ABUSO SEXUAL EN LA IGLESIA ARGENTINA
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Perfil
Grassi está por recibirse de abogado: misión y desgracia del cura que quería ser “el Padre de los que no tienen padre”
El cura Julio César Grassi, 66 años, está a punto de terminar la carrera de Derecho en el penal donde está detenido desde 2013, la Unidad 41 de Campana. A dos décadas de aquella emisión de Telenoche Investiga en la que “Gabriel” lo denunció por haber abusado sexualmente de él, Grassi quiere evitar cualquier tipo exposición pública porque, dice su abogado, “eso lo distraería de sus estudios, está con las últimas materias”. Grassi, que durante la década de los noventa paseó por estudios de televisión y posó con cuánto famoso se le cruzara, ahora prefiere permanecer en las sombras de la sombra del encierro.
“Yo he cometido muchos pecados, pero nunca éste”, dijo Grassi antes de que lo condenaran. Fue un “buscafondos” o, como lo apodó un poco con cariño y un poco con sorna José María Muñoz: un “Manga”. Grassi extendía la mano a chicos sin hogar ni padres ni escuela ni mesa donde sentarse a comer, y también a empresarios capaces de conmoverse y donar a su fundación, Felices los Niños. El sacerdote cumple una pena de 15 años por haber abusado en dos ocasiones y corrompido en una a “Gabriel”. Los tres hechos ocurrieron en 1996, cuando la víctima tenía 13 años. En el mismo juicio, Grassi fue absuelto por otros 15 delitos sexuales porque la Justicia no pudo acreditar que habían sucedido. El fallo fue en 2009 y Grassi vivió bajo un régimen de libertad vigilada hasta que la sentencia quedó firme, en 2013. Lleva nueve años preso. Hay dibujos infantiles en su celda de Campana.
Un misionero salesiano codo a codo con la farándula
Nació el 14 de agosto de 1956 en Lomas de Zamora, al sur de Buenos Aires. Es el tercero de cinco hermanos, justo el del medio. El mayor, Osvaldo Tomás, licenciado en administración de empresas, se dedicó a vender máquinas de gastronomía. Juan José, el que sigue, se recibió de ingeniero electromecánico. María del Carmen, ama de casa. Alejandro, el menor, comercializa hornos a leña. El padre de todos tuvo una empresa llamada Fundimec. La madre de todos falleció en 2001, un año antes de que Grassi cayera en desgracia.
Julio César Grassi empezó a dar catequesis a los 14 años. Dos años después, a los 16, misionó en El Calafate, Santa Cruz. Cuando terminó el secundario se mudó a Santa Fe para hacer el noviciado. Tiempo después se recibió de profesor en Filosofía y Ciencias de la Educación, y de las Ciencias Sagradas. Ya estaba vinculado con los niños despojados de todo. Lo inspiró la obra de Don Bosco, el sacerdote italiano que fundó la Congregación Salesiana y que tuvo -tiene- una fuerte influencia religiosa en la Patagonia. En palabras de Grassi, “Don Bosco comenzó trabajando en cárceles y sintió que no era lo suyo, que había que llegar antes”. Y Grassi llegó antes, llegó a las infancias. En 1987 se ordenó sacerdote. El lema que eligió fue “el Padre de quienes no tienen padre”.
“La Casita” de Paso del Rey, al oeste de Buenos Aires, fue su primera incursión formal en una organización de asistencia a menores de edad. La dirigía el cura Elvio Mettone desde el año 1976. Pero Grassi quería más. Fue cuando empezó a hacer contactos con políticos, empresarios y famosos. El primer empujón se lo dio el ministro de Economía Domingo Cavallo en 1993. La Fundación Felices Los Niños arrancó con un subsidio de cinco millones de pesos/dólares y una donación estatal de un predio de 65 hectáreas en Hurlingham. Por el predio pasó el presidente Carlos Menem, pasó Mauricio Macri; el dueño de Ámbito Financiero, Julio Ramos; Aníbal Ibarra, Lita de Lazzari, Carlos Ruckauf…
El proyecto de Grassi no sólo era loable, era indiscutible. La Justicia podía derivar al Hogar del sacerdote a chicos que no podían permanecer con sus familias por abandono o violencias. La Fundación daba comida y escolarización a quienes sí tenían dónde vivir, pero no suficientes recursos. En diez años, 20 mil adolescentes egresaron del sistema Felices Los Niños, que llegó a tener 500 empleados, más de 30 hogares distribuidos en el país y asistía, al momento de la denuncia por abuso, a casi 6 mil menores de edad. Estaban divididos en dos grupos. Los internos, unos 600, vivían en la Fundación, es decir que accedían a cama, comida, escolarización y la preparatoria para la primera comunión. La mayoría eran externos: acudían a los hogares de día, una forma de prevenir que estuvieran en la calle. El primer denunciante, “Gabriel”, era del primer grupo, un “interno”.
“Padre, ¿qué se está construyendo? ¿El Sheraton?”
Para el año 1998, el sacerdote estaba en plena expansión de su obra. Felices Los Niños no sólo recibió apoyo económico del Estado y la política, la farándula también aportaba. Si al principio a Grassi le convenía tomarse una foto con un mediático, ahora al mediático le convenía sacarse una foto con él: eran los noventa, quedaba bien. Grassi sumaba de todos lados. Por ejemplo, por cada persona que se comunicaba a Hola Susana -el programa de Susana Giménez- por el concurso “Su Llamado”, el sacerdote se quedaba con un 7% de esos tres pesos. Ese porcentaje lo destinaba a su obra.
Al sorteo lo gestionaba comercialmente la empresa Hard Communication, cuyos dueños eran Rodolfo Galimberti, Jorge “Corcho” Rodriguez -pareja de la conductora-, Jorge Born y Federico Quirno. En ese momento, el concurso recibía un promedio de 2,3 millones de llamadas al mes. El problema fue más grande y terminó en la Justicia, pero para resumir lo que respecta a Felices Los Niños, Hard Communication se atrasó en los pagos. Y Grassi salió en los medios a reclamar -a “apretar”, digamos- lo suyo. Hizo el cálculo: 600 mil pesos más a los 400 mil que ya había recibido.
Susana Giménez se enteró del escándalo en Miami y, recién llegada, sentó al cura en su living blanco televisado para preguntarle cuál era el problema. Cuando el cura pidió la plata para sus chicos, Giménez le respondió: “Padre, ¿qué se está construyendo? ¿El Sheraton?”. Grassi puso cara de perro mojado, pero no por lástima sino por el estupor que le generó el comentario de la conductora. “Son cien chicos que tienen que vivir”, respondió Grassi. Uno de esos cien era “Gabriel”.
La denuncia
Hubo una denuncia antes, el 29 de noviembre de 2000: un papel impreso y sin firma que alguien dejó en el Juzgado de Menores N°3 de Morón. Nunca se supo qué decía exactamente esa carta, pero señalaba a Grassi como abusador sexual dentro de su Fundación. Nadie investigó. Dos años después, el 23 de octubre de 2002, la Justicia ordenó la detención del cura por “abuso deshonesto y corrupción de menores agravada”. Esa misma noche “Gabriel” daba testimonio un informe de Telenoche Investiga.
Sentado en una silla, las manos cruzadas entre las piernas abiertas y en medio de un juego de luces que le recortaba la silueta, “Gabriel” contó que quedó a solas con el cura, que él le pidió que se sentara en su regazo y que él lo hizo; que cuando Grassi lo acarició en la pierna, muy cerca de sus genitales, el chico le preguntó “¿Qué onda, padre?” y el Padre lo besó en la boca. La segunda vez, Grassi le preguntó si podía practicarle sexo oral. Según comprobó la Justicia, el primer hecho ocurrió en noviembre y el segundo, en diciembre; ambos el mismo año, 1996, y en el mismo lugar, la sede de Hurlingham de la Fundación. “Gabriel” tenía 13 años.
Grassi se entregó el 24 de octubre, al día siguiente de la emisión del informe. Quedó detenido en el servicio penitenciario de Ituzaingó. Salió 15 días después y regresó a la Fundación en andas, vitoreado. También le habían imputado el delito de corrupción de menores. Luego apareció “Ezequiel”, otro chico que denunció que fue abusado por Grassi en la Fundación. Y “Luis”, que denunció diez abusos ocurridos en El Calafate durante un viaje a un refugio que Felices Los Niños tenía en la ciudad.
Grassi esperó el juicio bajo un régimen de libertad vigilada. Debía presentarse una vez al mes en el Juzgado. No podía entrar solo a la Fundación ni acercarse a menores de edad. Sólo se lo permitieron una vez: fue en Navidad y se disfrazó de Papá Noel. Una familia lo alojó en su casa de San Justo. Y hasta que alquiló una habitación en la quinta La Blanquita, ubicada enfrente de la sede de Hurlingham de la Fundación, donde montó su oficina, atendió llamados y recibió a donantes en una estación de servicio. Trabajaba quince horas por día. Consiguió que un molino le donara cien bolsas de harina al mes para amasar el pan. Grassi no iba a dejar caer el imperio de caridad que había construido.
El juicio empezó en 2006, cuatro años después de que la Justicia lo imputara, y duró nueve meses. Grassi fue cambiando de abogados: tuvo, en total, 17. Declararon 120 testigos. El agravante era su condición de sacerdote: él estaba encargado de la educación y del cuidado de los menores. Se negó a someterse a las pericias psicológicas en la jurisdicción que le correspondía, la provincia de Buenos Aires, y pidió que las hiciera la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Su pedido fue rechazado, así que consideraron una pericia hecha en 2005, en Santa Cruz. El resultado fue que Grassi “tenía conductas propias de un delincuente sexual”. En una entrevista, el sacerdote retrucó: “Uno de los que firmó esa pericia me revisó los lunares y los pelos del pecho. No puede hablar psicológicamente de mí”. Se refería a Elio Linares, en ese momento presidente de la Academia de Medicina Legal.
El 10 de junio de 2009 llegó el veredicto. El fallo del Tribunal Oral en lo Criminal N°1 de Morón se escribió en 1.400 carillas, pero se resumió en 13 minutos de lectura: quince años de cárcel por tres hechos que correspondían a “Gabriel”, el primer denunciante. Fue absuelto por los otros 14 delitos, diez por abuso sexual y uno por corrupción de menores de “Luis”, y tres en perjuicio de Ezequiel -uno por abuso, otro por corrupción de menores y el restantes, por amenazas-. “Para satisfacer sus bajos instintos, Grassi no trepidó en llevar adelante a un menor conductas que eran aptas para desviar el normal desarrollo de su sexualidad”, indicó el juez Mario Gómez, respecto al delito de corrupción de menores. Un año después, en 2010, la Cámara de Casación Penal confirmó la pena. Tres años después, la ratificó la Corte Suprema de Justicia bonaerense. El Máximo Tribunal, en 2017, la convalidó. No hay más instancias de apelación.
La Iglesia no colaboró con su defensa legal, pero el sacerdote tampoco lo pidió: “Porque toda esta publicidad daña la imagen de la Iglesia”. Anunciaron que iban a iniciarle un juicio canónico, pero nunca avanzaron en ese sentido. Grassi siempre afirmó que sentía a la institución de su lado y sigue siendo sacerdote, pero tiene prohibido dar servicio en público. No lo han expulsado de la Iglesia. El expediente está en la Diócesis de Buenos Aires, que debe enviarlo al Vaticano. En ningún momento del proceso, el cura se refirió a los denunciantes ni especuló en público quién le estaría cobrando qué. Sí insinuó “un complot en su contra”. Por supuesto, siempre negó las acusaciones.
Durante el proceso, Felices Los Niños se achicó: 23 hogares, 4.500 menores asistidos y 200 internos. El predio de Hurlingham fue cedido a un abogado y recibe fondos del Estado. El espíritu es el mismo -contener a menores de edad- pero sin su creador. Dijo Grassi en una entrevista al diario Perfil, en 2009, una semana antes del inicio del juicio: “Yo tenía un montón de amigos, ¿y dónde están? Jesús tenía doce y se quedó con uno solo al lado de la cruz. La relación es de 12 a 1 cuando te va mal. Es muy difícil que la gente quiera ir con vos, como me dijo alguien, al cadalso”.
VDM/MG
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