Fuera de control, crece el uso privado del espacio público en plazas porteñas
Nivel principiante y nivel avanzado de funcional. Zumba. Yoga. Taekwondo. Taller de abdominales. No es la oferta de una cadena de gimnasios, sino la superposición de clases que se apilan en una plaza de Villa Crespo los días de semana hacia las seis de la tarde. La cuarentena más estricta, entre muchas otras actividades, cerró los centros en los que se hacía actividad física hasta el 20 de marzo del año pasado. El aire libre, donde el CoVid-19 se transmite menos, se volvió más protagonista que antes. Y la suma de esas partes, junto a la necesidad de los trabajadores de los gimnasios de que sus ingresos no quedaran tan mermados, multiplicó la oferta de actividades privadas -clases y entrenamientos personalizados- en el espacio público.
Ir bien temprano a la mañana o a la hora de la tarde en la que que el sol ya no castiga tanto a una plaza puede equivaler a tener que buscar un rincón que no esté siendo explotado económicamente para hacer uso de un espacio al que todos tienen derecho. En los hechos, se privatiza por algunas horas el espacio público. Sin control.
“Nadie me pidió ningún permiso, el placero sólo me dijo que no colgara ninguno de los elementos de entrenamiento de los árboles”, dice Guillermo, que da clases de funcional todos los días en un plaza de Villa Urquiza. Ofrece tres turnos a la mañana, entre las 8 y las 11, y tres a la tarde, de 6 a 9. “Les cobro 3.500 pesos mensuales por tres clases semanales, y armo grupos de no más de 8 personas”, explica, desde uno de los sectores con más sombra de la plaza.
Cerca suyo, Mariana tiene desplegadas las tres colchonetas que trae para sus alumnas. “Doy clases de funcional y algo más localizado. Y a la tarde me piden Zumba. A la mañana vengo en dos turnos y a la tarde, lo mismo. Cobro entre 200 y 250 pesos por persona, según las posibilidades”, cuenta, también a la sombra. “Nadie pidió permiso, si no ya se me complicaría”, explica, en voz más baja.
Ante la consulta de elDiarioAR respecto de si está relevado el aumento del uso privado de los espacios públicos por la pandemia, fuentes de la Secretaría de Atención Ciudadana y Gestión Comunal de la Ciudad responden: “Los relevamientos nos muestran que hay una nueva vida al aire libre y un mayor uso de los espacios verdes de la Ciudad”. Sobre si está previsto controlar o incluso regular económicamente la actividad, esas mismas fuentes sostienen: “Estamos diseñando un registro para identificar todas las actividades que se desarrollan en el espacio público con el objetivo de mantenerlo ordenado”. No hay precisiones sobre cuándo empezaría a funcionar ese registro ni qué consecuencias implicaría.
“La OMS recomienda un mínimo de 9 metros cuadrados de espacio verde por habitante, y que estén situados a no más de 15 minutos de caminata del domicilio. En la Ciudad se informa alrededor de 6 metros cuadrados por habitante, contando la Reserva Ecológica de Costanera Sur, a la que no todos tienen un acceso sencillo. También se cuentan los canteros de las avenidas, que no son espacios verdes utilizables por la población. Tenemos, entonces, menos de 6 metros cuadrados de espacios verdes propiamente dichos”, describe María Angélica Di Giacomo, titular de la organización civil Basta de Mutilar Nuestros Árboles. Efectivamente, según la Dirección General de Estadística y Censos del gobierno porteño, en el último registro disponible, de 2018, se estimaban 6,09 metros cuadrados de espacio verde por habitante.
La OMS recomienda un mínimo de 9 metros cuadrados de espacio verde por habitante, y que estén situados a no más de 15 minutos de caminata del domicilio. En la Ciudad se informa alrededor de 6 metros cuadrados por habitante
“Debido a la pandemia quedó demostrado que los espacios verdes disponibles son totalmente insuficientes. Si a eso sumamos que se usan para clases de gimnasia y baile, nos queda muy poco espacio para disfrutar de la paz y el silencio del ambiente natural. Además, si alguien usa el espacio público para vender su mercadería muchas veces es tratado violentamente por la Policía. En esta diferenciación hay una evidente injusticia: ¿por qué algunos sí y otros no?”, suma Di Giacomo.
Romina vive con sus tres hijos y su mamá en Saavedra. “El departamento es chiquito y con los nenes sin escuela la plaza es el lugar ideal para que se muevan y también de encuentro con sus pares. Pero a medida que fueron pasando los meses cada vez se instalaron más clases de gimnasia y se fue achicando el espacio y el tiempo que en el que podemos estar en la plaza. Se instalan en los horarios de más sombra, ponen música fuerte, tienen cada vez más alumnos y se quedan por más horas. Entiendo que los profesores tienen que laburar pero parece que para venir a la plaza hay que tener plata”, describe.
Se instalan en los horarios de más sombra, ponen música fuerte, tienen cada vez más alumnos y se quedan por más horas. Entiendo que los profesores tienen que laburar pero parece que para venir a la plaza hay que tener plata
Jonatan Baldiviezo preside el Observatorio del Derecho a la Ciudad, otra organización civil porteña. “La pandemia y las medidas sanitarias adoptadas, primero ASPO y luego DISPO, generaron cambios en el uso del espacio público y de los espacios verdes públicos. Ha quedado en evidencia la escasez de espacios verdes con relación a las necesidades de la comunidad porteña. Notamos que el incremento exponencial de actividades rentadas como clases de gimnasia o deporte en los espacios verdes públicos es una de las novedades con relación al uso del espacio público. Estas clases, por la frecuencia y el uso de los mismos sectores de los espacios verdes en cada clase, pueden considerarse un sobreuso que tiende a excluir el uso común sobre dichos espacios, acercándose a un uso privativo informal no regulado y no fundado en ningún derecho que autorice el uso exclusivo y excluyente de dicho espacio”, describe.
“Hay sectores que impulsan una regulación clásica de estas actividades, con la apertura de un registro, el cobro de una tarifa a quienes dan las clases con el correspondiente permiso para hacer uso del espacio público. Consideramos que esta respuesta orientará la solución hacia la privatización formal de los espacios públicos para estas clases rentadas que es el camino que no se debe recorrer en la ciudad. En los espacios comunes, cuando se autoriza la privatización segmentada es el inicio de un camino donde lo privado termina comiéndose lo común. Lo ideal sería establecer en qué plazas o parques se encontraría autorizada estas actividades rentadas, en qué horarios, la cantidad de personas por clases, la cantidad de clases por espacios verdes. La solución de fondo, inmediata y a largo plazo tiene que ser un plan serio de incorporación de espacios verdes en la ciudad”, destaca Baldiviezo.
“Me da bronca porque la plaza es para todos pero resulta que cada vez la usan más los que pueden pagar una clase. Yo vengo a la tarde a estudiar y suele haber gente mayor, y me fui dando cuenta de que se alejan de los grupos donde están las clases porque pasan música fuerte y o les molesta o directamente les impide hablar entre ellos. Y hay gente que viene menos o directamente deja de venir. Conozco a varias jubiladas que se juntaban y dejaron de hacerlo porque se sintieron invadidas. Y por ahí para un jubilado la plaza es el paseo que puede conseguir. Es totalmente injusto”, reflexiona Fernando, que vive en Boedo y tiene 23 años.
Ante la consulta de este diario sobre cuál es el impacto del uso privado de los espacios verdes públicos en detrimento del uso que podrían darle las personas que no quieren o no pueden pagar por usar una plaza, las fuentes de la Secretaría de Atención Ciudadana y Gestión Comunal responden: “El espacio público es un lugar de libre acceso y uso colectivo. Toda persona que desee utilizarlo puede hacerlo sin impedimentos, por eso estamos analizando diferentes alternativas para las actividades que se desarrollan en los espacios verdes de la Ciudad”. Sin precisiones sobre esas alternativas.
JR
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