“Por sí o por no”: cómo Massa arrinconó a Milei en el lugar de estudiante
El debate presidencial, y muy especialmente el debate uno-a-uno previo a un balotaje, es una exhibición discursiva, un espadeo, una batalla, una danza. Durante el debate Massa-Milei, en Twitter y en los grupos de Whatsapp se habló de “un paseo” o de un “baile”, en el sentido menos lúdico y más humillante de los términos: Massa no bailó con Milei sino que lo bailó.
Suele decirse que la retórica es al mismo tiempo un arte, un método y una técnica que apuntan a persuadir al oyente, “aun cuando aquello de lo que hay que persuadirlo sea falso”, dice Roland Barthes. De hecho, la verdad y la mentira poco tienen que ver con la retórica: de lo que se trata es de convencer al otro sobre lo verosímil de la propia postura. Toda la estrategia de Miei se montó sobre la idea de que Massa miente pero, ¿cómo demostrar una supuesta verdad cuando la propia palabra no es creíble?
Lo cierto es que el debate fue un show de palabras y gestos: desde las miradas a cámara hasta los carraspeos fueron motivados. La tekhnè retórica consiste en un conjunto de pruebas y estrategias que exceden los “buenos argumentos”: además de apelar a las evidencias (cifras, datos duros, ejemplos), la enseñanza aristotélica dice que se argumenta con las personalidades, con las emociones, con la memoria, con el golpe bajo, con la ironía, con los cuerpos. Massa y sus asesores hicieron un uso sumamente profesional de esas técnicas oratorias, de modo que el enfrentamiento que Milei pretendía instalar (mentira/ verdad) quedó subsumido a un nuevo marco: profesional/ amateur.
En el debate hay muchos acuerdos explícitos (tiempos, turnos, disposición, espacios, modos de intervención) y otros implícitos. Uno de esos acuerdos no dichos tiene que ver con las reglas del género: al debate se va a exponer, se va a polemizar, se va a prometer o a contraargumentar. Pero ya desde el primer bloque, el de economía, Massa planteó una escenografía nueva: sin moverse del género ni alterar ninguna regla, impuso un nuevo encuadre y se posicionó como el examinador, ubicando a su contrincante en el lugar de un estudiante –titubeante, dudoso y abandonado– que debió rendir cuentas, explicar y responder un interrogatorio en la que se suponía era su propia zona de confort. Una jugada que contempló el uso estratégico de los minutos, anticipó los movimientos del adversario y hasta se dejó la última palabra para el remate final.
Los límites de lo decible en un debate están dados por lo razonable o lo plausible en una determinada época: el maltrato a una contrincante mujer, la negación de crímenes de lesa humanidad o el uso de argumentos personales son estrategias quizás no deseables pero posibles. Muchos nos preguntamos por qué Massa no explotó esos bordes que Milei transita asiduamente: no habló de la dictadura o de la cifra de desaparecidos ni discutió la negación por parte de Milei de la brecha salarial. Tal vez porque sus intervenciones estaban milimétricamente diseñadas para apuntar a un público-objetivo, el de los adultos, las mujeres, los jubilados y los habitantes del norte argentino, donde debe pescar los votos que le faltan. A ellos les habló Massa como un futuro presidente que no se desentiende de su pertenencia a la casta política: Massa habló como un experto de la política que conoce las laberínticas instituciones del estado, que sabe dialogar y establecer acuerdos. Un político de profesión cuyo terreno natural es exactamente el que repele al Milei anti-estado.
El arte de la retórica se despliega siempre en torno a una quaestio, que es un asunto y a la vez una pregunta. ¿Cuál fue la cuestión divisiva ayer en la Facultad de Derecho, a una semana del balotaje? De nuevo, Massa fue quien impuso el encuadre: “Sos vos o yo”. Después de la primera vuelta, se habló mucho de la posibilidad de establecer un “cordón sanitario” que denunciara la amenaza antidemocrática de Milei, y que estableciera un clivaje entre democracia y autoritarismo. No fue esa la apuesta de Massa, que optó por personalizar la elección, por mostrar las inconsistencias de su adversario –reducido al nivel de un inexperto y advenedizo– y por mostrarse como el garante de un gran acuerdo nacional.
SM/MG
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