La CGT planifica un nuevo paro con el dilema de sobrevivir en el conflicto eterno
Transcurría una reunión con un importante embajador cuando el diplomático soltó la frase que le sacó una sonrisa a los invitados. “A Milei le tienen que dejar ganar una”. Los aludidos eran un grupo de sindicalistas que por estas horas debate no ya el próximo paro general, que será un hecho, sino el cómo, el cuándo y el con quién. “Para iniciar un conflicto antes tenes que saber cómo salir”, dice uno de los máximos referentes cegetistas, que sabe que gran parte de la supervivencia pasa por administrar los tiempos de lo que será una batalla eterna.
Esta CGT cree que tiene a mano más victorias que derrotas y apuesta todo al trabajo sigiloso en el Congreso, donde creen tener agujeros por donde filtrar la mayoría de sus reclamos. Parte de la táctica tiempista a la que apelan depende en gran medida del propio Javier Milei. El paro, para el que hay un amplio consenso, está atado a lo que defina el Gobierno con la reforma laboral que le quedó trunca. Si se avanza en estos días en un proyecto de ley réplica de lo que se plasmó vía decreto, la huelga general será un hecho que se anunciará el próximo jueves, día en el que volverán a juntarse los jefes gremiales.
En esa espera, miran encuestas. Un trabajo reciente y reservado de Poliarquía Consultores explica, de algún modo, esa dilación en la toma de decisiones. Ese trabajo revela que la aprobación de Javier Milei marcó en diciembre 67%, bajó a 58% en enero, volvió a caer a 56% en febrero y se recuperó otra vez, 2 puntos, en marzo. Lo que muestra también el sondeo es que el tiempo se le va a acortando al Presidente. Ante la afirmación de que “el gobierno sabe resolver los problemas pero necesita tiempo”, en diciembre ese indicador tenía 65% de adhesión, pero en marzo, ya estaba en 55%. Sube también la percepción de que la situación económica del país será mejor en un año y que los precios no aumentaron tanto en marzo, pero el sindicalismo mira con atención otro dato. Ante la afirmación de que “los ingresos familiares mensuales no alcanzan”, en diciembre esa respuesta alcanzaba al 49% de la muestra, y en marzo, al 54%. A pesar de que se modera la inflación, el bolsillo no aguanta.
Ante el discurso (todavía efectivo) de Milei contra la casta, la CGT piensa estrategias para no quedarse sola en el reclamo sectorial. Saben que un paro general tiene rechazo en buena parte de la sociedad. También los tiempos los define la necesidad de encontrar un factor aglutinante del reclamo más allá de la reforma laboral. Por eso, si a la primera huelga sumaron la movilización al Congreso con el trasfondo de la pelea de la Casa Rosada con los artistas, que le dio un paraguas popular por fuera del reclamo puro y duro sindical, para la próxima parada idean un despliegue con los referentes universitarios que les aporte más masa crítica y consenso social ante el claro desfinanciamiento educativo. “No alcanza sólo con los laburantes”, reflexiona un dirigente.
Mientras tanto, el sindicalismo juega el juego de la política, ese que se hace sigilosamente, con aliados que cruzan la frontera del peronismo, como ocurrió con el rechazo al DNU en el Senado, donde la marca se la llevó Martín Lousteau.
Reforma laboral propia
En Azopardo se preparan para lo que será el nuevo debate de la reforma laboral, esta vez vía proyecto de ley. Empezaron a leer y ¿retocar? la presentación que hizo en los últimos días el bloque de senadores de la UCR. Ese texto se repartió impreso el miércoles pasado, en la reunión de la mesa chica que se hizo en UPCN. Plasma la voluntad sindical de avanzar en una reforma laboral light, como anticipó el periodista Mariano Martín.
En la CGT niegan que estén trabajando en una iniciativa propia. Otra vez es el juego de la política. Lo presenta otro espacio, y van viendo. Sí reconocen que no están cerrados al debate, y es evidente. Nadie se toma el trabajo de imprimir un texto y repartirlo si no hay alguna intención detrás de explorarlo. Menos aún lo dejarían trascender. “Es una alternativa a mejorar”, plantea un alto dirigente cegetista. Si la reforma se impone, mejor intervenirla, sería el lema actual. El proyecto va por un carril medio que no toca los recursos sindicales, pero sí elimina multas por contrataciones irregulares y crea el fondo de cese laboral. La alternativa que encuentran, para no bloquear el debate, es que se termine aprobando esta versión más suave. Incluso hay quienes no descartan que al no salir como él quiere, el Presidente después opte por el veto.
En la estrategia política, la CGT pone todas las fichas al Congreso. El miércoles próximo recibirán al bloque de senadores de Unión por la Patria, uno de los grandes actores del rechazo al DNU y en Diputados trabajan por abajo. Dicen estar cerca de conseguir el número para darle al decreto 70 la estocada final, pero todavía no llegan. “Dependerá de lo que pase con la ley bases”, aportan en un gremio. En los pronósticos cegetistas, que hasta ahora no les dieron nada mal, apuntan al malestar de los gobernadores. Detrás de las palabras más amenas de los mandatarios que se reunieron con el jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y con el ministro del Interior, Guillermo Francos, persiste el reclamo por los fondos que el gobierno nacional dejó de enviar a las provincias, un polvorín. En la CGT hablan con los gobernadores más de lo que se sabe.
Sin contactos con la Rosada
El diálogo con la Casa Rosada no existe. Hasta el momento, sólo hubo una reunión, tras bambalinas, entre Francos y un grupo de dirigentes, informal, en la Uocra. Fue el 15 de diciembre, 5 días antes de que el Gobierno presentara por cadena nacional el DNU con la reforma laboral. En aquel encuentro ya aparecía en escena Julio Cordero, el actual secretario de Trabajo. Actuaba como una suerte de interventor sin cargo, enviado por Posse, el gran cerebro de la dureza de Milei hacia el sindicalismo. “Es un besuqueiro”, lo describe un hombre de la CGT, para dar cuenta del poco margen de acción que tiene. Simpatía, pero nada más. Responde a las órdenes del jefe de Gabinete.
Todos los líderes gremiales lo conocen, compartieron con él varios viajes a Ginebra en el marco de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), cuando Cordero representaba a Techint. Por ahora, no parece tener juego propio en una secretaría diezmada por las internas libertarias, que ya se cobró la cabeza de Omar Yasín y Horacio Pitrau, por haber negociado con Armando Cavalieri relajar las restricciones de la cuota solidaria para su gremio. Y algunas otras cosas más, sospechan en la CGT, que no lograron aún confirmar. Ellos siempre vieron a Cordero como un espía de la Jefatura de Gabinete. Fue Héctor Daer, de hecho, el que lo deschavó en enero, en una reunión del Consejo del Salario, cuando le preguntó si estaba participando en calidad de funcionario. No, estaba ahí como representante de la Unión Industrial Argentina.
Su cargo está en tensión por estas horas en las que crece la conflictividad sindical con amenazas de paro por parte de Camioneros y los metalúrgicos, completamente en guerra por las paritarias que el Gobierno se niega a homologar. Ya lo dijo sin tapujos el propio Luis Caputo. Con esos porcentajes de suba acordados no cierra su modelo. De rol de mediador, Trabajo pasa ahora a ser un férreo interventor del poder adquisitivo. Se abre para el sindicalismo, pendiente de una táctica tiempista, otro frente urgente.
MV/DTC
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