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DESDE LEJOS, CERCA

El poder de las malas palabras

El poder de las malas palabras.

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Cuando llegué a vivir a Argentina, una de las cosas que más me sorprendió fue el uso del hijo de p… como algo cariñoso. Y yo vengo de Chile, de la tierra donde Weón y todos sus derivados se usan por lo menos una vez por minuto. Pero entender el sentido de los insultos, las malas palabras, las groserías de Argentina me llevó tiempo. Creo que es de las cosas más difíciles de asimilar de una nueva forma de hablar, la graduación de las malas palabras y cómo se pueden usar. Y hay una buena razón para eso, el buen uso de las groserías puede ser una de las partes más sofisticadas del lenguaje.

Se podría pensar que el uso de puteadas es una señal de poco vocabulario, pero en realidad pareciera ser al revés. Esto lo mostró un estudio en el que le pidieron a los participantes que dijeran todas las palabras que puedan que empiecen con la letra A y así con otras letras, para evaluar la fluidez verbal de una persona. Luego le pidieron que hiciera lo mismo, pero con palabras tabú, malas palabras. Encontraron que quienes son más fluidos, a quienes se les ocurren más palabras con una letra, también tienen más capacidad de enumerar palabras tabú. Tener un gran repertorio de puteadas es también una señal de amplitud de vocabulario.

¿Qué es una grosería? Es algo que va cambiando con el tiempo, lo que hoy es tabú, puede dejar de serlo mañana. Hay malas palabras que se vuelven tan comunes que ya casi ni las pensamos cómo tal. También varían los temas de nuestros insultos. Algunas investigaciones que se han hecho en inglés, muestran como en la Edad Media las peores palabras estaban asociadas a cuestiones religiosas, eran blasfemias. Luego, a medida que las sociedades se volvieron menos religiosas esas malas palabras dejaron de tener tanta fuerza. En paralelo, fuimos ganando más privacidad en nuestra vida cotidiana, y cosas que antes hacíamos rodeados de gente, como ir al baño, pasaron a ser actos privados. El pudor hizo nacer otro tipo de groserías, vinculadas a nuestras funciones corporales. Hoy, esos insultos pueden no tener ya tanta fuerza, muchas son palabras comunes. En cambio, los insultos hacia minorías parecen ser mucho más tabú.

“Me parece que hay una diferencia entre las palabrotas y los insultos”, explica Karina Galperin, profesora de literatura de la Universidad Torcuato Di Tella. Una cosa es decir una mala palabra, otra es buscar ofender a una persona. “Las palabrotas suelen estar ligadas a lo religioso, a lo físico y lo sexual, y son parte del acervo lingüístico de las sociedades, son herramientas expresivas. De hecho, el Quijote está lleno de palabrotas, igual que la obra de Shakespeare”, agrega Galperin.

El hecho de usar estas palabras tabú puede tener un efecto físico sobre nosotros, pareciera que el hecho de decir algo que está mal visto o incluso prohibido, nos genera un poco de adrenalina. En un estudio quisieron probar si el hecho de putear podía ayudar a sobrellevar molestías o dolor físico. Para hacerlo, le pidieron a los participantes que sumergieran su mano en un balde lleno de agua congelada y que aguantasen todo lo que pudiesen. A la mitad le dijeron que mientras lo hacían dijeran una palabra neutra, mientras que a la otra mitad los dejaron decir malas palabras. El resultado: los que decían malas palabras duraban más tiempo. Esa buena puteada que lanzás cuando te agarrás el dedo en la puerta tiene una razón de ser, te puede ayudar a tolerar el dolor.

Otro de los efectos positivos puede ser el de reducir el estrés. Algunos investigadores señalan que, en profesiones de mucha tensión, como pilotos o cirujanos, el hecho de poder descargarse con una buena puteada en momentos de intensidad ayuda a bajar el estrés.

Las malas palabras también tienen un rol social, pueden ser un marcador de cercanía. Es raro que nos atrevamos a usar una mala palabra frente a nuestro nuevo jefe, en cambio es mucho más usual que lo hagamos con colegas, sobre todo con los más cercanos. Usar malas palabras suele señalar que estamos en un ambiente informal, que nos sentimos en confianza. Incluso hay algunas investigaciones que muestran que tendemos a percibir a alguien que dice groserías como más honesto. Quizás sentimos que una puteada baja los niveles de hipocresía. Esto no se les escapa a los políticos, un ámbito en donde también hay evidencia de que usar malas palabras puede mejorar su imagen.

Usar malas palabras puede traer muchas ventajas: reducir el estrés, aguantar mejor el dolor y generar vínculos de confianza con otros. Como todo, tiene que ser usado en su justa medida, porque el exceso puede diluir su efecto. Y, por supuesto, también tienen su lado negativo. Si se usan para insultar o para ofender a otros, es otra cosa. Pero bien usadas, tienen un rol fundamental en nuestras vidas. Solo hay que dosificarlas, y saber bien cuándo usarlas. 

OS/MF

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