Neuroarquitectura y confinamiento: los espacios que habitamos y cómo nos habitan ellos
Yendo de la cama al living hoy más que nunca. Con el confinamiento pasamos gran parte del tiempo en unos pocos cuartos en nuestras casas, adecuando rutinas, actividades y hasta estados de ánimo a ellos, y viceversa. ¿Pueden acaso los espacios que habitamos pensarse como una continuación natural de nuestros estados mentales y emocionales?
“En pandemia hemos estado condicionados a pasar tanto tiempo en los mismos espacios de nuestras casas que causó que nuestro día a día sea aún más rutinario de lo normal. El cambio de ambiente, sentir que estás activo, moviéndote o ”cambiando de aire“ da un sentido de orientación y ayuda a despejarse. Más que nunca es cuando las personas se están dando cuenta lo mucho que influye el tipo de ambiente en el que viven, y se han visto obligadas a repensar sus espacios personales”, explica desde Holanda la arquitecta Stephany Knize, egresada del Savannah College of Art and Design.
No importa si es en Amsterdam, Buenos Aires o Ushuaia. “Cada día hay más gente comprando plantas para el interior, moviendo muebles para sentir que cambiaron de escena, pintando paredes, dejando la ventana abierta para que ventile el espacio cuando antes preferían el aire acondicionado. ¿Cuántos cambios han realizado en sus espacio durante este último año?”, pregunta Knize.
Si desde hace un tiempo se viene indagando en la psicología del urbanismo y en el diseño de ciudades inteligentes con exponentes como Peter Zumthor o Jan Gehl, con la pandemia y la creciente intersección entre psique, espacio y salud adquiere más sentido y, por ende, se le está dedicando al tema.
No sorprende entonces que se le preste más atención al 6x6 en el que pasamos gran parte de nuestros días. Donde solíamos comer y dormir ahora también trabajamos, festejamos cumpleaños, educamos a los niñes e infinidad de otras tareas que se montan unas sobre otras como los días que ya lleva esta agotadora pandemia mundial. Sin embargo, la influencia ambiental sobre la salud, aunque puesta de manifiesto por el Covid-19, no es algo nuevo pero se revalorizó.
Entonces, ¿qué es exactamente la neuroarquitectura? La combinación de elementos de diversos campos para constituir un enfoque multidisciplinario sobre la arquitectura. Se consideran aspectos psicológicos y emocionales a la hora de planificar y diseñar ambientes que, al final del día, incentiven determinados estados de ánimo sobre el individuo. En este campo se emplean mediciones de la actividad cerebral de las personas cuando están interactuando con un espacio construido, mientras toca materiales, observa sus dimensiones o siente su temperatura. Estos datos se combinan con la frecuencia cardíaca o un electroencefalograma para observar cómo cambian los niveles de estrés o ansiedad.
“Desde hace ya unos años, muchos campos de conocimiento están nutriéndose de la neurociencia. De su aplicación a la arquitectura surge la Neuroarquitectura. Éste es un término muy reciente, que exige la aplicación de los rigurosos procesos de la neurociencia en el estudio de la dimensión cognitivo-emocional del diseño arquitectónico, con el objeto de ofrecer espacios optimizados (hospitales que favorezcan la recuperación de sus pacientes, aulas que potencien el aprendizaje, oficinas que contribuyan a aumentar la productividad, espacios comerciales que favorezcan la intención de compra, viviendas que potencien el bienestar, etc.)”, explica Carmen Llinares Millán, profesora de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Edificación de la Universidad Politécnica de Valencia, especializada en analizar la influencia psicoemocional en el ser humano de los espacios arquitectónicos.
Algunas de las aplicaciones de las investigaciones del laboratorio incluyen experiencias a nivel sanitario centradas en la reducción del estrés, a nivel comercial el diseño de puntos de venta de empresas, sobre todo aquellas que quieren cambiar su imagen, y en lo urbano, desarrollos vinculados con la sensación de seguridad de los peatones, ya que como cuentan, desde la ciudadanía hay una gran demanda.
“Mientras que el cerebro controla nuestro comportamiento y los genes dirigen el diseño y la estructura del cerebro, el ambiente puede modular la función de los genes y, en última instancia, la estructura del cerebro cambiando nuestro comportamiento. Al planificar los entornos en los que vivimos, el diseño arquitectónico cambia nuestro cerebro y nuestra conducta”, explicaba Fred Gage, neurocientífico del Salk Institute y discípulo de Jonas Salk, quien fuera considerado el padre de la neuroarquitectura. La historia cuenta que a mediados de los cincuenta Salk, quien estaba investigando una vacuna contra la poliomielitis, tomó un viaje inspiracional a Italia, donde pasó una temporada en el Convento de San Francisco, una construcción del siglo XIII. Volvió de su viaje renovado y con nuevas ideas, por lo que convocó al arquitecto Louis Kahn y juntos construyeron el Instituto Salk, que hoy es un centro de investigación de vanguardia con sede en California.
No parece difícil pensar que si en pleno auge de las neurociencias -y con cada vez más hallazgos en el campo de la epigénetica (el estudio de la relación entre influencias genéticas y ambientales en el ADN)-, nos volvamos hacia el espacio y pensemos no sólo cómo está impactando nuestra salud emocional, sino también cómo obtener evidencia mensurable para desarrollar diseños y políticas. En la era del big data, nada ni nadie escapa a un análisis cuantificable, aunque, todavía, el acceso a servicios de neuroarquitectura esté fuera del alcance del consumidor final.
Pero entonces, ¿qué importancia reviste una disciplina como la neuroarquitectura hoy en día?
“El uso de nuestras viviendas, de forma intensiva y prolongada ha puesto en valor el papel del hábitat y ha reabierto el debate sobre cómo queremos que sean. De hecho, son varios los autores que apuntan a un nuevo paradigma con el centro del diseño en el usuario para conseguir que las viviendas contribuyan, a través de su diseño, a mejorar nuestro bienestar emocional”, apunta Millan.
Por su parte, Knize explica que quizás la frase célebre de Louis Sullivan “form follows function” podría ser hoy remplazada por “form follows feeling” (la forma sigue al sentimiento). Y es que nos hemos dado cuenta que tanto nuestras emociones como pensamientos están asociados con los espacios que nosotros mismos creamos en nuestro hogar. Y que son parámetros que arquitectos y diseñadores de interiores van a utilizar para crear una experiencia final que sea integral y satisfactoria. “Tuvo que pasar una pandemia para crear ambientes saludables, sustentables para las actividades diarias. Cada persona tiene una habilidad innata para adecuarse al espacio y, al mismo tiempo, hacer que el espacio se acomode a uno. Por eso, y por lo que estamos viviendo, es tan necesario habitar espacios que den sentimientos de esperanza e inspiración, para que así el trauma psicológico o social que generó la pandemia no sea tan profundo y trágico”.
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