El síntoma Milei
La perplejidad por el resultado de las PASO generó diversas interpretaciones, por ejemplo, Milei es una novedad y, al menos, ¡hizo propuestas! Sin embargo, la presunta novedad y sus propuestas poseen una larga y penosa historia porque todo neoliberalismo se basa en una utopía: la del mercado autorregulado y la consiguiente neutralización soberana. En esta vía, el libertario, reproduce fielmente a Friedrich Hayek, un economista-predicador austríaco que creía en un “orden espontáneo” derivado de individuos que no están determinados por ningún mandato específico. Se trata de un orden que jamás existió ni podría existir pues nace de un insuperable contrasentido: en tanto requiere desmantelar el orden vigente, ya no sería espontáneo. Allí también subyace una noción absurda de libertad, pues los individuos, conformados previamente a la sociedad, tendrán derecho natural a no reconocer una autoridad que imponga un orden artificial.
Así, la vida entera debería adoptar este principio, un deber ser o forma de disciplinamiento social que sólo puede causar daños al lazo social y destruir las instituciones democráticas. Esto explica que, para Hayek, “la libre elección al menos puede existir bajo una dictadura que pueda autolimitarse, pero no bajo el gobierno de una democracia ilimitada”, aludiendo a los gobiernos surgidos de una mayoría electoral que sólo favorecen a aquellos que los votaron. Aun así, ¿cómo podría una falla del sistema democrático justificar una dictadura? He aquí el fundamento de su apoyo a Pinochet y el de Milei a Videla.
Milei es un síntoma de la descomposición del sistema de representación político-democrática que nos aflige y la falta de coraje para asumirlo. Esa anacrónica y dañina utopía que emergió con la tablita y la Convertibilidad, y retornó con Macri, reaparece ahora en una suerte de variante de personalidad esquizofrénica que se suma a la que subyace a la doctrina libertaria. No es que Bullrich tenga un ideario muy distinto, sino que, al tratarse de imágenes en lugar de ideas, la novedad se refleja en un outsider.
Lo que también aquí se revela es el retroceso del pensamiento y la balcanización política que padecen los progresismos, socialdemocracias y socialismos de toda laya, incluyendo a la comunidad académica e intelectual, un proceso que trasciende a nuestro país, y que aquí se muestra, también, en la relación con el Amo.
El Amo progresista y el vaciamiento de la política
En 2007, Janet Yellen señaló que la creciente desigualdad de los mercados laborales en USA, ponía en riesgo a la democracia. No se equivocó… Pero Trump no hizo ninguna especulación ni dio vueltas: se jugó por su aliado ideológico. Los demócratas no. Como fuere, Sergio Massa —presunto candidato puesto por la Embajada de EEUU— no pudo evitar la jugada política en su contra. Las respuestas del ministro-candidato, son del mismo tenor.
No obstante, nuestra versión de progresismos que no eran lo que parecían fue la Convertibilidad: bajo la creencia que nos ubicaría mágicamente en el primer mundo, vació de contenido ético al peronismo y al radicalismo generando un costo social y político por ahora irreversible. Néstor Kirchner pareció revivir la política perdida, pero la recuperación fulgurante de la crisis operó una nueva magia, constituyendo una identidad personalista que se abrió paso a través de antagonismos innecesarios. En uno de ellos, la batalla por la 125, no sólo sufrió la derrota parlamentaria, sino que, erigiendo un enemigo irreductible, puso al país al borde de un conflicto mayúsculo. En una lucha por puro prestigio en la cual predominó la pureza identitaria ¡se destruyó la transversalidad! Este posicionamiento se convirtió en creencia y certeza incorporadas en el culto a la personalidad. El sectarismo y la pelea por cuestiones instrumentales dejó de lado la necesidad estratégica de unidad soberana. ¿Se podría definir el peronismo por la segmentación de tarifas, la emisión monetaria o el ajuste? ¿Perón dejó de ser peronista por el ajuste que requirió la sequía en 1952 con una caída del 6,6% en el PBI?
En el marco de aquel vacío heredado de la Convertibilidad, el peronismo se fraccionó sin articular una respuesta política, y llegó el macrismo. Pero eso no fue todo, como señaló Ernesto Laclau, cuando se gobierna, ya no se puede significar cualquier cosa: se deben tomar decisiones y optar entre alternativas.
Confusión y desconcierto …
El escenario montado desde diciembre de 2019 mostraría rápidamente sus cartas: el macrismo propuso “el gobierno es Cristina”, y los K convalidaron de forma creciente dicho argumento, en particular, porque Alberto Fernández se inmoló al adoptar una estrategia impotente: el 22 de noviembre de 2020 declaró en un programa periodístico: “No creo en los personalismos: Cristina no es Perón, Néstor no fue Perón”. Otorgando certeza, terminar con aquella centralidad era inaceptable para la supervivencia de los extremos del péndulo neoliberal voluntarista. De allí que ningún actor de la opinión pública se hizo cargo de este cuestionamiento que revelaba un doble comando y desmentía el dicho opositor. Pero Alberto no conducía ningún espacio, ni quería hacerlo. Pandemia mediante, de allí en más, el presidente sufriría el vaciamiento de su gobierno y, convirtiéndose en el enemigo principal, el ninguneo personal.
Como en una guerra, la cuarentena impactó a tal punto, que el PBI cayó 10 puntos, lo cual acumuló tres años seguidos de caída, en total, -14,1%. La recuperación económica superó en dos años aquella caída. Sin embargo, en el marco de la amenaza de contagio y muerte que angustió a la población, la oposición politizó la crisis esgrimiendo que la cuarentena y la vacuna rusa exhibían el autoritarismo y la corrupción del gobierno controlado por los K. Sin embargo, aquí no se vieron las escenas de víctimas sin atención, tiradas en calles o pasillos de hospitales, y tampoco se registró un exceso de mortandad, pues la tasa por habitante resultó menor que en USA, el Reino Unido, Italia, Bélgica, Brasil, Chile o Perú. En ese entorno de por sí dramático, la oposición politizó la crisis denunciando envenenamiento con la vacuna y Patricia Bullrich encabezaba manifestaciones contra la cuarentena. ¡Eso era ya Milei!
En sus dos primeros años el gobierno nacional gastó su escasa soberanía económica en paliar el tremendo shock y recuperar el nivel de producción a diciembre del 2019. Pero la disputa por las tarifas, preanunciaba lo que sucedería. Luego de la derrota de 2021, los ministros K renunciaron por los medios mostrando que no respondían a su jefe, y así de seguido hasta su ápice, cuando votaron en contra del acuerdo con el FMI. A pesar de no incluir las conocidas reformas estructurales o ajustes del gasto público, y que las primeras declaraciones de Sergio Massa, Axel Kicillof, Wado De Pedro, Gerardo Morales, Facundo Manes, el sindicalismo y empresarios fueron de apoyo, hasta los agradecimientos de Guzmán a Cristina, de pronto, se lo consideró pernicioso: repitiendo el episodio de la 125, se privilegió el narcisismo identitario antes que la unidad soberana. ¡Eso era ya Milei!
Pero no fue suficiente: echaron a Matías Kulfas y, sin respaldo, renunció Martín Guzmán, generando un shock de incertidumbre que abrió la caja de Pandora, tanto por el salto inflacionario, como por el vaciamiento del sentido político del gobierno y de la oposición. Lo que siguió fue más de lo mismo, pues el disparen sobre Alberto operó a favor de la percepción instalada por la oposición —el peor gobierno de la historia— debilitando su propio poder de negociación con el Fondo. Ninguna clase magistral podía arreglar semejante galimatías, por el contrario, la confusión y el descontento se diseminaron por toda la sociedad. Por su parte, relamiéndose por un seguro triunfo, Bullrich anunciaba su candidatura, comenzando una álgida interna con Horacio Rodríguez Larreta, en la cual frente a la certeza de ser la inflexible y dura, el jefe porteño continuó su sinuosa trayectoria de ‘ser o no ser’ moderado. ¡Eso también era Milei!
¡Es ‘lo político’ estúpidos…!
En un artículo reciente, Sebastián Lacunza se refirió al “artificio de la confusión” en las campañas políticas (elDiarioAR, 30/7/23). En esta nota intento seguir esa mirada desde una perspectiva más amplia. La representación política que genera el pueblo no surge de la suma de individuos; por el contrario, es desde los representantes que articulan las mediaciones necesarias por las cuales se constituye la unidad, lo cual no puede ser independiente de los contenidos éticos que la sustentan. En esa representación debemos incluirnos los que, desde la academia o los medios, contribuimos de modo directo o indirecto a formar opinión.
Los extremos del péndulo neoliberalismo–voluntarismo se requieren mutuamente, pero no son lo mismo: Objetivamente, el último gobierno de Cristina registró un incremento del 1,5% en el PBI, mientras Mauricio exhibió un retroceso del -3,9%. Deuda externa, pandemia y guerra de Ucrania mediante, el ‘peor’ gobierno de Alberto creció en sus tres primeros años el 4,6%. Pero entonces: ¿Qué sucede con los que no compartimos los extremos del arco ideológico?
En primer lugar, no debemos convertirnos en almas bellas, comentando la realidad desde una presunta neutralidad, ni enfatizando en demasía los personalismos. Enseguida, tampoco podemos renunciar a establecer una alternativa desde la cual juzgar, que tenga anclaje en la realidad. Alejadas de esos focos, las sociedades desarrolladas modernas se conformaron alrededor de una impronta ético-comunitaria que articuló la libertad democrático-política con la seguridad económica (“Los hombres necesitados no son hombres libres”- Roosevelt, 1944). No se trata de una receta ‘pret à porter’, sino una disposición ética, plástica y adaptable a diversas circunstancias y temporalidades, tradiciones y culturas, lo cual implica una complejidad alejada de los simplismos. En cambio, reclama un pensamiento crítico y un cambio cultural que rechace toda extrema inflexibilidad o creencia. La experiencia histórica de los Estados de Bienestar fue en esta dirección probando con creces su eficacia económico -social, algo que la regresión neoliberal y el fárrago interpretativo no han podido eliminar.
Milei y su vacío ético es el síntoma de la crisis de representación política de la cual, nosotros somos partícipes. En los internismos sectarios, pero también en opiniones parciales, poco fundadas o que dejan en segundo plano las circunstancias que califican el juicio, termina por ocultar los problemas que afectan la soberanía: así, por ejemplo, el régimen de alta inflación, no se resuelve legalizando el cercenamiento de la soberanía (dolarización), sino mediante un gobierno de unidad nacional. Por lo demás, quien quiera oír que oiga.
LB
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