Alejandro Horowicz: “Las miserias de la política son la expresión de la miseria real”
A mediados de los ochenta, con apenas 35 años y ya una interesante trayectoria periodística, Alejandro Horowicz publicó Los cuatro peronismos, un ensayo fundamental que organizó las lecturas del movimiento desde una perspectiva tan novedosa como provocadora: ni gorila ni condescendiente repetidor de narrativas, a esa altura del “partido” desvencijadas. El libro tuvo numerosas ediciones y comentarios valorativos, reunidos en Qué queda de Los cuatro peronismos.
El kirchnerismo amagó con ser una quinta reencarnación. Sin embargo, Horowicz no se demoró mucho en descartarla. Las razones de ese camino a medias se explican en un reciente libro que ha suscitado un rápido como previsible interés, con sus secuelas de asentimientos y malestares.
El kirchnerismo desarmado, donde la idea del desarme, tomada de la teoría militar, remite a la renuncia a una voluntad de dar pelea, se introduce con el filo de un cuchillo argumental en el corazón de un debate errático, muchas veces silencioso y también soslayado, sobre el horizonte de esa fuerza surgida después del 2001 y un liderazgo que parece difuminarse. Libro que esquiva con elegancia y solidez las olas de lamentaciones y la melancolía por lo que pudo haber sido. Pero que no deja de destilar en sus páginas amargura: el problema argentino sigue remitiendo al trauma del 76.
-El kirchnerismo desarmado comienza a circular cuando se advierte una crisis histórica de dirección política. ¿Milei es el nombre de esa crisis?
-Las miserias de la política son, a la vez, expresión de la miseria real, tanto como protesta ilusoria contra la miseria real. El alarido de criaturas atormentadas, frente a la impotencia de la autodenominada acción política, expresada en nombre impropio. Sin poner fin a un orden donde la política queda reducida a los negocios del poder fáctico, sostenido mediante la gestión de una casta corrupta, sin poner fin a un statu quo absolutamente desprestigiado, la “crítica electoral” oscila entre el comentario cínico y el meme. Es decir, redobla nuestra angustiada y dolorosa impotencia.
-El libro pone en conceptos un estado de situación que apenas se observa con perplejidad. ¿Cuál es la razón por la que esa fuerza analizada y sus liderazgos solo admiten demonizaciones o apologías, y muy difícilmente miradas críticas?
-Las miradas críticas impiden la demonización, del kirchnerismo o de cualquier otra postura política, pero obligan a internarse por lo “desconocido”. Los presuntos realistas “optan” entre los términos existentes. Ese modelo difícilmente exceda el statu quo, ya que no incluye jamás un término potencial. No hay un más allá de lo dado. Por tanto, con aniquilar el kirchnerismo asunto resuelto. Esa es una dirección de la demonización, existe otra. Parten de tomar “en serio” el discurso “liberador” y comprobar que no libera. Entonces, promueven un doble movimiento. No se trataría tan solo de doble discurso – dicen lo que no hacen – sino de la imposibilidad de ese mismo hacer.
Del fondo del pozo, el estallido del 2001, se salió con “subsidios”. Sin tocar la matriz distributiva la recaudación fiscal permitió subsidiar la luz, el gas, el transporte público
Dicho de otro modo: la justicia social es una mierda“, ya que eso que se practica es la justicia social y por cierto resulta una mierda. Entonces, viene el segundo movimiento: reducen todo lo que sucede -todo el kirchnerismo- a ”puro relato“. De esa tenaza surgen ambas posturas, que por cierto resultan complementarias.
-Demonización y apología como caras de una misma moneda de la impotencia analítica…
-La crítica formal -por otra parte- no incide en la marcha de los acontecimientos; cree que con explicar lo que el otro no es -un revolucionario decidido a poner todo patas para arriba- alcanza. Sin advertir que no se analiza previamente lo que sí es. No se trata de una ausencia inocente. Ese discurso no debe contrastarse con ninguna práctica eficaz. Y todavía no es eficaz, nos informan, porque no alcanzó suficiente auditorio: la masa crítica.
-Suele señalarse que el mejor momento del kirchnerismo, su etapa más transformadora, se da después de la derrota electoral de 2009 y hasta 2012, con su saga de estatizaciones históricas. Sin embargo, vos fechas a 2008 como un punto crucial que explica el presente. ¿Podés explicarlo?
-Del fondo del pozo, el estallido del 2001, se salió con “subsidios”. Sin tocar la matriz distributiva la recaudación fiscal permitió subsidiar la luz, el gas, el transporte público. Esa política, acciones que permitieron recobrar el aliento a una sociedad ahogada, no tuvo un más allá. El subsidio existe porque la matriz distributiva no se modifica, y ni siquiera se toca la estructura impositiva. Por eso, los alimentos siguieron gravados por el IVA. Como los precios internacionales de los commodities siguieron su comportamiento ascensional (durante el 2008 la soja superó los USD500 la tonelada), el gobierno nacional se propuso morder un fragmento de la renta agraria. Intentó hacerlo aumentando las retenciones a las exportaciones agrarias.
-Y se fracasó. La 125.
-Exacto. El pequeño productor, que nunca recibe más que un fragmento del precio de Chicago, siente que le están metiendo la mano en el bolsillo. Y no era exactamente una falsedad, un plus de sus ingresos hipotéticos quedaría en las arcas del estado nacional. Los instrumentos diseñados para la crisis del 2001, los subsidios, no debieron ser -salvo desde una mirada asistencialista- una “política permanente”. Era preciso ponerles fin, poniendo a “trabajar” a los “planeros” con trabajo de otra calidad productiva.
-¿Qué quedó en el camino como solución alternativa?
-El problema admitía dos soluciones opuestas. Rehacer la matriz distributiva modificando el piso salarial en dólares. Eliminando, por cierto, los subsidios que facilitan el capitalismo de amigos; o incrementar la autonomía relativa del Poder Ejecutivo, para disponer de una masa mayor de ingresos. Algo quedó rápidamente en claro: la política de subsidios, de volverse permanente, tendía a la degradación. Pero no es lo mismo eliminarlos para incrementar la masa salarial en dólares, que ajustarlos por inflación junto con el salario obrero.
-Es provocadora la idea de que el kirchnerismo supuso la música del tercer peronismo (el protagonismo juvenil y la victoria electoral de 1973) pero la letra del cuarto (lo que ocurrió tras la muerte de Perón, en 1974). Cuando se canta, el habla se deforma. Muchas veces hay que escuchar una y otra vez (lo hacíamos con las tapas de los discos) para captura el significado. Si seguimos esa lógica, la música kirchnerista ha sido tan central que el texto muchas veces pasó completamente de largo, pero ahora lo tenemos delante de nuestros ojos.
-Podemos sostener, y vos lo sabés, que existe una relación de implicación entre letra y música. Sin embargo, esa relación de ningún modo es lineal. Es posible resignificar una música con el sencillo trámite de cambiarle la letra. Entonces, el oyente siente un sonido cálido a su memoria, mientras una letra gélida organiza otro sentido.
La crisis del 2008 es el territorio más adecuado para entender ese conflicto. El gobierno nacional se propuso aumentar sus ingresos, sin explicar seriamente el para qué. Y el bloque campero no solo no se lo permitió, sino le hizo saber que no era particularmente complejo derrotarlo en todos los terrenos, porque no estaba dispuesto a dar batalla. Sucedió tanto en las rutas como en el Congreso.
Desde que Cristina abandonó el gobierno en el 2015 se transformó en jefa que no conduce en un sentido estratégico; arrastra a sus seguidores a encerrona tras encerrona
De modo que la “ideología de pisar la caja”, instrumento que sirvió para disciplinar y organizar la “liga de los intendentes”, mostraba su huraño límite cuando se trata de chocar con los poderes fácticos. Y la votación en el Congreso, sobre todo en la Cámara de Senadores – donde el oficialismo poseía abrumadora ventaja numérica – mostró hasta qué punto nunca controló seriamente nada. Por eso Miguel Ángel Pichetto pudo ser durante una década jefe del bloque oficialista sin el menor inconveniente.
-Aún en su declive, el kirchnerismo, mejor dicho, su figura principal, provoca aversión en el bloque dominante al punto de que se intentó el asesinato. El odio ni siquiera se mitiga cuando ella propone un acuerdo amplio. ¿Cómo se explica?
-Cristina propone un acuerdo con los que no necesitan ninguno. Y por tanto lo rechazan. Desde 1976 imponen sus propios términos. No solo modificaron la matriz distributiva del ingreso nacional, reduciendo a menos de la mitad la participación de los asalariados comparada con el ciclo anterior (1946 – 1975), sino que transformaron en teóricos derechos reales. Desde que Cristina abandonó el gobierno en el 2015 se transformó en jefa que no conduce en un sentido estratégico; arrastra a sus seguidores a encerrona tras encerrona, y Alberto es el nombre de la anteúltima. Votar a Massa es la última.
- ¿Se ha tratado apenas de un nuevo caso de debilidad electoral?
-No solo de eso sino de ausencia de programa, cosa que, a su modo, reconoce. Esta situación empuja a sus seguidores a optar en condiciones cada día menos vivibles, y llegó al punto en que ya no puede certificar su propia seguridad. Basta observar la “custodia” que no custodia, seguida por la judicatura que no investiga y una sociedad entrenada para observar la impunidad como regla sistémica para entender el tamaño de la deuda política pendiente.
Tres atentados terribles, con decenas de muertos, no han sido jamás investigados por gobiernos de todos los colores políticos. Cuando la seguridad está encabalgada a una crisis del orden político en su conjunto, podemos decir que no existe. Entonces, el odio hacia los gestos plebeyos de Cristina Fernández de Kirchner alcanza sentido pleno.
La derecha se toma en serio las “amenazas peronistas” y actúa en consecuencia. En este caso del atentado no lo hizo orgánicamente, no se propuso seriamente asesinarla, pero de ningún modo le molesta que tal cosa suceda, cosa que hace un rato que es simbólicamente clara.
La “defensa de los derechos”, desde que perdieron su vigencia plena, se transformó en privilegio de muy pocos o en fantasía discursiva de la compacta mayoría
-Es en este contexto que la campaña electoral oficialista, la advertencia de que “vienen por tus derechos”, parece no tener un oído lo suficientemente atento en una masa histórica de votantes al peronismo. Como si el mensaje no impactara en aquellos que ya lo perdieron casi todo.
-El derecho a la educación se correspondía con una educación pública de alta calidad. Basta observar algunos datos elementales para entender. Para los nacidos en 1950 (año del Libertador general San Martín) cuando llegaban a tercer grado sabían leer de corrido (pasaban a leer al frente todos), y además sumar, restar, multiplicar y dividir; la regla de tres simples compuesta. Junto con nociones básicas de historia y geografía organizaban su equipamiento. Buena parte de los que hoy salen de ese mismo edificio no saben ni leer ni escribir, cuando culmina el séptimo grado, porque la escuela es un merendero. Y sin escuela primaria, la secundaria resulta imposible. Menem lo hizo mediante la Ley Federal de Educación y nadie lo deshizo.
El derecho a la salud, en tanto, se apuntalaba con el hospital público, hoy desfondado y desabastecido con médicos y enfermeros precarizados y la instalación desvencijada; las vacaciones de 15 días dejaron de existir; los 120 kilogramos de carne per cápita (entre rojas y blancas) son pasados irrecuperables; las tres banderas del justicialismo histórico (soberanía política, independencia económica y justicia social) se manifiestan como una burla siniestra. La casa propia, a la que los trabajadores accedían mediante el loteo en las proximidades de la Capital, entonces Federal, es un sueño excluyente; alquilar se está volviendo prohibitivo en CABA. Y el esparcimiento no excede la televisión de aire.
-O colgarse de una red pública con los celulares para encontrarse con Milei y la gramática de las redes sociales que todo lo pulverizan, hasta la discusión sobre los derechos y la manipulación espectacularizada de un tema complejo y multicausal como el de la seguridad urbana.
-La “defensa de los derechos”, desde que perdieron su vigencia plena, se transformó en privilegio de muy pocos o en fantasía discursiva de la compacta mayoría. Solo cuando la inseguridad, insisto, es minoritaria (como lo era la pobreza en 1970, 4 %) la seguridad está garantizada. De lo contrario, la inseguridad permanente asegura la insensibilidad creciente por el destino de los demás, y el propioculismo se vuelve la única regla observada.
AG
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