Cultura
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Narraciones
Una historia sobre las violencias del extractivismo en la selva amazónica
Soy abogado especializado en derechos al agua, soberanía alimentaria y de la naturaleza. En ocasiones presto servicios voluntarios a organizaciones latinoamericanas, especialmente en esos países cuyos sistemas jurídicos forman parte del neoconstitucionalismo latinoamericano que ampara tan bien, al menos sobre el papel, aquellos derechos. Estos países son básicamente Colombia, Ecuador y Bolivia. Ojalá pronto Chile también. La historia de Derrotero, el libro que publicó Sigilo, está ligada a esas experiencias.
En 2018, estaba colaborando con una organización en Bogotá y todas las semanas nos llegaban noticias de líderes sociales y defensores ambientales muertos. Pero hubo unos días de aquel verano que se produjeron tantos asesinatos que miles de personas se echaron a la calle para expresar su repulsa. Aquella demostración en la que cada manifestante portaba una vela y se iban gritando los nombres de los masacrados, me impresionó. Algunos líderes y lideresas amenazadas visitaron la organización para contarnos sus experiencias y hacernos ver la desprotección que sentían. Empecé a pensar hasta donde podía llevarles la sensación de abandono en sus territorios y la desesperación.
Un año después me puse en contacto con la Unión de afectados por Texaco una organización ecuatoriana que hace quince años venció en juicio a esa petrolera por el desastre ambiental que produjo en esa parte de la Amazonía. Condenaron a la empresa, ahora llamada Chevron, al pago de 9000 millones de dólares para reparar el daño. La petrolera huyó como una forajida del país para eludir la condena.
Junto al abogado Pablo Fajardo que llevó aquel caso, pensamos que podríamos demandar a las pretroleras que siguen operando en la zona por el uso de unos instrumentos terribles, conocidos como mecheros de la muerte. Esas antorchas donde queman el gas asociado a las bolsas de crudo, generan gases tóxicos que se propagan por aire y agua contaminando toda la cadena trófica. El número de graves enfermedades relacionadas con tales tóxicos en los habitantes de la región no encuentra comparación en ningún otro lugar del mundo. Hace muchos años que existe tecnología alternativa a esa práctica. Pero los mecheros son más baratos. Ganamos el juicio: los tribunales consideraron que se violaban derechos fundamentales y concedieron un tiempo para la eliminación de los mecheros. Faltan pocos días para que se cumpla ese plazo, todos siguen funcionando.
En 2019 estábamos trabajando en ese caso allá, en la Amazonía ecuatoriana. En octubre se produjo el paro nacional por las políticas antipopulares del gobierno. Fue una revolución de las nacionalidades indígenas contra el FMI, que pronto prendió también en Colombia y Chile. Como toda la actividad del país, incluida la judicial se suspendió, decidí viajar por unos días. Pero todas las carreteras estaban cortadas, así que me eché a navegar por los ríos amazónicos. Siguiendo el curso del Napo llegué hasta Iquitos en Perú. Es un viaje de logística complicada, por días te quedas varado en comunidades de las orillas esperando a la siguiente embarcación. Para entretenerme retomé aquella historia que tenía en la cabeza sobre defensores acorralados y me puse a tomar notas. Navegando el Napo pensé que era un escenario propicio para situar la acción y visibilizar las violencias que el extractivismo suele provocar, la explotación humana y natural que se da en la selva desde hace siglos.
Antonio Sánchez Gómez (Extremadura, 1981) es jurista. En 2019 se estableció en Lago Agrio para trabajar con la Unión de afectados por Texaco en la redacción de la demanda que daría lugar a la sentencia que prohibió los mecheros petroleros en la Amazonía ecuatoriana. Desde allá pudo navegar el Napo hasta su desembocadura en el Amazonas. Actualmente colabora con el Centro de Comunicación y Desarrollo Andino. Actualmente colabora con el Centro de comunicación y desarrollo andino. Derrotero es su primera novela.
ASG
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