En una derrota, el peronismo encontró el atajo para creer que puede volver a ganar
El peronismo festejó que gambeteó una catástrofe. La celebración eufórica de la derrota, que Alberto Fernández encabezó en el Complejo C, visibilizó la profundidad de una crisis que estaba en gestación y que, al menos por ahora, se neutralizó. La convocatoria presidencial a festejar “el triunfo” en Plaza de Mayo el próximo miércoles no fue un equívoco: dimensiona el pánico que el dispositivo del Frente de Todos (FdT) le tenía al día después de otra paliza electoral.
Los tres puntos que la boleta de Victoria Tolosa Paz le recortó a la tira de Diego Santilli en la provincia de Buenos Aires -lo que significó pasar de perder por 350 mil votos el 12-S a hacerlo por 110 mil este domingo- tuvo un efecto monumental: adormeció la guerra santa en el FdT. No se eliminan las diferencias que siguen ahí, al acecho, pero le devolvieron la ilusión de que hay, quizá, destino más allá del 2023. Traducido: que tiene sentido seguir unidos.
Las primarias, con una mancha amarilla que cubrió casi todo el país, no solo rompieron el mito de que el peronismo unido gana elecciones, también funcionaron como una suelta de fantasmas internos y pusieron a germinar la tesis de que en el futuro esperaba, otra vez, el despoder como entre 2015 y 2019. La elección general aportó un manojo de datos saludables -se dieron vuelta dos provincias y varios municipios- pero, sobre todo, se instaló la idea de que no todo está perdido.
El escenario del Complejo C, con agradecimientos cruzados entre Fernández, Axel Kicillof, Sergio Massa y un Máximo Kirchner sin su habitual tono sombrío, parecieron la coreografía de una victoria que no ocurrió, pero que desde lo simbólico funcionó como tal. Fernández se preparó para una foto electoral peor que la que finalmente fue: el mensaje que grabó en Olivos, con la curaduría de Antoni Gutiérrez Rubí, buscó cerrar la temporada electoral, la doble derrota que deja a su gobierno frente a una debilidad legislativa similar al que tuvo Cristina Kirchner entre diciembre del 2009 y diciembre del 2011.
Desde Olivos, online con Eduardo “Wado” De Pedro, el presidente siguió el escrutinio y solo respiró cuando, pasadas las 20, le trasmitieron que estaba descartado que en la provincia se pierda peor que en las PASO. En La Plata, Axel Kicillof hizo lo mismo: esperó hasta que le confirmaron que el resultado se había mejorado, que había incluso chances de un empate, antes de decidir viajar a CABA al búnker del FdT. El gobernador, que como Fernández padeció el efecto externo e interno de la derrota del 12-S, tuvo un domingo casi de resurrección.
Resurrecciones
Tarde, luego de los discursos y el coreo, hubo festejos y relax en el Complejo C. La ausencia de Cristina Kirchner, que cuando se informó por TW se entrevió como el anticipo de un pésimo resultado y un día después incendiario, operó como un elemento de distensión. Al final, la secuencia de la vice en el acto de Merlo más la juntada en Olivos el mediodía del sábado, anticiparon la foto de familia de la noche del domingo donde Máximo ocupó, aunque no quiso hablar, el lugar de la vice, su madre.
Pasada la medianoche, el clima era de haber evitado el precipicio. Desde el 10 de diciembre, el FdT no tendrá quórum en el Senado y quedará por apenas dos bancas como el bloque mayoritario de Diputados, más lejos que antes de los 129 votos para funcionar. “Perdimos, después nos matamos entre nosotros, la inflación vuelta, el dolar blue está en 200 pero así y todo casi le dimos vuelta la elección”, tradujo un dirigente el ambiente en el FdT.
Fue la épica de la recuperación, luego de que Juntos decretó anticipadamente la muerte del peronismo y puso en danza, como si el 2023 fuese amarillo, sus propias tensiones. Fernández, en su primer discurso post derrota, jugó esas cartas: no solo digo que todos los actores del FdT validan el plan plurianual que enviará al Congreso y contempla, como base, un acuerdo con el FMI sino que en la misma convocatoria al diálogo, puso a un sector de Juntos en la imposibilidad de sentarse.
Con los números todavía tibios, empezó el tironeo por la paternidad de la recuperación. El PJ territorial, sobre todo el que expresa Martín Insaurralde como jefe de Gabinete bonaerense, se adjudicó la remontada a partir de la movilización casa por casa, de la activación de la maquinaria del peronismo. Kicillof celebró, con razón, que desde diciembre el Senado bonaerense quedará empardado en 23 y que su vice, Verónica Magario, tendrá el voto de oro para desempatar.
Fernández, como dijo en su discurso, atribuyó el mejor resultado a que “escuchó” y tomó medidas, Massa hizo valer su juego porque aportó a Rubí como campañista e impuso su discurso de centro, y La Cámpora, en un deja vú al balotaje del 2015, apuntó que la militancia, que esta vez jugó a fondo, hizo la diferencia para evitar otra catástrofe
La supervivencia que permite una derrota menos gravosa tiene, sin embargo, un efecto de corto alcance. Tiene, por delante, un tsunami de problemas pero el domingo evitó que esa tempestad se agrave con un estallido interno.
PI
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