Había que pelar los riñones del cerdo, pero Fernando Iglesias no era bueno con el cuchillo. El prefería llevar la contabilidad del pequeño frigorífico de su padre, pero un empleado había faltado y le tocaba esquivar con el filo los quistes, unas pelotas llenas de líquido que, para un faenador inexperto, eran bombas que salpicaban caras y delantales. Allí, entre los tachos con costillares y lomitos y tocinos, Iglesias contaba los títulos que había conseguido como jugador y entrenador de vóley: tres campeonatos nacionales y cuatro ascensos entre Argentina, Italia y España. Mediaban los noventa y él estaba recién llegado de Europa.
A veces cargaba el camión y salía a hacer el reparto por Avellaneda, Lanús, Valentín Alsina, Remedios de Escalada… “Tengo más kilómetros que (Hugo) Moyano”, dirá Iglesias, 63 años, diputado nacional por Juntos por el Cambio en representación de la Ciudad, periodista y escritor, y licenciado en el programa de Alto Rendimiento Deportivo. El comentario sobre el sindicalista irrumpe en forma de chiste. Pero si el sonido llega antes que el significado, en la voz de trombón de Iglesias la humorada suena a conclusión. Ahora es el último martes de febrero. Las ventanas del despacho, una oficina ubicada en un edificio frente al Congreso, están abiertas. Contrafrente, no hay épica arquitectónica en la vista.
El diputado recuerda: “Me dediqué al vóley durante 20 años. Cuando regresé a la Argentina decidí estudiar Globalización. En los noventa éramos unos pocos nerds, no había dónde estudiar. Así que me compré libros. Después apareció Internet. Pero mi dedicación a la academia fue autodidacta. Por esos años me anoté en (la escuela de periodismo) TEA. Fui docente hasta 2007, cuando asumí como diputado por primera vez”. Iglesias habla cinco idiomas. Tiene 13 libros publicados. Uno, La década sakeada, es best seller. También es un tuitero filoso, a veces agresivo. Y eso, dirá, lo aprendió primero en la sobremesa familiar de los domingos, durante su infancia en el barrio Piñeyro. Y después, con el vóley.
Sobre la pared, tres estantes: una foto de Sarmiento, otra de Einstein; una pila de doce libros, todos firmados por él; el recorte de un diario japonés, fechado en 2019, “souvenir” de una invitación a ese país por ser presidente de la organización World Federalist Movement. Contra la pared, un sillón separado en módulos y una manta doblada: aquí el diputado ha pasado noches y vísperas. Iglesias habla: “La parte rica de mi familia era de laburantes. La parte pobre venía del lado de mi padre, gente que pasó hambre. Mi abuelo llegó a ser capataz en Segba. Los hijos fueron obreros, empleados en Segba. Los hijos de esos hijos llegamos a la universidad. Lo típico, digamos: movilidad social ascendente cuando eso era posible en la Argentina. Mi tío era Pancho Calviño, uno de los tres o cuatro sindicalistas preferidos de Evita Perón, que llegó a ser secretario general del sindicato de Jaboneros”.
¿Cómo era la mesa familiar?
Muy política. Mi tío y mis abuelos eran franquistas en España y peronistas acá. La generación que seguía estaba en el Partido Comunista. Así que me hice trosko porque una parte de mi familia era peronista y la otra, comunista.
¿Y la sobremesa?
En la sobremesa de los domingos a los chicos no nos daban mucho tiempo para hablar. Así que tenía que meter algo corto y picante porque si no pasaba desapercibido. Mi papá de mí siempre decía: “A este si lo dejan hablar no lo cuelgan”. A lo largo de mi vida mi viejo me dio muchos consejos, pero ahí se equivocó. Más bien es probable que me cuelguen por lo que digo. Pero aprendí a defenderme bastante bien.
En la sobremesa familiar de los domingos tenía que meter algo corto y picante porque si no pasaba desapercibido.
¿Cómo fue su militancia en el trotskismo?
Me levantaba a las cuatro de la mañana. Agarraba la avenida Pavón y esperaba a que abrieran las fábricas: la Cristalux, la Volkswagen de Monte Chingolo y de ahí a la rotonda de Llavallol, donde estaba la Firestone. Repartíamos las revistas, hablábamos con los obreros, boludeces. Un idiota bien intencionado. Eso sí: ponía el cuerpo, no era un trosko de salón. Participaba en el Frente de los Trabajadores por los Derechos Humanos. Nuestro planteo era que la gran resistencia a la Dictadura eran los trabajadores y los organismos de Derechos Humanos. Ya jugaba al vóley en el 87, cuando surgió la oportunidad profesional de irme a Europa. Pero no sólo me fui por eso. Estaban los carapintadas y nosotros pensábamos que de haber otro golpe no nos la íbamos a llevar de arriba. Salí corriendo.
¿Por qué se dedicó al vóley?
No me gustan los deportes de contacto. No es que me desagrade que me toquen, es que me siento en desventaja en la pelea física de los codazos y de ganar espacio, de raspar. Eso que a muchos varones les gusta. A mí no me sale esa cosa de arrebatar al otro: me cabrea. Nunca fui bueno para pelear. Cuando era adolescente me miraban con respeto porque soy grandote. Pero si me iba a las manos, cobraba. Tengo una repulsión natural a la violencia física. En lo discursivo me arreglaba un poco mejor.
¿Y cómo jugador cómo era?
Fui un jugador de voleibol mediocre. No era muy veloz ni muy explosivo. Me hubiese destacado como líbero, un jugador que sólo defiende. Pero ese puesto en mi época no existía.
Sin embargo, ganó campeonatos antes de irse a Europa a dirigir…
Yo tenía visión de juego. Veía que mi equipo estaba haciendo las cosas mal y en los 30 segundos que tenía por reglamento para ordenarnos elegía lo más importante. A lo sumo media cosa más. El resto me lo tenía que guardar. Otra cosa que aprendí es de Julio Velasco, gran entrenador argentino: usar metáforas rápidas. Decir, por ejemplo, estamos jugando como vacas y tenemos que jugar como tigres. Esa era mi función. Ese entrenamiento y la sobremesa de los domingos me entrenaron para la televisión y para Twitter. Ser rápido y conciso.
¿Y si tuviese que aplicar aquellas metáforas del vóley a la política?
El lugar común de halcones y palomas, ¿no? Animales muy diferentes pero que son aves y están obligados a convivir. Nosotros tenemos una visión crítica de este Gobierno y del peronismo en general.
Descuento que Usted se autopercibe halcón.
Halcón, claro.
¿De dónde surge su antiperonismo?
El peronismo es el gran problema del país, no el único, pero…
Pero a Usted, Iglesias, ¿qué es lo que…?
Yo no soy gorila, eh. Dejame hacer esta aclaración: no soy antiperonista. Yo estoy en contra de la corrupción, del atraso productivo y del autoritarismo. Y si eso estuviera representado por el partido Los Pirulos, sería antipirulista. Sucede que es el peronismo lo que hace fracasar a este país. El peronismo quiere renovarse sin hacer ninguna autocrítica. Nosotros sí la hicimos: fallamos en la economía y fijamos expectativas mucho más altas de las que podíamos cumplir.
No soy antiperonista. Yo estoy en contra de la corrupción, del atraso productivo y del autoritarismo.
Iglesias habrá sido un voleibolista limitado, con escasa capacidad de reflejos. Pero cintura para el baile discursivo tiene. Pone a prueba, intenta dar vuelta las reglas que propone el juego de la entrevista. Pregunta, por ejemplo, si sé que a Atahualpa Yupanqui, un preso recurrente durante el gobierno de Perón, le rompieron una mano por ser comunista. Fue en una comisaría y con una máquina de escribir, y gracias a la ignorancia del policía que lo torturaba, le dañaron la mano derecha, es decir la que el músico no usaba para tocar la guitarra porque Yupanqui era, para festejo del diputado, zurdo.
Insiste, Iglesias: “En los últimos dos años de nuestro Gobierno (N. de la R.: se refiere a 2018 y 2019, bajo la gestión de Mauricio Macri), terminamos con más puestos de trabajo de los que empezamos. No es una opinión, es un dato”. El Observatorio de la Deuda Social, de la Universidad Católica Argentina, indica que la pobreza pasó del 29% al 37,5% entre que Macri asumió la presidencia y terminó el mandato. De acuerdo a estimaciones de la consultora Ecolatina, mientras en 2015 el empleo en negro era del 33%, en 2019 subió a 40%. Es cierto que no creció el desempleo ni se destruyeron puestos de trabajo en ese periodo, pero el empleo registrado se sustituyó con monotributo y precarización.
¿Trabajos de calidad?
Eso podemos discutirlo. Quienes dicen que se perdió calidad de trabajo en puestos formales me parece que tienen una visión industrialista, de los años 50. Les parece que un obrero en una fábrica es un lugar formal, digno y respetable. Y que un monotributista que labura con una computadora haciendo servicios para el exterior y pagando monotributo, es provisorio. Yo creo que en el mundo de hoy es exactamente al revés. Esa idea de que los obreros en la fábrica son “el futuro del país” es una idea que atrasa.
¿Por qué?
¿Vos conocés la obra “M’hijo, el dotor”?
Sí, suele estudiarse en el secundario.
Bueno, el que lo escribió lo sabía. Sabía lo duro que era ser albañil, lo duro que es ser obrero de fábrica. Y no quería eso para su hijo. Eso el peronismo lo entendió muy bien para ellos y para su hijos, porque no los mandan a un gimnasio para que hagan pesas y trabajen en una fábrica, los mandan a la universidad. Pero después dicen que el futuro laboral de este país son las fábricas. ¡Pero para los hijos de los demás! Eso es hipocresía peronista: “Somos todos iguales pero colarse en la fila para la vacuna no es delito y para mis hijos la universidad y para los tuyos la fábrica”. Eso me indigna. A mí que no me vengan a contar qué es la clase obrera.
Sobre la denuncia que recayó en el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y el secretario de Salud, Fernán Quirós, por la entrega de vacunas contra el coronavirus a obra sociales y prepagas, Iglesias dice: “Que lo investigue la Justicia”. Sobre la denuncia en su contra por presunto enriquecimiento ilícito realizada por su par en el Congreso, Rodolfo Tahilade, y por la que lo imputaron, dirá: “Tengo tres propiedades en alquiler, una que compré y dos que heredé, escribo para distintos medios y me pagan derechos de autor por mis libros... puedo comprobar todo”. Y sobre quién datea para que tuitee Luciana Salazar: “No sé, decime vos”.
No lo sé, Iglesias, por eso le pregunto.
No tengo idea. Lo que sí sé que hace es utilizar una cuenta con mucha llegada a gente con escasa cultura política para hacer operaciones. Ya nos hemos cruzado un par de veces. Obviamente no me la agarro con Luciana sino con el que está detrás. E indirectamente con Luciana, claro, por prestarse a eso.
¿Le es cómodo ser agresivo en Twitter?
Me defiendo como puedo. Y no soy agresivo, soy irónico. La ironía es mi arma de defensa contra el autoritarismo.
Clase obrera pero hijo de patrón, llegó al Congreso en 2007 cuando la Coalición Cívica le tendió una mano. Se sumó a Cambiemos tiempo después. En 2015 lo retiraron de ese espacio político: alguien no quiso que integre la lista y dos días antes del cierre, lo bajaron. “No hay rencores”, dice Iglesias, que dos años después logró el 50% de los votos para ocupar una banca como diputado. “A nosotros nos juzgaban con la vara de Suiza y a este Gobierno, con la de África”, dirá Iglesias sin advertir que aquella referencia geográfica ha sido cuestionada hace poco. Resuena su voz de trombón, se derrama, concluye. Y el paisaje que ofrece la ventana, esas terrazas opacas, los cables, unas palomas: la repetición.
VDM
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