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Análisis

¡Viva Starlink, carajo!

Elon Musk

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Hace unos días circuló en TikTok un video con declaraciones del ministro de Desregulación y Transformación del Estado en la reunión del Council de las Américas donde mencionó, una vez más, a la empresa del empresario sudafricano.

Federico Sturzenegger dijo, textual: “Starlink Argentina no podía proveer Internet satelital porque había un papelito que le prohibía proveerlo. Ese papelito decía que no se podía ofrecer servicios satelitales de internet si EE.UU. no generaba una reciprocidad en el acceso de nuestros satélites, que creo que no tenemos para el territorio americano”. 

Hace 64 años que Argentina cuenta con una cobertura masiva de satélites.

En los 70 la transmisión de eventos deportivos en otros países –las peleas de box de Nicolino Loche, las carreras del Lole Reuteman, los partidos de fútbol– se transmitían utilizando la legendaria “Estación Terrena de Balcarce”, que utilizaba una tecnología heredera de la transmisión de la llegada del hombre a luna.

El mundo era bipolar. Nuestro país no fue siempre democrático, pero siempre fue capitalista. Aunque pasamos el 60% del tiempo transcurrido entre 1930 y 1983 en dictaduras o gobiernos ilegítimos, Argentina siempre fue parte de occidente.

Esa pertenencia llevó a que nuestro país formara parte del consorcio International Telecommunications Satellite Organization (Intelsat), una organización intergubernamental del mundo libre fundada el 20 de agosto de 1964 que perduró hasta el 2001. Intelsat prestaba servicios de retransmisión internacional, de imágenes, voz y sonido cuando Internet aún no existía.

En 1989, hace 35 años, el comunismo desapareció y el mundo dejó de ser bipolar. Cayó el muro de Berlín, el símbolo que separaba las democracias de occidente de las dictaduras del proletariado. La inmensa mayoría del mundo adoptó al capitalismo (en alguna de sus formas) para organizar la economía y la democracia como forma política para ordenar la vida de los ciudadanos.

Hace 27 años hay cobertura de telecomunicaciones satelitales (Incluido Internet) en todo el territorio nacional de modo homogéneo, con la misma calidad.

El mercado satelital global se desreguló en los 90 como tantos otros mercados e Intelsat se privatizó. En ese contexto se creó en nuestro país Nahuelsat S.A. una empresa de capitales privados creada en para operar satélites artificiales de comunicaciones geostacionarios en el espacio.

El primero (y único) fue Nahuel 1A, que a partir de 1997 se ubicaba en la posición orbital de 72 grados oeste. Argentina, que hasta entonces había utilizado en sus telecomunicaciones la capacidad remanente de satélites diseñados para otros territorios, tuvo a disposición por primera vez en su historia un satélite desarrollado específicamente para cubrir todo el mapa argentino con una calidad homogénea.

Hace nueve años que también exportamos capacidad para Internet Satelital. 

En 2006 el Estado Argentino transfirió a ARSAT los activos de Nahuelsat. Su primer satélite geoestacionario (ARSAT-1), construido con recursos argentinos, fue lanzado en 2014. En 2015 fue lanzado el segundo satélite geoestacionario argentino (ARSAT-2) que, a diferencia del 1, no fue diseñado específicamente para el territorio argentino sino para vender telecomunicaciones satelitales en el continente americano. Argentina exporta y exportó capacidad satelital distintos países, entre ellos Estados Unidos. Eso sucedía y sucedió porque un papelito establecía la reciprocidad satelital entre países, es decir, si yo te autorizo a vender capacidad de un satélite de tu país en mi país, espero que vos hagas lo mismo. La razón por la cual Starlink no brindaba servicios en el país no era el papelito sino que era de naturaleza operativa: la cantidad de satélites de su constelación no eran suficientes para dar servicio todo el tiempo en toda la argentina. Asimismo no habían establecido la coordinación de frecuencias de transmisión con el resto de sistema espacial argentino, algo necesario para que no haya interferencias y que funcione todo. Esto se terminó durante el gobierno previo. Es decir, no había Starlink porque la empresa no estaba lista aún para lanzarse.

El New Space

Hace unos años, el mercado del espacio vive una nueva etapa de expansión, producto de la baja de costos de producción de los satélites, la estandarización, la mayor capacidad de procesamiento y la incubación de las agencias espaciales gubernamentales a startups del sector. Por ejemplo, se estima que la NASA ha dado contratos solo a SpaceX (la empresa madre de Starlink) por un valor de US$8.000 millones entre 2005 y 2014.

Pero no fue la única.

NASA tiene contratos con varias empresas espaciales además de SpaceX. Algunas de las más destacadas incluyen Boeing para desarrollar la nave CST Starliner, Sierra Nevada Corporation para desarrollar la nave Dream Chaser, Blue Origin, Northrop Grumman, Lockheed Martin, etc.

Toda esta movilización de ideas y recursos dio origen a nuevas tecnologías que nos asombran día a día. Satellogic fue un ejemplo de este modelo, incubada en Invap, llegó a cotizar en el Nasdaq. 

Sus satélites no son geoestacionarios. No se encuentran a 35.786 kilómetros de la superficie terrestre sobre el ecuador ni giran de modo sincrónico a la tierra de modo tal que vistos desde acá están fijos en el cielo.

Son equipos que orbitan la Tierra a altitudes relativamente bajas, generalmente entre 160 y 2.000 kilómetros. En lugar de depender de pocos satélites en órbitas altas, una constelación LEO utiliza numerosos satélites para proporcionar una cobertura para proveer comunicaciones o, como en el caso de Satellogic, imágenes de la tierra. 

Un ejemplo conocido de esta tecnología es la red de Musk, que cuenta con miles de satélites para ofrecer internet de alta velocidad y baja latencia. Pero existen más oferentes de estos mismo servicios. Ya operan en Argentina OneWeb, O3B, próximamente lo hará Amazon (Kuiper) y existen otras constelaciones en desarrollo en el mundo. 

Ne laissez pas faire, ne laissez pas passer

Imaginemos un gobierno cuyos funcionarios hacen reiteradas referencias públicas a un proveedor de cualquier producto, uno entre muchos de un mercado determinado. Agreguemos que el presidente de ese país imaginario mantiene una conversación con el dueño de la empresa que ofrece ese producto, un multimillonario con mucho interés en la política, en la que discuten temas generales sobre el plan de su gobierno. Pensemos que esa conversación genera expectativas sobre la expansión de ese proveedor en el país y que el gobierno confirma tal expansión como una prioridad para su administración. Finalmente agreguemos que un funcionario público de alto rango, un ministro, anuncia las ofertas comerciales B2C (empresa a consumidor) y B2B (empresa a empresa) de esa compañía para el año próximo.

Siendo esa empresa un jugador más de un mercado en competencia, donde distintos oferentes compiten por precio, calidad, tecnología, cobertura, valor agregado, resulta insólito que el Estado intervenga a favor de uno de los competidores reforzando su política comercial. No deberíamos preguntarnos cuánto gasta el Estado, sino cuánto debería cobrar por formar parte del plan marketing de un actor privado.

Lejos de la competencia perfecta, donde muchos oferentes y muchos demandantes confluyen en un equilibrio óptimo para el sistema, esta forma de actuar tiende a configurar un capitalismo de amigos o entenados. Ojo, estamos imaginando, aclaro, para no generar suspicacias. No se trata de Rusia, China o Bielorrusia. Ellos son comunistas.

GB/DTC

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