Las vacunas de ARN, como Pfizer o Moderna, abren la puerta a la prevención de otras enfermedades
Con la crisis mundial por la pandemia del Covid-19 se ha asistido a una carrera biotecnológica por conseguir una vacuna contra el coronavirus en el menor tiempo posible. Este esfuerzo del conocimiento científico mundial ha sido el impulso necesario para la aplicación de un tipo de tecnología que puede suponer el futuro para las vacunas y tratamientos de diferentes enfermedades: el ARN mensajero (ARNm).
Aunque es pronto para saberlo con exactitud, las vacunas basadas en esta tecnología “van a suponer una revolución. Ya lo han hecho con el Covid-19, y las personas que han desarrollado esta tecnología de vacunación son claros candidatos al premio Nobel”, afirma el científico español Raúl Rivas, catedrático de Microbiología y divulgador científico.
El uso de este tipo de medicamentos no solo ha servido para la lucha contra el coronavirus, como es el caso de Pfizer/BioNTech y Moderna, sino que también puede servir de plataforma en investigaciones contra otras enfermedades como la “malaria, algunos tipos de cáncer y la esclerosis múltiple”, esta última con investigaciones ya avanzadas, según Rivas, y algunos patógenos como el virus del zika, el VIH o el citomegalovirus, un virus que afecta sobre todo a personas embarazadas.
Este tipo de medicamentos inoculados están basados en el ácido ribonucleico: moléculas que contienen una serie de instrucciones que son convertidas –traducidas– en proteínas por la maquinaria celular. La proteína será reconocida por el sistema inmune como un cuerpo extraño, con lo que el organismo comenzará a producir anticuerpos para eliminarlo. Así, otras células inmunitarias se encargarán de memorizar estas proteínas, con lo que el sistema inmune se volverá a activar en caso de detectar la presencia de esa proteína, ya sea como respuesta a una vacuna o a una infección por el patógeno.
Las vacunas de ARNm son “rápidas de diseñar y producir”, explica Rivas. Y no solo son rápidas, sino que también se pueden aplicar para enfermedades muy diferentes: “La tecnología es similar en todas, pero los ARN mensajeros son diferentes. Es como si le diésemos a nuestro sistema inmune diferentes mapas de instrucciones para que se produzcan las defensas necesarias. Lo que cambiaría es lo que viene escrito en ese ARN mensajero”.
Parásito que causa 400.000 muertes al año
Hace unos días, la empresa alemana BioNTech, creadora de una de las dos vacunas de ARNm –Pfizer/BioNTech y Moderna– contra el COVID-19, ha anunciado que está trabajando en una nueva sustancia con la misma técnica de ARN mensajero para luchar contra la malaria, una enfermedad provocada por un parásito que se transmite a través de la picadura de mosquitos infectados y que solo en el año 2019 causó más de 400.000 muertes.
“Las tres enfermedades infecciosas que más muertes han causado a lo largo de la historia de la humanidad son la viruela, provocada por un virus, la tuberculosis, provocada por una bacteria, y la malaria, provocada por un parásito. Y en la lucha que ha enfrentado a la medicina con cada una de estas enfermedades, el resultado ha sido absolutamente asimétrico”, explica José Antonio Garrido, investigador de Parasitología en España y director de divulgación, quien ve a la batalla contra la malaria como “uno de los grandes retos de la ciencia en la actualidad”.
Los logros de la ciencia con el paludismo, según señala el científico, son hasta ahora “muy modestos”. A pesar de que se lleva probando una vacuna desde el año 2019, conocida como Mosquirix, “se está viendo que su eficacia no alcanza ni un 30%”, indica Garrido. Sin embargo, aunque los resultados de las vacunas de ARNm son “esperanzadores”, el investigador recuerda que puede ser una tarea complicada: “La capacidad adaptativa del parásito, su enorme variabilidad genética y su complejo ciclo de vida son solo algunas de las características que convierten al plasmodio, el parásito que da lugar a la enfermedad, en un terrible enemigo”.
De conseguir que se apruebe la vacuna de ARNm de la empresa alemana, se produciría “un gran cambio en la mortalidad, sobre todo infantil, en los países endémicos de malaria”, asegura Miriam Alía, experta en vacunación de Médicos Sin Fronteras (MSF). Para Alía, esta tecnología va a “cambiar el paradigma de las enfermedades prevenibles” por su flexibilidad, que hace que las vacunas sean fácilmente modificables, y su eficacia, “como se ha podido demostrar con las vacunas contra el COVID-19”.
Además de ayudar contra el paludismo, la revolucionaria biotecnología puede ser una gran aliada frente a otras enfermedades con tendencia a empeorar con el cambio climático, como aquellas causadas por el virus del zika o el dengue, y que son transmitidas por “mosquitos que están subiendo a otras latitudes, como Europa”, indica Raúl Rivas.
“No pueden ser vacunas para el viajero”
En la actualidad, diferentes estudios investigan si es posible flexibilizar el requisito del frío extremo necesario para el almacenamiento y transporté de estas vacunas ARNm: algunas exigen temperaturas de 70 grados bajo cero. Esta exigencia puede suponer un problema para algunos países con enfermedades endémicas como la malaria, con lo que es necesario investigar de manera “ética, teniendo en cuenta las condiciones en los sitios en los que se van a a poner estas vacunas”, incide la experta en vacunas de MSF.
Si finalmente la vacuna de ARNm de la malaria se lleva a término, Alía insiste en que esta “no sea una vacuna para el viajero”. Es decir, que no sea un medicamento pensado para los turistas que van a visitar un país con enfermedades como la malaria o el dengue: “Para eso tiene que ser barata, que ocupe poco volumen para poder acumular más dosis y lo más termoestable posible”.
Las investigaciones sobre la aplicación del ARNm a tratamientos y vacunas contra diferentes patologías son “un primer paso”, como explica Garrido, “una forma de sentar las bases para seguir trabajando” en una tecnología que no es nueva, ya que se empezó a hablar de ella a finales de 1990, a partir de las investigaciones iniciales que la bioquímica húngara Kati Karikó desarrolló en 1978. Como relata Rivas, “la COVID-19 ha dado el impulso necesario para su desarrollo, pero no pasamos de un carro tirado por caballos a un coche de Fórmula 1. Esos saltos no existen en ciencia”, sino que han sido el resultado de años de trabajo académico.
0