Un poquito de tu alelí: celebración del perreo
Eran los primeros días de cuarentena, de repente estábamos encerrados en casa con mi familia, buscando formas de llenar las horas de desasosiego, y conseguimos una copia de Spies in disguise, una película que mis hijos querían ver en el cine pero los cines habían cerrado, todo había cerrado y todo se había encerrado en los confines de la casa. Así que la vimos en el sillón, con un pendrive, ellos la vieron unas diez veces seguidas, y en una de esas buscaron la playlist en Spotify y ahí estaba: Daddy Yankee rescatando un clásico de los ’90 en versión reggaetón: Informer, de Snow, con ritmo de perreo. Como si fuera un mensaje subliminal especialmente destinado a nosotros, que no estábamos nada calmados, la canción se llama Con calma.
Les conté a mis hijos que Daddy Yankee era algo así como el padre del reggaetón, y les hice escuchar Gasolina, el mejor reggaetón de la historia, porque es el primero y porque es el que sonaba cuando volvía a mi pueblo en verano y me reencontraba con mi hermana e íbamos a los boliches de allá. Mi hermana bailaba muy bien reggaetón y me llevaba del brazo a Eterno Disco o a Triumph; yo ignoraba todo sobre la música latina porque era la época de Silvio y Spinetta, y todo lo demás me parecía demasiado popular y prosaico. Pero en esos días de marzo, bailando con mis hijos en la oscuridad del encierro, lo escuché con otros ojos: canté obsesivamente el verso Tenemos tu yo algo pendiente/ tu me debes algo y lo sabes y me detuve en ese giro tan particular con el que arranca la canción, Duro/ duro.
Por esos días sonaba también China, un hit multiautoral en el que además de Daddy Yankee cantan J.Balvin, Ozuna, Anuel AA y Karol G., que –me enteré por Google– es la mujer de Anuel. Me encontré googleando a cada uno de los autores, supe cuáles vienen de Colombia y cuáles de Puerto Rico, llegué a identificar el tono de voz y la modulación de cada uno de ellos. Miré detenidamente el videoclip de China y me detuve en cada uno de los gestos y los outfits, en especial en el de una bailarina con rulos enteramente vestida de animal print que me cautivó. El algoritmo de Spotify empezó a hacer lo suyo y nos hizo saber que J.Balvin había sacado un álbum nuevo, que se llama Colores y tiene diez canciones perfectas, cada una aludiendo a un color distinto: Amarillo, Azul, Rojo, Rosa, Morado, Verde, Negro, Gris, Blanco y la última, Arcoíris. Desde ese momento no pudimos parar de escuchar a Balvin.
Lo que al principio era un chiste familiar con mi marido y mis hijos, un “uso irónico” como se dice ahora, se convirtió en la banda sonora de la cuarentena. Me avergüenza un poco contar que lo único que escucho desde marzo del 2020 es reggaetón, porque es un producto destinado a los chicos, o a los jóvenes, y puede dar un poco de pudor que una cuarentona encuarentenada se entusiasme y fantasee con las mismas cosas que un niño o una quinceañera. Pero al mismo tiempo, ¿qué puede entender un niño de 10 años de una canción que dice Dame un poquito de tu aleley/ Ven pa’cá y rompamos la ley, o Yo te encendí como vela/ Y te apago cuando quiera? ¿Qué podía entender yo misma a mis 20 años cuando Daddy Yankee decía Asesina/ me domina? Empecé a tener la sensación corporal de estar frente a un género transversal, que atraviesa las edades, las clases sociales, los cuerpos.
Cuando empezó el calorcito, y volví a ver gente, resultó que mi mejor amiga y sus hijes también escuchaban mucho reggaetón, y yo lo había ignorado todo ese tiempo. Entonces empezamos a bailarlo con amigos e hijes, y en el verano, en la casa de campo que alquilamos, los chicos hicieron shows en los que se distribuían los roles y uno era Ozuna, otro era Balvin y otra era Karol G, y los grandes, medio pasados de calor y de alcohol y un poco desbordados por tanto, les festejábamos los disfraces (ellos los llaman “skins”) y perreábamos disimuladamente en los bordes del escenario armado con telas, linternas y maderas, para no quitarles protagonismo.
Parece que el 2020 fue el año del reggaetón. Ahora el español suena en todas las radios del mundo, y el reggaetón tiene mucho mérito en eso: el perreo se volvió político. En el documental El niño de Medellín (filmado en 2019), Balvin dedica 90 minutos a hacer un mea culpa por no haberse politizado antes, por no haberse comprometido a tiempo con denunciar la violencia y la represión en Colombia. En ese punto el documental es tremendamente actual, porque hoy, igual que en 2019, en Colombia están muriendo hombres y mujeres a manos de la violencia policial. José, y ya no J. Balvin, vuelve a sus raíces, a las calles de Medellín, repasa su vía crucis personal de ascenso a la cima y al final se convence: el artista se debe a su pueblo. Cita más de una vez la letra de su canción favorita, El cantante, de Héctor Lavoe: Yo soy el cantante / que hoy han venido a escuchar / Siempre con hembras y en fiestas / Y nadie pregunta/ Si sufro, si lloro / Si tengo una pena / Que hiere muy hondo, y eso nos hace pensar que José es verdaderamente un artista, y no solo un producto, porque ama a Lavoe tanto como nosotros. El documental es un clásico relato de aprendizaje. Se hizo de abajo y ahora está rodeado de mujeres, asesores y riquezas, enteramente vestido de Louis Vuitton, obscenamente rico y humano a la vez.
Y si, hay algo obsceno, casi abyecto, en esas canciones, en esa estética, en esas imágenes. No desconozco la impronta sexista, machista, cosificadora del reggaetón. No ignoro que las mujeres son representadas como perras, asesinas, brujas, diablas, hechiceras, que se destacan sus culos y sus curvas, que están hipersexualizadas, que los tipos las miran como seres de otro mundo, como seres peligrosos o amenazantes. En Negro, Balvin dice: Ella tiene maldad, ella tiene una diabla guardá’ / Loco por darle una nalgá’ que la deje marcá’ / Esa tipa es una descará’/ Anda envuelta, anda con su amiga culisuelta. No sé si esos versos son de denuncia, son irónicos o si hay un punto de vista ahí, pero lo que surge es la imagen de una mujer empoderada y descarada, mala, abusadora. El motivo de la mujer soltera, suelta (Estar soltera está de moda/ por eso ella no se enamora, dice Bad Bunny) es el epítome de esta figura. Se dijo que Ella perrea sola, de Bad Bunny, fue el primer reggaetón feminista, porque, como en un espejo invertido, ahora es ella la que lo ignora, ahora es ella la que lo rechaza: Ante’ tu me picheaba’ / Ahora yo picheo / Antes tú no quería’ / Ahora yo no quiero, dice la voz femenina de Nesi, una portorriqueña joven en ascenso. Y es cierto que el videoclip, con sus carteles de Ni una menos y su estética LGBT, le imprime un giro interesante al imaginario del macho latino homenajeando a su hembra.
Pero es precisamente lo abyecto lo que me parece fascinante, y no es nada casual que esa abyección de los cuerpos y el erotismo haya tenido su máximo pico de popularidad en el año en que el mundo entero estuvo atravesado por la muerte y la tragedia, el año tanático por excelencia. La escritora colombiana Carolina Sanín dijo que “el reguetón posiblemente es el canto de cisne de la agónica sexualidad humana” y que “el cantar a la mujer como carne hambrienta y activa, y como carne que sacia el hambre, y no como objeto de devoción (la virgen madre) ni como escalón para la integración social (la esposa), implica desnudamiento del (y ante) el deseo”. Cuando leí esas líneas de Sanín, una escritora consagrada, algo de mi pudor se aquietó, y dejé de sentirme como una señora buscando calor en su clase de zumba, o en todo caso entendí por qué necesitamos ese calor las mujeres, las jóvenes, las niñas y los niños (los maridos lo entienden menos, pero lo festejan), y por qué lo necesitamos más que nunca en esta larga noche, esta noche negra como pantera. Encerrados en nuestras casas, en nuestras pantallas y nuestros mundos privados, cuando el afuera parecía haberse desvanecido, cuando las miradas se habían apagado por completo porque nadie miraba a nadie, porque no había otros y por lo tanto no había cuerpos, soñamos con el desborde, con bandoleros y bellaqueo. Como les pasa a nuestros hijos con sus skins, bailar reggaetón también nos hace estar en otra piel, en una piel.
SM
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