César Massi, influencer de plantas nativas: “La solución no es plantar, sino parar la deforestación”
A esta altura, quien siga de cerca la información sobre la pandemia ya tiene en claro que mucho (o todo) tiene que ver en su origen la intervención del ser humano en su entorno. Por ejemplo, deforestando y/o plantando especies exóticas. Por eso, una buena manera de empezar a intentar restablecer cierto equilibrio es, justamente, poniendo el foco en las plantas nativas.
El santafesino César Massi, que se define a sí mismo como “cultivador serial de árboles”, busca desde sus redes sociales concientizar al respecto, a veces con indignación y otras con hilos que arma pacientemente con explicaciones fáciles de entender.
En entrevista con elDiarioAR, este exinformático de 41 años devenido dueño del vivero “El Tala” en la localidad santafesina de Bigand, a 70 kilómetros de Rosario, y verdadero influencer de plantas nativas, aseguró que lo más importante es parar la deforestación que avanza implacable en nuestro país. Pero es pesimista: no ve voluntad política alguna para intentarlo
Empecemos por el principio. ¿Qué es una planta nativa?
-Es una especie que crece en un ambiente determinado en el que ha evolucionado durante millones de años en equilibrio con el suelo, el régimen hídrico y los demás actores del ecosistema. Te movés de ahí y ya no es más una especie nativa. Por eso, la lucha por aclarar ese término: que una especie sea nativa en Salta no significa que sea nativa de Buenos Aires o que sea nativa de la Sierra de Tandil no quiere decir que sea nativa en Capital Federal, aunque estén a corta distancia. Una planta fuera de su ambiente natural es una planta exótica y deja de estar en equilibrio con el suelo, el ambiente, los pájaros, los insectos. Y, según qué tan beneficioso o perjudicial le sea salir de su ambiente, se puede convertir en una planta invasora.
¿Y por qué te interesaste por las plantas nativas?
-Con mi perro, paseando por los parques, me empecé a quedar sentado abajo de las plantas para salir de ese frasco en el que vivía, que era un centro de cómputos, entre cables. Necesitaba distenderme, respirar aire no viciado. Y creo que de casualidad empecé a sentarme abajo de los timbós. Y el timbó fue la primera planta que cultivé. Me llamaban la atención esas orejas de negro que encontraba tiradas, las partía, veía que había semillas adentro. La primera vez que sembré -creo que sembré 20 o 30 semillas- nació una. Y ahí me puse a buscar cómo sembrar timbós. Me metí en el grupo Plantas Nativas de Argentina de Facebook. Y de ahí en adelante ese torrente de información me empezó a llevar. Apareció el espinillo, el algarrobo. Leí que en el algarrobo nidificaban, no sé, 50 especies de ave diferentes y que de la fruta del tala comían cien pájaros distintos, y, bueno, eso me fue llevando a interiorizarme exclusivamente en las plantas nativas. Aun cuando, cuando apenas arranqué, no tenía ni idea y cultivaba lapacho, jacarandá, plantas que hoy no te digo que trato de que no las cultiven, pero... Porque la lucha no es que no cultiven ciertas especies. La lucha es que le den lugar a las nativas. Porque la naturaleza que expulsamos de las ciudades llenando todo de cemento no la vamos a recuperar plantando especies de otros lugares como las ornamentales que trajo (Carlos) Thays: el lapacho, el jacarandá, las tipas o los palos borrachos. La vamos a recuperar plantando especies del lugar, que están a 10, 15 y 20 kilómetros cuando salimos al campo en Buenos Aires, en Rosario o en Córdoba.
La solución ambiental es parar la deforestación. Porque mientras vos vas plantando arbolitos a cuentagotas, la topadora arrasa miles de árboles. Entonces no cierra nunca la cuenta.
Se te suele leer frustrado en Twitter con notas que salen en la prensa porque te parece que hay mucho desconocimiento. Te indignaste con noticias como que San Luis compraba plantines al Chaco, Pinamar quería reemplazar los pinos por otras especies que tampoco son nativas o la Universidad Nacional de Rosario lanzó un programa para “apadrinar” árboles en las zonas de las islas del Paraná arrasadas por el fuego.
-Uno se frustra porque somos pocos los que nos dedicamos a esto y hay mucha gente cometiendo errores. No vamos a decir que hacen lo incorrecto porque tampoco es que deciden hacer el mal. Pero por ahí cometen errores por falta de información o una necesidad de capitalizar el tema. Todos estos planes magníficos del millón de árboles y todo eso, la verdad es que son todo humo. El año pasado se desmontaron cerca de 114.00 hectáreas de bosque nativo en el norte de Argentina. No está mal plantar árboles, pero plantar no es la solución ambiental. La solución ambiental es parar la deforestación. Porque mientras vos vas plantando arbolitos a cuentagotas, la topadora arrasa miles de árboles. Entonces no cierra nunca la cuenta. Además de que no es lo mismo una plantación que un bosque. La biodiversidad que perdés cuando desmontás, no la podés recuperar plantando arbolitos.
Hiciste unos hilos después de los incendios del año pasado sobre la reforestación de esos territorios. (NdR: Se calcula que el año pasado en todo el país se quemaron más de un millón de hectáreas de bosques y humedales, según el Servicio Nacional de Manejo del Fuego)
-Uno no dimensiona el daño, porque está la idea de que todo lo verde es bueno. Pero, por ejemplo, llevar a las Sierras de Córdoba un algarrobo distinto del que se quemó puede ser dañino. Llevar un sauce exótico a la isla -un ambiente medianamente sano, que no tiene invasión biológica- para forestar sectores quemados puede contaminar la especie de sauce que hay ahí. Acá enfrente de Rosario gran parte de lo que se quemó es pastizal. No habría que plantar árboles donde se quemó pastizal. Y la parte que tiene bosque, ponele que con mucha furia armás una plantación tremenda, con una logística increíble, llevás las especies correctas, ¿cuánto podés reforestar? 200, 300 hectáreas. Y se quemaron 300.000. Entonces a veces lo que queremos hacer es más para un confort personal, para decir: bueno, hicimos algo. Pero para la naturaleza es ínfimo. Sería mejor no quemarlo, en todo caso. Y después dejar que el sistema se recupere solo, porque con esas 200 o 300 hectáreas que nosotros restauramos, si hacemos el trabajo bien, los árboles sortearon todos los inconvenientes y lograron crecer, el aporte para la naturaleza es ínfimo. Pero si lo hacemos mal, si alguno te cae con un ligustro, un fresno o un sauce que no es el que está en la isla, con plantar tres o cuatro ya empezás a hacer un daño. No está mal reforestar. De hecho, en Córdoba Daniel Renison lo hace en la alta montaña, pero es una restauración muy preparada, con gente que sabe lo que hace, que se capacita durante mucho tiempo. Pero en ningún lado recomiendan reforestar después un incendio, en el que el suelo perdió la materia orgánica, está agredido, está expuesto a la erosión de las lluvias que van a venir después, porque es un trabajo logístico muy grande con, la verdad, escaso beneficio en comparación al daño que está hecho.
Las famosas bombas de semillas (bolas de barro con semillas), por ejemplo, en realidad pueden hacer daño.
-Claro. Dentro de la bomba de semillas la gente mete semillas de calabaza o de cualquier cosa. La largás y así empezás a introducir especies exóticas. Por ejemplo, en las Sierras de Córdoba, que son un ambiente que está atado con alambre, porque no abunda el agua, el terreno es pedregoso, todas las plantas son competidoras por la luz y ya hay problemas de invasiones biológicas graves por los ligustros y por los crataegus, las manzanitas esas rojas que uno planta de cerco en las casas y después invadieron medio Córdoba. Son temas muy delicados. La gente quiere salir a hacer su parte de buena voluntad pero puede cometer errores. El mismo error que comete alguien que planifica un arbolado, se le ocurre plantar guarán y tiene una área natural a 10 kilómetros. La semilla vuela y empieza a crecer el guarán ahí adentro y cada macizo de guarán que se hace, son aves que no están, gramíneas y árboles que no crecen. Y a veces decís: bueno, no pasa nada, son 50 ejemplares. Uno solo es un problema.
Si no detenemos la pérdida de biodiversidad, cualquier cosa que hagamos –reducir emisiones, pensar en energías alternativas, etc.-, no sirve. No nos da la cuenta.
¿Cuándo empezó a ser un problema la deforestación en Argentina?
-Forma parte del modelo de desarrollo que adoptó el país. El desprecio del monte viene de hace 200, 300 años. El monte era visto como un enemigo, como un terreno improductivo que no tenía valor y que había que destruir para poder sembrar, poner vacas. No cambiamos el pensamiento en 200 años, porque se sigue viendo al bosque como un enemigo ahora, en una época en la que el cambio climático está presente en la agenda y hay información científica abundante que nos dice no hay que perder más bosque, no hay que destruir más ambiente. Si no detenemos la pérdida de biodiversidad, cualquier cosa que hagamos –reducir emisiones, pensar en energías alternativas, etc.-, no sirve. No nos da la cuenta. Y deberíamos estar cuidando todo lo que hay y no pidiendo desmontar para sembrar soja. En todo caso lo que deberíamos ver es de qué manera compensamos a las provincias que poseen mucho bosque por los servicios medioambientales, ecosistémicos que prestan, primero para la Argentina y después para todo el mundo: Formosa, Chaco, Salta, Jujuy, Santiago, el norte de Santa Fe, Misiones. Deberían ser provincias ricas por poseer esos bosques. Y, sin embargo, en el monte chaqueño, por ejemplo, perdemos 150, 200.000 hectáreas por año. Más el desmonte que no se ve y la extracción ilegal de madera dentro del monte, que uno no la percibe con imágenes satelitales, pero que es madera que sacan sin planes de manejo. También es difícil porque la Ley de Bosques no se cumple. Los fondos que deberían ser inyectados en la protección de los bosques no existen. Se hace muy complejo elaborar planes de manejo y esperar tres años a que te empiecen a llegar los fondos. Entonces es todo un círculo vicioso. No solo el bosque es despreciado por el que desmonta o por el que quiere sembrar soja o por el que quiere poner vacas, sino que lo despreciamos todos como país, porque los fondos que están por ley para que vayan a la Ley de Bosques, a la protección de esos lugares, no salen. Y nadie, ningún gobernador exige, se para en el Congreso cuando arman el presupuesto y dice: Che, nos tiene que tocar tanto este año por Ley de Bosques. No, porque estamos todos prendidos en la misma, que es desmontar. Cuando nos quedemos sin bosque, será tarde.
¿Qué opinás del proyecto de incluir delitos ambientales en el Código Penal?
-Soy del pensamiento de que tiene que haber una figura de delitos ambientales, que tenga consecuencias penales y que la gente vaya presa. Porque las multas que hay hoy más que multas son inversiones. Pagás y seguís nomás. Creo que la multa más cara por los incendios en la crisis de la quema del humedal el año pasado y parte de este en Entre Ríos era 300.000 pesos. Son diez vacas. Quemo tranquilo y las pago con gusto. Lo mismo las multas que han puesto por los desmontes: si en 500 hectáreas te cobran cinco millones de pesos, los hacés con cien hectáreas de soja. Las otras 400 te quedan de regalo. Y después, ¿quién controla la restauración? Si eso es imposible, porque ¿quién tiene un vivero para forestar 500 hectáreas? No existe. Entonces todo es desesperanzador. Porque el bosque se va. Lo que se va no se recupera más. No hay nada que controle que se recuperen ni cuando se quema ni cuando pasa la topadora. Y la certeza es que no hay tiempo. Porque a un bosque de quebracho, ¿cuánto le lleva crecer? Si a un bosque de la mata atlántica le lleva casi 100 años recuperar la cobertura, que son árboles de regiones húmedas y crecen rápido, imaginate lo que le lleva a un bosque de quebracho volver a existir. Y nosotros estamos hablando de que tenemos compromisos medioambientales firmados para el 2030 y el 2050. Si vos me decís: estamos forestando 500.000 hectáreas de bosque por año para producir madera. Bueno, fenómeno. Podés ir haciendo un plan de manejo, ir trayendo quebracho, algarrobo. Pero la realidad es que estamos sacando todo del monte y no estamos plantando. Entonces, a la larga, te quedás sin bosque. Es una conclusión a la que puede llegar cualquiera.
¿Y ves algún interés de parte de los políticos en algún lugar por este tema?
-Lo que veo es venta de humo. Vuelvo al año pasado: Ley del (Manejo del) Fuego. Postergaron el tratamiento de la Ley de Humedales y sacaron en dos semanas las modificatorias a la Ley de Fuego, que básicamente no dicen nada. Porque lo único que dice es que no podés tocar la tierra, pero todo lo demás ya estaba en leyes preexistentes. Y, ¿quién va a controlar que alguien que quemó un bosque en 50 o 60 años no venda la tierra o no cambie el uso del suelo? Imposible. La restauración de pastizales, ¿quien la controla? Nadie. Si no hay nadie controlando que no se queme, ¿quién va a controlar durante un montón de tiempo que eso que se quemó, esas cenizas, vuelvan a ser un bosque? Nadie. Sí reaccionan cuando hay presión mediática o cuando alguna ONG como Greenpeace o Somos Monte Chaco denuncia. Cuando los fuerza la opinión pública, capaz que van y ponen una multa. Pero el bosque se fue. No está más. Y ese quebrachal, ese bosque de algarrobo o ese bosque chaqueño de la Sierra de Córdoba, por ejemplo, que es mucho más difícil porque está en una pendiente, se perdió. Entonces, no se ve ningún compromiso de ninguna parte para detener la deforestación.
Y en las ciudades, ¿sirve que también nos preocupemos porque en el balcón o el patio haya plantas nativas o no influye mucho?
Está probado científicamente que en las ciudades que son más biodiversas, en las que por lo tanto la gente tiene más contacto con la naturaleza, las personas son más sanas. O sea, una inversión en biodiversidad es una inversión en salud pública.
-Sí, claro que sirve. Sirve que en la ciudad el espacio público y el espacio privado también sean parte de una renaturalización. ¿Por qué tiramos esa bomba de cemento en las ciudades y tratamos de expulsar a la naturaleza? En los grandes parques, el pasto está cortado y un 90, 95% de la flora es exótica. Hay miedo al yuyo, miedo a los mosquitos, miedo a las ratas, miedo a la inseguridad. Los árboles no pueden tapar la luminaria. Tiene que estar todo iluminado, incluso de noche, porque tenés que poder ver un chorro a 200 metros. Y, sí, son problemáticas que existen, pero la solución no es convertir esto cada vez más en un desierto de cemento, lleno de cámaras y luces por todos lados. La solución es la contraria. Nos lo dice el cambio climático. Hay que tratar de revertir la pérdida de biodiversidad. Y además está probado científicamente que en las ciudades que son más biodiversas, en las que por lo tanto la gente tiene más contacto con la naturaleza, las personas son más sanas. O sea, una inversión en biodiversidad es una inversión en salud pública. Hay que mantener parches silvestres en los parques, que también sean el lugar donde se puedan alojar los controladores de los insectos que nos molestan. Porque lo que hacemos con los mosquitos es fumigar todo. Y cuando fumigamos, matamos a las mariposas, a las abejas. Exterminamos cuanto bicho hay. El mosquito del dengue no vive en el yuyo. El aedes aegypty vive en tu casa cuando tenés agua en la maceta ahí abajo. Hay que descacharrar. No hay que cortar el pasto. No está ahí ese mosquito. Está el otro, que te pica y te molesta, pero tampoco vas a salir con una armadura. Pero sí te puede cambiar la vida encontrarte mariposas o abejas o un pájaro en el patio de tu casa o en el balcón. O ir a un parque y en vez de tener un fresno con tres gorriones que tengas una anacahuita con cinco cardenales o con un celestino o con un naranjero. Creo que hay que hay que tratar de integrar la naturaleza en la ciudad. El verde nunca viene mal, pero siempre dándole lugar a la especie nativa, para que pueda ser ese eslabón entre los bichos que están afuera de la ciudad y los que están adentro. Tenemos que cambiar el estilo de los parques, hacer parques con más sectores silvestres. Ya te diría que cambia si empezamos a usar árboles nativos. No es para que convirtamos todo en el paisaje pampeano, porque la gente también tiene derecho a tirarse en un césped más o menos mantenido y que no se pinche con un cardo, pero que no sea esa monotonía, ese monopolio del pasto cortado. No se trata de convertir todo en una reserva. Pero sí hay que darle un lugar a las plantas nativas para que podamos hacer ese cambio y tener ciudades más diversas y personas más sanas.
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