Aguantar a Milei, aguantar la economía: el Presidente rockea para votantes que están dispuestos al sacrificio
Acá está Matías Fernández, 21 años, que en 2019 militó a Alberto Fernández y hoy lleva puesta la gorra de La Libertad Avanza. Matías tiró una manta sobre la plaza Roma y sobre la manta, todo lo que vende: banderines de Milei, calcos de Milei y unas tarjetas diseñadas con inteligencia artificial -en una, Messi abraza a un león y a un pato, en otra, Victoria Villarruel parece una virgen horadada por rayos-. Matías dice que si el merch de Eva Perón diera guita, él también vendería. Cobra en efectivo y acepta Mercado Pago, el banco de las personas no bancarizadas. Cómo la lleva, pregunto. “Hay que aguantar”, dice. Su puesto está al lado de diez puestos de preafiliación donde las personas hacen fila para ser parte de La Libertad Avanza. Adentro del Luna Park hay una prueba de sonido. En un rato, el presidente Javier Milei cantará unos temas.
También presentará su libro, el último. Se llama Capitalismo, Socialismo y la Trampa Neoclásica. Es el tercero que edita por Planeta y el único que no tendrá presentación en la Feria del Libro. Milei se bajó cuando la fecha estaba confirmada. No arreglaron con la Fundación El Libro. Como buen as de la distracción y el escándalo, Milei ganó: de las 6 mil personas que cabrían en la pista de La Rural, a las 8 mil y pico del Luna Park; de la entrada paga, a la entrada gratuita; de ser un autor que presenta un libro a probarse el traje de rockero, el de Everest, la banda que tuvo cuando dejó el arco, la que armó antes de atajar la Economía.
La plaza Roma es un cuadrado de cemento, intervenida por pasto de diseño y un ombú que crece como puede. Ahí están desplegadas las banderas de La San Martín, una agrupación que nació hoy. Hoy: el día en que el Presidente Milei tocará en el Luna Park. “Somos una agrupación de trabajadores que apoyamos el plan de gobierno de La Libertad Avanza. Somos choferes de colectivos, empleados de panadería. ¿Ves? El logo es un San Martín a caballo y rodeado de la peluca de Milei”, dice Sebastián, miembro fundador. Flamea la bandera. Veo: el patriota en su corcel asomando entre un pelo que también podría ser el perfil de un león. Qué del plan de gobierno los convence, pregunto. Si están mejor, pregunto. “La estamos peleando. Hay que hacer el sacrificio”, dice Sebastián.
Todo opaco. Todo gris. Mucho negro. Negro, negro, negro. Salvo la escarapela de Nicolás, una creación suya. Es una tira de tela azul. Lleva un sobrero panamá, unas gafas amarillas en un día nublado, unos air pods con las luces encendidas. Nicolás quiere que lo miren pero “tantas preguntas” lo inquietan. Vino con su hermano. Su familia tiene una fábrica de golosinas que ellos heredarán. “Pero yo soy creador de contenidos”, dice Nicolás y parece que no le importa mucho más que eso.
A las 18 abren las puertas del Luna Park. Dos ingresos, dos pasillos hechos con vallas. Un poco de improvisación libertaria. Cuello de botella. La gente aguanta. Aguanta el apretón, el apretón y el frío. La gente aguanta. Aguanta, aguanta, aguanta. La prueba de sonido terminó. Sobre el escenario hay tres sillones blancos. A la derecha, un bajo y una batería. A la izquierda, dos guitarras -una es acústica-. Esto no es una presentación de libro. Esta no es una exposición sobre Economía. Esto tampoco es un show. Esto es un “vivo”, un “recital”. Milei vio 14 veces a los Rolling Stones.
“Probablemente muchas de las cosas que yo digo en un acto, vos ya la escuchaste. Hay cosas que si no las digo, casi te sentirías defraudado. Si no doy la definición de liberalismo de Alberto Benegas Lynch, El Prócer, sería un sacrilegio. (…) La estética es muy parecida a la de un recital, sólo que se habla de política y de economía”, le dijo Milei a Nicolás Márquez, su biógrafo. A propósito: Milei. La Revolución que no vieron venir, escrito por Márquez y Marcelo Duclos, se vendía afuera del Luna Park a 15 mil pesos, la mitad del precio de su lanzamiento, que fue hace menos de un mes.
El humo blanco entre los sillones, la batería, las guitarras. La puesta de luces y las pantallas, todo muy sencillo. Dos pantallas en las se suceden imágenes: la tapa del libro, la contratapa del libro, el perfil cincelado del presidente. Milei no tiene esa mandíbula, pero qué importa. Ahí, al pie del escenario, están las filas vip. Se sentó Patricia Bullrich, se sentó Daniel Scioli. Cada tanto alguien vitorea un “viva-la-libertad-carajo”. Suenan los Stones, los jingles de Gelatina. Ahí están Iñaki y Eugenia en sus bises, los chicos que -equivocadamente- postearon un saludo de Navidad o de Año Nuevo (¿importa?) desde la cuenta de Casa Rosada. Bueno, los corrieron para el verano y ahora volvieron con todo, son unas stars. La pareja importa tanto como el hombre disfrazado de Milei, con peluca y anteojos, que cuando pasa por el palquito de prensa levanta la mano, saluda como princesa de carnaval. Y hay un Mickey. Hay un Mickey, acá. Y Lilia Lemoine, que esperó el momento exacto, el momento conveniente, para dejarse ver y sentarse junto al ministro de Economía.
VDM/JJD
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