El Dipy y Frank Zappa, paradojas de la música libertaria
Hay palabras que trasiegan, saltan de un lado a otro y dejan en el camino su carga histórica. El lenguaje sumario puede convertirse así en condescendencia virtual. “Proceda Maslatón”, escribió días atrás en Twitter Cristina Fernández de Kirchner cuando desbloqueó al abogado y analista financiero Carlos Maslatón. “Proceda”, había dicho el exdictador Pedro Eugenio Aramburu después de que Montoneros le había comunicado que sería asesinado, según el propio relato de los ejecutores. “Mañana es mejor”, suele decir Alberto Fernández. Con sus citas del final de la “Cantata de puentes amarillos” de Luis Alberto Spinetta, el presidente que no fue terminó por completar un proceso de estatización del rock que había comenzado en 2004. Mañana es mejor se llamó el espectáculo que se realizó días atrás en el Teatro Colón, bajo la dirección del pianista y gestor Adrián Iaies, en homenaje al disco Artaud. Esa confianza en el futuro del joven Spinetta, inconforme con el presente, al punto de acompañar el disco con un manifiesto (“denuncio a los participantes de toda forma de represión”) que incluye con su propia autoincriminación, se tradujo, cincuenta años más tarde, en una reverencia estilizada y sin asperezas.
“Esta es una interpretación”, previno el presentador Bobby Flores, trajeado para las circunstancias. Una explicación discutible, digo, sujeta a debate, porque soslaya la pregunta sobre las potencialidades del objeto que se exhuma (¿rabia, pulsión o lisura?). Bien podrían sostener sus promotores en defensa propia que “mejor que decir es hacer”, porque la práctica y el error son enseñanzas y abren perspectivas. Aunque, pensándolo bien, a qué músico se le ocurriría apropiarse del apotegma que Juan Domingo Perón hizo suyo. No a un pianista refinado como Iaies, por cierto. Entonces, quién. “Todos podemos hablar, pero a veces hay que hacer”, acaba de decir El Dipy frente a Viviana Canosa. Su proclamación como candidato a intendente de La Matanza por el partido de Javier Milei vino acompañada de esa paráfrasis multiuso del general.
Quiero porro/ A beber porque ya yo estoy solo/ Ahora vivo mi vida a mi modo/ A la mierda que se vaya todo, pide El Dipy en “De amor nadie se muere”, su último corte antes de lanzarse a la política espectacularizada. Si el canto deforma la lengua y recibimos sus sentidos a medias, qué mejor que un candidato canoro e ilegible. No el único, aclaremos. Que conmigo era hacer el amor/ Con él ya no soportás/ Te levantás y te vas a bañar/ No quieres más, expresa con despecho Nicolás Mattioli. Hijo de un cumbiero de lustre, el extinto Leo Mattioli, no solo defiende el linaje en los escenarios. La Cámpora lo nombró precandidato a senador provincial en Santa Fe. Disputará en las PASO su lugar en la boleta con Marcos Castelló, cantante del grupo Kaniche, quien va por la reelección con el aval del gobernador Omar Perotti. Humíllate, dime que no vales nada, que tu mundo he sido yo, entona. Vaya aspirante. Pero nada se compara con El Dipy. Me como a tu minita/ Ella está que explota/ Re culona y vos ni pelota, imposta en “Para vos fantasma”. Todo un “manifiesto” de época: en vez de rock, esa “música dura, la suicidada por la sociedad”, según el Spinetta de aquel 73, cuando la distorsión eléctrica asustaba, un bailantero tecno, misógino y procaz, condición al parecer irrelevante para espantar simpatías entre desencantados del partido bonaerense más populoso.
“Con El Dipy nos une una amistad y una mirada común sobre los motivos por los que Argentina atraviesa una crisis política, económica, social y de valores”, dijo sobre su delegado territorial Milei, un viejo conocedor del usufructo publicitario de ciertas músicas. “Voy a apoyar a Javier porque es el único que plantea una solución para los argentinos”, explicó el cantante “comprometido” con las ideas del promotor de la venta de órganos. La causa común con el economista viene precedida de exabruptos de toda clase en las redes sociales y en los programas televisivos trash. “Zurdo, kirchnerista y antipatria”, le había espetado a León Gieco, por su simpatía con las luchas de la comunidad mapuche.
Si quisiéramos encontrar otro cruce relativamente reciente entre música y aspiración electoral habría que remontarse a 2009, cuando Daniel Scioli le ofreció un puesto en la lista de candidatos a diputados a Nacha Guevara. Ella, la primera voz en castellano de “No llores por mí, Argentina”, el rostro de Evita, el musical que intentó en 1986 responder críticamente a la obra de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, ganó una banca, pero nunca asumió. “Mi vocación y mi compromiso con la justicia social que han marcado mi vida personal y mi trayectoria, son inquebrantables y seguiré aportando a mi país y colaborando con el Gobierno desde donde las circunstancias me lo permitan”, explicó entonces.
El Dipy pone en escena el giro sónico e ideológico de estos tiempos de inversiones (no me refiero acá a flujos financieros ni económicos sino de un habla pública patas para arriba). Los libertarios argentinos ahora tienen su escudería musical, algo que sus pares norteamericanos no lograron en 1988, cuando tentaron nada menos que… a Frank Zappa. “Realmente no puedo apoyar su plataforma de todo corazón porque algunas de las cosas que tienen aquí son erróneas o estúpidas”, dijo el gran compositor y guitarrista. Y ustedes, lectoras, lectores, tal vez se preguntan al toparse con estas líneas si algo se coló de contrabando -un error de edición, una broma informática-, porque, cómo se puede saltar de un cultor de la bailanta ágrafa a uno de los artistas más extraordinarios de la segunda mitad del siglo XX. Qué es lo que puede unir mundos tan dispares, demarcados, de un lado, por “Inca road”, esa pieza virtuosa, alucinada, de Zappa and The Mothers of Invention, conocida en 1973, es decir, el año que se editó Artaud, el de los mañanas mejores, y esta actualidad en la que el candidato a intendente de La Matanza canta:
De caravana con tussi y cerveza
Nos tomamo' una pastilla y quedamos de la cabeza
Ya somos una banda y compramos una mesa
Un, dos, tres, ¿cómo es?
Desde ya que la letra nos provoca tanto rechazo como el trumpismo sin bozal de sus declaraciones en los medios. Pero, ¿y si él descollara en su esfera, la estrictamente creativa? ¿Qué tipo de empatías o aversiones podría provocar? Afortunadamente no es el caso, el Dipy no es un Celine del meneadito, todo resulta más entrópico y pueril, pero eso no nos libra del “problema” Zappa, si es que pudiera llamárselo de alguna manera. Su música se nutrió del doo-wop, el R&B, el free jazz y ciertos compositores de referencia de la postguerra como Edgar Varese, Anton Webern e Igor Stravinsky. Mordacidad modernista, antihippismo y dosis de Dadá, critica al establishment, la plastic people y a los fumetas, se combinaron en el primer Zappa, el de los sesenta y parte de los setenta. A medida que fue despuntando su figura de compositor, que incluyó, fuera del formato más propio del rock, obras orquestales, algunas de ellas dirigidas por Pierre Boulez, comenzó a expresar algunas ideas políticas que, en principio, parecerían darse de bruces con su propia práctica musical.
En 1985 se enfrentó con Parents Music Resource Center (PMRC), que reclamaba el etiquetado de los discos para que pudieran informar acerca de la probidad de los autores. Zappa participó de una audiencia en una comisión del Senado donde denunció a las esposas del senador demócrata Albert Gore Jr. y del entonces Secretario del Tesoro de Ronald Reagan, James A. Baker III, por estar a la cabeza de esa lucha contra la obscenidad textual. “La mayor amenaza para Estados Unidos hoy no es el comunismo. Está moviendo a Estados Unidos hacia una teocracia fascista. Y todo lo que sucedió bajo la administración Reagan nos está llevando por ese camino”. Su defensa de un albedrío sin tutela, combinada con su rechazo a la existencia de un Estado gigante, tentó a los libertarios.
El partido había sido fundado en 1971 con el propósito de convertirse en una tercera fuerza capaz de lograr que los norteamericanos dejaran de pagar tantos impuestos. Zappa, como hemos visto, rechazó el convite, pero redobló sus actividades políticas. En 1988 instaló cabinas de registro de votantes para conseguir que más gente se registrara en los padrones electorales y los presidentes no asumieran con tan baja legitimidad en las urnas. Tres años más tarde, presentó su candidatura a la presidencia como apartidario. Lo hizo al constatar que la Guerra del Golfo era la prueba de que los estadounidenses estaban dispuestos a aceptar cualquier cosa que les distrajera.
En “Si fuera presidente”, un largo alegato con una música enrevesada de trasfondo dice: “No creo en la plataforma de ninguno/ de los partidos, así que empezaría de cero”. Ese Zappa se declaró en contra de la actividad sindical, proclamó su orgullo de empresario exitoso y reclamó “un gobierno más pequeño”. Aseguró incluso que de no ser por la “maligna influencia de la derecha religiosa”, aquel símbolo de los sixties podría identificarse suelto de cuerpo con el Partido Republicano. Incluso fue más lejos. “Políticamente me considero (no se rían) Conservador Pragmático. Quiero un gobierno más pequeño y menos intervencionista y también impuestos más bajos. ¿Cómo? ¿Ustedes también?”, proclamó en The Real Frank Zappa Book, el libro que coescribió con Peter Ochiogrosso sobre el final de sus días. “Qué pasaría en Estados Unidos si se eliminara el impuesto sobre la renta y se sustituyera por un impuesto nacional sobre el valor añadido que gravara las ventas de todos los bienes y servicios”. Sí, el autor de Uncle meat, aquel disco doble que también fue película experimental, estimaba que eran los mismos republicanos, esos “asquerosos seudoconservadores” capturados por los dogmas religiosos, los que preferían “dejar el sistema fiscal tal y como está” para tenerlo “a su disposición como herramienta para la extorsión política”. ¿No les suena a música conocida?
Zappa falleció a fines de 1993, como consecuencia de un cáncer de próstata. Su obra es objeto de devoción, de una radicalidad que crece a medida que se acortan los horizontes de expectativas en la música. Su último credo político es, por lo menos, incómodo, y me vino a la memoria a partir de los usos domésticos de la palabra “libertario” y la aventura matancera a la que se lanza El Dipy (Hay muchos artistas que no están de acuerdo con lo que estoy haciendo porque son cagones“). Nada puede ser más diferente y, a la vez, conectado por una insólita hebra antiestatal. Trasiegos entre mundos y eras.
AG
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