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ENTREVISTA

María Martinón-Torres, paleoantropóloga: “El ser humano no deja atrás a los suyos y esa es la clave de su éxito”

La paleoantropóloga María Martinón-Torres posta junto a restos fósiles

África Gelardo Arrebola

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Benjamina es una niña que padece una patología provocada por una deformación en el cráneo. Esto hace que la pequeña tenga dificultades psicomotoras y requiera de la ayuda de sus padres y familia para hacer su día a día. Como cualquier otra niña, es querida y es considerada valiosa dentro del grupo. “La más querida”, de hecho. Benjamina tiene aproximadamente medio millón de años. Y es uno de los fósiles preneandertales encontrados en Atapuerca, España, que demuestran que nuestra especie ha llegado hasta aquí por el amor, el cariño y la tolerancia. Que persistimos porque nos cuidamos los unos a los otros.

Al ser humano le encanta preguntarse de dónde viene. Y en el camino, dejar una huella que perdure una vez que ya no estemos. Esa huella puede ser tangible, marcar nuestra mano en la pared de una cueva, escribir un libro, componer una canción. O puede no serlo: hacer amigos, mantener vínculos y crear recuerdos con personas que nos quieran. La paleoantropóloga María Martinón-Torres (Ourense, 1974), directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), es una Homo sapiens que lleva años estudiando sobre la más pura esencia del comportamiento humano, esas improntas pasadas que nos han llevado hasta donde estamos ahora. Hasta lo que somos ahora. A pesar de la violencia, de las guerras, del mal causado, la experta lo tiene claro: “Lo que nos caracteriza como especie es nuestra fe ciega en que el otro nos va a respetar y tolerar”.

En Atapuerca (Burgos, España), el instituto que Martinón-Torres dirige se encarga de la “reconstrucción del pasado y de la evolución del ser humano” de una manera multidisciplinar, que abarca desde el estudio del comportamiento hasta la geología o el análisis de ADN antiguo, esta última línea actualmente en expansión en el centro. La doctora, autora de Homo imperfectus (Destino, 2022), incide en que lo que hoy consideramos como debilidades, desde un punto de vista evolutivo pueden no serlo: “Cuando uno está enfermo significa que está vivo. Es una paradoja que muchas veces tenemos la idea de que una enfermedad es un fracaso, pero lo que vemos son los intentos del cuerpo por responder ante una amenaza”. Homo sapiens es una especie que “no deja atrás a los suyos”, aunque sean dependientes, y que está donde está gracias a los que vinieron antes: “Para nuestra especie, que basa su supervivencia en el conocimiento y en la anticipación de los problemas, tener la posibilidad de coexistir con nuestros abuelos y bisabuelos es un lujo”.

Suele incidir en que los dientes son muy importantes en el ámbito de la paleoantropología. ¿Qué pueden decir de nosotros?

Los dientes son la joya de la corona del registro fósil. Son más abundantes, pero también por sus características físicas, porque el esmalte es el tejido más duro que tenemos en el cuerpo. Además, son una parte del esqueleto que a lo largo de la vida no se van a modificar, mientras que el resto sí lo hace. Nos sirven para caracterizar a qué especie pertenece y el parentesco con otras especies vivas o que se han extinguido, además de para conocer las adaptaciones de vida o la dieta. También pueden hablar de enfermedades o del estrés que haya podido sufrir una población. 

¿En qué sentido conocer las diferentes mutaciones y la historia reflejada en el ADN extraído de fósiles puede ayudarnos a tratar o al menos entender las enfermedades que padecemos hoy?

Lo más importante cuando estamos estudiando enfermedades es que cuando uno está enfermo significa que está vivo. Una paradoja del estudio de las enfermedades es que muchas veces tenemos la idea de que una enfermedad es un fracaso, una claudicación. Pero lo que vemos cuando vemos signos de enfermedades son los intentos del cuerpo por responder ante una amenaza. Si identificamos cuáles son los cambios que se producen a lo largo de la evolución del ser humano, podemos tener una idea de a qué estamos más o menos preparados. Ahora, si analizamos las principales causas de muerte o enfermedad de nuestra especie, vemos accidentes cerebrovasculares o cuadros relacionados con obesidad. Eso nos dice que hay un desajuste entre nuestro estilo de vida y nuestra biología o fisiología, que en origen estaba optimizada para la adaptación en un contexto completamente diferente. Es interesante e incluso esperanzador pensar que en su mayoría nos morimos de cosas que podrían prevenirse.  

¿Y respecto a la Covid-19? ¿Qué nos puede decir la evolución sobre la pandemia?

Ciertos cambios de vida pueden hacernos vulnerables como grupo a determinadas circunstancias, como con la pandemia. Si analizamos el registro fósil, es muy difícil encontrar ciertas enfermedades, como las infecciosas, que puedan desarrollar un carácter endémico. Porque esta vulnerabilidad que tenemos es una consecuencia directa de la eclosión de las civilizaciones. 

Somos una especie que se caracteriza por estar hecha de seres dependientes desde muy pronto hasta muy tarde, y lo que nos da, sobre todo, es fortaleza

Es importante aplicar una visión evolutiva a la prevención o la anticipación o la modelización en el progreso de los virus y las bacterias. Porque la evolución no solo afecta a los humanos; cuando tenemos una enfermedad es como una carrera armamentística entre el humano y el patógeno. Las grandes amenazas de nuestra especie van a seguir siendo, a pesar del conocimiento, aquellas relacionadas con las enfermedades infecciosas. Cuando analizamos la evolución, uno de los principales cambios que vemos siempre es en el sistema inmunológico. De nuestra hibridación con neandertales nos hemos quedado sobre todo aquellos genes que nos proporcionaban defensa a la exposición de nuevos patógenos en nuevos territorios.

Encontrar un signo de enfermedad en un fósil también puede indicar que ese individuo ha sido protegido de alguna manera. ¿Qué opina sobre esto?

Hay que recordarse que lo que como especie nos caracteriza es el carácter prosocial, nuestra preocupación y nuestra inversión diaria de esfuerzo hacia el otro. En nuestro sistema social, la manera en la que funcionamos siempre es descansando en el otro. Lo vemos en el día a día, cuando dejamos a los niños en el colegio, cuando subes a un avión o entras a un quirófano. Es fe, en muchos casos ciega, en que el otro, como tú, te va a respetar y tolerar. Eso es lo que nos caracteriza, tanto en el día a día como en la organización de la sociedad, creando instituciones para el cuidado. No hay especie que invierta más esfuerzos de tiempo, económicos y emocionales en el cuidado que la nuestra. Eso es lo que también nos permite ser una especie de individuos imperfectos, en la idea de que es aceptable –y además, a veces enriquecedor– que cada uno de nosotros seamos diferentes. Podemos permitirnos ser más vulnerables o menos fuertes en sentido físico, ya que el cuidado de los demás va a compensar esa debilidad.

De nuestra hibridación con neandertales, nos hemos quedado sobre todo aquellos genes que nos proporcionaban defensa a la exposición de nuevos patógenos en nuevos territorios

Pero a veces esa preocupación por el otro puede tener efectos secundarios.

Sí, el pasatiempo favorito del ser humano es la vida ajena y eso nos puede llevar al cotilleo o la crítica (risas), pero en realidad es una consecuencia de la empatía; nos encanta comprender las vidas ajenas, ponernos en el lugar del otro. Tenemos que pensar que en el fondo es consecuencia de algo bueno, nos interesan los demás y comprenderles. Incluso esa parte menos atractiva es consecuencia de nuestra preocupación por el otro.

Un ejemplo de la importancia del cuidado para el ser humano es el de la niña Benjamina, conocida de manera cariñosa como “la más querida”. ¿Puede explicar este caso?

Probablemente se haya convertido en uno de los más idiosincrásicos. Es un fósil preneandertal de una niña que falleció a los 9 o 10 años y que se ha encontrado en la Sima de los Huesos de Atapuerca. Tenía lo que se conoce como plagiocefalia, una deformación craneal por un cierre prematuro de una de las suturas craneales, lo que provoca una deformación física obvia, pero también se puede inferir que probablemente esa niña tuvo un retraso psicomotor considerable. Esto nos lleva a pensar que si sobrevivió hasta esa edad es porque fue tolerada y ayudada. De nuevo, la enfermedad no habla de debilidad, sino de fortaleza individual y de grupo; si no hubiera habido supervivencia y cuidado esa historia no se podría haber contado. Son los renglones torcidos de una especie resiliente. Es a la luz de la enfermedad, las amenazas y las batallas, como somos capaces de construir la historia de nuestra prosocialidad.

Otro ejemplo es el de un enterramiento de niños con síndrome de Down hace 5.000 años

Es otro ejemplo de que el cuidado y la tolerancia a la diversidad está profundamente enraizado con el desarrollo del ser humano. En este caso serían niños muy pequeños, recién nacidos, que recibieron un tratamiento especial y funerario. Habría que ver hasta qué punto serían conscientes de ese cuadro, pero es curiosa la coincidencia. Estos casos hablan de que somos un grupo que en principio no deja atrás a los suyos porque estén físicamente más o menos adaptados o sean más o menos autónomos. Somos una especie que se caracteriza por estar hecha de seres dependientes desde muy pronto hasta muy tarde, y lo que nos da, sobre todo, es fortaleza. No es algo negativo. Esa necesidad del cuidado que hemos tenido como especie para salir adelante es el motor de lo que somos a día de hoy. Es esa necesidad por la que vivimos muchos más años que cualquier otra especie de primate. Hemos nacido para cuidar en todas las edades, incluso a aquellos que ni siquiera tienen con nosotros un parentesco familiar.

Precisamente sobre ese cuidado como clave para nuestra evolución trata la conocida como 'hipótesis de la abuela'. Pero, como nosotros, hay algunos chimpancés que también tienen la menopausia y son abuelas. ¿Qué nos hace diferentes?

La menopausia es un periodo fisiológicamente muy particular. Que, como tal, solo se ha identificado en muy poquitas especies. Significa que tu capacidad reproductiva se frena o cede considerablemente antes de lo que te queda por vivir. Aunque en chimpancés se ha visto que a algunos todavía les quedan unos años de vida, no es equivalente a los humanos, en los que hablamos de hasta 40 años más de vida activa, con vigor físico y capacidad intelectual. Además, esa longevidad aumentada después del periodo reproductivo afecta a mujeres y hombres, a diferencia de otras especies.

A nivel reproductivo, tiene más probabilidad de salir adelante una cría de una madre joven que de una anciana. Por tanto, tiene más éxito que una abuela invierta esfuerzo en sacar adelante a la hija de su hija que a la suya propia. Pero en el caso de los humanos, esto afecta también a los abuelos, que también tienen esa longevidad aumentada.

Es a la luz de la enfermedad, las amenazas y las batallas, como somos capaces de construir la historia de la prosocialidad de nuestra especie

¿Por qué los hombres también tienen esa longevidad?

El éxito de una especie es el éxito reproductivo. Esto puede hacer que pensemos que la clave está en tener muchos hijos, pero no, el éxito es tener hijos que salgan adelante. Y ahí encaja el mal entendimiento de lo que es la masculinidad, con la falsa creencia de que los hombres tienen muchos hijos. No, el exitoso era el que tenía una descendencia y conseguía que sus hijos salieran adelante. Si tienen una implicación en la crianza de los hijos, es el más exitoso del grupo, el que va allí y se desentiende, y no hay inversión de esfuerzo, evolutivamente tiene poco de qué presumir. Para nuestra especie, que basa su supervivencia en el conocimiento y en la anticipación de los problemas, tener la posibilidad de coexistir con gente de una tercera edad o más, con nuestros abuelos y bisabuelos, es un lujo.

Teniendo en cuenta que evolutivamente tanto hombres como mujeres son valiosos para el grupo aunque no estén en su período reproductivo, ¿qué sentido tiene vivir separados por edades? ¿Deberíamos valorar más a nuestros mayores?

Hubo un tiempo en que la estructura de la sociedad estaba formada por porciones de población de diferentes edades, y eso favorecía el desarrollo en la adolescencia, especialmente. Ahora tenemos una educación segregada, y aunque es complicado por los ritmos actuales, si pudiéramos volver a crecer de manera que tuviéramos menos diferencias por edades, todos mejoraríamos.

El éxito de la especie no es tener muchos hijos, es que salgan adelante. El hombre exitoso evolutivamente no es el que tenía muchos hijos, sino el que conseguía que salieran adelante implicándose en la crianza

Se podría ejercitar la corresponsabilidad durante la adolescencia, que es un examen en el que desarrollas competencias que te harán falta cuando seas mayor. Se ha visto que son mucho menos violentos aquellos jóvenes que en un grupo tenían a su cargo a un menor que aquellos en los que no. 

Hemos hablado de que somos una especie que no deja a nadie atrás. ¿Y qué ocurre cuando nuestros seres queridos se van? ¿En parte somos quienes somos por nuestra relación con la muerte?

Sí, como causa y como consecuencia. Entendemos la muerte, sabemos lo que es desde muy pronto. Por lo tanto, somos una especie que vive bajo la sombra del ciprés sabiendo que se va a morir y por lo que dedica más recursos a retrasar ese momento, no solo en temas de cuidado, también espiritual. La manera de combatir esa angustia vital es hacer cosas que puedan permanecer o que nos puedan sobrevivir, a través de obras de arte, por ejemplo. Otros lo podemos intentar hacer en menor escala, haciéndonos un hueco en un recuerdo de la memoria de las personas que están a nuestro lado. Eso condiciona la manera en la que vivimos.

Para nuestra especie, que basa su supervivencia en el conocimiento y en la anticipación de los problemas, tener la posibilidad de coexistir con nuestros abuelos y bisabuelos, es un lujo

Saber que el mundo seguirá cuando nosotros no estemos y dedicarle tiempo a ese mundo es algo singular del ser humano. Somos una especie que no deja a los muertos atrás. Todos arrastramos muertos con nosotros y los mantenemos vivos, a través de los recuerdos, la morriña, los funerales, los aniversarios. Las personas que se mueren no dejan de ser alguien, incluso hay más respeto a veces por los muertos que por los vivos. La vida de los vivos va un poco marcada por la historia de nuestros muertos. 

Culturalmente y por la idea errónea que tenemos de ciertas especies como los neandertales, se puede pensar que el dolor de una pérdida era diferente entonces al que tiene Homo sapiens hoy en día. ¿Esto es así?

En absoluto es así. Una cosa es que tengamos un registro más detallado ahora de lo que nos sucede y la dificultad que tenemos de recabar esa información en el pasado. Ya hay especies como neandertales, y eso es hace casi 200.000 años, en los que tenemos enterramientos, lo que significa que ya hay gente que empieza a hacer cosas por los muertos que superan una necesidad práctica, higiénica o de salud. Cuando se hace algo que va más allá de lo práctico, hay un sentimiento de trascendencia. Si eso somos capaces de verlo a través de ajuares, por ejemplo, y se mantiene en el tiempo, la de cosas que habrá que no veamos. 

 

Si hay un sitio que nos ha dado licencia para soñar, ese es Atapuerca

El miedo a la pérdida y el dolor nos condiciona desde hace muchísimo tiempo, y no pensaría jamás, no se me ocurriría encontrar un argumento, para decir que el dolor que se sintió por la pérdida de un ser querido hace 100.000 años era menor que el que se tiene ahora. Y a través de los ritos y los símbolos se crean espacios con los que podemos volver a las personas. 

Siguiendo este positivismo esperanzador, una de las amenazas a las que el ser humano ya se enfrenta y sobre todo se enfrentará, es el cambio climático y sus consecuencias. ¿Nos adaptaremos como especie? 

Sí. Yo digo que desde el punto de vista evolutivo, el pesimismo es un fracaso. La capacidad de ver lo que hay y lo que sucede, el miedo, la preocupación medida, es el punto fuerte, el no ver salida o solución, eso sí es un fracaso evolutivo porque además nos ciega y no nos deja ver. Igual que vemos los efectos negativos, también deberíamos ser capaces de ver las tendencias positivas a largo plazo. Queremos que la gente se motive y se conciencie, por eso tenemos que empezar a dejar los mensajes catastrofistas. Una cosa es avisar y otra es aplanar a la humanidad. Los adolescentes y las nuevas generaciones ya tienen otra conciencia social. Un aspecto positivo es pensar en el mérito que tiene que una especie dedique esfuerzos en intentar corregir problemas que ella no verá. Hay que darle un voto de confianza a Homo Sapiens.

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