Javier y su perro Javi: es su mejor amigo, viven en la calle pero el animal se volvió “bravo” y terminó “detenido”
Lo despiertan ladridos desencajado, agudos. Esa mañana de septiembre del 2022, Javier Cardozo, de 37 años, despega la cara de su colchón y mira hacia ambos lados de la vereda con los ojos entrecerrados y el pelo todavía revuelto. Su perro, Javi, gruñe, mientras asoman sus dientes blancos y puntiagudos. Tres hombres los rodean en la esquina porteña de Avenida de Mayo y Perú. Javier duerme allí con Javi, su perro, desde hace tres meses, junto a algunas bolsas con sus pertenencias. Los tres sujetos visten una remera verde y amarilla con una frase en el medio con letras blancas: “Espacios Públicos del Gobierno de la Ciudad”.
–No podés dormir acá, padre– le explican los funcionarios públicos a Javier, mientras levantan sus bolsas–. Tenés que irte.
Está harto, esa mañana del 2022, Javier Cardozo. Harto de que le tiren sus pocas pertenencias; de que le digan que vaya a dormir un parador de la Ciudad cuando no aceptan mascotas; de ir de un rincón a otro de la Capital, como un muñeco tironeado.
Esa mañana, Javier, alto y espigado, los ojos pequeños, negros, dice “no”.
–No.
–Es por las buenas o por las malas –desafía uno de los de ‘Espacios Públicos’.
Por las buenas o por las malas, todo sucede rápido.
El forcejeo cruzado entre Javier y los tres empleados públicos. Un policía de la Ciudad que aparece y se suma como custodio de los otros. Javier que cae al piso. El pelaje rubio y fibroso de Javi, su perro, que se tensa. Ladridos. Insultos. Un mordisco certero en el tobillo del oficial. Su pierna que se pliega en el aire. El hocico crispado de Javi. Más insultos.
Ambos, Javier y su fiel compañero, terminarían dentro de un patrullero de la policía de la Ciudad esa mañana. Javier fue demorado unas horas en la comisaría 1-B de la calle Tacuarí del centro porteño por resistencia a la autoridad. Su perro también fue retenido allí y luego trasladado al Instituto de Zoonosis Luis Pasteur, donde permaneció “detenido” durante diez días, tras morder a un oficial. No sería la última vez que Javi, el perro, quedaría “tras las rejas” por agredir a un policía.
Por las buenas o por las malas.
Peor que un preso
–Lo fui a ver los diez días que estuvo detenido en el Pasteur. Podía verlo un minuto al día nada más. Estaba muy triste yo. Le llevaba comida. Ahí no te dan nada. Los tienen en jaulas chiquitas y le dan agua con una lata, peor que los presos están. Una veterinaria de ahí me lo quería castrar. Yo me negué. ¿A usted le gustaría que le limen las trompas de Falopio sin su consentimiento, doctora?, le pregunté esa vuelta. Les dije que, si no lo largaban rápido, iba a entrar por la noche al edificio a sacarlo. Me decían que mi perro es agresivo, que lo tengo que medicar. Él es mi mejor amigo. Tiene cinco años nada más. El 19 de marzo del 2019 me lo regaló Jesús, el nieto de mi mujer. Chiquitito, rubio. Es bravo, pero no es malo. Yo también soy bravo.
Lo fui a ver los diez días que estuvo detenido en el Pasteur. Podía verlo un minuto al día nada más. Estaba muy triste yo. Le llevaba comida. Ahí no te dan nada. Los tienen en jaulas chiquitas y le dan agua con una lata, peor que los presos están
Picante
Javier Cardozo, de 39 años, nació y se crio en San Luis del Palmar, una pequeña localidad rural de la provincia de Corrientes, ubicada a 30 km de la capital. Con una madre ausente y un padre militar que lo hostigaba permanentemente, Javier creció entre palizas furiosas y huidas repentinas de su casa. En esas fugas temporales, pasaba semanas enteras refugiado entre la espesura del monte correntino y hogares de distintos familiares. Aprendió a criar caballos, a faenar chivitos y defenderse de cualquier que le faltara el respeto. Ese ambiente hostil lo llevó, poco a poco, a tomar grandes cantidades de alcohol y conocer otras drogas. A los 22 años se fue al Chaco a realizar el servicio militar, pero lo expulsaron por apuñalar a un compañero. Después emigró a la Patagonia, donde conoció la “palabra de Dios”, pero volvió a encontrarse en riñas que lo llevaban a lugares oscuros. En 2012 fue detenido por intento de homicidio y purgó una pena de seis años en la Unidad 19 del penal de Ezeiza. En 2019 quedó libre y conoció a Mariela Echague, su actual pareja. Jesús, el nieto de ella, le regaló un perro apenas cumplió su condena y salió de prisión. Javier lo nombró igual que él: Javi. “Lo ayudó mucho a Javier el perrito”, cuenta hoy Mariela, de 54 años y en situación de calle como Javier. “Él era muy violento, pero Javi lo ayudo a tranquilizarse. Creo que el perro agarró un poco del enojo que tenía y se volvió un poco picante”, señala Mariela. “Acá por el centro lo conocen todos a Javi”, dice.
Famosos toreados
Actores y actrices que Javi, el perro, toreó con vehemencia cuando los veía pasar por la Avenida Corrientes, tras la salida de los teatros: Lizy Tagliani, Diego Peretti, Pablo Echarri, Nancy Duplá, Flavio Mendoza.
Bajo el signo de Escorpio
–Me cuesta relacionarme con los demás. Soy un poco retobado, por eso me siento mejor con los animales. Me gusta estar tranquilo, no molesto a nadie. Pero a veces se me sale la cadena– dice Javier, un martes de agosto, sentado en la esquina de Lavalle y Cerrito. Javi, a su lado, descansa con la cabeza apoyada en su regazo. A veces levanta una ceja, como en estado de alerta, y luego la baja. Es menudo y rubio, con rasgos fibrosos su cuerpo. “Se pelea mucho con los otros perros. Por eso a veces le pongo el bozal”, cuenta su dueño. “A los policías los odia, como que los huele y en seguida se pone en estado de alerta”, detalla Javier.
Una noche de julio su perro fue detenido por segunda vez. En aquella ocasión, Javier se encontraba defendiendo a un amigo en una pelea con otro grupo sobre la calle Lavalle. La policía porteña llegó, intento reducirlo, pero, antes de que su pecho tocara el piso, Javi –como un resorte– saltó a defenderlo propinándole un mordisco al efectivo. Fueron otros diez días en la jaula del Pasteur, mientras Javier velaba por su libertad. “Lloré como un condenado cuando cayó de nuevo”, dice, mientras le acaricia la oreja a Javi. “Él es mi mejor amigo”.
Lloré como un condenado cuando cayó de nuevo. Él es mi mejor amigo
Augusto Fuentes tiene 62 años y vive en un hotel de Talcahuano y Corrientes, a través de un subsidio habitacional que le otorga el Gobierno de la Ciudad. Conoció a Javier en 2022, tras dormir algunas noches a la intemperie en su misma cuadra. “Él es del signo escorpio, como yo. Somos de un carácter jodido”, asegura Augusto. Su familia también es de Corrientes, un dato que los unió de inmediato. “Él viene de una familia muy violenta. Era todo muy farwest en su pueblo”, comenta Augusto. El perro, sigue Fuentes, lo ama a Javier. “No podés acercarte a él sin que empiece a ladrar y si te descuidas, te mete un tarascón”, remarca Augusto. Un tema que a él le preocupa es el hostigamiento policial que suele sufrir Javier al dormir a la intemperie. “Lo viven sacando de todos lados. Por eso también crece su furia y la del perro. Tengo miedo que un día los lastimen a los dos”, confiesa Fuentes.
Según el último informe de la Asamblea Popular por los Derechos de las Personas en Situación de calle, hubo un aumento de la violencia institucional contra los ‘sin techo’ de la Capital Federal. El informe describe que entre agosto del 2023 y 2024, hubo 104 situaciones de violencia por parte de funcionarios porteños, un aumento del 37% respecto al año pasado. La Ciudad de Buenos Aires –describe el informe– es el distrito con más hechos de violencia. A esos hechos, explica la investigación, hay que sumarle 125 detenciones, requisas y secuestros de pertenencias sin orden judicial, conforme al artículo 103 del Código Contravencional.
“Venimos registrando relatos de hostigamiento de personas en situación de calle desde hace muchos años, pero lo que vemos ahora es un aumento significativo de una política pública explícita y represiva contra esos ciudadanos”, explica Jorgelina Di Iorio, doctora en psicología, investigadora del CONICET y una de las autoras del informe. Por un lado, señala Di Iorio, el Gobierno porteño muestra más dispositivos de asistencia temporal al que no todas las personas quieren o pueden acceder y por el otro los expulsa violentamente del espacio público. “Si a una persona a la que le robaron las pertenencias en un parador decide no volver más, el Gobierno lo responsabiliza por querer vivir en la calle. En lugar de problematizar por qué no quieren recibir la asistencia que ellos promueven, deciden culpabilizarlos”, apunta la investigadora.
No existe, por otro lado, un registro oficial sobre detenciones caninas en la Ciudad. La ordenanza que sigue la policía es que cualquier animal callejero debe ser trasladado al Instituto de Zoonosis Luis Pasteur para su revisión.
Todas las veces que sea necesario.
El último momento de felicidad
Si a Javier Cardozo le preguntan hoy cuál fue su último momento de felicidad, hablará de una imagen que ocurrió en marzo, en medio de una semana de lluvia copiosa en la ciudad, bajo el alero de un edificio abandonado de Avenida de Mayo, viendo caer el agua a tendales, junto a su mejor amigo. El rocío, cuenta Javier, los mojaba a ambos. No tenían frío, todo lo contrario. “La tempestad la enfrentamos juntos”, dice Javier Cardozo.
FLD/MG
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