Marilyn y el género no binario
Estoy en Londres, un día lluvioso, a pesar de los buenos pronósticos meteorológicos. Ya estoy acostumbrado a que los pronósticos no se cumplan.
Es difícil no hablar de la Gala del Metropolitan una semana después, las imágenes de los trajes y de las personas que los lucían, todas ellas célebres, de algún modo siguen apareciendo por todos sitios.
Mi primer comentario es a la vez laudatorio y con un punto de advertencia. ¡Cuidado! Estoy totalmente a favor de que se incorporen en la vestimenta de los varones elementos femeninos, o menos masculinos, y que no estemos condenados a la chaqueta, el pantalón, y al típico chaleco. Aplaudo que algunas celebrities machas como Bad Bunny, Oscar Isaac o Harry Styles decidan, más allá de su propia orientación sexual, olvidarse de lo binario en el vestir. Con esto no quiero decir que todo hombre lleva dentro una mujer, sino que todo hombre lleva “fuera” una mujer. Gaultier fue pionero, empezó a hacerlo antes que ningún otro diseñador, en los noventa sacó su falda plisada, a lo escocesa, y lanzó una línea de maquillaje exclusivamente de hombre. Él se atrevió sin que nadie le diera permiso, porque ya militaba en el equívoco que no lo es, es decir, el género está en lo más íntimo de nuestra conciencia y el ser humano es demasiado complejo como para reducirlo al binarismo. Muchos jóvenes, cada vez más visibles, se muestran con una mezcla de géneros, que no tiene nada que ver con los ochenteros unisex, sino con la protesta de no sentirse identificados con ninguno de los dos géneros binarios. Yo creo que hacen bien dándose la oportunidad de descubrir cómo se sienten a lo largo de su vida. Tienen mucho tiempo para decidirse.
Los diseñadores se han dado cuenta de esta nueva sensibilidad y lo vemos en las alfombras rojas más importantes (Oscar y Met, son sin duda las más llamativas) y visten a algunos de los célebres más lanzados con elementos que sugieren femineidad o que, por lo menos, huyen de lo masculino. Y no se trata solo del histórico Billy Porter, el host de Pose, que en los últimos años ha adornado la alfombra de los Oscars con modelos alucinantes y de ultradiva. Este año, que yo haya visto, han sido Oscar Isaac y Bad Bunny los feminizantes. Bien por ellos, pero la intención no basta, sin duda han sido los peor vestidos de la gala, seguidos muy de cerca de Billie Eilish, la pobre. Tanto Thom Browne como Burberry, respectivamente, no pueden enfundarles en una especie de falda tubo, hasta los pies Bunny, más corta la de Isaac. Se trata de que la prenda además de arriesgada sea bella, de otro modo la moda no tiene sentido. En cuanto a mi adorada Billie Eilish, creo que Alessandro Michele no se detuvo a mirar sus medidas antes de colocarle un modelo que las ampliaba todas. Respecto a Isaac y Bad Bunny, sus respectivos looks están muy lejos de ser bonitos, ni siquiera mínimamente graciosos.
Tenía que decirlo, he estado tapándome los labios estos días, pero hoy en un lluvioso día londinense, mientras espero a una de las actrices de mi próxima película, no me he podido contener.
Aunque el nobinarismo no tiene nada que ver con la transexualidad, aprovecho para pedirle a nuestro Gobierno que no sé a qué espera para firmar la ley de transexualidad. Hay que decirle también a la exvicepresidenta Carmen Calvo que un transexual no necesita cumplir los dieciséis años para saber que lo es, a los tres años ya son conscientes del género que habita en sus mentes. En esas cuestiones un transexual está mucho más maduro que un heterosexual de su misma edad, por ejemplo.
Y ya que hablo del tema me sorprendió mucho leer hace unas semanas en The Independent, en una entrevista con Sean Penn (tan moreno que parecía digitalizado, el color de su piel no parecía humano) en la que decía “…cowardly genes are leading people to surrender their jeans and put on a skirt” [“Creo que los hombres, en mi opinión, se han vuelto bastante feminizados. Creo que hay muchos genes cobardes que provocan que las personas renuncien a sus jeans y se pongan una falda”].
Las frases son bastante enrevesadas, pero parece que Sean Penn considera que los hombres últimamente se han feminizado en exceso (lo de por culpa de unos “genes cobardes” me parece una metáfora estrafalaria).
Afortunadamente las cuestiones de género han empezado a cambiar, aunque todavía queda un largo trecho. Lo que dice Penn resulta raro y obsoleto. Hoy día, por ejemplo, el dicho “ser más hombre” carece totalmente de significado.
Bajo el lema “gilded glamour” de este año ha habido también verdaderas maravillas, Blake Lively lució deslumbrante, y nuestra Rosalía, a quien Givenchy le cogió muy bien el punto flamenco –la cantante ponía el resto– rebosó gracia y alegría. La Dueña de Todo Esto, la Gala Met, es decir, la omnipotente Anna Wintour, iba simplemente discreta. A pesar de no haber acertado con Bad Bunny, Riccardo Tisci se lució con un montón de vestidos maravillosos interpretados por sus mejores amigas que a la vez son ya leyenda (tengo la impresión de que Riccardo solo se relaciona con leyendas, Bella Hadid, Irina Shayk, Naomi Campbell, Kate Moss y Lila Moss). Al igual que Donatella Versace (Lily James, Blake Lively, Emily Ratajkowski, Chiara Ferragni, Dwyane Wade, Olivia Rodrigo, Cole Sprouse, Lena Waithe). Ambos diseñadores fueron los grandes triunfadores en esta feria de vanidades que cada año ofrece el Metropolitan al mundo de la moda, indiferentes a que el mundo se esté desmoronando y en España todos nos sintamos espiados, incluidos los políticos de bandos opuestos.
Otro aspecto, otro vestido, siete kilos de menos y tres personajes icónicos: Marilyn Monroe, J.F. Kennedy y Kim Kardarshian. Los siete kilos los perdió esta última. No sé de quién fue la idea, pero reconozco que en principio parecía buena, aunque a mí me dejara un sabor triste y amargo. Debo ser de los pocos que han visto Blonde, el estupendo filme de Andrew Dominik, donde Ana de Armas interpreta a Marilyn de un modo escalofriantemente real. Tengo grabada una secuencia (si no desaparece del montaje final) del acoso, algo más, diría yo, que sufrió por parte del presidente JFK. La secuencia es lo suficientemente explícita como para sentir la repulsión de la propia Marilyn en semejante momento. La película sigue de cerca la novela de la enorme escritora Joyce Carol Oates, donde se habla más de Norma Jean Baker que de su obra, es decir, Marilyn Monroe. Norma Jean luchó toda su vida para que los varones del mundo entero entendieran que Marilyn era el resultado de su extraordinario trabajo como actriz. Poco después, cuando Norma Jean ya era una zombie, fue invitada a cantar el famosamente susurrado Happy Birthday, Mr. President. Me imagino cómo pudo sentirse la pobre Marilyn ante el deber patriótico de cantarle al mismo hombre que había abusado de ella (siempre me refiero a lo que vi en la película) el happy birthday enfundada en un traje/segunda piel que desde ese mismo instante se convirtió en leyenda.
Muchos años antes de que se pusiera de moda, respecto a las mujeres, la palabra cosificación, Norma Jean ya la empleaba acerca de sí misma, según decía, el público y la industria de Hollywood la habían reducido a ser una cosa. Y antes y después de ser famosa, fue repetidamente abusada por los funcionarios de dicha industria (me sorprende que el Me Too no haya mencionado a Marilyn a lo largo de su justa cruzada contra el abuso de poder en Hollywood). De esta lucha sin cuartel entre la persona y su personaje habla el libro de Joyce Carol Oates, que a mí me parece la mejor biografía de Marilyn Monroe, aunque se trate de una novela. (No leí la de Norman Mailer, pero sí recuerdo el delicioso relato que le dedica Truman Capote en Música para camaleones).
La brillante y dudosa idea de que el vestido que Jean-Louis diseñó para el famoso susurrado happy birthday volviera a la vida, esta vez unido a la piel de Kim Kardashian, no resultó ni brillante ni efectiva, sino más bien un poco siniestra y carente de gracia, porque era imposible no pensar en que Marilyn murió a las seis semanas de ponérselo y, por otra parte, lo único que hubiera justificado la idea era que le quedara fantástico a Kardashian, pero no fue así. Hasta la fecha ha sido el peor look de la famosa influencer, no mereció el sacrificio de los siete kilos que perdió, su figura lució plana, neutra, insípida e indefinida. El refrán español dice “el hábito no hace al monje”, en este caso es literal, el vestido de Norma Jean no convertía a quien lo portara en Marilyn, porque el traje no es nada sin el alma, y el alma de Marilyn ya había empezado a extinguirse antes de la celebración del cumpleaños presidencial, aunque su extinción absoluta tardaría seis semanas en consumarse. Siento terminar esta crónica, que no lo es, con sabor amargo. El evento no puede ser más chispeante y más benéfico, los millones que se recaudan en la cena van destinados a la autofinanciación del instituto de la Moda del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, cuya independencia hace que la gala sea absolutamente necesaria.
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