Contó en el subte la historia de su familia, arrasada por la dictadura: “Quiero que nadie pueda decir que no sabía”
“Les pido disculpas. Estoy un poco nerviosa, nunca en mi vida hice esto y lo hago porque estoy muy preocupada”, dice Ana Fernández mientras se sostiene de la baranda de un vagón en la Línea A de Subte que inicia su recorrido en la estación Perú, en Plaza de Mayo. Está preocupada por un posible triunfo de Javier Milei y su compañera de fórmula, Victoria Villarruel, y sale por primera vez en su vida a contar su historia, la de su mamá, Ana María Careaga, secuestrada y torturada mientras estaba embarazada y la de su abuela, Esther Ballestrino de Careaga, arrojada viva al mar durante los vuelos de la muerte en la última dictadura cívico militar.
Tomó la decisión después de hablar con su amiga María Fernanda Ruiz, que se subió a Línea B para contar su historia como víctima de violencia de género y el miedo a la liberación de armas, una de las propuestas de LLA. “Si se vendieran en un supermercado yo no estaría acá. Tenemos que contar nuestras preocupaciones. Vos tenés que contar esto que me decís a mi, contalo en el subte”, la animó. “Es raro, ¿vos decís que puede servir?”, respondió Ana.
Siguieron conversando y Ana se decidió: “Mientras le llegue a alguien… Quizás le hace sentido, se queda reflexionando y se lo comenta a un conocido. Todo suma”, pensó y se fue al subte con un amigo.
Allí contó que nació en Suecia, en 1977, cuando su mamá se fue exiliada después de estar secuestrada y torturada durante tres meses en Club Atlético. Ana María Careaga tenía 16 años cuando la secuestraron y estaba embarazada de Ana. “Fue a un campo de concentración, donde la despojaron de todo, incluso su nombre: pasó a tener una letra y un número. Fue brutalmente torturada. Cumplió 17 años en ese campo de concentración. Mi abuela salió a buscarla y se encontró con otras madres que hoy son las Madres de Plaza de Mayo. Ella también fue torturada, la llevaron a la ESMA y fue arrojada con vida al mar”, cuenta Ana en el subte. Es martes, faltan menos de dos semanas para las elecciones presidenciales, y en unos días el video se viraliza en las redes.
Ana Fernández no pertenece a ninguna organización, define su actitud como una “micro militancia” ante el riesgo que implica una victoria de la fórmula de Javier Milei y Victoria Villarruel. Tiene un programa de radio junto a su mamá en Radio Caput donde habla sobre Derechos Humanos y ahora milita el “uno a uno”. elDiarioAR habló con la docente de 45 años para conocer más sobre su historia y los motivos que la movilizaron.
–¿ Por qué decidiste hablar en el subte?
–Venimos charlando con amigos y amigas y con la familia, pensando qué más podemos hacer. Ir a la panadería y hablar con el panadero, en los negocios, con los vecinos. Una amiga me dijo que teníamos que ir al subte. No pensé que iba a pasar esto. Era mi granito de arena y está bueno que otras personas se empezaron a animar. No es fácil, yo cuento en un minuto un pedacito de historia que son 30.000 historias . Está buenísimo que cada uno cuente la suya.
–¿Qué sentiste? En el video contás que estás nerviosa
–Una no sabe con quién se va a encontrar. Son personas que, como nosotros, se suben al subte para ir a un determinado lugar. No es lo mismo que dar una charla que alguien te pide. Es exponerse un montón porque estás hablando de algo personal, tal vez es más fácil contar la historia de otro. Lo hice porque realmente estoy preocupada. Fue dejar de lado los nervios, aunque uno los tiene igual, pero dar un paso y hacerlo porque lo que está en juego es la democracia y porque realmente me preocupa.
–¿Qué recepción tuviste por parte de las y los pasajeros?
–Fue muy agradable. Genera angustia la posibilidad del rechazo. Uno se está exponiendo, se está abriendo, son historias fuertes. No tenía miedo, pensé que podía haber indiferencia. Pero no, todos escucharon. Varios aplaudieron, algunos me agradecieron y nadie me dijo nada negativo. Eso fue un montón. Algunas chicas compartían foto o video y digo, capaz eso le llega a alguien y se quedan pensando. Pensar, buscar, que nadie puede decir que no sabía.
–¿Seguiste haciendo eso en otros vagones?
–Algo así te conmueve, necesitás caer. Me iba a subir a otro vagón y no pude. Dije: “Espero un par de días y lo vuelvo a hacer”, pero no me dio el tiempo porque después explotó. No pensé que se iba a viralizar. Es una micro militancia, es la preocupación por la democracia. Son muchas y muchos que quieren hacer algo y lo hacen desde su vida cotidiana y piensan qué aporte hacer. A nosotras se nos dio por probar en el subte. Mi espacio es mi vida cotidiana.
–¿Qué pasó en tu familia?, ¿Cómo lo recibieron?
–Ellos no sabían. Se conmovieron porque es un minuto del resumen de nuestras vidas que son muchos años, muchas pérdidas y mucha construcción. También son años de alegría, la vida y las apuestas a pesar de las pérdidas. Apostar a vivir y a disfrutar que era lo que querían los 30.000 que nos faltan. Resumo en un minuto pero la historia es mucho más que eso. Producto de la tortura que sufrió mi mamá durante los primeros meses de embarazo cuando yo estaba en formación, hubo material genético que tenía que ir a algún lado y se fue a otro y por eso tuve intervenciones quirúrgicas de grande. En un momento me habían dicho que no iba a poder tener hijos. Y yo pude tener dos hijos hermosos. Eso muestra que la vida siempre vence. A mi mamá le dijeron que yo no iba a nacer producto de las torturas y yo logré nacer. No iba poder dar vida y pude dar vida. A mi abuela la arrojaron con vida al mar, pero ella marcó un ejemplo porque recuperó a su hija y fue con las Madres a buscarla hasta que aparezcan todos porque todos son sus hijos. En una muestra de lo que era, de la solidaridad, de la lucha compartida, de que nadie se salva solo.
Ana Fernández habla de dar vida. Hoy tiene dos hijos: Ramiro, de 20 años y Enzo, de 9. Además tiene una hijastra, Oriana, de 17 años. Habla también de su abuela, Esther Ballestrino de Careaga, que dio la vida a pesar de haber encontrado a su hija. Fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo y optó por no exiliarse en Suecia como sus hijas Ana María y Mabel. “Yo voy a seguir hasta que aparezcan todos, porque todos los desaparecidos son mis hijos'”, respondió ante la pregunta de porqué no se iba. Finalmente fue secuestrada junto a “los 12 de Santa Cruz”, como se los conoció al grupo de familiares, madres y religiosas que se reunían en la Iglesia de Santa Cruz, en el barrio de San Cristóbal de la Ciudad de Buenos Aires. Fueron secuestrados en diciembre de 1977, trasladados a la ESMA y arrojados al mar en los vuelos de la muerte. Allí estaba infiltrado Alfredo Astiz, integrante de la Armada, que simuló ser un familiar.
–Hace unos meses se repatrió el Skyvan, el avión desde el que tu abuela y el resto de “Los 12 de Santa Cruz” fueron arrojados al mar. ¿Qué te provocó eso?
–Son procesos de años en los que se van logrando avances. Me dio escalofrío ver el avión, tenemos que manejar eso con mucho cuidado y respeto. No banalizar el mal porque son aviones donde subieron personas y las arrojaron con vida al mar. Es muy fuerte encontrarse frente a eso y pensar cómo fueron capaces. Es realmente siniestro.
–¿Cuál es para vos el riesgo de que gane Mile?
–El riesgo es muy grande, es la democracia. Son derechos y valores muy caros a la sociedad argentina y eso está en riesgo. Los hechos más básicos, cotidianos, que ya conseguimos. Hay otros riesgos concretos, que los genocidas estén en libertad, que caminen al lado nuestro, la reivindicación a crímenes de lesa humanidad de parte del Estado. Nosotros tenemos un Estado que pidió perdón por esos crímenes y el riesgo es un Estado que reivindique eso. Y el odio feroz y la violencia que desde el propio Estado apoyan y generan y qué puede entonces hacer la sociedad con eso, tal vez nos haga una sociedad más violenta. Ni pensar si tenemos acceso a las armas. Eso sería siniestro.
–¿Qué opinás sobre la defensa de Villarruel a los genocidas?
–Lo de Villaruel no es nuevo, lo que me preocupó es que llegue tan lejos. Estaba en la agenda de Etchecoltaz, siempre tuvo relación. Incluso reivindica esas cosas. Algunas veces, las niega por conveniencia en determinado pero si uno ve lo que hizo ella, las reivindica. Es lógico porque es su forma de vida. Tiene ese nivel de violencia en la vida cotidiana por su puesto que va a defender genocidas. Es muy triste para el país.
Mientras contesta las preguntas, Ana Fernández va repasando su historia. Recuerda su regreso a la Argentina en 1984 cuando tenía 6 años y sus maestras repetían la idea de “Por algo será”. También recuerda el miedo y las pesadillas. “Tenía miedo de que se roben a mi hermano Daniel, que nació en el 83 y era bebé. Yo lo sacaba de la cuna y lo ponía al lado mío y en la cuna ponía un muñeco para que si los militares entraban se equivocaran y se llevaran el muñeco”, dice.
Todo ese recorrido de 45 años es el que Ana Fernández quiso transmitir en un vagón de subte en un minuto: “Por favor, por la democracia no voten a Milei”.
CDB / DTC
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