Una militancia empapada y un clamor que demora su respuesta
“Subte D a Catedral, feriado del 25 de Mayo”, escribe un hombre de pelo blanco en su estado de WhatsApp. Adjunta una foto de un vagón repleto. “¿Qué está pasando?”, se pregunta en el posteo. Lo que pasa es que va a hablar Cristina Fernández de Kirchner en Plaza de Mayo.
A medida que avanzan las estaciones rumbo al centro, se suben cada vez más jóvenes. Algunos ya vienen en grupo o parejas, otros se encuentran apenas se suben al tren en un acto de coordinación. Hablan de política, del Frente de Todos, de Ofelia Fernández... Cuando el tren llega a 9 de Julio, junto a los más grandes se preguntan si bajan ahí o esperan una más para no tener que marchar. Una vez en la estación terminal, se abren las puertas del subte y lo inunda un olor a choripán.
Subiendo las escaleras hacia la superficie, emergen los primeros aplausos y silbidos al ritmo de Cristina Presidenta, un canto todavía insistente y protagonista. En los últimos escalones del túnel, retumban los bombos y platillos de las murgas. Afuera, la lluvia. Un mar de personas empapadas improvisó pilotos con bolsas de basura o lo que tiene puesto. Entre las multitudes, se formaban corrientes de circulación hacia la plaza, pero que quedaban estancadas a medida que uno se acercaba al escenario principal.
En los altoparlantes, una locutora pide paciencia, asegura que -a pesar del agua- la vicepresidenta llegará y propone música para la espera. Se escucha Despechá de Rosalía, Villano Antillano con Bizarrap, Dance Crip de Trueno, M.A. Remix y las cumbias de siempre. Tanto los grandes como los más chicos bailaron.
Parece tarea imposible pasar la Pirámide de Mayo para, aunque sea, ver la tarima. Los militantes forman en fila y ponen al frente a algún corajudo que se anime a atravesar las incontables personas que, si no tienen banderas, llevan paraguas. Pronto vendrán los empujones y las discusiones, pero sin pasar a mayores. Esta vez no habrá manera de pararse sobre el pasto, que por el agua se convirtió en un barrial resbaladizo.
En el escenario, se armó una tribuna con incontables gobernadores, ministros, intendentes, sindicalistas, diputados, senadores, dirigentes sociales y de derechos humanos, pero que poco importarán cuando las pantallas gigantes muestren a la expresidenta en camino a dar su discurso. Después de un video homenaje a los 20 años de la asunción de Néstor Kirchner, aparece su “compañera de vida”. Suena el Himno Nacional y se levantan las manos con la V de la Victoria.
Frente a la valla que separa a la multitud de los invitados, se grita que -por favor- se bajen los paraguas para ver a la vicepresidenta. Segundos después de iniciado su discurso, la lluvia para. “¿No llueve ahora? ¡Milagro!”, dice Cristina mostrando su crucifijo. “Y yo que quería ser una figurita de Billiken”. Su voz se vuelve eco entre los edificios de microcentro. Los cantos Cristina Presidenta siguen, ella sonríe y mira con complicidad. Las cámaras enfocan a los militantes, ellos miran directo al lente y le piden cuatro años más.
“No puedo olvidar la plaza de la calabaza, esa del 9 de diciembre de 2015. Cuando nos despedimos, no para siempre”, bromea Cristina. La plaza se queda sin aire por unos segundos, para luego estallar en súplica: “Una más y no jodemos más”. Pero, repentinamente, el discurso llega a su final. A regañadientes, sin definiciones. Están los que siguen bailando, al ritmo de El Farolito, bajo la lluvia. Están los que corren a refugiarse en la galería del Cabildo a comer un choripán. Esta vez, con aumento: 700 pesos.
LC
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