El regreso con fuerza de las asambleas barriales
Invisibilizadas por la inmensa mayoría de los medios de comunicación, rebajadas a meros apéndices de los partidos de izquierda, señaladas como reservorio de nostalgias kirchneristas o mueca retardada de su apogeo de 2001, las asambleas barriales regresaron con fuerza y presencia a las calles del área metropolitana.
La cadena nacional nocturna con la que el presidente Javier Milei y su staff gubernamental anunciaran el 20 de diciembre su profuso Decreto de Necesidad y Urgencia fue el detonante masivo de un cacerolazo popular que trepó por los barrios y llegó a las puertas del Congreso en una festiva demostración de fuerza que a la vez que recogió la movilización vespertina que horas antes protagonizaran las organizaciones sociales y sirvió para poner en cuestión el recién nacido protocolo de seguridad impuesto por la ministra y fallida candidata a presidenta Patricia Bullrich.
Desde esa noche y a partir de recoger contactos telefónicos y autoconvocarse en algunas de las esquinas emblemas de cada barriada, las asambleas o bien fueron refundadas o multiplicaron un alcance que a más de 20 años de su origen se sostenía escuetamente con el esfuerzo de poquísimas personas.
A esa movilización naciente también la azuzaron los primeros tarifazos, el lanzamiento el 27 de diciembre del Proyecto de Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos (popularmente conocida como Ley Ómnibus que implosionó días atrás en una inédita sesión de Diputados), el discurso de Milei en el Foro Económico Mundial reunido en Davos y el paro nacional de 12 horas convocado por la Confederación General del Trabajo para el miércoles 24 de enero.
Entre esos sucesos, vecinas y vecinos fueron encontrándose, se devolvieron la posibilidad del lazo vincular, asumieron a la calle como primer espacio común, suspendieron la instalada noción de la peligrosidad que parecía conllevar lo desconocido, se re-conocieron, armaron cacerolazos, banderas y consignas celebrando cada bocinazo de aprobación y aguantando algunos insultos clasistas o el llamativo alarido de “viva la libertad carajo.
En paralelo a las reuniones multitudinarias de los sábados en Parque Centenario, a otros cónclaves de base, al guiño compartido de hinchas de fútbol anti-fascistas (aún siendo de equipos con férrea rivalidad como Argentinos Juniors y Vélez Sarsfield) y a los encuentros de asambleas cercanas que se cruzan por proximidad o por compartir las mismas vías de acceso al centro de la ciudad, las columnas de las asambleas barriales se hicieron notar de nuevo en la zona del Congreso porque pisaron fuerte en la movilización en torno al paro cegetista y fueron referenciales durante las jornadas del tratamiento legislativo de la mega-ley oficial acompañando a las agrupaciones de izquierda y al festival de Unidxs por la Cultura y resistiendo los embates represivos de las fuerzas de seguridad que violentando normas y su propio reglamento balearon fotoperiodistas, atacaron postas sanitarias y avanzaron sobre manifestantes reunidos sobre la plaza que no cortaban el tránsito vehicular.
La caída de la Ley Bases atribuida a diferencias palaciegas, intereses contrapuestos y roscas de la política de arriba casi no reparó en ese aguante corporal del colectivo barrial pero en cada asamblea –aún con sus integrantes magullados y asustados- se celebró como una victoria esperada y necesaria que revitalizó esa apuesta por disputar el lugar, por asumir a la política como un asunto que no solamente se hace en los pasillos o por designio divino de algún dedo todopoderoso.
Y quizá esa subjetividad grupal que asume la igualdad para romper con el mero rol de tropa o soldadesca sea el primer gran aporte que sus miembros se hacen (nos hacemos) al momento de pensar y hacer política, un modo de ruptura por abajo que recoge las mismas insatisfacciones que capturó La Libertad Avanza para llegar a la Rosada pero que aquí no descansan en un líder carismático y que en su accionar repone la discusión sobre la batalla cultural que libra la nueva mayoría de ultraderecha pero que toma nota sobre cómo muchos postulados de la corrección política fueron vaciados a partir de su cristalización en el aparato del Estado.
Aún con las novedades que porta, esta experiencia comunitaria indudablemente dialoga en tiempo presente con cientos de asambleas sociambientales que en distintas geografías del país construyen enclaves territoriales fraternos para enfrentar el flagelo de los extractivismos, ya sea por el agronegocio que expulsa y envenena o por la minería a cielo abierto con su obscena utilización de agua que seca o contamina los cauces, todos procedimientos que se realizan en connivencia entre el negocio privado y el Estado en sus diversos niveles.
Por supuesto y además, estas formaciones de nadies o cualquieras pueden ponerse en espejo aumentado con la Comuna de París, los soviets revolucionarios o las Juntas de Buen Gobierno de la experiencia autonómica zapatista en la región mexicana de Chiapas y evidentemente además recogen los ecos dosmiluneros argentinos que la institucionalidad local aborrece pero que sobrevive como huella y memoria.
Ahora bien, en disidencia con aquella referencia vernácula donde la vecindad brotó en el marco de un proceso abierto por trabajadores desocupados, piqueteros, fábricas recuperadas y hasta por el corralito que capturó ahorros bancarios de la clase media, entre otros actores de la época, hoy las asambleas se presentan cuando la crisis económica todavía no alcanzó su máxima expresión y en momentos donde otros agrupamientos sociales gozan de menores grados de prestigio y simpatía.
También al contrario del proceso de hace más de dos décadas atrás cuando una incorporación tardía y oportunista de militancias de izquierdas puso en crisis aquellos armados, la presencia actual de personas que responden a ese variado abanico ideológico se integran con sus potencias y saberes y sin maquillar pertenencias a la dinámica propia que cada espacio va generando en su caminar.
Así, entre la urgencia y la reacción decidida contra las medidas gubernamentales, las asambleas van tejiendo un entramado que incluye el remanso cultural, los deseos de la formación política y la conformación de comisiones tendientes a atender problemáticas de vivienda, salud o alimentación en una agenda ambiciosa que regala señales de un deseo por crear comunidad, asumirse en territorio y abrazar a cada quien, o como decimos en el barrio, lograr que allí “nadie suelte a nadie”.
Sergio Arboleya es periodista e integrante de la Asamblea de Paternal
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