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DESDE LEJOS, CERCA

¿Por qué nos volvemos tribales?

La necesidad humana de pertenencia a grupos influye en nuestra percepción e inclina nuestro comportamiento.

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La mejor manera de saber de qué grupo te sentís parte es ver cómo reaccionas cuando lo critican. Podés hablar mal de Argentina acá, con un grupo de argentinos, pero si estás afuera y es un extranjero el que lo hace, aunque diga lo mismo que vos, tiene más chances de molestar y despertar en nosotros la necesidad de confrontarlo. Pasa con nuestra familia (“yo puedo criticar a mi vieja, vos no”), nuestro equipo de fútbol, nuestra línea política y tantas otras cosas. Son nuestros círculos de pertenencia y nos cuesta escuchar que los cuestionen. 

Y es que nuestra necesidad de pertenecer es muy fuerte. Tenemos una tendencia a querer formar grupos. Uno de los primeros estudios que se hizo sobre esto, en los años 50, fue con un grupo de adolescentes a los que llevaron a un campamento de verano y separaron, al azar, en dos grupos. Durante varios días los pusieron a competir en juegos y deportes, y vieron cómo se construían identidades grupales de lado y lado. Hasta ahí, todo bien. 

El problema es que, para sentirte parte de un grupo, necesitás ver a otros como externos, los que no pertenecen. Y ahí se complicó, porque la identidad de grupo llevó a una rivalidad que terminó con un grupo saqueando y destruyendo la habitación del otro (hay bastantes críticas al estudio original, en parte por volverse una versión experimental de El señor de las moscas). Desde entonces se han hecho todo tipo de estudios en los que hasta las cosas más inofensivas -que te guste un pintor más que otro- pueden volverse factor de división si son explotados. 

Una vez que somos parte de un grupo, tendemos a ver a nuestros compañeros como mejores que el resto. Nos hace feliz verlos ganar, aunque no tenga nada que ver con nosotros, y pasamos por alto sus defectos. En un estudio especialmente asqueroso, pusieron una remera usada con olor a sudor intenso y le pidieron a la gente que dijera cuánto asco le daba. Si la remera era del equipo al que apoyaban, les resultaba menos asquerosa. Hasta el olor a chivo de los nuestros nos molesta menos. 

Y para ver a los nuestros con más amor, tendemos a alejar a los otros. Hay muchísimos estudios que muestran cómo el hecho de ver a otro grupo como rival o diferente nos hace pensarlos como amenazantes o inferiores, y puede llegar a extremos intolerables. En algunos casos incluso puede llegar a cambiar nuestra percepción del espacio. En un estudio que hicieron en los Estados Unidos, le pidieron a un grupo de personas que dijeran a qué distancia creían que estaba Ciudad de México de la ciudad donde estaban. Cuando cruzaron los resultados con la percepción sobre la inmigración que cada uno tenía, vieron que aquellos que se sentían más amenazados por la inmigración tendían a pensar que estaba más cerca de lo que realmente está. Ver a otros como amenaza nos cambia el mapa. 

Querer pertenecer a un grupo es profundamente humano, queremos ser parte. Y en muchos sentidos es lo que nos permite extender círculos de confianza del puñado de personas que conocemos bien a grupos más amplios, que sentimos cercanos aunque no conozcamos personalmente. Y cuando esa pertenencia se vuelve parte de nuestra identidad, nos define y es parte constitutiva de quienes somos, empieza a tener todo tipo de efectos sobre cómo vemos el mundo. 

Una de las cosas que solemos hacer como parte de nuestro grupo, de nuestra tribu, es querer mostrar que pertenecemos. En nuestro mundo online, las redes son un lugar perfecto para postear contenidos que muestran qué bien encajamos. Al igual que en el mundo offline, una manera clara de ser parte es en oposición a los excluidos. Antagonizar públicamente con otros es una manera de señalarle a los propios que somos parte. Y las redes tienden a fomentar ese tipo de comunicación. Mientras más antagonizamos, más lejos nos ponemos, más nos metemos en nuestra trinchera y nos refugiamos en nuestra tribu.

En ese contexto, cualquier discusión de un tema particular pasa rápidamente a volverse un tema de identidad. Ya no discutimos el tema -fue una decisión correcta la que tal persona tomó, qué fue lo que ocurrió- sino a qué grupo pertenezco si pienso y digo tal cosa. Es más importante encajar con mi tribu. Y hay evidencia de que tener presente la pertenencia a un grupo es uno de los factores que influye en las agresiones en redes sociales. 

No tomamos decisiones ni formamos opiniones en un vacío perfecto en el que solo cuenta nuestro criterio propio. Estamos influidos por todo tipo de factores, incluidos los grupos a los que queremos pertenecer. Pero también es cierto que pertenecemos a muchos grupos a la vez, somos de un país, y de un equipo de fútbol, y a la vez tenemos una línea política, y también podemos creer en un movimiento social y muchas otras cosas. Algunos grupos tienen intersecciones, otros son círculos concéntricos -ser porteño y argentino- y ser de uno no nos quita del otro. Podemos aprovechar eso para jugar un poco con nuestras identidades y darnos un poco más de libertad, ver qué identidad se nos juega en cada momento y no atrincherarmos siempre en la misma tribu. 

OS/MF

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