Kicillof o Massa, caminos opuestos para dar vuelta la página de los Kirchner
A esta altura del año próximo, ciertas elucubraciones y proyecciones políticas habrán encontrado un cauce más concreto. Entre ellas, el futuro de Axel Kicillof.
Una de las certezas en un camino pleno de incógnitas es que la posibilidad de progreso del gobernador de la provincia de Buenos Aires marcha por un carril separado del liderazgo menguante, pero todavía condicionante, de Cristina en el peronismo.
Si la lectura de una elección compleja como la de octubre próximo termina beneficiando a Kicillof y lo confirma a la cabeza de un “inmenso frente” para disputar con la ultraderecha en 2027 —como anunció el gobernador, para estupor del Instituto Patria—, será porque el mandatario bonaerense logró forjar un capital propio claramente autónomo del dedo de Cristina.
En un escenario que hoy luce improbable, como sería que al peronismo bonaerense le fuere bien en las legislativas bajo la conducción indisputada de Máximo y Cristina Kirchner, con el gobernador subsumido en ese eje sanguíneo de primer grado Instituto Patria-La Cámpora —como uno más, debajo de Sergio Massa, y así se lo harían sentir—, la cosecha propia de Kicillof tendería a cero. Para el proyecto político de Kicillof, la victoria debe ser propia o no será.
Haría falta un inconmensurable ejercicio de desmemoria colectiva, el experimento de los Milei debería terminar en catástrofe y el resto del peronismo debería quedar atónito para que una mayoría de la sociedad vuelva a aceptar una propuesta que tenga a los Kirchner al mando y al candidato presidencial que más mida a sus órdenes. El trauma “Alberto al Gobierno, los Kirchner al poder” sigue irresuelto y, por lo tanto, es inhabilitante.
Tropa propia
Si una convicción asumió Kicillof en los últimos años es que el esquema de doble comando no se debe repetir en ninguna circunstancia, y para evitarlo, le queda una opción: vencer a los Kirchner, por las buenas —un acuerdo en el que imponga condiciones a la vista de todos—, o por las malas —una interna peronista o listas separadas si el galimatías electoral de la provincia no se resuelve—.
Haría falta un inconmensurable ejercicio de desmemoria colectiva, el experimento Milei debería naufragar y el resto del peronismo debería quedar atónito, para que una mayoría vuelva a aceptar un doble comando entre los Kirchner y el candidato nominado
Desde el vamos, el desafío de gobernar la provincia de Buenos Aires bajo un acoso impúdico de la Casa Rosada (además de los insultos de Milei, basta constatar, por ejemplo, las transferencias federales, la asistencia financiera y la obra pública en el contraste de otras provincias) abre dudas sobre las posibilidades reales de Kicillof, que este viernes se quedó además sin presupuesto para 2025 luego de que se cayera la sesión para tratarlo.
Es un dirigente con probada fortaleza electoral —dos elecciones ganadas en el distrito más grande del país, por un margen mayor al previsto—, que enfrenta un “nunca lo votaría” alto en el plano nacional, algo menor al de su mentora. La rivalidad con los Kirchner comienza a dividir aguas en ambas Buenos Aires —ciudad y provincia—, pero lejos de la Capital Federal, el crédito y el descrédito del gobernador aparecen atados a los de la expresidenta.
En Córdoba, Mendoza y Salta, Kicillof todavía “es” Cristina. Sólo los muy politizados los pesan en balanzas separadas, coinciden dirigentes y analistas de esas provincias. Mal dato para el mandatario bonaerense, habida cuenta de la alta imagen negativa de la expresidenta, una invariante desde hace al menos una década.
Un elemento desafiante es que Kicillof no cuenta con armados partidarios y territoriales sólidos, y genera desconfianza ideológica en un sistema político cuyo eje —peronismos provinciales incluidos— se ubica marcadamente a su derecha. Forjó alianzas tácticas con intendentes y tribus peronistas que tienen ganas de dar vuelta la página, pero que tienen tendencia a no arriesgar.
El consenso sobre Kicillof es alto en lo que fue el sustento intelectual y militante de izquierda del kirchnerismo, que sintoniza con los “soviéticos”, como llaman despectivamente los críticos al círculo más próximo al mandatario, proveniente de sus años de estudios y activismo universitario. Esa base de sustentación no es gran cosa ante el sexto sentido político de Cristina, reservado para líderes que surgen cada muchos años.
Kicillof no cuenta con un armado partidario ni territorial sólido, y genera desconfianza en un sistema político cuyo eje se ubica marcadamente a su derecha
El reciente ejercicio de neutralización del frágil desafío del riojano Ricardo Quintela —auspiciado por Kicillof— para conducir el Partido Justicialista demostró que la capacidad de Cristina sigue vigente hasta para las cuestiones más menores de la política.
El juego de Massa
Sergio Massa comparte con Kicillof la misma convicción: bajo el ala de los Kirchner resulta casi imposible ganar una elección. La hipótesis factible es “junto a”, con toda la complejidad y el oxímoron que significa, nunca “debajo de”.
En la Fundación Encuentro en la que se recluyó el excandidato presidencial de Unión por la Patria, se ocupan de remarcar que, cuando éste asumió el ministerio de Economía, exigió reservar para sí la botonera de casi toda el área; por empezar, la cuenta más onerosa y que más oportunidades genera, históricamente muy apetecida por el kirchnerismo pingüino: Energía.
Desde el Palacio de Hacienda —y mucho más con la candidatura presidencial— Massa movió fichas a todas luces “promercado”, que, si hubieran sido esbozadas por Alberto Fernández, habrían disparado una mordaz clase magistral de Cristina, dos cartas lacerantes, cinco proyectos de repudio en Diputados con la firma de Máximo, un misil de Mayra Mendoza y tres filtraciones involuntarias de whatsapp con insultos al “pelele”.
El tándem Massa-Kicillof, con todas las diferencias culturales e ideológicos a cuestas, fue uno de los pocos ejes que funcionó bien en la pasada contienda electoral. Ambos parecieron comprender lo que estaba en juego e hicieron de la necesidad virtud: se complementaron y patearon para el mismo lado.
La convivencia actual entre el gobernador y el excandidato es descripta como tensa y desconfiada, aunque pragmática. Comparten un mantra: “no nos entra un quilombo más”. Circulan dos narrativas antagónicas sobre el pasado reciente. Massa desliza que la victoria provincial de Kicillof se debió a su mérito como candidato presidencial, mientras que el gobernador traza lo contrario; que si el postulante presidencial estuvo cerca de ganar en primera vuelta, fue gracias al empuje dado por la gestión de la provincia de Buenos Aires.
De acá en más, los únicos dos nombres del peronismo que aparecen con capital suficiente para al menos intentar trascender el ciclo kirchnerista, están destinados a caminar separados, no sólo porque el liderazgo de uno deberá imponerse sobre el otro, sino por práctica política.
Massa exhibe problemas y fortalezas diferentes a los de Kicillof. Entre las últimas se encuentra su osadía para mover esquemas, aunque a veces parezca temeridad. El excandidato tiene dotes excepcionales como tiempista. Gana partidas en los minutos de descuento —por ejemplo, la candidatura presidencial 2023— y arriesga hasta donde los ángeles temen entrar.
Massa tiene dotes excepcionales para manejar los tiempos. Gana partidas en minutos de descuento —por ejemplo, la candidatura presidencial 2023— y arriesga hasta donde los ángeles temen entrar.
Ambos tienen un pasado temprano no peronista. Massa llegó en la década de 1990 desde la UCeDé y Kicillof, en el siglo XXI desde la izquierda. Da la impresión de que el tigrense hizo carne el cursus honorum para interactuar con las múltiples facetas del peronismo, algunas indigeribles, materia que al economista todavía le cuesta.
No es un activo menor que el último candidato presidencial peronista haya sido votado por 37% de los argentinos en primera vuelta y 44% en segunda. Él mismo admite que el voto contra Milei llevó a muchos a vencer la desconfianza que él mismo genera, por lo tanto, no es una cosecha propia.
De todos los contrapesos que tiene Massa, el mayor es el desbarranco económico del último cuatrimestre de 2023. Fueron meses en que los desbalances acumulados hicieron eclosión, con el ministro-candidato tomando medidas irresponsables y regresivas, como la eliminación del impuesto a las Ganancias para el 10% de los trabajadores que más ganan. La disparatada propuesta dolarizadora de los hermanos Milei hizo el daño que buscaba, y la gestión Massa culminó el 10 de diciembre con indicadores económicos y sociales negativos por donde se los mire.
Kicillof tampoco es ajeno a la foto económica del Frente de Todos, entre otras cosas, porque le dio letra a Cristina durante los primeros dos años de ese Gobierno, hasta que la relación se empezó a resquebrajar. De una nueva página del peronismo, el electorado aguarda que la defensa del Estado como igualador de oportunidades trascienda terraplanismos como las tarifas de servicios públicos regaladas para las clases media y alta, la inocuidad del déficit fiscal o eslóganes huecos para no gravar a los sectores de mayores ingresos “porque el salario no es ganancia”.
Optimista del gol
Hay matices y explicaciones sobre las plagas que enfrentó el período de cuatro años Alberto-Cristina-Massa. Ninguna tan gravosa como la interna suicida disparada por la vicepresidenta y procrastinada por el Presidente. No se habla de la secuencia deuda de Macri-pandemia-guerra-sequía-“peso excremento” de Milei. Nadie argumenta, nadie explica. Cristina se aventuró en la estafa intelectual de desligarse por completo del Gobierno 2019-2023; su principal responsable, Alberto, ya iba por la banquina y quedó fuera de pista por la denuncia de Fabiola Yáñez en Comodoro Py y Massa se llamo a silencio. Entre otras razones, porque el excandidato presidencial se dedicó a la asesoría financiera del fondo estadounidense Greylock Capital. No muchos más políticos podrían creer que hay retorno político desde esa función. Massa deja trascender que, si las condiciones se dan, él está para volver.
El excandidato presidencial se dedicó a la asesoría financiera del fondo estadounidense Greylock Capital. No muchos más políticos podrían creer que hay retorno político desde esa función
Un optimista del gol, el tigrense cree que un peronismo unido tiene a mano una victoria en las elecciones de medio término. Está convencido de que hay un sustento sólido en la opinión pública en contra de la destrucción del Estado. Que la furia es contra la “casta”, no contra las jubilaciones, la ciencia, la educación y la salud, y si surge una voz capaz de interpretar una agenda mayoritaria, que relegue a un plano menor los “pequeños relatos” que entretuvieron al kirchnerismo en los últimos años, las chances de victoria son altas.
Cerca de Massa deslizan nombres de posibles intérpretes de la agenda. Leandro Santoro en Capital Federal y “un intendente joven, con gestión, pragmático, de centro”. ¿Quién? Aparecen Ariel Sujarchuk, de Escobar, y Federico Achával, de Pilar.
Habrá que ver. El último intendente que asomó la cabeza con esas características, sin sustancia, un verdadero barrilete ideológico, coronado primero por Cristina, luego seducido por Massa y, por último, asociado a Máximo, fue el lomense Martín Insaurralde. Terminó mostrando todo su potencial en un yate de lujo en el Mediterráneo. Acaso ese lastre haya perjudicado la candidatura presidencial del propio Massa al punto de cambiar la historia. Si algo demuestran los éxitos electorales de Milei (“zurdos de mierda”) y Kicillof (“derecha versus derechos”) es que las convicciones ideológicas, lejos de ser castigadas, pueden ser premiadas.
Multas y cables cruzados
Las aproximaciones de Kicillof y Massa encuentran un tamiz en un puñado de expedientes judiciales que circulan por los meandros de los tribunales bonaerenses en Campana, San Martín y La Plata.
En una de esas causas, el ministro de Transporte bonaerense, Jorge D’Onofrio, fue imputado por presunto lavado de activos por el juez federal de Zárate-Campana, Adrián González Charvay.
La denuncia radica en un supuesto sistema de coimas para borrar multas de tránsito y contratos con la empresa Soluciones en Telecomunicaciones y Electrónica —señalada como allegada a D’Onofrio— para la verificación técnica vehicular en municipios de la provincia de Buenos Aires. El caso también involucra, entre varios, a la expresidenta del Concejo Deliberante de Pilar y pareja del ministro bonaerense, Claudia Piombo, supuesta dueña de una fortuna bajo la mira judicial.
D’Onofrio, uno de los fundadores del Frente Renovador, la marca política de Massa, afirma que probará su inocencia y la de Piombo en tribunales, mientras sus bienes son investigados. El ministro apunta a Secutrans, una empresa de fotomultas cuyo objeto era constatar todas las infracciones posibles para facturar más, aun a costa, presuntamente, de intentar penalizar faltas inexistentes. Detrás de Secutrans aparece el denunciante Leandro Camani, empresario que —según D’Onofrio— encontró un nicho económico gracias al amparo de Mariano Campos, titular de Vialidad provincial y subsecretario de Transporte entre 2016 y 2018, bajo la gobernación de María Eugenia Vidal.
Las operaciones de prensa en contra de D’Onofrio y su rivales Camani-Campos vuelan como lanzas, y encuentran a Massa y Kicillof en veredas opuestas y con los cables cruzados.
D’Onofrio era hombre de Massa, un vínculo que el ministro bonaerense afirma que sigue vigente. En tiempos turbulentos del Frente de Todos, D'Onofrio fue el encargado de enviar mensajes ríspidos en nombre de Massa al resto de los accionistas de la coalición.
Recluido de las disputas públicas, Massa hizo saber que él en persona le informó a Kicillof hace cinco meses de las denuncias que involucraban al ministro de Transporte bonaerense y su pareja.
La secuencia explicada en La Plata es opuesta. Afirman que Kicillof supo que había una versión interesada contra D’Onofrio con la intención de hacer “escándalo”, cabe inferir, con fines extorsivos. El Ejecutivo bonaerense encaró una investigación interna y afirma no haber encontrado ningún indicio de delito. “No obstante, todo el Gobierno está a disposición de la Justicia para que se investigue”, aclaran desde la oficina de Kicillof.
El proyecto de emprender un camino autónomo, sin la tutela de los Kirchner, exige otro tipo de definiciones de parte del gobernador.
Hasta ahora, la percepción generalizada en el entramado político de que Kicillof y su grupo de mayor confianza son honestos les alcanzó para salir relativamente indemnes de escándalos graves de corrupción que explotaron cerca.
El proyecto de emprender un camino autónomo, sin la tutela de los Kirchner, exige otro tipo de definiciones de parte de Kicillof
El vendaval Insaurralde —jefe de Gabinete instalado por Máximo Kirchner en el Gobierno bonaerense— y la corrupción sistemática en varios bloques de la Legislatura —“Chocolate”— no frustraron, ni mucho menos, la proyección de Kicillof.
Asumir su propia jefatura debería llevar al gobernador a denunciar operaciones cuando crea que le están apuntando, o a desprenderse de indeseables que llegaron producto del loteo negociado con La Cámpora, el Frente Renovador, los sindicatos o los intendentes.
Kicillof apenas mencionó a Insaurralde y Chocolate. Se limitó a edificar diques para contener daños y deslindar responsabilidades, sin más explicaciones. Sobre las denuncias que involucran a D’Onofrio y al intendente de La Matanza, Fernando Espinoza —un aliado táctico procesado por supuesto abuso sexual—, el gobernador sospecha que se trata de operaciones de carácter mafioso. Lo sugiere, no lo dice.
Kicillof cree que la afirmación de que su Gobierno se pone “a disposición de la Justicia” es suficiente. No lo es. Si las balas pican cerca, no alcanza con meros formalismos.
La aventura de pelear el liderazgo del peronismo incrementará exponencialmente los riesgos.
SL/DTC
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