Qué hay detrás del agresor de Cristina Fernández de Kircher
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Perfil
Sabag Montiel y Ambar, “los emprendedores”
Primero es el perfume y después la referencia visual: siempre hay un puesto al lado de la calesita. De un kilo de azúcar salen cuatro copos. El resto es descarte: cristales dulces que no sirven ni para caramelos. Con una garrafita de dos kilos tirás un par de fines de semana de esos buenos, sábados y domingos de sol y de principios de mes. El copo original es blanco. Si querés darle color hay que agregar colorante. El kilo de azúcar lo conseguís en el mayorista a 210 pesos promedio. Cargar la garrafa, unos 500 pesos. Cada copo de azúcar cuesta 300 pesos. Mónica vende copos hace 35 años en Plaza Irlanda, Caballito, y tira un dato atrás de otro con la seguridad de quien ha lamentado muchas veces no haber podido levantar la carpa-kiosco los días de lluvia. Con lo que gana con la venta de pochoclos, pirulines, algodones y garrapiñadas para la olla.
“Hoy vendí poco porque está la feria (del Gobierno) de la Ciudad. Pero qué te puedo decir, acá todos nos estamos ganando el mango”, dice Mónica. Un puesto al lado de otro en cada caminito de la plaza. Hay una marca de miel que pauta publicidad en radios de alcance nacional y hay una mujer que teje y vende sus propios canastos. La Argentina del emprendedurismo reunida en una plaza de barrio. Aquí todo se mueve en simultáneo. Gira la calesita, guarda que ahí viene un pelotazo, unas chicas sacan la lengua y se toman una selfie. Está el grupo de zumba que intenta coordinar una bachata, los chicos que se entrenan en cueros y nos avisan que el invierno está en retirada, pero que ellos no se fueron nunca de acá. Y está Mónica bajo su techo de plástico: “Los copos los hago yo, acá. Pago un cánon a la municipalidad. Hace 35 años, como te dije. Entonces cuando vienen los vendedores con los palos de Parque Centenario… Ahí me enojo”.
Fernando André Sabag Montiel, el hombre que gatilló a centímetros de la cabeza de Cristina, y su novia, una chica que se presenta como Ambar, y los amigos de ambos, también venden copos de azúcar. La diferencia es que Mónica enciende la máquina a pedido y el copo sale tibio y brillante. Paga, además, un impuesto municipal por usar y hacer dinero en el espacio público. Sabag Montiel y el equipo de vendedores que integra, en cambio, fabrican los copos en línea y en un lugar determinado, los embolsan y los colocan en un palo. Mónica tiene su carpa. Sabag Montiel y los suyos son su propia carpa, deambulan, copan paradas. Todos -ahí no hay distinción- se definen como “microemprededores”.
¿El emprendedurismo es una forma sofisticada de economía popular? Hay experiencias que la proponen como una cultura que promete la realización fuera del sistema tradicional de trabajo que, en el mejor de los casos, cobija a las personas con derechos laborales. Pero ser dueño de tu negocio y de tu tiempo implica un esfuerzo descomunal. Sabag Montiel, que en algún momento manejó un taxi, se jactaba de no necesitar “un plan”, que cobrar un plan social es “de vagos”. Por eso desde hace cuatro meses salía con su novia a vender copos de azúcar. El palo con los algodones lo llevaba ella.
¿Un lobo solitario o un crimen organizado?
El jueves Sabag Montiel, 35 años, se infiltró entre los simpatizantes de Cristina y blandió un arma cargada con cinco balas. Algo falló y el tiro no salió. Horas después del atentado a la vicepresidenta, Infobae publicó en tiempo récord, una semblanza del gatillador. Tedi, su apodo durante la adolescencia, frecuentaba el circuito local de bandas de death metal. No era músico, pero tenía amplificadores y guitarras. Era una presencia incómoda para los amigos, era bastante cholulo, era huérfano de madre, de quien heredó un auto viejo. La nota está acompañada por varias fotos. Una es de su partida de nacimiento. Hubo quien tomó los datos de la fecha y la hora de nacimiento, y armó su carta natal. La reunión de características astrológicas fue determinante: “un sicario”.
Juan Ruocco, escritor y guionista, analizó el “caldo memético” y tomó como disparador los tatuajes de Sabag Montiel: “El sol negro del codo es un escudo de la SS que estaba en el cuartel central de la organización. También es un símbolo criptonazi y bastante usado por los usuarios afines a esa ideología en la cultura forera y chanera (4chan, 8 kun). (...) Además tenía una cruz de hierro y una representación vikinga del martillo de thor, mjolnir. Y sí, como suele suceder el 97% de los fanáticos de los vikingos, son neonazis”. ¿El tatuaje lo define ideológicamente? Parece más una elección estética que un estilo de vida. Hasta donde sabemos, el gatillador vivía de vender copos de azúcar: nada más dulce, nada más infantil.
El perfil en Facebook y su usuario en Instagram fueron dados de baja horas después de la agresión a la vicepresidenta. No está claro todavía si fue la empresa Meta quien los desactivó o si alguien del entorno de Sabag Montiel tuvo acceso a las cuentas. Así lo indica un cable de Télam, que también informa que Unidad Fiscal Especializada en Cibercrimen (UFECI) analiza los mensajes recibidos por el sospechoso en su celular, el acceso al arma que utilizó, su perfil y el de su “entorno violento”. “La posible participación Sabag Montiel en foros digitales y redes sociales en las que se comparte contenido neonazi es uno de los elementos enfocados con particular atención por parte de los investigadores”, dice el cable.
El viernes habló Mario, un joven que conoció a Sabag Montiel en la adolescencia: “Decía que tenía fierros, que iba a tirar al campo, pero como lo teníamos de mitómano lo dejábamos hablar…”. Mario era de los que pensaban que el ataque había sido una puesta en escena, hasta que vio en televisión a Tedi. “Yo creo que su intención original era matarla, pero lamentablemente no ensayó antes”, dijo el amigo y de inmediato advirtió que su declaración había sido, por lo menos, fuerte. Nunca antes aparecer en televisión fue tan fácil ni tan parecido a hacer un vivo en una red social.
Sabag Montiel y su novia Brenda se conocieron hace un año en una fiesta. Tiempo después, y en otra fiesta, conocieron a un grupo de vendedores de copos de algodón. Les propusieron sumarse al equipo y la pareja aceptó. Él había alquilado un pH -monoambiente, al fondo- en Villa Zagala, partido de San Martín. En ese lugar había cien balas repartidas en dos cajas, marca Magtech, calibre 9 milímetros, documentos y una laptop. Y había, también, restos de polenta en un plato, un amplificador, un gatito con chapa identificatoria, una bacha rota y moscas. Brenda, que se había mudado a ese lugar hacía un mes, nunca vio un arma. Tampoco las balas.
“¿Está más que claro, no? Se sale adelante trabajando”
Sabag Montiel y su pareja vendían los copos en Parque de la Costa o en la calle Corrientes, a la altura de los teatros. Ahí los encontró Crónica una noche. En las imágenes, Brenda se asoma entre los algodones que rodean su palo, como si estuviera detrás de una nube. “Sí, antes tenía un plan social -decía Brenda al micrófono-, pero prefiero salir a trabajar. Me parece que cobrar los planes sociales es fomentar la vagancia”. Dos o tres meses lo cobró, nunca aclaró cuál de todos los planes, pero sí que eran 18 mil pesos al mes, una ganancia que ella genera en tres días con sus copos de azúcar. En la misma entrevista Sabag Montiel también se asoma detrás de los copos. El palo lo lleva la novia, no él, pero igual reafirma al cronista: “¿Está más que claro, no? Se sale adelante trabajando”.
Crónica TV cruzó a Brenda, que seguía sosteniendo el palo, con una mujer que cobra un plan social de 22 mil pesos y que estaba, en simultáneo, en otro móvil del mismo canal. “¿Querés ser una buena mujer empoderada? Salí a trabajar”, la cortó Brenda. El cruce se viralizó y a Brenda le subieron los followers en Instagram. “Entrepreneur - vendedora de algodones”, decía su bio en esa red social, donde se hacía llamar Ambar, su nombre fantasía en el sitio de contenido para adultos Only Fans. Porque Brenda también emprendía con su capital erótico. Su cuerpo proletario fuera del sistema, puesto al servicio del deseo digital.
Sabag Montiel y su pareja ya habían aparecido antes en ese canal. Fue el día en que anunciaron la designación de Sergio Massa en reemplazo de Silvina Batakis, que permaneció 24 días en el cargo de ministra de Economía luego de la renuncia de Martín Guzmán. Sabag Montiel y Brenda justo salían del cine. Durante la película, habían oficializado el cambio. A Sabag Montiel le daba lo mismo “si un día te ponen a Massa, antes era Batakis…”. Brenda sacaba la boca del barbijo, quería hablar. Por distancia y altura, la voz la puso él.
Brenda apareció el viernes junto a sus compañeros de trabajo, un grupo de varones que como ella vive de vender copos de azúcar. Ofrecieron una entrevista al noticiero de Telefe. “Somos microemprendedores”, insistía Brenda y pedía que dejen de amenazarlos, que no son terroristas, que quieren trabajar. Por supuesto, remarcó que jamás imaginó que su pareja intentaría matar a la vicepresidenta en medio de un ronda de saludos, mientras todos los canales de aire transmitían en vivo su llegada desde el Senado hasta Recoleta. Sus compañeros tampoco lo podían creer. Brenda pidió que le devolvieran la ropa que se llevaron en el allanamiento porque “anda con lo puesto”.
Nada se pierde en Internet o, dicho de otro modo, en Internet todo permanece. Ahí está la foto de Sabag Montiel en el subte, yendo a vender los copitos. Ahí está, posando con Milky Dolly, una tiktoker que busca cirujas para besarlos. Está con Cristian de Lugano, está con La Chabona, está con Zulma Lobato. Hay, dando vueltas, un posteo de Sabag Montiel en Facebook. Pide que extraditen a la gente que “viene de afuera a vivir a ocupar una villa y vivir gratis y a vivir de planes sin trabajar y venden droga, habría que extraditarlos”. Es una sola oración: la patria soy yo; yo me salvo solo. El destino de una bala puede ser para una persona. O para una idea.
VDM/SH
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