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Pablo Ibáñez

24 de octubre de 2021 00:01 h

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De la unidad en la diversidad, el abracadabra político del 2019, a la diversidad para reconstituir la unidad malherida. En la matemática del poder, el orden de los factores altera el producto. La unidad, como lo demostró el 12-S, no fue suficiente para ganar y la diversidad, que en este tiempo se tradujo en una tribuna abierta y en críticas públicas, renace como un recurso del panperonismo para ordenar lo inmediato y plantear, si es posible, un destino común.

Con el 14 de noviembre casi como accidente, con excasas expectativas sobre el resultado, Alberto Fernández y Cristina Kirchner bosquejan el contrato de la convivencia futura que, en el capítulo político, tiene una cláusula primaria y básica: garantizar, camino al 2023, la participación y competencia interna. Fue una de las promesas que, como tantas, los Fernández no cumplieron. El presidente propuso, incluso, construir la institucionalidad al FdT, una mesa donde se discuta la política y el rumbo del gobierno. La idea, no solo por la pandemia, naufragó.

Un informe privado que circula entre suscriptores, alguno con oficina en Casa Rosada, refleja que el 59,3% de los consultados está "poco o nada de acuerdo" con el cambio de ministros. En el segmento "clase media" el desacuerdo llega a casi 65%.

“Los cinco principales dirigentes del FdT tiene 70% de imagen negativa: ¿cómo se recupera credibilidad?”, se pregunta un dirigente, operador todoterreno con varias terminales en Casa Rosada, sobre el día después de la general y escarba en un mal compartido entre los Fernández, Axel Kicillof, Sergio Massa y Máximo Kirchner, el quinteto oficial. La enumeración de esos cinco explicita otra debilidad: excluye a otros actores del dispositivo del FdT, como los gobernadores del interior, la CGT y las organizaciones sociales.

Mapuches y catalanes

“Alberto era el garante de que esos sectores iban a tener protagonismo y voz. Pero eso no pasó: terminamos con una agenda muy urbana y un temario político demasiado cristinista”, plantea un integrante del gabinete. Hasta el ingreso de Juan Manzur como jefe de Gabinete, el staff de Fernández fue ambeño casi de punta a punta, un porteñocentrismo que la semana pasada volvió a empantanar al gobierno en una crisis que de lejos no es fácil de procesar: el conflicto mapuche.

El jueves, el presidente se zambulló en persona en ese barro. Molesto por las críticas de la gobernadora rionegrina Arabella Carrera, redactó una carta y la hizo difundir. En un solo episodio anudó varios errores: dio a entender que Nación se desentendía de problema -un micro déjà vu de la vez que Cristina Kirchner tardó en asistir a Córdoba en medio del levantamiento policial, hecho que figura como hora cero del anti kirchnerismo en esa provincia-, fue equívoco sobre la responsabilidad federal y, aunque puede ser un desliz periférico, circuló la nota minutos antes de que Gabriela Cerruti debutara como “portavoz de la presidencia”. El protocolo sugería que lo contara la flamante funcionaria.

No hubo lecturas previas para subsanar alguna línea equívoca o el tono político del texto ni Fernández delegó en un ministro, o en la portavoz con rango de ministra, el protagonismo y la vocería en una disputa que es puro costo. Admeás, antes de la carta, el intríngulis había empezado a resolverse con el envío de efectivos federales dispuesto por el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández.

- ¿Cuándo se termina de ordenar Alberto?-, pregunta, cada tanto, Antoni Gutiérrez Rubí, el consultor catalán que se convirtió en artífice de dos procesos post derrota: la campaña del Sí y el bajo perfil presidencial, con menos sobreexposición y charlas mano a mano. Es lo que en el mundo Fernández llaman, casi en modo autoayuda, “reconectar con la gente”. El presidente, que históricamente subestimó a los consultores, escucha los planteos y las sugerencias de Rubí aunque no siempre las aplica.

Según el manual del gurú catalán, que en el 2017 colaboró en la campaña de Cristina Kirchner a senadora por Unidad Ciudadana, Fernández debe estar lejos de la política, de los actos masivos y del relato militante. Rubí, validado por los Fernández, enfoca su campaña a lo que llama el “metro cuadrado de la gente”, un concepto de las urgencias solitarias o más cercanas. En algún punto, un contrasto con aquello de la patria es el otro. En el modelo de campaña de Rubí, la patria es uno mismo.

Los idas y vueltas sobre las movilizaciones por el 17 de octubre concentran esa confusión. “Al final, hubo dos marchas y Alberto no capitalizó ninguna de las dos”, se queja un armador cercano al presidente. Puede haber otra deriva respecto al aniversario por la muerte de Néstor Kirchner, que comenzó con un acto en Lanús este sábado pero tendrá un episodio oficial, con la presencia de Fernández. Máximo Kirchner propuso que haya un acto “grande”. No está definido.

En la doble jornada del 17-18 se apilaron las contradicciones del panperonismo. La postura anti acuerdo con el FMI que expuso Hebe de Bonafini -que luego se mostró con Kicillof-, y que reforzó Amado Boudou, sembraron confusión y mensajes cruzados. El lunes los Fernández charlaron y, según cuentan en el FdT, compartieron su malestar por el tono de los discursos del domingo, que interpela a un sector militante, que está alineado con Cristina y cuestiona el manejo de las negociaciones con el fondo por parte de Martín Guzmán.

“Martín está haciendo lo correcto: la demora en firmar es porque busca un mejor acuerdo. Si fuese por el FMI, ya se hubiese firmado con sus condiciones”, explican en el kirchnerismo. Desde el entorno de Máximo Kirchner emiten una postura similar aunque en el discurso público, por pudor histórico o político, no hay voces K que planteen abiertamente lo que se dice en privado. Que no hay plan B, que el acuerdo es inevitable, que lo que hay que lograr es que sea lo mejor posible, sobre todo sin imposición de reformas estructurales, especifican.

Un hilo une todas las puntas. En el gobierno entienden que la estampida inflacionaria, que derivó en un conflicto con sectores empresarios, no tiene solución sin un ordenamiento macro, cuyo principal elemento es el acuerdo con el FMI. “No hay margen para otra cosa: hay que arreglar lo mejor posible con el Fondo y ordenar lo que se pueda ordenar. No hay resto para hacer un salariazo ni para la revolución productiva”, plantea, con intencional mención a Carlos Menem, en el corazón del gobierno. “En todo sentido, el ordenamiento debe ser político”, apunta un funcionario.

La cruzada de Roberto Feletti encontró como primer socio público a Kicillof que armó una cumbre con intendentes en La Plata para prometer un mega operativo de control de precios en el conurbano. Esa cruzada ofrece múltiples dobleces. En la discusión pública no intervinieron ministros como Guzmán y Matías Kulfas, a pesar de que el tema precios encabeza las demandas públicas. Parece imposible planificar la macro sin un pie en el capítulo inflación, por el efecto económico pero sobre todo político, anímico y social. Tampoco abrazó esa bandera La Cámpora, al punto que “Wado” De Pedro apareció tarde en el debate.

De campaña

El jueves Fernández almorzó con Manzur y los ministros Jorge Ferraresi, Gabriel Katopodis, Santiago Cafiero y Juan Zabaleta, el ala bonaerense del gobierno, lo más parecido al albertismo que se puede encontrar en este tiempo. Fue una charla larga donde se resolvió que el presidente, a 20 días de la elección, tratará de ganar centralidad en la campaña, algo que intentó el viernes cuando encabezó una reunión en Olivos con ministros e intendentes bonaerenses.

Fernández volvió, luego de estar varias semanas lejos de la campaña, a sentarse en la mesa política y lo hizo junto a Manzur, que estaba a cargo de la arenga campañista de cara al 14-N. A un mes de su irrupción como funcionario en medio de una semana traumática para el FdT, la magia inicial del tucumano, madrugador y proactivo, se esfumó casi antes de empezar.

"Traigamos a Ricardito Alfonsín, que arme una lista interna en el FdT y salga por el interior a pelearle votos a Manes". Otro sugirió habilitar a Berni y se habló de incentivar a Fernando Gray, intendente de Echeverría, para que vaya con una lista PJ.

Un informe privado que circula solo entre suscriptores, alguno con oficina en Casa Rosada, refleja que el 59,3% de los consultados está “poco o nada de acuerdo” con el cambio de ministros. En el segmento “clase media”, ese universo tan esquivo para el peronismo, el desacuerdo con esa medida sube a casi 65%. Hay un elemento adicional: el recambio de ministros lo forzó, con renuncias y una carta, Cristina pero Alberto lo hizo a las apuradas, de manera defensiva, y con un menú de opciones muy acotado.

La incorporación de Aníbal Fernández, por caso, fue un contrafuego para bloquear la propuesta de Cristina que sugirió a Sergio Berni como reemplazo de Sabina Frederic en Seguridad. Aquel registro sirve, además, para leer lo que hace y dice el funcionario bonaerense, y para tratar de entender cuántas terminales, incluso antagónicas, administra la vice que esta semana volvió a mostrarse activa. Cristina encabezó dos actos, con un tono menos efervescente, sin el fuego amigo de otras exposiciones, quizá con un solo objetivo: reaparecer tras la semana post derrota, esa bomba sucia que dañó a toda la familia frentodista. Volverá, todo indica, a aparecer esta semana con alguna actividad por los 11 años de la muerte de Néstor Kirchner.

Con las semanas, el recambio de Gabinete confirmó lo que se suponía: el modelo tucumano no es, por ahora, más que un cambio de huso horario con el dato adicional que, dicen en Rosada, abrió el teléfono a intendentes y gobernadores. Esa tarea, se suponía, la hacía bien De Pedro. Manzur ejercita, más que la gestión, la arenga preelectoral con la ilusión de ser el artífice de una mejora, en el norte del país o en el conurbano, los dos territorios que están en su mapa personal de intereses.

El informe de octubre de la Universidad Di Tella, que elabora la consultora Poliarquía, muestra que a pesar de los recambios y la ráfaga de medidas económicas, la confianza en el gobierno siguió a la baja, con un promedio peor que el de la gestión de Mauricio Macri. Discriminados los cuatro componentes que conforman el Indice de Confianza en el Gobierno (ICG), hubo uno en el que mejoró la mirada: el referido a la capacidad para resolver problemas.

“El cambio de gabinete es como el control de precios: pasajero”, apunta un consultor de mucho diálogo con la cima del gobierno. Si el congelamiento es hasta el 7 de enero ¿hasta cuándo sigue el nuevo gabinete?. No hay certezas. Depende, primero, de si el despliegue territorial alcanzará para emparejar la elección en la provincia de Buenos Aires, El viernes, en Olivos, el presidente arengó con la idea de que es posible darla vuelta, pero nadie se anima a un diagnóstico. Las encuestas, en general, reflejan que nada cambió demasiado.

Un sondeo de la consultora Trespuntozero aporta, entre otros, un foco interesante. En el ejercicio del “second best” refleja que la presencia de José Luis Espert y Florencio Randazzo parecen “funcionales” al Frente de Todos porque si esos dos candidatos no estuviesen, la migración hipotética de sus votantes sería mayoritariamente a Diego Santilli que, por otro lado, solo captura 7 de los 10 votos que fueron a Facundo Manes.

Santilli logra, con poco, la diversidad que ahora aparece como objetivo central del FdT hacia el futuro y que figura en la mesa de arena del oficialismo, en particular a partir de la decisión de no permitir primarias. La unidad en las boletas se vio, al principio, como buena señal. Tras el resultado, se comprobó como una medida que le restó volumen y le quitó motivación a la dirigencia del FdT.

Berni, que volvió a tensar con el gobierno con su postura frente al conflicto mapuche, es la figura que amenaza con abandonar el FdT y que levanta como bandera la idea de que se necesitan garantías de participación futura. Teoriza, con una proyección tan larga como imprecisa, que Máximo Kirchner prometerá PASO para las presidenciales del 2023 pero con la condición de ser el único candidato a gobernador en la provincia.

En La Cámpora señalan a los intendentes como los principales interesados en que no se hayan permitido PASO. En el albertismo comparten esa lectura. “¿Por qué el Movimiento Evita no puede tener una lista en La Matanza? ¿O Grabois en Ezeiza? Si Espinoza y Granados ganarían sin ningún problema”, explica un funcionario que admite que Fernández no empujó lo suficiente para lograr la apertura porque, entendió en su momento, podría leerse como un atentado a la unidad pero que al final fue un problema de táctica electoral.

Pocos días antes del cierre de listas, un intendente propuso una idea curiosa. “Traigamos a Ricardito Alfonsín que está cobrando como embajador en Madrid, que arme una lista interna en el FdT y salga por el interior a pelearle votos a Manes”. Otro sugirió habilitar a Berni a competir o, incluso, se habló de incentivar a Fernando Gray, intendente de Echeverría, para que vaya con una lista peronista.

Eran los días en que la unidad parecía el remedio a todos los males, cuando la unidad incluía la diversidad. Otro tiempo.

PI

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