La renuncia de Máximo Kirchner
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Análisis
La Cámpora y su nueva posición frente a Alberto Fernández: “No nos callamos más”
El triunfo moral de Alberto Fernández duró apenas 72 horas. Cuando el presidente le empezaba a encontrar algo parecido a una épica al hecho de haber evitado el abismo del default, tras alcanzar un acuerdo celebrado de forma unánime por banqueros, por empresarios y por los dirigentes de Juntos por el Cambio, a Fernández le llegó una nueva carta desde las entrañas del Frente de Todos. La remitente esta vez no fue Cristina Kirchner. Fue su hijo. El mensaje central, sin embargo, estuvo calcado al de las cartas previas de la vice. ¿Cuál? Exponer un fuerte malestar ideológico con la gestión. Un repudio que se volvía cada vez más indisimulable, que excedía largamente al tironeo con el Fondo Monetario y que debilitaba aún más la figura presidencial.
Cerca de Máximo Kirchner afirman que la renuncia a la jefatura del bloque fue una decisión personalísima del diputado. Incluso remarcaron que Cristina estuvo en desacuerdo con la dimisión. Tampoco Sergio Massa lo logró disuadir, después de cinco conversaciones telefónicas seguidas. “Ella considera que se podría haber dado la pelea desde adentro, sin la necesidad de renunciar”, traduce el exdiputado Héctor Recalde, quien ejerció el cargo de presidente de bloque y hoy sintoniza políticamente con Cristina Kirchner.
Pero lo cierto es que la vice comparte con su hijo los cuestionamientos al arreglo con el FMI. El 27 de noviembre pasado, Cristina Kirchner difundió una carta titulada “De silencios y curiosidades. De leyes y responsabilidades”. Se trató de un comunicado posterior al ultimátum contra Alberto Fernández, publicado tras la paliza de las PASO.
Con tono ambiguo y una moraleja adaptable al gusto del consumidor, la expresidenta afirmaba: “He sido legisladora nacional desde el año 1995 hasta el año 2007, cuando fui electa por primera vez como Presidenta de la República Argentina. Me tocó vivir como ciudadana, al igual que todos los argentinos y argentinas, momentos muy difíciles y como Senadora y Diputada nacional tener que votar en situaciones de gravedad institucional sin precedentes. Y siempre voté de acuerdo a mis ideas y convicciones, lo que no pocas veces me deparó algún que otro inconveniente. Hoy, como marca la Constitución y la ley 27.612, no es Cristina... son los y las 257 diputados y diputadas y 72 senadores y senadoras quienes tienen la responsabilidad legal, política e histórica de aprobar o no cómo se va a pagar y bajo qué condiciones la deuda más grande con el FMI de todo el mundo y de toda la historia”. El texto parecía ser un dardo para la oposición que, en 2018, sentó nuevamente al Fondo en la mesa de la toma de decisiones del país. Pero a su vez funcionaba como una invitación a la libertad de conciencia partidaria dentro del FdT.
Máximo Kirchner se sintió interpelado por el texto, y este lunes anticipó su rechazo al acuerdo con el FMI. Resta saber si el espacio camporista se pronunciará en contra o se abstendrá al momento de la votación. Como sea, el jefe del bloque del Frente no quiso ser el encargado de juntar voluntades para avalar un programa de ajuste. Un plan que contará con un curioso apoyo trans-grieta: el albertismo, el massismo, los sindicatos y el Evita, mezclados con el PRO, la UCR y los lilitos.
La rebelión de Máximo Kirchner conecta a la perfección con la versión más estereotipada que, desde la oposición y algunos medios, se alimenta sobre la convivencia en el Frente de Todos. El portazo del jefe camporista le da la razón a esa descripción de trazo grueso. En el último zoom de la mesa nacional de JxC, Alfredo Cornejo insistía en condicionar al apoyo al acuerdo con el FMI. “Antes de pronunciarnos nosotros que hable Cristina”, exigía el senador de la UCR.
La maniobra de Máximo Kirchner además habilita una serie de interrogantes y de discusiones opinables. ¿Existía una alternativa superior y a la vez posible a la alcanzada por Guzmán? ¿El Gobierno tenía margen para tensar la cuerda, cuando se agotaban las reservas? ¿Se alterará el curso de una negociación con el Fondo que parecía cerrada? ¿La renuncia fue un mero arranque de purismo ideológico o una decisión tomada con un ojo puesto en el mantenimiento pragmático de la mística kirchnerista? ¿Cómo impactará la renuncia del jefe camporista en el futuro del cristinismo? ¿La Cámpora se volverá una minoría intensa de oposición casi sistemática al albertismo?, ¿una suerte de Nuevo Encuentro ampliado?
Tampoco está claro cómo hará el FdT para procesar este nuevo desaire. A qué mecanismos apelará para que las internas no desborden la coalición de gobierno y atenten contra la gestión cotidiana. Y no sólo contra la administración del Estado en abstracto, sino específicamente contra las metas macro-económicas pactadas con el Fondo. El cristinismo maneja el PAMI, el ANSES y los entes que regulan y controlan las tarifas de luz y gas. Antes del alejamiento de Máximo Kirchner, el ministro Wado de Pedro ya no hablaba con Alberto Fernández.
A lo largo de la negociación con el FMI, el Presidente se encontraba condicionado por dos fuerzas. Una, económica. La otra, política. La presión del mercado versus la del cristinismo. Tironeado por esos dos huracanes, Fernández optó por satisfacer la demanda de la estabilidad macroeconómica. Y el otro sector se quejó en reacción.
Ante los ojos de Máximo, la paz con el FMI tenía un costo demasiado alto. Tanto ideológico como pragmático. El mismo organismo que financió la campaña de Macri se dispone a revisar las cuentas del gobierno que impidió aquella reelección. Con un agravante: aceptar esa claudicación no es garantía de que el frente peronista vaya a ganar las presidenciales en 2023.
El 17 de noviembre pasado se realizó un acto en Plaza de Mayo para respaldar al presidente. Se trató de un acto albertista, al que La Cámpora asistió a desgano. Bien lejos del escenario, un dirigente de la agrupación cristinista blanqueó su rebeldía y malestar con el presidente: “No nos callamos más”. Esa actitud, sea estratégica o suicida, fue la que tuvo Máximo Kirchner el lunes.
AF
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