Un coro limpio y desordenado de pajaritos. El agua estancada en la pileta y el pasto cortado al ras. La mesa, grande, despejada, de madera. El hueco de la parrilla. Tres o cuatro perros ladran, corren, juegan a los mordiscos. Esta nube de mosquitos en su vals de hambre. Lo que no está detenido se mueve. Y el sol cae igual, manso, en una quinta de Del Viso. Aquí vive Gastón Pauls, padre de Muna y Nilo, actor, adicto en recuperación.
Hubo una vez un cuarto a oscuras y una cama arrimada a la puerta para impedir que alguien entrara, que interrumpiera. En esa habitación fue de noche cuatro días: casi cien horas de pico y pala. Gastón Pauls estaba en el centro de su propio laberinto de alcohol y cocaína. No era un coro de aves lo que se oía, sino un zorzal que canta en primavera y al que llaman “pájaro fisura”. Es el que avisa que está por amanecer. Otra vez.
“Hay un juego perverso en la enfermedad: te infla el ego, pero a la vez estás con la autoestima más baja que nunca. La cocaína me dejaba tirado en el piso, pero igual creía que era el más poronga de todos. Sos el peor de los seres del inframundo pero convencido de que estás gobernando el cosmos”, dice Pauls, los ojos diáfanos.
El suyo no es un tono confesional. Más bien prueba desdoblarse del que fue un tiempo atrás: lleva trece años sin consumir alcohol ni cocaína, las dos sustancias (una legal, que está a mano, en el kiosco o en el súper) que lo arrojaron a aquel laberinto personal. Sigue un tratamiento de rehabilitación desde entonces, una autodisciplina regida por el mantra “sólo por hoy” y los doce pasos del grupo anónimo al que asiste.
Ese mismo tono, descarado y autorizado por la experiencia, es el que usa en el programa que conduce, Seres Libres. Si “adicción” significa “imposibilidad de decir”, él invitó a otros a que le pongan palabras. En cada episodio entrevista a una persona, famosa o no, que haya sobrevivido al consumo. Esas personas han reconocido la enfermedad, porque de eso se trata el abuso de sustancias o de prácticas: la adicción encuentra el hueco, la falla, el punto débil. Y arrasa.
Pauls lo explica así: “La adicción es una enfermedad muy astuta. Te dice: ‘Ah, ¿dejaste el alcohol? Bueno, acá tenés el juego. Te recuperas, con mucho esfuerzo, con mucho dolor, del juego y te pone el sexo. Decís ‘basta con el sexo’ y te pone la comida o el teléfono o las cirugías estéticas. El problema es la adicción, no la sustancia o la práctica que consumís”.
Él empezó con el alcohol a los 15 y con la cocaína unos años después. ¿Razones? Necesidad de pertenecer, cancherear o calmar “un vacío existencial”. Alguna vez se jactó del consumo. Pero hace trece años, aquella noche que duró cuatro días, el hombre que solía decir “no te metas” o “yo la manejo, olvidate” se dio cuenta de que estaba gobernado, que no tenía control alguno sobre sus decisiones. Ahora que atardece, dice: “Yo conocí el infierno”.
¿Y cómo es?
Siempre relacioné el infierno con el fuego, con el calor. Pero no. En el infierno de la cocaína no hay nada de eso. Es un glaciar y vos estás en medio del hielo, solo y en bolas. El infierno del consumo es un desierto frío en el que nadie te abraza.
¿Y qué pudiste hacer?
Llevaba cien horas sin dormir, encerrado en una habitación. Eso no te lo cuentan cuando empezás a consumir, eh. Pero yo seguía despierto. Me sentía ahogado, paranoico, con pavor. Me di cuenta de que la cocaína hacía lo que quería conmigo. En un momento dije: “Sacame de acá, loco; yo no puedo solo, no puedo con esto, no puedo parar”.
¿A quién le pedías?
A un dios, a Dios. Yo, que jamás creí en nada. Pero le pedí a alguien que sentía que estaba por encima mío. Después, cuando empecé la recuperación, entendí que en ese encierro había cumplido los tres primeros pasos de los doce que te indican en los grupos anónimos. El primero fue admitir que yo era impotente ante la adicción y que había perdido control sobre mi vida. El segundo fue creer en un poder superior. Ese poder lo define uno, no es religioso. Puede ser Jesús, Jehová, tu abuela que está en una estrella, la Pachamama, el universo… Lo que creas que está por encima tuyo. Y el tercer paso es poner tu vida al cuidado de ese poder superior. Por instinto hice tres pasos de una. Y algo pasó, porque me quedé dormido.
Llevaba cien horas sin dormir, encerrado en una habitación. Me sentía ahogado, paranoico, con pavor. Me di cuenta de que la cocaína hacía lo que quería conmigo.
Pauls despertó con la huella encima: bajar es lo peor. Pero recordaba que había reconocido la enfermedad y que se había encomendado a ese poder sin nombre. No era la salida, pero sí un agujerito en una pared interna del laberinto. Entonces llamó a Agustina Cherri, actriz y su pareja en aquel momento, quien unos años después sería la mamá de sus dos hijos. Habituada a la promesa de siempre -“te juro que no tomo más”-, Cherri escuchó esto: “Estoy enfermo y necesito tu ayuda”.
Gastón Pauls tiene 49 años. Su nombre y su rostro es familiar. Protagonizó entre 1994 y 1995 la tira juvenil Montaña Rusa, un boom. Pasó por Verdad/Consecuencia, uno de los hits de Adrián Suar. Hizo teatro. Terminó de instalarse en el universo cultural argentino por su participación en la película Nueve Reinas. En 2004 pisó la calle con el docu-ficción Ser Urbano, un programa inspirado en el registro de Fabián Polosecki y Juan Castro, ambos fallecidos. Fundó la productora Rosstoc, que quebraría en 2010. Actuó y produjo Todos contra Juan, un éxito de Telefe que le valió un Martín Fierro en la categoría Mejor Unitario. Todos esos trabajos los hizo en consumo.
El año 2008 empezó, para Gastón Pauls, con una charla ofrecida por María, una mujer adicta en recuperación, como él. Tres meses después, María le sugirió empezar a asistir a los grupos. Los grupos son anónimos. A esas reuniones asisten personas que han reconocido un consumo problemático de sustancias y son gratuitos para quienes no pueden pagar. Porque en los grupos, dirá Gastón, hay ricos, pobres, gente en situación de calle, héteros, gays, pansexuales, ateos, judíos y católicos: “Lo que nos iguala es que todos estuvimos en el mismo lugar. El valor terapéutico de un adicto ayudando a otro es inigualable”.
No sos el primer famoso que cuenta que asiste a grupos para adictos en rehabilitación. ¿Cómo te recibieron?
Me pasó algo increíble. Me acuerdo que se abrió la puerta y yo entré como... deshumanizado. Me senté, me miraron, pero porque era “el nuevo”. Cuando conté que era la primera vez que estaba ahí empezaron a aplaudir. Soy actor, estoy acostumbrado a que me aplaudan, pero este era un aplauso distinto, no tenía que ver con el ego, no era un aplauso de la aprobación. Era el sonido de “tomaste una decisión que cuesta mucho, pero estás donde tenés que estar”. Con ese gesto me decían que habían estado en ese lugar en el que estaba yo. Me emocionó muchísimo.
¿Cómo podemos ayudar a una persona enferma en su recuperación?
La adicción es una enfermedad social, no es del que la padece. La “ventaja” que tengo yo y cualquier adicto en recuperación es que la reconocimos. Pero… ¿el resto reconoce que vive en una sociedad que te invita a consumir todo el tiempo? ¿Reconoce su dependencia a sustancias legales o ilegales? ¿Y su codependencia? Mirá, dos sustancias legales: ya no se pueden pautar publicidad, pero hasta hace unos años las marcas de cigarrillos invertían una fortuna para mostrarte que fumar es cool. Fijate las publicidades de cerveza: siempre es gente pasándola bien y disfrutando del sabor del encuentro… Con la orden, chiquita en la etiqueta y rápida en la radio: “Beber con moderación”. ¿Por qué a la Selección de fútbol y a la de rugby las auspicia una marca de cerveza? ¿Qué relación de optimización deportiva hay tomando cerveza?
Pero hay alguna forma...
En general, el problema siempre está afuera, es del otro. Para mí el punto es ver de qué manera uno puede limpiarse de la mayor cantidad de sustancias o de situaciones adictivas para después tenderle la mano al enfermo.
La adicción es una enfermedad social, no es del que la padece. La “ventaja” que tengo yo y cualquier adicto en recuperación es que la reconocimos. Pero… ¿el resto reconoce que vive en una sociedad que te invita a consumir todo el tiempo?
“Si suelto la bolsa, ¿qué agarro?”, le preguntó un nene de 11 años a Gastón Pauls. Era un día de semana y en Plaza Italia ocho chicos hacían una ranchada. Él se había acercado para hablarles. Quién le respondió jalaba una bolsa que contenía pegamento. Pauls quedó más que conmovido: conmocionado. Ese intercambio con el nene fue el punto de partida para armar una fundación a la que llamó Casa de la Cultura de la Calle. Es un espacio de contención y aprendizaje artístico para chicos y chicas excluidos.
Avanzado en el tratamiento de recuperación, Pauls empezó a ofrecer charlas gratuitas en las que cuenta su experiencia de vida. En tanto la pandemia lo permite, viaja por todo el país. Habla donde sea: galpones, gimnasios, teatros. Ya participaron unas 120 mil personas. Seres Libres es la versión televisiva de esos encuentros masivos: la idea es hablar y preguntar sin solemnidad, despejados de máscaras.
Ningún país logró un dispositivo eficaz que revierta una situación de consumo, salvo programas de reducción de riesgos y daños. ¿Existe “una cura” para las adicciones?
No hay manera de ganarle. Para mí la enfermedad es Tyson. Yo estuve en ese ring y me cagó a trompadas. Mil veces me cagó a trompadas. Me bajé del ring y ahora estoy entrenando. Me siento física, intelectual y espiritualmente mejor. Si yo creo que le puedo ganar a Tyson y me subo al ring, Tyson me caga a trompadas en un minuto. La única manera de que yo le gane es no subirme al ring. Ese es mi triunfo.
Podés manejar la pulsión...
Hay una parte que me dice: “Dale, boludo, un toque, un poco de merca no está mal”. Ese es mi lado enfermo. Pero si le hago caso y me subo al ring, muero de una sobredosis. Como murieron tantos amigos. Perdés mucho.
¿Vos qué perdiste?
Tiempo. Yo perdí tiempo.
VDM
0