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Opinión

Luis Almagro y Bolivia: la foto y la película

Luis Almagro, secretario general de la OEA.

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Hace unos días, en un foro en el marco de la Cumbre de las Américas, el activista estadounidense Walther Smolarek -miembro del Partido Socialismo y Liberación- increpó a Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), y el video del incidente se viralizó con rapidez.

 “Tiene las manos manchadas de sangre”, le espetó al recordarle el golpe en Bolivia, que Almagro habría orquestado, las masacres de Sacaba y Senkata que lo sucedieron, y varias cosas más. Sobre todo, su hipocresía por estar hablando de libertad y derechos humanos. También Smolarek se refirió al uruguayo como “asesino” y “marioneta” de Estados Unidos para “saquear los recursos bolivianos, como el oro, gas y el litio”. Finalmente, el activista siguió con Venezuela, Maduro, Guaidó, una comparación que sin duda no beneficia a la causa boliviana.

 El video tuvo una amplia repercusión. El propio Evo Morales lo tuiteó con la leyenda: “La prensa internacional informa cómo el golpista @Almagro_OEA2015 es denunciado en público por un joven digno que en la #CumbredelasAméricas le recuerda que mintió y provocó el golpe que masacró a hermanos indígenas por defender la democracia”. También los medios progresistas lo difundieron con el mismo subtexto: finalmente, alguien le dice las verdades en la cara a Almagro (“Almugre”, lo llamaba Maduro en sus duelos retóricos).

Hace tiempo que esta idea del “golpe de la OEA” contra el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) se instaló como una verdad progresista indiscutible de lo ocurrido en Bolivia en 2019. ¿Es así?

Hay cientos de razones para juzgar mal a Almagro, especialmente por su gestión en la OEA, desde donde actuó más como pendenciero de Twitter que como diplomático. Hoy pocos recuerdan que hace menos de una década (no de un siglo), el uruguayo era el canciller de José Pepe Mujica y que, tras la muerte de Chávez, podía decir en Telesur que nadie debería desconocer el “extraordinario papel de estadista de Hugo Chávez, que trasciende lo continental y lo hemisférico”. “Ahí [en Venezuela] está la consolidación de un proceso que ha sido plenamente exitoso en su política interna y exitoso en su proyección internacional”.

Como lo definió el diario El País, Almagro fue siempre un “camaleón político”. Cuando se presentó a la secretaría general de la OEA por primera vez en 2015, tuvo un amplio apoyo, incluido el de Venezuela. Tres años después, a fines de 2018, el Frente Amplio de Uruguay lo expulsaba por sugerir una intervención militar contra el país caribeño. 

Volviendo a Bolivia, es cierto que el 21 de octubre la OEA puso en duda los resultados y le dio combustible a las movilizaciones opositoras que se irían radicalizando. Y que el 10 de noviembre, con un particular timing (era domingo) el informe preliminar de los observadores de la OEA terminó de inclinar la balance contra el gobierno, cuando Morales estaba casi sin oxígeno. Allí se decía: “En los cuatro elementos revisados (tecnología, cadena de custodia, integridad de las actas y proyecciones estadísticas) se encontraron irregularidades, que varían desde muy graves hasta indicativas. Esto lleva al equipo técnico auditor a cuestionar la integridad de los resultados de la elección del 20 de octubre pasado”.

Este informe terminó siendo un arma letal en manos de quienes abiertamente desde las calles -ya en medio de una ola de violencia opositora- y más conspirativamente desde espacios cerrados buscaban derrocar a Evo Morales en medio de acusaciones de fraude electoral que no se han podido probar. (Es verdad, hay que decirlo también, que las respuestas descoordinadas y muy diferentes que los distintos organismos y funcionarios dieron frente al corte repentino en el conteo rápido de votos no ayudó a calmar las cosas).

La OEA participó así en la sucesión de “instantes huidizos” que la oposición aprovechó mejor que el gobierno, y el desenlace es conocido: la renuncia de Evo Morales y su exilio en México primero y en Argentina después.

Antes, una sublevación policial (común en cada momento de crisis: 2000, 2003, pero esta vez coordinada aparentemente con emisarios del cruceño Fernando Camacho); el pedido de renuncia al presidente de la Central Obrera Boliviana (COB); la “sugerencia” en el mismo sentido del alto mando militar (que además no quería tener que imponer el orden frente a la policía como ocurrió en febrero de 2003, cuando militares y policías se enfrentaron a tiros en plena Plaza Murillo, frente al Palacio Quemado y el Parlamento). Escribí sobre 2019 aquí y no vale la pena volver sobre ello.

En esos días críticos, Evo Morales había dicho que respetaría el informe de la OEA, y que esperaba que fuera técnico y no político. De hecho, fue el gobierno boliviano el que pidió esa auditoría, que la oposición rechazó de antemano. ¿Y por qué la pidió siendo Almagro un “enemigo” político? ¿Y por qué la oposición no la quiso en un principio siendo Almagro su “aliado”?

Aquí viene la película -que posiblemente el activista estadounidense desconoce-: la reelección de Evo Morales de 2019 -la tercera de su mandato- venía mancillada por el referéndum constitucional de 2016, cuando ganó el “No” por escaso margen y el presidente boliviano decidió desconocer esa consulta convocada por él mismo y buscar la reelección por otras vías. La consiguió en 2017 mediante una polémica interpretación del Tribunal Constitucional Plurinacional del Pacto de San José de Costa Rica.

En ese contexto, en el que la oposición le arrebató por primera vez desde 2006 la bandera democrática al MAS -que ganó una elección tras otra con verdaderas avalanchas de votos en elecciones transparentes- Luis Almagro se pronunció contra la repostulación por la vía judicial. Pero en mayo de 2019, en un giro inesperado en el año electoral, viajó a Bolivia y avaló la reelección. “Decir que Evo Morales hoy no puede participar sería absolutamente discriminatorio” ya que otros presidentes de la región (sobre todo en Centroamérica) fueron habilitados con argumentos similares sin recibir la condena de la OEA, declaró atrayendo sobre sí la ira de la oposición. Pero la cosa no quedó ahí.

En su visita, Almagro viajó al bastión del MAS y de los cocaleros: el Chapare, en el Trópico de Cochabamba. Incluso visitó la casa donde vivió Evo, de joven, en Villa Tunari, recorrió plantas industriales y plantaciones de coca, y se lo pudo ver luciendo las guirnaldas de flores con que los campesinos suelen “condecorar” a los visitantes ilustres. Evo se refirió a él como el “hermano Almagro”. Incluso, en tono de campaña, acompañó al presidente Morales a entregar una cancha de césped sintético en la localidad de Lauca Ñ, donde bailó salay con las campesinas del MAS. En la noche, comió tambaqui, un pescado de río de la zona, en la sede de las Seis Federaciones (cocaleras) del Trópico de Cochabamba, el sindicato que Evo Morales siguió liderando aun siendo presidente de Bolivia.

El propio Almagro resumió así su visita en Twitter: “Visité con el presidente @Evoespueblo la región del Chapare, donde vi iniciativas como la fábrica de UREA que demuestra que la industrialización de nuestros recursos naturales es posible en el hemisferio”. Abajo de ese posteo, una catarata de mensaje opositores manifestaba su decepción con el uruguayo.

La situación se volvió irónica, casi tragicómica, considerando las posiciones de Almagro en la región, sobre la Venezuela de Maduro. El ex presidente boliviano Jorge Tuto Quiroga, parte de diversos cenáculos de la derecha dura continental, se sumó a quienes leyeron el giro de Almagro como resultado de su necesidad de asegurarse los votos para su reelección en la OEA, y le pidieron que se fuera del país.

Quiroga acusó al jefe de la OEA de vender su alma a los bolivarianos. “Este vuelco vergonzoso la única explicación que tiene es que le ha venido maduritis aguda, es igual que Maduro, hace cualquier cosa con tal de permanecer en el cargo, Maduro en la presidencia de Venezuela, Ortega en la de Nicaragua, Evo Morales haciendo un golpe que desconoce el 21F [de 2016] en Bolivia, y Almagro que para quedarse en la OEA incumple su palabra y su compromiso y le vende su alma a los gobiernos que solía criticar”. (Algo similar pasaría en 2021 en Perú, cuando la OEA reconoció el triunfo de Castillo -en el contexto de las denuncias de fraude fujimoristas para enturbiar el proceso electoral- y la derecha salió a criticarla).

El viaje de Almagro a Bolivia en mayo de 2019 no lo exculpa de sus acciones en noviembre de ese mismo año, pero sí diluye la idea de una conspiración de largo aliento -casi permanente- de la OEA como acicate del “imperio” para acabar con el gobierno de Evo Morales. Al parecer, el jefe de la OEA había puesto como “condición” para su aval, que el MAS ganara con diferencia y sin dudas, es decir que no le complicara la vida, lo cual no había ocurrido dado que el país estaba completamente convulsionado en el momento del recuento votos. Y ahí Almagro recalculó rápidamente.

El posicionamiento de la OEA, al igual que el de otros actores, se fue modificando siguiendo el curso de los hechos. Y Almagro terminó legitimando al gobierno de Jeanine Áñez, que mezcló incompetencia, autoritarismo y revanchismo político (y étnico-social). Se abrió entonces una compleja etapa en la cual el gobierno “interino” cometió diversos actos de persecución contra el MAS y tuvo veleidades refundacionales (cuando en teoría era transitorio) para deshacer la herencia “masista”. A su vez, mientras el MAS la denunciaba como una mandataria de facto, el Parlamento (que seguía en manos del MAS) le enviaba las leyes a ella para su promulgación.

La historia que sigue es más conocida. La oposición creyó su propio cuento: que el MAS ya era solo una minoría y había hecho un “fraude monumental”; que no tenía votos sin repartir prebendas y que como había perdido el Estado ya no tenía como dar nada a cambio. Esta imagen (del megafraude; del prebendalismo) les impidió ver que el MAS tenía aún un amplio apoyo social, que representaba una identidad popular, y que la imagen de Áñez como jefa de un gobierno antiindígena estaba reviviendo la épica de los movimientos sociales y erosionando su propia estabilidad. A lo que se sumaron las divisiones en el campo conservador. Eso se tradujo una victoria política y moral del MAS en las elecciones del 18 de octubre de 2020 con un inesperado 55% de los votos.

Pero pese a esa victoria, Evo Morales -y el MAS- han intentado volver una y otra vez sobre el “golpe”, con el objetivo, hasta hoy infructuoso, de instalar un relato oficial que cierre de una vez la cuestión. Incluso, como hizo el activista estadounidense, se habla del “golpe del litio” -lo que por el momento carece de cualquier evidencia pero es atractivo porque revuelve el tópico de las “venas abiertas”-. Incluso con las condenas judiciales en marcha contra los “golpistas” a manos de una justicia sin ninguna legitimidad -Áñez acaba de ser condenada a diez años de prisión y le esperan más procesos-, posiblemente nunca se instale esa “verdad última”, simplemente porque el “golpe” y el “fraude” son banderas en disputa que sirven para alinear y alimentar a las fuerzas enfrentadas.

La foto del 10 de noviembre sirve para condenar a Almagro; la película posiblemente también, pero de manera un poco más reflexiva. Con más espíritu autocrítico sobre errores propios -como no reconocer resultados de consultas populares vinculantes e insistir en reelecciones eternas- que son la puerta de entrada de las contraofensivas reaccionarias.

PS

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