él, Ielim. No, macaneos. Calló, señalando con el mentón la puerta de salida de la casa mientras los cinco clones miraban con un dejo de satisfacción y superioridad. Tuve que arreglarme solo.
Es cierto: la réplica genética falló. Pero solo en lo que respecta a cuestiones morfológicas y de peso. Sin embargo, una piadosa gracia del resarcimiento me convirtió en alguien muchísimo más inteligente que Conan, Murray, Milton, Robert y Lucas juntos y por diez (a veces me comunico telepáticamente con alguno del quinteto. Qué decir, son unos brutos, obtusos, meros repetidores de frases y fórmulas económicas, igualitos al amo). No solo eso: ya te diste cuenta que hablo (hasta me atrevo a decir que canto en secreto). Pensarás en la existencia de un ventrílocuo escondido: no lo vas a encontrar. Creerás que hay una tramoya más sutil porque esto no podría ser cierto. Pero, mírame: ¿qué se reconoce como admisible bajo ciertas condiciones, las actuales? ¿Quién está a la cabeza del Poder Ejecutivo? ¿Y la Secretaría General de la Presidencia? Unbelievable, ¿no? Eso debería ser suficiente como para aceptar verosímiles menos insólitos: por ejemplo, mi propia voz.
Me falta mencionar otra cualidad. Si un perro puede escuchar frecuencias por encima de los 40.000 Hz, lo que ya es un factor diferencial (Los Beatles lo tuvieron en cuenta en los últimos segundos en loop de Sargeant Pepper), mis oídos captan toda información sonora. La calle me ofrece por lo tanto su involuntaria música cotidiana, conciertos matinales –soy capaz de diseccionar las frecuencias de una frenada, la nota nítida de un bocinazo, la distancia a la que ha sonado un celular y un grito de corazón-, recitales electrizantes al mediodía y otras texturas nocturnas. Yo, Maynard, digo que escuchar tanto no deja de ser un problema. Lo retengo todo. Días atrás, sin ir más lejos, hice un inventario casi en tiempo real del ruido de tantas botas de gendarmes y policías, el desplazamiento de los carros hidrantes, el zumbido de los drones en el cielo, las comunicaciones encriptadas. Qué festival del escarmiento. Procto colon. Proctología estatal. Qué recto ese apellido, ¿no? Nunca se ha doblado. Debe ser por su origen anglo pecuario (Bull), al que se le suma ese anhelo incesante de acumulación (rich).
Voy de aquí para allá. La otra noche, un tarareo oligoafinado me condujo, como una celada, al hotel donde se aloja. “La casta tiene miedo”, cantaba un grupo de estos nuevos imberbes. Llevaban un cartel. Movimiento Aglutinante de la JUventud Libertaria (MAJUL). No deja de ser curioso el ecumenismo de “It’s a Heartache”, un single grabado en 1978 la cantante galesa Bonnie Tyler. Se hizo popular por Rod Stewart. “Alberto presidente”, habían cantado con la misma melodía los peronistas. Y cuando Alberto el guitarrero se devaluó, entonaron eso de que “La patria no se vende”. “It’s a Heartache”, más que una idea de gusto, podría ser considerada un llamado inconsciente a la frustración. “Es una pena/ nada más que una pena”, se escucha al comienzo de la canción original. Una voz de despecho. Alguien ha perdido su amor. El dolor en el corazón “golpea cuando es demasiado tarde” y te hace sentir “como un payaso”. Como si hubiera sido escrita para las debacles argentinas. ¿Todavía no se dieron cuenta de que ese canto es maldito y conduce inexorablemente a la derrota? Bueno, que sigan cantando.
Jamás siento la soledad. Estoy rodeado de cosas, ruidos y palabras. De tanto en tanto acompaño o me dejo acompañar. Suelo caminar con -podríamos decir a estas alturas- un amigo por los bosques de Palermo. Le costó reconocer que podíamos conversar.
-Un chip, ¿no?
-Me autoeduqué en todos los órdenes.
No salía del asombro al ver la facilidad con la que me desplazaba. El mundo natural, le dije, está lleno de ejemplos similares en ciervos, tigres y otros animales.
-Devenir trípedos.
-Eso, eso.
Había tenido suerte porque me faltaba una pata trasera y la que me quedaba podía sostenerme con fuerza y sin perder el equilibrio. Le era más fácil asimilar mi desplazamiento que la idea de casta. Es cierto, dijo, creo que, para entender, ¿cómo le decís?, ah, Ielim, Ielim, ja, para entenderlo y entender la situación, insisto, es necesario reconocer la pirueta post electoral. Decir “casta” era apuntar contra una élite genérica. Eso le valió apoyos extraordinarios. Ahora se es parte de ella si se critica o sofoca la mínima iniciativa privada. La Casta, con mayúscula, sería, en definitiva y desde la mirada leonina, la portadora de una lengua colectivista imaginaria. Atraviesa el aire la velada sospecha que todos pueden integrarla en la medida que rechacen matices leguleyos del nuevo orden. Hasta el político profesional se convierte en un mediador inservible. Un obstáculo burocrático que la clase dominante debe sacudirse para depredar sin traductores en esta fase de acumulación.
-El signo casta flota como dato falso en los discursos estatales, es multiuso, aunque en esta actualidad exime a quienes deberían ser comprendidos exclusivamente bajo esa nominación. Con un añadido: la verdadera casta ha renunciado a todo voto de castidad. No puede ser casta. Solo quiere liberar sus pulsiones y arrasar con cualquier control normativo. Y algo más para completar este giro: no nos olvidemos que Tomás de Aquino relacionaba la palabra latina castus con el verbo castigar.
-Todo cierra.
Era insaciable.
-Podemos darle otra vuelta.
Me había venido a la memoria el canto del MAJUL y otros tantos.
-Hubo un tiempo, no tan lejano, digamos semanas, en que eso de “la casta tiene miedo” expresaba una jactancia desafiante. ¿Qué suponía convertirlo en canto?
-Poner al descubierto la zozobra del supuesto antagonista ante la inminencia de cambios radicales que iban a arrasar con sus privilegios.
-Claro. Sin embargo, la consigna musical podría ser ahora también entendida como el “miedo” de un “nosotros” que se expresa por interpósita persona, en este caso, el coro, de que el proyecto de edificar una sociedad completamente vertical y disciplinada se vuelva utópico, es decir, un no lugar.
-Temen que este veranito plutocrático sea pasajero.
-Les rompería el corazón, al igual que en “It’s a Heartache”, recurrir de nuevo a los viejos administradores de sus intereses. Como si, en el fondo, desearan que existiera un sistema de castas similar al que dividía a la India en la antigua sociedad védica.
Se trata, le expliqué, de un complejo andamiaje de estratificación endogámica. Rígido e inmóvil. Los gobernantes o guerreros (Kshatriyas) siempre serán lo mismo a lo largo de los tiempos. Los religiosos y profesores (Brahmins) extienden a sus herederos esa misma condición. La imposibilidad de movilidad social alcanza a artesanos o mercaderes (Vaishyas) y trabajadores o sirvientes (Shudras). Existen otra serie de restricciones. Cero mezclas. Las castas más elevadas viven en el centro. Las más bajas, en el conurbano, perdón, qué animal, en la periferia de la periferia. Los más prósperos pueden explotar a los grupos inferiores. Shudra te parieron, Shudra morirás y renacerás, y andá a cantarle a Vishnu o Gandhi, a ver si te atienden. La Constitución de ese país, al promover en clave moderna la separación entre religión y Estado, prohibió la discriminación por cuestiones de casta. Sin embargo, el sistema no ha sido erradicado. India padece un resurgimiento de la violencia relacionada con la imposición de las viejas jerarquías.
Parece que estuvieras dando una clase magistral, dijo, y yo, no, no, las clases magistrales irritan, y él, suspicaz, por qué, a qué te referís, y como me llamé a silencio dijo que bueno, partamos al medio, definamos esto que hacemos como una caminata magistral, a lo que asentí solo para cerrar mi idea, surgida, le subrayé, de un intercambio entre iguales, porque no habría consentido otro pacto hablante. Seguí con lo mío.
- ¿Sabés que la palabra casta proviene del portugués y significa “raza, linaje, estirpe”? Si nos atenemos a ese origen, el sentido verdadero de ese canto se nos hace más transparente. Miedo a la impureza. Mucho más si tenemos en cuenta que durante los primeros siglos de la ocupación española en América Latina se la utilizó como un régimen de ordenación racial, según la procedencia europea, originaria, africana o algún tipo de mestizaje. A mayor sangre de los “conquistadores”, mejor posición en la pirámide social. Si aceptamos este razonamiento no se quiere volver a fines del siglo XIX sino al siglo XVII latinoamericano, o al universo védico.
Dijo que tenía que pensarlo.
Antes de despedirse, quiso saber porque invocaba su apellido al revés.
- ¿Superstición?
-Tomalo como un juego, una apuesta, la módica esperanza de que algún día pudiera sucederle lo de Mister Mxyzptlk.
- ¿Mister qué?, se desconcertó.
Le expliqué quién era Mxyzptlk: el pícaro personaje de las primeras aventuras de Superman, al que el hombre de acero forzaba a deletrear su nombre en sentido inverso, Kltpzyxm, para devolverlo a la quinta dimensión de donde venía.
-Decir Ielim, si se quiere, es un pedido secreto y mántrico de que esto se pueda revertir. A veces se me escapa, perdón.
-Pero, ¿quién podría inducirlo a ese silabeo engañoso?
-Ellos, claro.
Titubeó y dejó la frase en el aire.
- ¿Los p…?
No hacía falta completarla.
- ¿Acaso no estamos en una dimensión desconocida?
AG
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