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Guillermo Prudencio/elDiario.es —
11 de diciembre de 2021 11:00 h

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En Klemtu, un diminuto pueblo de la costa oeste de Canadá al que solo puede llegarse en barco y en avión, los habitantes nativos dijeron basta: no quieren ver más imágenes de cazadores que solo buscan llevarse una cabeza o una piel a casa, posando junto a animales abatidos en su territorio. “Tenemos una relación especial con toda la vida salvaje de nuestro territorio, educamos a nuestros jóvenes para que la respeten”, cuenta a Ballena Blanca Douglas Neasloss, jefe local de la nación Kitasoo/Xai’xais. 

Esta comunidad nativa ha sumado fuerzas con la fundación Raincoast Conservation en un crowdfunding muy particular: comprar la licencia que permite guiar cazadores extranjeros en una gigantesca porción de su territorio tradicional, un total de 18.239 kilómetros cuadrados, más del triple de la superficie de Cantabria. 

En la provincia canadiense de la Columbia Británica, animales como el oso negro, el lobo o el puma pueden ser abatidos legalmente como trofeos. Los cazadores, que pagan más de 8.000 euros por matar un oso, deben contratar los servicios de un guía o una empresa que disponga de la licencia para explotar la caza comercial en cada zona. Por eso el precio del enorme coto que se pretende adquirir con este crowdfunding es tan alto: 1,35 millones de euros, de los que ya han recaudado algo más de 100.000.  

“La caza de trofeos viola nuestra cultura, no respeta al animal y haremos todo lo que haga falta para acabar con ella”, asegura Neasloss. La estrategia de los nativos y conservacionistas es simple: comprar el derecho a matar a los animales, pero no disparar un solo tiro. 

Este es uno de los frentes en la lucha por conservar el llamado Bosque Lluvioso del Gran Oso (Great Bear Rainforest, en inglés), que se extiende a lo largo de 400 kilómetros de la salvaje costa oeste de Canadá. La región está habitada por apenas 18.000 personas, la mayoría indígenas de las Primeras Naciones –así se conoce a los pueblos nativos en el país–, y alberga uno de los mayores bosques templados vírgenes del planeta, con árboles milenarios, fiordos que nacen junto a campos de hielo y ríos salmoneros donde se alimentan osos grizzlies y lobos. 

Esa increíble vida salvaje es un imán para los amantes de la naturaleza. Entre otros motivos, por la oportunidad de ver un oso de Kermode, el llamado oso espíritu, uno de los animales más raros del mundo. Son osos negros, pero unos pocos ejemplares lucen un espectacular pelaje blanco o crema por un rarísimo gen recesivo. Aunque está prohibido abatir a un oso espíritu, nada impide matar a un animal que porte el gen. 

La rica fauna del lugar y su aura salvaje también atraen a cazadores deseosos de llevarse un trofeo a casa. A Brian Falconer, de la fundación Raincoast Conservation, le enfurecía que alguien viajase hasta allí para disparar a esos animales, que tanto luchaban por proteger, para llevarse un trofeo y dejar tirado el resto. “Es tan ridículo, tan anacrónico”, dice el conservacionista, que defiende que no hay ninguna razón económica, ética o ecológica para matar grandes carnívoros. No se opone a la caza por subsistencia o para conseguir carne. “Muchos cazadores nos apoyan –cuenta Falconer– pero la caza de trofeos solo muestra la poca empatía y el mucho dinero que tiene una persona”.

Tras años luchando para cambiar la ley, sin éxito, la fundación optó en 2005 por una vía permanente: comprar las licencias para impedir, para siempre, la caza de trofeos por parte de extranjeros. Desde entonces, en alianza con algunos de los pueblos indígenas de la región, han adquirido derechos que abarcan 38.000 kilómetros cuadrados, una superficie mayor que Bélgica. Aunque en esas zonas los residentes en la Columbia Británica todavía pueden cazar, se trata de lugares tan remotos que prácticamente nadie lo hace, según Raincoast. Desde 2017 los grizzlies están protegidos en toda la provincia, tras una larga campaña apoyada por muchas de las Primeras Naciones, pero la veda del resto de grandes carnívoros sigue abierta.

Para conseguir todos esos derechos han invertido 1,9 millones de euros desde 2005, fruto de donaciones de particulares. “Básicamente, estás comprando las vidas de esos animales”, reflexiona Falconer. La provincia les obliga a organizar cacerías para mantener la licencia, así que aprovechan para viajar a la zona con grupos de donantes. “Soy un guía de caza muy malo”, bromea Falconer, que durante dos décadas dirigió su propio negocio de ecoturismo en la región. “A nuestra clientela le gusta cazar con cámaras, así que aunque hemos tenido encuentros alucinantes con animales, la tasa de éxito es cero”, dice. 

La licencia para la que están buscando fondos sería la sexta, y la más grande hasta ahora. “Es un sitio increíblemente rico”, cuenta el conservacionista, y detalla que al guía que explotaba la zona le iba bien el negocio: sus clientes abatían hasta 60 osos negros cada año. Entre ellos estuvieron dos hermanos españoles, Álvaro y Gabriel Pérez Maura García, miembros de una de las familias más ricas de España. En 2008, a lo largo de un viaje de cuatro días que Gabriel relató en la web del guía, mataron tres osos negros y dos gigantescos grizzlies

Según los precios que aparecen en la citada web, por ese “safari” a bordo de un yate los hermanos españoles podrían haber pagado casi 40.000 euros. Los que defienden la caza de trofeos argumentan que el dinero que desembolsan quienes quieren llevarse la cabeza o el pelaje de un animal exótico a casa es un recurso vital para muchas comunidades locales. 

Sin embargo, un estudio encargado en 2014 por la nación Kitasoo/Xai’xais descubrió que los osos valían mucho más vivos que muertos; los visitantes que acuden a la región a contemplar animales gastaban 12 veces más que los cazadores (15,1 millones de dólares canadienses frente a 1,2 millones). 

Para las remotas comunidades nativas de la zona, el ecoturismo es una de las pocas alternativas frente a las actividades extractivas tradicionales. “En el pasado, las mayores actividades eran la pesca y la tala, pero necesitamos cambiar y empezar a desarrollar una economía sostenible en el largo plazo”, explica el consejero jefe de la nación Kitasoo/Xai’xais, Douglas Neasloss. 

Cuando Neasloss era un adolescente comenzó a trabajar de guía de naturaleza para el incipiente negocio de ecoturismo de su comunidad, Klemtu, un pueblo de 350 habitantes al que solo se puede llegar en barco o hidroavión. El negocio genera 40 empleos y 1,75 millones de euros de ingresos al año gracias a la gente que llega atraída por las maravillas salvajes de su territorio. 

En el área que cubre la licencia que la fundación está intentando comprar trabajan un total de 19 empresas de ecoturismo, muchas con participación de nativos. Por eso, para sus impulsores la iniciativa es un ejemplo de una transición justa hacia una nueva economía: una basada en el respeto a la naturaleza, y devolviendo a los pueblos indígenas el poder de tomar decisiones sobre los recursos de sus territorios. 

“Este es uno de los lugares más mágicos del planeta, y tenemos que protegerlo”, concluye Neasloss. 

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