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Opinión

Muertos del capitalismo que nadie cuenta

Exposición de caras metálicas que simbolizan el horror del Holocausto en el Museo Judío de Berlín, Alemania

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Casi nadie la recuerda, pero un día como hoy en 1899 comenzaba la guerra entre Estados Unidos y Filipinas. Los filipinos acababan de echar a los españoles, que se habían apoderado de la región en el siglo XVI. Pero no tuvieron tiempo de gozar de su independencia, porque Estados Unidos llegó para proclamarse nuevo amo. Ocuparon con sus ejércitos Manila, pero los filipinos resistieron encarnizadamente en el resto del país. La guerra concluyó en 1902 y dejó un saldo tremendo: los cálculos más modestos hablan de un mínimo de 200.000 víctimas civiles. Algunos historiadores sostienen que los muertos pudieron haber llegado al millón o incluso más. Los estadounidenses se quedarían allí hasta 1946.

Poco antes, como parte de la competencia inter-imperialista en el Pacífico, Japón ocupó brevemente el país, dejando una estela de otros centenares de miles de muertos. Pero el fin de la colonización formal no significó el final del dominio estadounidense: los intereses norteamericanos se hicieron valer en el nuevo período. Una amplia insurrección campesina enfrentó a las élites terratenientes pro-estadounidenses. Con apoyo de Estados Unidos el gobierno local consiguió aplastarla, al costo de un número indeterminado de víctimas. Los infortunios no terminaron allí: entre 1965 y 1986 Filipinas vivió bajo la dictadura de Ferdinand Marcos, que fue implacable con la oposición (especialmente la izquierdista) y contó con sucesivos gobiernos estadounidenses como sus firmes aliados. Al final de su era los asesinatos políticos se contaban por miles y las detenciones y torturas por decenas de miles.

Se ha vuelto un lugar común en las redes sociales desacreditar las ideas de izquierda, asociándolas al saldo de muertes que dejó el comunismo en países como la Unión Soviética, China o Camboya. Allí se maneja un número: la utopía comunista habría causado en todo el mundo “100 millones de muertos” (en el debate presidencial, Milei lo estiró hasta 150). La cifra viene de la estimación que propuso un libro de propaganda aparecido en Francia en 1997, titulado El libro negro del comunismo. Su metodología era cuestionable: sumaba cifras infladas de toda matanza producida bajo cualquier gobierno comunista, por el motivo que fuese, desde fusilamiento de disidentes hasta problemas interétnicos en medio de una guerra. Añadía también los de toda hambruna imputable a sus políticas. Y, además, los producidos por agrupaciones comunistas que trataban de llegar al poder. Todo, imputado a “el comunismo”.

¿Corresponde cargarlo todo a esa cuenta? Sin lugar a dudas Stalin, Mao y Pol Pot fueron responsables de crímenes imperdonables y de muertes que se cuentan por millones. Pero hubo períodos posteriores y otros países comunistas en los que no se registraron matanzas y tragedias similares. ¿Por qué asociarlas entonces al sistema comunista, antes que a un contexto determinado o a la voluntad de poder o el desquicio de tal o cuál dirigente? Si aplicáramos la misma metodología a los países capitalistas, habría que imputar a ese sistema las muertes que causaron Hitler o Idi Amin, o el genocidio guatemalteco, o las de la Guerra Civil estadounidense, cosa que nadie hace.

El recuerdo de Filipinas es apenas el de lo que pasó en un rincón del planeta en unas pocas décadas. Esos muertos fueron una gota en el mar de los otros episodios similares que jalonaron la imposición del capitalismo y la vocación imperial de los países más ricos. Si comenzáramos a sumarlos a todos, sobrepasaríamos con facilidad las estimaciones más alucinadas de la ultraderecha. Alguien podría argumentar que corresponde considerar los muertos de las guerras entre potencias por el dominio del mundo (8 millones y medio la Primera guerra mundial, 50 la Segunda).

Para no entrar en debates estériles, dejemos eso de lado, lo mismo que otros tantos millones de todas las guerras por desacuerdos entre países, incluso si varias fueron en verdad por la apropiación de recursos naturales o el acceso a mercados. Omitamos todo eso. En cambio, los muertos causados por las aventuras bélicas colonialistas como la de Filipinas deberían estar fuera de discusión, porque el capitalismo y la riqueza del hemisferio norte se erigieron sobre el saqueo colonial. Por mencionar solo algunas, la Guerra Anglo-Boer (100.000 muertos), las intervenciones de EEUU en América Latina y el Caribe entre 1910 y 1940 (50.000), la guerra de Francia en Indochina (1.200.000), la guerra de Argelia (1.200.000), la Guerra del Golfo de 1991 (200.000), la Guerra de Irak (300.000), estas últimas con olor a contratos petroleros. Se podrían citar muchas más.

Y eso son solo las guerras: la represión colonial cotidiana, tanto la de los gobiernos impuestos como la de las compañías que explotaban el trabajo de los nativos, causaron otros tantos millones de muertes. El saqueo del Congo por el rey de Bélgica y por compañías de ese país es un compendio de atrocidades interminable, con un resultado que se estima en 10 millones de muertes. El horror de las mutilaciones masivas a los trabajadores del caucho para garantizar su disciplina hace empalidecer a los peores abusos de Pol Pot en Camboya. Nadie los recuerda. La represión británica a la rebelión Mau-Mau en Kenia causó al menos 20.000 muertes. Son solo dos ejemplos entre decenas comparables. Si nos vamos más atrás en el tiempo, solo las muertes asociadas al tráfico de esclavos y a la servidumbre de indígenas en América superarían largamente las que contó el Libro negro del comunismo. ¿Que eso no es imputable al capitalismo? Ese sistema no existiría sin la plata de Potosí o sin la caña de azúcar y el algodón que cosecharon millones de africanos raptados de sus hogares.

Fuera de contextos coloniales, correspondería considerar también las víctimas de la represión de movimientos sociales y políticos disidentes: si las purgas de Stalin cuentan, también deben contar las múltiples campañas de erradicación de izquierdistas para el sostenimiento del capitalismo. Aquí, por ejemplo, entraría la represión de la Comuna de París (20.000), de la Revolución rusa de 1905 (100.000) y de la oleada revolucionaria en diversos países de Europa entre 1918 y 1923 (200.000), las víctimas de ataques fascistas antes de la Segunda guerra (150.000), la represión franquista en España (700.000), la Guerra de Vietnam (2.000.000), las campañas anticomunistas de Indonesia (1.500.000), la contrainsurgencia en Centroamérica (200.000), por no mencionar el goteo constante de muertos en protestas sociales todo el tiempo por todas partes desde hace al menos dos siglos. Millones de muertos para asegurar que no crezca ninguna alternativa al capitalismo.

Finalmente, así como se cuentan las hambrunas debidas a los experimentos en la planificación económica, habría que sumar las que pueden adjudicarse a los mecanismos de mercado o a las políticas comerciales coloniales. Se calcula que murieron de hambre 35 millones de personas en la India durante el siglo XIX, no porque no hubiese alimentos, sino por la decisión de las autoridades británicas de embarcarlos fuera del país. 35 millones de muertes perfectamente evitables para engrosar las cuentas bancarias de comerciantes ingleses. El historiador que realizó la estimación lo consideró un verdadero “holocausto victoriano”.

Y es cierto que las malas políticas de Mao causaron millones de muertes innecesarias, pero si uno evalúa las trayectorias posteriores de países capitalistas comparables, el panorama no es demasiado halagüeño. A mediados del siglo XX, China e India tenían la misma expectativa de vida: alrededor de 40 años. Para 1979, luego de su Revolución, en China se había elevado hasta los 68, superando en 14 años la de la India, que había seguido siendo capitalista. En términos de exceso de muertes, esa diferencia significa que en India morían 4 millones de personas más por año que en China, sin que nadie haya considerado que la democracia india fuese un régimen particularmente criminal. Luego de 1991, durante los cuatro primeros años de la reintroducción del capitalismo en Rusia la expectativa de vida se redujo nada menos que 5 años. ¿Cargamos al capitalismo todo ese exceso de muertes?

Agréguense además millones de muertes constantes cada año, por todas partes, por desnutrición o enfermedades curables, en un mundo en el que sobran los recursos como para evitarlas, si no fuese porque el 1% de la población concentra la mitad de una riqueza global. Comoquiera que uno haga las cuentas, aplicando la misma vara el capitalismo saldría bastante peor parado.

Pero, claro, es una cuenta que nadie quiere hacer.

EA/CRM

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