Dionisio del tercer mundo
Hace unos meses, en un programa de televisión emitido en Paraguay, invitaron a un actor argentino para promocionar su obra de teatro. Y en el momento que lo presentan en el estudio (después de gritos y alaridos que se escuchan fuera de cámara) a una de las conductoras se le ocurre, en forma de chiste, preguntarle si lo puede tocar. Entonces la conductora, sin esperar respuesta del actor y hablando a cámara (hablándole a la famosa “señora que nos ve desde su casa”), afirma que el actor es real, de carne y hueso, y con la punta de sus dedos le toca los músculos del brazo. Risas, risas, risas, hasta que por lo bajo se escucha el comentario que hace el actor, también en forma de chiste (imagino) que dice, palabras más, palabras menos, que si la situación fuera al revés, a él lo meterían preso.
La escena de este programa rápidamente se viraliza y no tardan en llegar comentarios a favor y en contra. Se habla de cosificación, de sexismo, de feminismo al revés (¿?), de igualdad y demás etcéteras. Y como flotando en el aire queda la pregunta de si es posible que las mujeres cosifiquen a los hombres.
Hace unos años escribí una novela (la primera) que se llama “Construcción de la mentira” y cuenta la vida de un actor que intenta sostener la popularidad que alguna vez tuvo (o que por lo menos él cree que tuvo), pero que sobre todo intenta distinguir lo que es real y lo que es ficción en su vida. En uno de esos capítulos a este actor lo llevan a hacer una especie de gira, lo que se llama “presencias” en boliches por el interior del país.
“Tres policías me escoltan. Me dicen que me ponga la capucha. Forman un círculo a mi alrededor, agacho la cabeza, apoyo las manos en la espalda de boxeador de uno y entramos. Avanzo mirando el suelo. Zapatillas manchadas, vasos transparentes de plástico, bombillas negras, revolvedores verdes y rojos, agua negra de las pisadas como huellas dactilares de las zapatillas. Escucho gritos: Cuidado, correte, salí, salgan, despacio, córranse para allá, salgan, dale, dale. Me rozan, me sacuden. Me agarran el culo. Escucho que una pendeja dice: Agarrale la pija, que se re deja, boluda. Me tironean la campera. Escondo la cara lo mejor que puedo. Uno de los canas me dice que tenga cuidado con el escalón. Tanteo con el pie, subo a una tarima y me saco la capucha. El payaso que sale de la caja sorpresa sonriendo. El bufón. El seguidor de luz que tengo enfrente me encandila y no distingo nada. Una mano me da un micrófono. Imposto la voz y saludo. Hola. Las minas gritan histéricas. Me siento un Beatle. El DJ pone la cortina musical de la telenovela. La gente se agolpa sobre los tres policías. Las minas, todas a la vez, desafinan desquiciadas la canción con los celulares en las manos. Algunas me miran, otras filman. No veo tipos. Deben estar en el fondo masticando odio. Siento que algo duro me golpea en la cabeza. Nadie se da cuenta. Un cubito gira en el piso al lado de mi zapatilla. Las minas ondean los brazos y se mueven al compás de la música.”
“Todos me apuntan contra el paredón. Me sacan fotos. Pasa un grupo de personas, me besan, me dejan todo baboseado. Es un asco pero no me puedo limpiar. Son las recomendaciones que me hacen. Eso a la gente no le gusta, la masa se enfurece y me pueden linchar en cuestión de segundos. La gente enojada puede ser muy hija de puta. Lo que amaban con pasión hacía un rato lo pueden llegar a odiar con la misma intensidad. Las espaldas y mejillas están calientes y transpiradas. Entran y salen, y yo solo levanto y bajo los brazos como un muñeco inflable de gomería. Aparece alguien y me da un pañuelo blanco doblado, me señala el cachete. Me escondo detrás de él para limpiarme. Es rouge rojo.”
“Una chica de cara larga y enterito negro gira la cabeza y los pelos se me enganchan en la barbilla. Me los desprendo rápido, sin dejar de sonreír para la foto que me sacan. Dos fogonazos que me queman la vista y me encandilan como una liebre. Ella me agarra la cara y la estruja entre sus manos. Me pide que la deje olerme, quiere olerme, solo eso. Me refriega la nariz por el cuello y sale. La chica de mi derecha intenta sacarse una selfie besándome en la boca. Me resisto sonriendo y uno de los tipos de seguridad del boliche la agarra de la muñeca y se la tuerce. Grita que la dejen sacarse la foto, al menos. Suplica, pero la arrastran y se la llevan. Ella es la hija del dueño, me dicen y me señalan a una gordita de pelo negro ondulado largo, ojos vivaces, nariz chata y dientes desparejos. Le sonrío. Se me para adelante dándome la espalda, me agarra los brazos y se los pasa por la pelvis. Posa para la foto. Mirá para allá́, me dice y señala a un pibe que sostiene un celular blanco. Sonreí, me ordena, pero mostrá los dientes, dale. Fogonazos. Mira cómo quedó la foto. Se enoja porque no sonreí́. Dice que en la próxima le dé un beso en el cachete. Y yo lo hago. Obedezco. Para eso vine, en definitiva.”
“Levanto la mano y escucho gritos. Las lucecitas blancas de los celulares brillan en medio de la marea. Los brazos que se estiran para tocarme son como raíces que aparecen entre las cabezas apretadas. Es una película apocalíptica: me enredan un tobillo y me absorben poco a poco. La masa se transforma en una mancha voraz que me arranca pedazos del cuerpo. Me esquilan. Me descuartizan. Cada músculo es un suvenir que Ménades y Bacantes, poseídas por Dionisio, revolean en medio de una danza desenfrenada y salvaje.”
Me acuerdo que previo a presentar la novela, una de las presentadoras que ya la había leído, me comentó sobre este capítulo y me dijo palabras más, palabras menos, que nunca había pensado en la cosificación que podía llegar a sentir un galán. El comentario nos dio risa. ¿Construir una carrera artística en base al deseo y, con el tiempo, intentar correrse del lugar de deseado es posible?
Pienso en ese video de Robbie Williams en el que empieza bailando en un disco giratorio con chicas patinando alrededor de él. Quiere llamar la atención de la DJ de modo que comienza a hacer un striptease sacándose la ropa hasta quedar desnudo. Pero eso no alcanza y se saca la piel como si fuera otra ropa. Se arranca los músculos y se los lanza a estas mujeres que, lejos de amedrentarse, empiezan a devorarlos.
GH/DTC
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