Discursos de odio: ¿qué son? ¿qué buscan?, un debate tras el atentado a CFK
En el entramado social de la Argentina contemporánea se convirtió en posibilidad, y finalmente en hecho, la planificación y ejecución de un atentado contra la vicepresidenta de la Nación, que dejó a la vista las versiones convivientes de una sociedad que debe construir el rumbo a seguir: mientras un grupo de personas hacía una vigilia para mostrar su apoyo a una representante política elegida democráticamente, otras -de quienes aún se investigan sus vinculaciones y modos de operar- intentaban asesinarla. El hecho puso en el blanco el pacto social que parecía anteponer la defensa de las instituciones democráticas a cualquier discusión política. En el intento de significar el disparo fallido, el concepto de discurso de odio apareció como la explicación de lo que habilitó este capítulo de la historia argentina. Pero, rápidamente, también quedó atrapado en una lógica que se busca describir: los discursos de odio se atribuyen a unos y otros, se convierten en elemento de acusaciones cruzadas entre partidos políticos. Desde el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA) de la UNSAM, Micaela Cuesta y Lucía Wegelin, sus coordinadoras, conversaron con elDiarioAR acerca de las investigaciones que llevan realizadas sobre el tema y que buscan abordar las preguntas y dilemas actuales de la democracia.
¿A qué hace referencia específicamente el concepto de discursos de odio?
MC: La categoría que utilizamos parte de una definición de la Organización de Naciones Unidas para la cual se entiende por discurso de odio a todos aquellos discursos pronunciados en la esfera pública -y aquí incorporamos la esfera digital, las redes sociales- que busquen incitar, legitimar o promover formas de discriminación o violencia hacia una persona o grupo de personas en función de su pertenencia a colectivos raciales, de género, políticos, étnicos, etcétera. Lo que consideramos es que la generalización de este tipo de discurso puede crear un clima de intolerancia cultural y política, que puede traducirse en forma de acción violenta directa o, inclusive alerta la ONU, en ciertos modos de incitación al genocidio.
De ideologías antidemocráticas a discursos de odio
En 2011, el Grupo de Estudios Críticos sobre Ideología y Democracia (GECID) comenzó a producir conocimiento desde la sociología sobre las ideologías antidemocráticas con la hipótesis de que, a partir de la crisis financiera global de 2008, empezaron a manifestarse fenómenos autoritarios en distintas partes del mundo. Hacia fines de 2020, el GECID y la UNSAM crearon el LEDA para enfocar esa experiencia de estudio no sólo en las ideologías antidemocráticas, sino también en su modo de circulación en las redes sociales. El equipo académico y de investigación, dirigido por Ezequiel Ipar, elaboró un índice de discursos de odio que sintetiza datos de diferentes variables para captar las disposiciones de los sujetos hacia estos discursos en la esfera pública digital. El LEDA lleva publicados estudios cualitativos y cuantitativos de alcance nacional y de acceso público sobre esta problemática, que incluyen grupos focales y la primera encuesta nacional de 3.100 casos sobre discursos de odio, y sus investigaciones contaron con el apoyo de la Secretaría General de la Cámara de Diputados de la Nación.
¿Cómo circulan y quiénes propagan los discursos de odio?
MC: Está bastante distribuido en la sociedad, no hay una posibilidad de identificación simple y rápida en relación a quienes lo propagan principalmente. Hay una especie de lo que llamamos subjetividad neoliberal que tiene características particulares, entre ellas una fuerte propensión a cierta moral punitiva, una identificación muy fuerte con formas del emprendedurismo que conllevan modos de identificación del otro como un competidor o un adversario. También con formas de la xenofobia, tal vez más mitigadas pero existentes. Sobre ese terreno, que denominamos subjetividad autoritaria con fuerte afinidad con la ideología neoliberal, es que crecen muchos discursos de odio. Lo que pudimos relevar a partir de nuestros grupos focales es una especie de naturalización de las formas de la violencia. Lo que estábamos viendo era una especie de post pandemia, de exacerbación del escepticismo, de la “antipolítica” -lo digo con mucho cuidado ésto porque termina redundando en una especie de politización autoritaria o de derecha- que tenía como objeto privilegiado a los políticos, sin distinción partidaria. Se enunciaba ahí una especie de desplazamiento de la grieta, ahora entre los políticos todos y la sociedad.
Una primera mirada al atentado a Cristina Fernández de Kirchner
Luego del ataque a CFK los discursos de odio tomaron protagonismo y fueron tema de disputa entre distintos referentes políticos, ¿creen que se banaliza el uso del concepto en este contexto?
LW: Lo que se banalizó en un primer momento es el atentado en sí. Sí hay cierta peligrosidad en el sentido de que se reinscriba el término como una forma de nombrar a las pasiones, porque entonces el discurso de odio parece significar simplemente un discurso que usa una pasión. Al fin y al cabo, lo que se termina haciendo es culpabilizar a las pasiones -que tienen una temporalidad infinita, siempre existieron- de algo que no tiene que ver con las pasiones humanas.
MC: Hay algo que también favorecen las redes sociales que son las reacciones muy inmediatas. El atentado produjo una reacción inmediata, y por lo tanto no reflexiva, entonces todo parece poder ser dicho en esa inmediatez. Aparecieron mensajes que ponían en duda la veracidad (del atentado), pero sobre todo lo que ponen en duda es la gravedad, eso es lo más peligroso. También ubicaría ahí la idea de que “fue un lobo solitario o un loco suelto”, y que ahora deviene en “fueron un par de lobos sueltos o un par de locos sueltos”. Ni un lobo solitario, ni un grupito de locos, eso es un modo para mí claramente de banalizar el atentado. No hay unos odiadores que es necesario separar. En dónde se asienta esa legitimidad para negar o banalizar el atentado creo que es una pregunta sociológica que sería interesante hacer y creo que, desde la perspectiva de los discursos de odio, con este antecedente en las reflexiones sobre el autoritarismo social y su afinidad con las ideologías políticas neoliberales, podría empezar a explicarse. Si atendemos a la definición de discursos de odio como formas de legitimar la incitación a la violencia hacia otro, pretendiendo sacarlo de plano, algo puede explicar si se entiende el atentado como un modo de atentar -no solo, que no es menor, contra una mujer, política, vicepresidenta- sino contra una institución de la democracia.
Ni un lobo solitario, ni un grupito de locos, eso es un modo para mí claramente de banalizar el atentado. No hay unos odiadores que es necesario separar.
Con una cuidada elección de las palabras, las investigadoras explican que la sociología y las investigaciones llevadas adelante en LEDA pueden aportar un intento de pensar cuál es el estado de la esfera pública en la que se vuelve posible un pasaje al acto que está por fuera de la convivencia democrática: “En el último tiempo veníamos encontrando en los relatos subjetivos de la crisis una gran falencia de las democracias y de los relatos políticos a la hora de interpretar eso que los sujetos vivían como un padecimiento muy singular. Y la crisis era efecto de la situación económica global pero también era la crisis económica argentina en particular, la crisis de la inflación, la crisis de la pandemia. Realizamos muchos grupos focales y lo que había era una especie de indeterminación de las causas de esa crisis y del sufrimiento y una falta de relatos de ese sufrimiento en la política. No había nadie que estuviera dándole expresión a ese tipo de problemas subjetivos de la vida diaria o pandémica”, dice Lucía Wegelin y Micaela Cuesta suma: “Podríamos decir que ese vacío de alguna manera lo ocuparon otros relatos y otras narrativas que terminaron ganando terreno porque también había condiciones de posibilidad para que germinaran, como las narrativas antiestatalistas o antipolíticas y, en el límite, antidemocráticas o autoritarias”.
Lo que pasa en las redes, no queda en las redes
¿Siempre analizan los discursos de odio vinculados a las redes sociales como un medio de proliferación? ¿Son indisociables un término del otro?
MC: Como nosotros los estamos analizando y relevando últimamente, sí. Efectivamente, cuando armamos el índice de discurso de odio las categorías que establecemos para que los entrevistados respondan se asemejan a las de las redes sociales: “si te encontraras con esto en una red social, ¿qué harías?”. Los grupos focales también los hicimos orientados a usuarios de redes. Cuando se habla de regulación de discursos de odio, las últimas legislaciones y lo que venimos relevando, son tipos de regulación de discursos de odio en redes. Tipificaciones asociadas a la incitación a la violencia, a la instigación al delito ya figuran dentro de nuestros Códigos hace tiempo. Entonces, discurso de odio como un objeto a ser regulado, al menos como lo pensamos nosotros, tiene que ver con las plataformas y con qué exigirles o no a los propietarios de esas plataformas para quienes los discursos de odio son redituables también en términos económicos. Nuestras investigaciones están bastante más focalizadas en cómo los usuarios se comportan ahí y qué reglas que allí se naturalizan dan forma a lo que ocurre en la conversación pública clásica, o sea, a la vista de todos en la Plaza. ¿Por qué uno no se sorprende cuando ve en la Plaza ciertas estetizaciones de la violencia como una guillotina o bolsas mortuorias? Porque probablemente en la red lo vio millones de veces, hecho memes o anunciado, y ya no causa esa sorpresa porque de alguna manera hizo de simulacro de eso durante mucho tiempo hasta volverlo cotidiano. No consideramos que exista un límite tan claro entre la digitalidad y la no digitalidad.
LW: las reglas de la digitalidad que son nuevas se expanden sobre el resto, pero lo que hace a la circulación de los discursos de odio en particular y lo que favoreció su crecimiento tiene que ver con lógicas específicas de las redes sociales.
¿Cómo se involucra a la ciudadanía para frenar la circulación de los discursos de odio sin recaer en la ampliación o difusión de estos mensajes?
LW: Lo que vemos en los grupos focales es que hay pocas marcas del desacuerdo con este tipo de discursos en las redes. Cuando alguien no aprueba un discurso de odio en las redes la única herramienta que tiene es la de denunciar, y es un acto individual que implica un trámite, que tiene una complejidad. Después hay que ver cómo la red resuelve esa denuncia, pero no deja una marca visible. Hay algo de la tecnología de la red que desfavorece tomar una actitud activa de reprobación ante este tipo de discursos y eso, por ejemplo, es algo que no tiene que ver con una regulación. En primera instancia puede ser transformar algo de la propia estructura tecnológica de la red para poner un botón que esté más accesible, o favorecer un uso más asiduo de la opción de denunciar a través de distintas herramientas. Habría que ver cómo facilitar eso además desde las herramientas que puede tener un Estado, o con las conversaciones con las empresas que son las que al fin y al cabo regulan lo que puede ser dicho o no en las redes sociales.
Lo que hace a la circulación de los discursos de odio en particular y lo que favoreció su crecimiento tiene que ver con lógicas específicas de las redes sociales"
MC: También está el no querer decir por el temor justamente de ser objeto de discurso de odio, el no querer opinar por temor a ser asediado. Cuando hablamos sobre la importancia de estudiar y atender el problema de los discursos de odio también tiene que ver con esto, porque lo que producen es el silenciamiento de esos otros que están siendo objeto de discurso de odio, la imposibilidad de intervención en la conversación pública con igualdad de garantías e igualdad de derecho de poder expresar lo qu
e realmente se quiere expresar. Los discursos de odio atentan también contra la libertad de expresión porque inhiben a quienes los padecen y también a quienes se oponen. No es verdad que el 100% de la sociedad sea odiante, no es una cuestión numérica, es cómo se construye la gramática de la conversación pública en las redes sociales. Se establece una especie de presupuesto de que, si uno quiere conversar a través de la red social, debe someterse a la lógica agresiva y violenta de la red.
¿Aparecen en el atentado a Cristina Fernández variables de las que vienen estudiando en relación a los discursos de odio?
LW: Se puede pensar algo sobre las condiciones de posibilidad y ahí podemos decir que en Cristina Fernández se condensan una serie de prejuicios históricos: es mujer, es política -son dos de los principales objetos de odio en redes sociales. Esto no explica el atentado. Se puede pensar qué lo hace posible, algo de eso se puede empezar a pensar con estos datos, pero no hay manera de explicarlo, es un hecho que tiene que ser tomado como lo que significó que es completamente disruptivo en la continuidad democrática.
MC: Es un hecho de una gravedad institucional que cualquier intento de reconducirlo a una única causa es erróneo, cualquier intento de banalizarlo puede tener un costo muy grande para la sociedad argentina, cualquier intento inclusive de reconducirlo a un lenguaje político partidario también me parece un error. Creo que el único modo de significar la gravedad de lo que aconteció es el de volverlo una reflexión que suceda en la esfera pública, que nos interpele a todos como ciudadanos de una democracia. Hay algo que no nos podemos permitir y es que esto quede como un problema para unos pocos, creo que debería ser significado como un problema de todos aquellos que elegimos vivir en democracia.
JLC/MG
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